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Cumpliendo profecías:


En inicio sólo sentía dolor, mucho más intenso de lo que el Éxodo o cualquier herida podría provocar. Sin embargo mi cuerpo estaba tan agotado que ni siquiera podía retorcerse o gritar de dolor.

Incluso estando inconsciente sentía un dolor constante.

Era vagamente consciente de la presencia de Hércules a mi lado en el plano interior de mi mente, pero mi cerbero estaba ocupado sintiendo dolor como para prestarle atención.

Luego, todo el dolor desapareció y finalmente pude descansar.







—Percy, despierta.

Annabeth me sacudía por el hombro.

Me desperté.

La gente que se disuelve en el Nifhel no suele hacer eso.

A lo lejos, el sol se ponía tras los rascacielos de una ciudad. Divisé una carretera flanqueada de palmeras junto a la playa, escaparates de tiendas con deslumbrantes neones de colores rojo y azul, y un puerto de cruceros y barcos de vela,

—Es Miami, me parece—dijo Annabeth.

Me reincorporé, mirando a mi alrededor tratando de procesar lo que había pasado.

El tridente de Poseidón estaba tirado en medio de la cubierta, incluso siendo un arma preciosa nadie se atrevía tan siquiera a acercársele.

Me di cuenta de que yo mismo estaba cubierto con el Vellocino de Oro, como si de una manta se tratase.

—¿Cómo...?

—Creía que el Vellocino evitaría que desaparecieras—me dijo Annabeth—. Y funcionó.

Clarisse ladeó la cabeza.

—Funcionar... lo que es funcionar... estallaste en llamas en el momento que Annabeth te puso el trasto encima.

Me quité el Vellocino de encima, entendiendo porque había sentido tanto dolor y porque había sobrevivido.

Me di cuenta de que la marca sobre mi piel había retrocedido muchísimo, era ligeramente más pequeña de lo que era después de la primera vez que usé uno de los trabajos.

Podía sentirlo, y podía verlo a través de mis ropas desgarradas y llenas de cortes, la marca cubría mi abdomen, estómago, lado derecho del pecho, el brazo derecho y las puntas subían por mi cuello, apenas tocando mi mejilla derecha.

El dolor había disminuido mucho en comparación a los últimos días. El resto de mis heridas y el desgaste de mis músculos parecían haberse curado completamente

—Deberías seguir con el Vellocino—dijo Annabeth—. Quizá la marca retroceda aún más...

—No—rechacé—. La marca no perderá más terreno, el vellocino me compró tiempo, pero no irá más allá. Todo lo que su magia podía hacer ya fue hecho.

—Quieres decir...—murmuró Grover, nervioso—. ¿Qué ya no hay forma de hacer retroceder tu marca otra vez?

—No lo sé, Grover...—respondí—. Quizá otro tipo de magia divina pueda lograr resultados similares, pero en lo que al Vellocino de Oro respecta, ya no puede ni podrá hacer nada por mi, lo sé.

Clarisse carraspeó y señaló el tridente en el suelo.

—Ahora, ¿me van a explicar que demonios sucedió allí?

Respiré profundamente y traté de resumir lo mejor posible toda la historia sobre aquel universo paralelo, sobre el Ragnarok y sobre el Éxodo de Hércules.

—Ese era... mi padre, Poseidón—estaba diciendo—. Aún no sé por que llegó a nuestra realidad, quizá era una prueba para mí, enviado por quien sea que haya traído a Hércules, o quizá únicamente llegó aquí por azares del destino. Fuera como fuese, no podía dejarlo libre en esta realidad.

—Pero...—murmuró Annabeth—. Es Poseidón, quiero decir, ¿no nos hubiera sido de ayuda en contra de Kronus?

Negué con la cabeza.

—El Poseidón de ese mundo es... era muy diferente a mi padre—expliqué—. No aprecia a los humanos, y tiene muy fuertes ideales en los que cree con cada gramo de su ser. Era el más temido y respetado de los dioses, pero era precisamente por su filosofía de la divinidad como equivalente a la perfección, creía que los dioses no debían confiar, conspirar, traicionar o relacionarse con otros, entre demás cosas, por eso mató a Polifemo y quiso matarme a mi, al llamarnos a nosotros mismos como "hijos de Poseidón" lo estábamos insultando a él y a sus creencias.

—Así que lo mataste—terminó Annabeth.

—Sí... los dioses de ese mundo son mucho menos poderosos que los del nuestro, pero lo compensan siendo mejores peleadores con conocimiento de diversas técnicas. Si las leyes de la física funcionaran como en su mundo, yo estaría muerto, y sin los poderes que me dio Hércules, también estaría muerto. Incluso si ese Poseidón no es ni de cerca tan poderoso como el de nuestro mundo, sigue siendo más poderoso que cualquier semidiós o monstruo, y no está atado por las leyes antiguas, ¿sabes lo peligroso que hubiera sido dejar libre a un ser así en este mundo?

—Quizá no se hubiera unido a Kronus, pero aún así sería una sentencia de muerte para todo aquel que se lo topase—entendió Annabeth.

—Tuvimos suerte—dije—. Sin el Éxodo... ya estaríamos todos muertos. Yo ya había perdido la batalla, sólo sobreviví gracias a la ayuda de mi padre una vez estuvimos en el fondo del océano.

Clarisse hizo una mueca.

—Todo esto es una locura—gruñó—. Pero como todo en nuestras vidas es una locura, puedo aceptarlo.

Vaya forma más acertada de resumir la vida de un semidiós.

Tomé el tridente de Poseidón, incluso si la lanza no se me daba especialmente bien, tampoco era ajeno a su uso. Además, aquella arma era ligera, muy bien equilibrada y extremadamente resistente. Podría darle un muy buen uso, es especial si conseguía que alguno de los chicos de Hefesto la hiciera portátil de forma similar a mi espada.

Miré la costa a la distancia.

—Deberíamos desembarcar—dije—. Si las corrientes oceánicas nos trajeron aquí es por algo, además, ya está haciendo hambre.







Recorrimos los muelles donde se alineaban los cruceros, abriéndonos paso entre un montón de gente que llegaba de vacaciones. Había mozos trajinando con carros llenos de maletas. Los taxistas hablaban a gritos en español e intentaban colarse en la fila para recoger clientes. Si alguien se fijó en nosotros, cinco chicos con pinta de haberse peleado con un monstruo, de los cuales uno llevaba una lanza de más de dos metros, nadie dio muestras de ello.

Ahora que estábamos de nuevo entre mortales, el único ojo de Tyson no se distinguía bien gracias a la Niebla. Grover había vuelto a ponerse su gorra y sus zapatillas. E incluso el tridente y el vellocino se habían transformado. El vellocino era una chaqueta de instituto roja y dorada, con una Omega resplandeciente bordada sobre el bolsillo. Y el tridente, bueno, si entrecerraba mucho los ojos y trataba de dejarme a mi mismo engañar por la niebla, más o menos le encontraba forma de alguna clase de escalera de mano... aún así, me sorprende que nadie se haya al menos extrañado de un chico magullado cargando con una escalera en medio del muelle.

Annabeth corrió al expendedor de periódicos más cercano y comprobó la fecha del Miami Herald. Soltó una maldición.

—¡Dieciocho de junio! ¡Hemos estado diez días fuera del campamento!

—¡No es posible!—dijo Clarisse.

Oh, vaya que lo era. El tiempo podía ser traicionero en sitios monstruosos.

—El árbol de Thalia debe de estar casi muerto—gimió Grover—. Tenemos que llegar allí con el vellocino esta misma noche.

Pensé en volver al barco, pero no había forma en que llegáramos al Campamento Mestizo a tiempo en él, no sin ayuda divina, al menos,

Estaba barajando opciones, como quizá sacrificar el tridente y el propio barco a mi padre para que él nos echara una mano, o quizá manipular las corrientes para multiplicar nuestra velocidad, pero entonces recordé el resto de la profecía de Clarisse.

Me había centrado tanto en la parte del tirano y el tridente que me había olvidado por completo del resto, hasta ahora.

—"Y sin amigos fracasarás y no podrás volar sola a casa"—recité, buscando dinero en mis bolsillos, pero sólo encontré un dracma de oro—. ¿Alguien tiene dinero?

Annabeth y Grover menearon la cabeza, malhumorados. Clarisse sacó de su bolsillo un dólar confederado, todavía húmedo, y suspiró.

—¿Dinero?—preguntó Tyson vacilante—. ¿Quieres decir... papales verdes?

Lo miré.

—Sí, eso.

—¿Como el que llevábamos en los petates?

—Sí, pero como esos los perdimos...—Me interrumpí al ver que Tyson hurgaba entre sus cosas y sacaba la bolsa impermeable llena de billetes que Hermes había incluido en nuestro equipaje—. ¡Tyson!—exclamé—. ¿Cómo...?

—Creí que era una bolsa de comida para Rainbow—dijo—. La encontré flotando en el mar, pero solo había papeles.

Me tendió la bolsa. Al menos trescientos dólares en billetes de cinco y de diez.

Corrí a la parada y detuve un taxi que acababa de dejar a unos pasajeros.

—Clarisse—llamé—. Rápido. Te vas ahora mismo al aeropuerto.

Me quité el vellocino y le metí el dinero en el bolsillo para enseguida entregárselo a Clarisse.

—Eres la líder de la búsqueda y todo eso—le dije—. Sólo hay dinero para un boleto, eso es lo que significa la profecía: fracasarás sin amigos, o sea, no podrás hacerlo sin nuestra ayuda, pero tendrás que volar tú sola a casa. Has de llevar allí el vellocino sin falta.

Subió al taxi.

—Cuenta conmigo. No fallaré.

—Convendría que no fallarás.

El taxi salió zumbando entre una nube de humo. El Vellocino de Oro ya estaba en camino.

—Percy—dijo Annabeth—, eso ha sido una verdadera locura. Te estás apostando la vida de toda la gente del campamento a una sola carta: que Clarisse llegue esta noche con el vellocino.

—Puede hacerlo—dije—. Confío en ella. Además, no quieres ir en contra del oráculo, ¿o sí?

Annabeth rodó los ojos, pero no respondió.

—Vamos—les dije a mis amigos—. Volvamos al barco...

Y fue en ese momento cuando me volví y me encontré la punta de una espada en la garganta.

—Eh, colega—dijo Luke—. Bienvenido a los Estados Unidos.

Moví mi nuevo tridente, colocándolo a centímetros del cuello de Luke. Sus matones de siempre, aquellos osos gemelos, se materializaron a ambos lados. Uno sujeto a Annabeth y a Grover por el cuello de la camiseta. El otro intentó agarrar a Tyson, pero éste lo derribó sobre un montón de maletas y le soltó un rugido a Luke.

—Percy—dijo Luke con calma, mientras le daba unos toquecitos con su mano libre a los horcones de mi tridente—, o le dices a tu gigante que se aparte de mi vista o le pido a Oreius que compruebe cómo resuenan las dos cabezas de tus amigos.

Oreius sonrió de oreja a oreja y levantó del suelo a Annabeth y Grover, que pataleaban y forcejeaban inútilmente.

—¿Qué quieres, Luke?—refunfuñé.

Esbozó una sonrisa que le deformaba la cicatriz de la cara.

Señaló el otro extremo del muelle y me di cuenta de una cosa que tendría que haberme saltado a la vista desde el principio: el crucero más grande del puerto era el Princesa Andromeda.

—Bueno—dijo Luke—, lo que quiero es ofrecerte otra vez mi hospitalidad, por supuesto. A todo esto... ¿eso es nuevo?

Miró mi tridente.

—Siguiendo los pasos de mi padre, ya sabes, como yo no odio al mío.

Luke dio la orden para que sus matones me arrancaran el tridente de las manos.

—Síganme, tenemos mucho de lo que... conversar.







Los osos gemelos nos subieron a bordo del Princesa Andromeda y nos llevaron a la cubierta de popa, frente a aquella piscina con surtidores que rociaban agua. Una docena de matones variados—reptiles, lestrigones, semidioses con armadura—se habían reunido para brindarnos su "hospitalidad".

—Bueno—musitó Luke—. El vellocino. ¿Dónde está?

Nos examinó com atención. Me pinchó la camisa con la punta de su espada. Se asomó a los vaqueros de Grover.

—¡Eh!—protestó él—. ¡Eso es pelo de cabra natural!

—Perdona, viejo amigo—dijo Luke con una sonrisa—. Tú dame el vellocino y yo permitiré que reanudes la búsqueda que habías emprendido.

—¡Ja!—dijo Grover—. Conque "viejo amigo", ¿eh?

—Quizá no me has oído.—La voz de Luke sonaba peligrosamente tranquila—. ¿Dónde... está el vellocino?

—Aquí no—dije.

"No tendrías que haberle dicho eso"—dijo Hércules.

"Lo sé, pero no podía resistir el restregarle la verdad en la cara"

—Ya está camino al campamento, no hay forma de que lo recuperes ahora. Fallaste, "amigo".

Luke entornó los ojos.

—Mientes. No puedes haber...—se sonrojó repentinamente ante la espantosa posibilidad que se le estaba ocurriendo—. ¿Clarisse?

Asentí.

—¿Le has confiado...? ¿Le has dado...?

—Así es.

—¡Agrius!

El oso gigante retrocedió.

—¿S-sí?

—Baja y prepara mi corcel. Súbelo a cubierta. Tengo que irme volando al aeropuerto. ¡Ahora!

—Pero, jefe...

—¡Deprisa!—gritó Luke—. O te echaré de comida al dragón.

El oso tragó saliva y bajó pesadamente por las escaleras. Luke deambuló junto a la piscina, soltando maldiciones en griego antiguo y aferraba su espada con tal fuerza que los nudillos parecían a punto de estallarle.

El resto de la pandilla tenía un aire más bien incomodo. Quizá nunca habían visto a su jefe tan desquiciado.

Me puse a pensar... Si pudiera usar la furia de Luke para hacerle hablar, de la misma forma que hice con Poseidón para ganar tiempo...

Miré la piscina, los surtidores pulverizando el agua y formando un arco iris a la luz del crepúsculo. Y de pronto se me ocurrió una idea.

—Has estado jugando con nosotros desde el principio—le recriminé—. Pretendías que te trajéramos el vellocino y ahorrarte así el trabajo de encontrarlo tú.

—¡Por supuesto, idiota!—replicó ceñudo—. ¡Y tú has acabado arruinándolo todo!

—¡Traidor!—me saqué del bolsillo mi último dracma de oro y se lo arrojé. Tal como esperaba, él lo esquivó fácilmente. La moneda atravesó la cortina de agua iluminada por el arcoíris.

Confié en que mi silenciosa oración fuese escuchada. Puse en ella todo mi corazón: "Oh, diosa, acepta mi ofrenda"

—Nos engañaste a todos—lo increpé—. ¡Incluso a Dioniso en el Campamento Mestizo!

A su espalda, el surtidor empezó a temblar, pero yo debía acaparar la atención de todo el mundo, así que destapé a Contracorriente.

Luke sonrió con desdén.

—No es momento de hacerse el héroe, Percy. Tira tu miserable espadita o haré que te maten más pronto que tarde.

—¿Quién envenenó el árbol de Thalia, Luke?

—Yo, por supuesto—gruñó—. Ya te lo dije. Usé veneno de pitón vieja, traído de las profundidades del Tártaro.

—¿Quirón no tuvo nada que ver en el asunto?

—¡Ja! Sabes muy bien que él nunca lo había hecho. Ese viejo idiota no tiene agallas.

—¿Eso son agallas, según tú? ¿Traicionar a tus amigos? ¿Poner en peligro al campamento?

Luke levantó su espada.

—Tú no entiendes ni la mitad de todo este asunto. Iba a dejar que te llevases el vellocino... una vez que yo lo hubiese utilizado.

Aquello me hizo vacilar. ¿Por qué habría de dejar que me llevase el vellocino? Seguramente mentía, pero algo me decía que no era así.

—Pensabas reconstruir a Kronus—dije.

—¡Sí! Y la magia del vellocino habría acelerado diez veces su regeneración. Pero no creas que nos has detenido, Percy. Sólo has ralentizado un poco el proceso.

—O sea que envenenaste el árbol, traicionaste a Thalia y nos tendiste una trampa... todo para ayudar a Kronus a destruir a los dioses.

Luke apretó los dientes.

—¡Ya lo sabes! ¿Por qué me sigues preguntando?

—Porque quiero que te oiga toda la audiencia.

—¿Qué audiencia?

Entornó los ojos, miró atrás y todos sus matones hicieron lo mismo. Dieron un grito y retrocedieron un paso. Sobre la piscina, en medio del arcoíris: Dioniso, Tántalo y el campamento entero en el pabellón del comedor. Todos permanecían sentados y en silencio, mirándonos atónitos.

—Bueno—dijo Dioniso secamente—, una inesperada distracción nocturna.

—Señor D, ya lo ha oído—dije—. Todos han oído a Luke. Quirón no tuvo ninguna culpa del envenenamiento.

El señor D suspiró

—Supongo que no.

—Ese mensaje Iris podría ser una trampa—sugirió Tántalo, aunque él tenía casi toda su atención puesta en una hamburguesa de queso, que estaba intentando acorralar con ambas manos.

—Me temo que no—dijo el señor D, mirando con repulsión a Tántalo—. Por lo visto, tendré que rehabilitar a Quirón como director de actividades; creo que echo de menos las partidas de pinacle con ese viejo caballo.

Tántalo atrapó la hamburguesa, que esta vez no se le escapó volando: La levantó del plato y la observó asombrado, como si fuese el mayor diamante del mundo.

—¡La tengo!—dijo riendo a carcajadas.

—Ya no necesitamos tus servicios, Tántalo—anunció el señor D.

Tántalo parecía estupefacto.

—¿Qué? Pero...

—Puedes regresar al inframundo. Estás despedido.

—¡No! Pero... ¡Nooooooooo!

Mientras se iba disolviendo en una niebla, asió con fuerza la hamburguesa y quiso llevársela a la boca, pero ya era demasiado tarde. Se desvaneció por completo y la hamburguesa cayó en el plato de nuevo. Los campistas estallaron en vítores.

Luke bramaba de rabia. Atravesó el surtidor con su espada y el mensaje Iris se disolvió. Pero ya había cumplido su misión.

Me sentí bastante satisfecho de mí mismo, hasta que Luke se volvió y me dirigió una mirada asesina.

—Kronus tenía razón, Percy. Eres poco fiable. Habrá que remplazarte.

No estuve muy seguro de lo que quería decir, pero no tuve tiempo para reflexionar. Uno de sus hombres tocó un silbato de bronce y las puertas de la cubierta se abrieron de golpe. Aparecieron una docena de guerreros que formaron a nuestro alrededor un círculo erizado con las puntas de bronce de sus lanzas.

Luke me sonrió.

—No saldrás vivo de este barco.

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