Caniche rosa:
Esa noche nos sentimos bastante desgraciados.
Acampamos en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un claro que los chicos de la zona al parecer usaban para sus fiestas. El suelo estaba lleno de latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y otros desechos.
Llevábamos la comida y algunas mantas que habíamos sacado de casa de tía Eme, pero al final no nos atrevimos a encender una hoguera. Las Furias y Medusa nos habían dado suficientes emociones por un día. No queríamos llamar la atención de nada más.
Decidimos dormir por turnos. Yo me ofrecí voluntario a hacer la primera guardia.
Annabeth se acurrucó entre las mantas y empezó a roncar en cuanto su cabeza tocó el suelo. Grover revoloteó con sus zapatos voladores hasta la rama más baja de un árbol, se recostó contra el tronco y miró el cielo nocturno.
—Duerme—le dije—. Te despertaré si surge algún problema.
Asintió, pero siguió con los ojos abiertos.
—Me pone triste, Percy.
—¿El qué? ¿Haberte apuntado a esta estupida misión?
—No. Esto es lo que me entristece.—Señaló toda la basura del suelo—. Y el cielo. Ni siquiera se pueden ver las estrellas. Han contaminado el cielo. Es una época terrible para ser sátiro.
Suspiré.
—Los mares están llenos de petróleo, los bosques desaparecen y los animales se extinguen. Cómo si los humanos fuéramos el mismo cancer de la tierra...—murmuré, recordando haber oído esas palabras, pero no recordaba de donde—... no entiendo porque los dioses no nos han querido extinguir aún, borrón y cuenta nueva.
Grover me escuchó con atención, un tanto sorprendido por mis palabras.
—Ni siquiera a los dioses les importa la naturaleza hoy en día, Percy—murmuró él con tristeza—. A este ritmo, jamás encontrare a Pan.
Parpadeé.
—¿El dios?
El asintió.
—Sí, ¿para qué crees que quiero mi licencia de buscador?
Una bisa extraña atravesó el claro, anulando temporalmente el olor de basura y porquería. Trajo el aroma a bayas, flores silvestres y agua de lluvia limpia, cosas que en algún momento hubo en aquellos bosques. Sentí nostalgia, sensaciones y recuerdos propios de mis visiones, vi un mundo que no había vivido o conocido, pero en el que recordaba estar.
—Háblame de la búsqueda—le pedí.
Grover me miró con cautela, como temiendo que pudiese ser una broma.
—El dios de los lugares vírgenes desapareció hace dos mil años—me contó—. Un marinero junto a la costa de Éfeso oyó una voz misteriosa que gritaba desde la orilla: "¡Diles que el gran dios Pan ha muerto!". Cuando los humanos oyeron la noticia, la creyeron. Desde entonces no han parado de saquear el reino de Pan. Pero, para los sátiros, Pan era nuestro señor y amo. Nos protegía a nosotros y a los lugares vírgenes de la tierra. Nos negamos a creer que haya muerto. En todas las generaciones, los sátiros más valientes consagran su vida a buscar a Pan. Lo buscan por todo el mundo y explorar la naturaleza virgen, confiando en encontrar su escondite y despertarlo de su sueño.
—Y tú quieres ser un buscador de ésos.
—Es el suelo de mi vida. Mi padre era buscador. Y mi tío Ferdinand, la estatua de antes...
—Oh... lo siento.
Grover sacudió la cabeza.
—El tío Ferdinand conocía los riesgos, como mi padre. Pero yo lo conseguiré. Seré el primer buscador que regrese vivo.
—Espera, espera... ¿El primero?
Grover sacó la flauta del bolsillo.
—Ningún buscador ha regresado jamás. En cuento son enviados, desaparecen. Nunca vuelven a verlos vivos.
—¿Ni uno en dos mil años?
—No.
—¿Y tu padre? ¿Sabes qué le ocurrió?
—Lo ignoro.
—Pero aún así quieres ir—dije asombrado—. Me refiero a que... ¿en serio crees que serás el que encuentre a Pan?
—Tengo que creerlo, Percy. Todos los buscadores lo creen. Es lo único que mantiene la esperanza cuando observamos lo que han hecho los humanos con el mundo. Tengo que creer que Pan aún puede despertar.
Miré el resplandor naranja del cielo polucionado y me asombré de que Grover persigue un sueño que a simple vista parecía un imposible.
—¿Cómo vamos a entrar en el inframundo?—le pregunté—. Quiero decir, habrá que encarar al Rey de Helheim eventualmente.
Él hizo una mueca.
—Usas palabras muy raras. Pero... no lo sé—respondió—. Aunque antes, en la casa de Medusa, mientras tú rebuscabas en el despacho, Annabeth me dijo...
—Oh, se me olvidaba, claro, Annabeth ya debe de tener un plan retorcido y lleno de cuchillos.
—No seas tan duro con ella, Percy. Ha tenido una vida difícil, pero es una buena persona. Después de todo, me ha perdonado...—Le falló la voz.
—¿Qué quieres decir? Te ha perdonado ¿qué?
De repente, Grover pareció muy interesado en tocar su flauta.
—Un momento—insistí—. Tu primer trabajo de guardián fue hace cinco años. Y Annabeth lleva en el campamento también cinco años. ¿No sería ella... tu primer encargo que fue mal...?
—No puedo hablar de eso—repuso él, y el temblor de su labio inferior me indicó que se echaría a llorar si lo presionaba—. Pero cómo iba diciendo, en casa de Medusa, Annabeth y yo coincidimos en que esta pasando algo raro en esta misión. Hay algo que no es lo que aparenta.
—Lo sé...—murmuré—. Si te digo la verdad, dudo que sea Hades el ladrón del rayo. Y aunque lo fuera, las Furias parecían estar buscando algo, y en el museo... la señora Dodds también me preguntaba por algo. Creo que Hades también piensa que yo soy el ladrón, lo que lo descartaría a él como tal.
Grover meneo la cabeza.
—Puede ser, pero... ¿quien si no Hades? Hay una pieza faltante en todo esto, pero creo que podemos dar por echo de que Hades es el ladrón.
Rodé los ojos.
—Lo que digas. Sea como sea, aún tenemos que llegar al oeste sin siquiera tener dinero.
Grover miró el cielo nocturno, como meditando en nuestros problemas.
—¿Qué tal si yo hago el primer turno—propuso—. Duerme un poco.
Quería protestar, pero comenzó a tocar Mozart, muy suavemente, y me di la vuelta. Los ojos me escocían. Y a los pocos compases de la canción, me quedé dormido.
En mis sueños, me encontré en una oscura caverna frente a un foso insondable. Criaturas de niebla gris se arremolinaban alrededor de mí susurrando jirones de humo, de modo que sabía que eran los espíritus de los muertos.
Me tiraban de la ropa, intentando apartarme, pero yo me sentía obligado a caminar hasta el borde mismo del abismo.
Mirar hacia abajo me mareaba. El foso, ancho y negro, carecía de fondo. Aún así, tenía la impresión de que algo intentaba alzarse desde el abismo, algo enorme y malvado.
—El pequeño héroe—reverberaba una voz desde la oscuridad—. Demasiado débil, demasiado joven, pero puede que me sirvas—. La vos sonaba muy antigua, fría y grave, pero no despertaba ninguna visión en mi mente. Me envolvía como un pesado manto—. Te han engañado chico. Haz un trato conmigo. Yo te daré lo que quieres.
La marca empezó a doler como el infierno, incluso estando en un sueño. Caí de rodillas e intenté gritar sin que me saliera voz. Se me empañaron los ojos y se llenaron de lágrimas mientras sentía cómo mi piel, músculos, órganos, huesos y cada maldita célula debajo de la marca querían salir de mi cuerpo.
Se formaba una imagen sobre el abismo: mi madre, congelada en el tiempo, justo como en el momento en que se había disuelto en la nada. Tenía el rostro desencajado por el dolor, como si el Minotauro siguiera retorciéndole el cuello. Mi miraba fijamente y sus ojos suplicaban: "¡Márchate!"
Sólo podía retorcerme, gritar sin voz, y desear que el dolor cesara. La marca echaba humo y quemaba mi ropa.
Una risotada dría sacudía el abismo. Una fuerza invisible me empujaba, pretendía arrastrarme hacia el abismo. Debía mantenerme firme, pero no podía mantenerme en mi sitio, era arrastrado más y más al foso.
—Ayúdame a salir, chico.—La voz sonaba más insistente—. Tráeme el rayo. ¡Juégasela a esos traicioneros dioses!
Los espíritus de los muertos susurraron a mi alrededor:
—¡No lo hagas! ¡Despierta!
Intentaban ayudarme.
La imagen de mi madre empezaba a desvanecerse. La cosa del foso me arrastraba más y más.
—Te encuentras débil por el dolor—decía la voz—. Yo puedo curarte, hacerte fuerte, sólo tienes que ayudarme a salir.
—¡Despierta!—susurraban los muertos—. ¡Despierta!
...
Alguien me estaba sacudiendo.
Abrí los ojos, era de día, no me dolía el cuerpo, estaba bien.
—Vaya—dijo Annabeth—. El zombi vive.
El sueño me había dejado temblando. Aún sentía el contacto del monstruo del abismo en el pecho.
—¿Cuánto estuve dormido?
—Suficiente para hacer desayuno—. Me lanzó un paquete de cortezas de maíz del bar de la tía Eme—. Y Grover ha salido a explorar. Mira, ha encontrado un amigo.
Tenía problemas para enfocar la vista.
Grover, sentado con las piernas cruzadas encima de una manta, tenía algo peludo en el regazo, un animal disecado, sucio y de un rosa artificial. No, no se trataba de un animal disecado. Era un caniche rosa.
El chucho me ladró, cauteloso.
Grover dijo:
—No, que va.
Parpadeé.
—¿Estás hablando con... eso?
El caniche gruñó.
—Eso—me avisó Grover— es nuestro billete al oeste. Sé amable con él.
—¿Sabes hablar con los animales?
Grover no le hizo caso.
—Percy, éste es Gladiolus. Gladiolus, Percy.
Miré a Annabeth, convencido de que empezaría a reírse con la broma que me estaban gastando, pero ella estaba muy seria.
—No voy a decirle hola a un caniche rosa—dije—. Olvídenlo.
—Percy—intervino Annabeth—. Yo le he dicho hola al caniche. Tú le dices hola al caniche.
El caniche gruñó.
Le dije hola al caniche.
Grover me explicó que había encontrado a Gladiolus en los bosques y habían iniciado una conversación. El caniche se había fugado de una rica familia local, que ofrecía una recompensa de doscientos dólares a quien lo devolviera. No tenía muchas ganas de volver con su familia, pero estaba dispuesto a hacerlo para ayudar a Grover.
—¿Cómo sabe Gladiolus de la recompensa?—pregunté.
—Leyó los carteles, genio—contestó Grover.
—Claro—respondí—. Cómo he podido ser tan tongo.
—Así que devolvemos a Gladiolus—explicó Annabeth con su mejor voz de estratega—, conseguimos el dinero y compramos unos boletos a Los Ángeles. Es fácil.
Pensé en mi sueño: en las voces susurrantes de los muertos, en la cosa del abismo, en el rostro de mi madre, reluciente al disolverse en oro. Todo aquello podría estar esperándome en el oeste.
—Otro autobús no—dije con recelo.
—No—me tranquilizo Annabeth.
Señaló colina abajo, hacia unas vías de tren que no había visto por la noche en la oscuridad.
—Hay una estación de trenes Amtrak a ochocientos metros. Según Gladiolus, el que va al oeste sale a medio día.
...
Algunos dicen que es Percy, otros que es Lester, algunos más que es Leo.
Pero yo me mantengo firme en mi postura de que Gladiolus es el personaje más épico de todas las sagas de libros de Rick, ¿quién me apoya?
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