Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Aves del demonio:


Los siguientes días fueron una auténtica tortura, como Tántalo deseaba.

Empecemos con los comentarios de los demás campistas. De repente yo ya no era Percy Jackson, el tipo genial que el verano pasado había recuperado el rayo maestro de Zeus; ahora era el pobre idiota que tenía un monstruo horrible por hermano.

—Prácticamente todos los dioses han tenido algún monstruo por hijo—les respondía—. Él es mi hermano ¿y qué? ¿Sólo por tener un ojo y ser grandulón debe de ser malvado automáticamente?

Algunos se lo tragaban, otros no.

Las opiniones de la gente muchas veces no se pueden cambiar ni con el argumento más sólido, con frecuencia ignoran contexto y solo miran otros casos sin ver que no existe punto de comparación alguno.

Annabeth hizo lo posible para que me sintiera mejor. Me propuso que nos presentáramos juntos a la carrera de carros y tratáramos de olvidar así nuestros problemas. No me malinterpreten: los dos odiábamos a Tántalo y estábamos muy preocupados por la situación del campamento, pero no sabíamos que hacer. Hasta que se nos ocurriera un brillante plan para salvar el árbol de Thalia, nos pareció que no estaría mal participar en las carreras. Al fin y al cabo, fue la madre de Annabeth, Atenea, quien inventó el carro, y mi padre había creado los caballos. Los dos juntos nos haríamos los amos que aquel deporte.







Una mañana, mientras Annabeth y yo estudiábamos distintos diseños de carro junto al lago de las canoas, unas idiotas de la cabaña de Afrodita que pasaban por allí me preguntaron si no necesitaría un lápiz de ojo...

—Ay, perdón. De ojos, quiero decir.

—No hagas caso, Percy—refunfuñó Annabeth, mientras las chicas se alejaban riendo—. No es culpa tuya tener un hermano monstruo.

—¡Ser un monstruo no lo hace malo!—repliqué.

Annabeth alzó las cejas.

—Percy, Los cíclopes son muy mentirosos y traicioneros...

—¡Él no! Pero, dime, ¿qué tienes tú en contra de los cíclopes?

Annabeth se sonrojó hasta las orejas. Tuve la sensación de que había algo que no me había contado; algo bastante malo.

—Olvídalo—me dijo—. Veamos, el eje de este carro...

—Estás tratándolo como si fuese un ser horrible—dije—. Y me ha salvado la vida varías veces.

Annabeth soltó el lápiz y se puso de pie.

—Entonces deberías diseñar el carro con él.

—Tal vez sí.

—¡Perfecto!

—¡Perfecto!

Se alejó furiosa y yo me sentí aun peor que antes.







Durante los dos días siguientes intenté alejar de mi mente todos los problemas.

Silena Beauregard, de la cabaña de Afrodita, me dio mi primera lección para montar un pegaso. Me explicó que sólo había un caballo alado inmortal llamado Pegaso, pero que en transcurso de los años había engendrado un montón de hijos. Ninguno tan veloz ni tan heroico como él, pero todos llevaban su nombre.

Siendo hijo del dios del mar, volar no era lo mío. Ahora bien, cabalgar en un caballo alado me parecía diferente, no me ponía tan nervioso, ni mucho menos, cómo viajar en avión. Quizá fuese porque mi padre era también el padre del Pegaso original, lo que haría de los caballos alados una suerte de... territorio neutral.

Además, yo podía captar sus pensamientos y no me alarmaba cuando mi pegaso echaba a galopar sobre las copas de los árboles o cuando se lanzaba a perseguir por las nubes a una bandada de gaviotas.

El problema era que Tyson también quería montar un "poni gallina", y los pegasos se asustaban en cuanto se les acercaba. Yo les decía que Tyson no les haría daño, pero ellos no parecían creerme, y él se ponía a llorar.

La única persona del campamento que no tenía ningún problema con Tyson era Beckendorf, de la cabaña de Hefesto. El dios herrero siempre había trabajado con cíclopes en su forja, así que Beckendorf se llevaba a Tyson a la armería para enseñarle a trabajar el metal. Decía que en un santiamén conseguiría que Tyson forjase instrumentos mágicos como un maestro.

Después del almuerzo me entrenaba en el ruedo de arena. El manejo de la espada ha sido siempre mi fuerte. La gente decía que yo era mejor en ese terreno que ningún otro campista en los últimos cien años, salvo Luke, quizá. Siempre me comparaban con Luke.

En esa ocasión entrené con la cabaña 7. A los chicos de Apolo les daba verdaderas palizas sin esforzarme. Normalmente entrenaba con las cabañas de Ares o Atenea, que tenían a los mejores combatientes cuerpo a cuerpo, pero ese día la cabaña 5 tenía otras actividades y, después de mi discusión com Annabeth, tampoco quería entrenar con la 6.

Iba también a clase de tiro con arco (los chicos de Apolo se tenían que vengar de alguna manera). Pero con lo malo que yo era, y ahora sin Quirón, la cosa ya no era lo mismo.

En artes y oficios había comenzado un busto de mármol de Poseidón, pero como cada vez se parecía más a Sylvester Stallone, acabé dejándolo. También trepé por la pared de escalada al nivel máximo, que incluía lava y terremotos. Por las tardes, participaba en la patrulla fronteriza. Aunque Tántalo había insistido en que no nos preocupáramos por la protección del campamento, algunos campistas la habíamos mantenido en nuestro tiempo libre.







Por las noches me mataba entrenando más que nunca dentro de mi subconsciente, pero mi mentor claramente notó que algo me sucedía.

—¿Día difícil?—preguntó Hércules alzando una ceja.

Me dejé caer en el suelo de mi subconsciente y miré a la nada.

—Sí... bastante.

Él se cruzó de brazos.

—¿Quieres hablar del tema?

Ladeé la cabeza.

—A los campistas no les agrada Tyson, se burlan de él, lo rechazan...

—Con frecuencia la humanidad reacciona con hostilidad a lo que teme, le teme a lo que no entiende, y no entiende lo que es diferente. La crueldad muchas veces no es más que una forma de protección, refugiándose en los que se te parecen y alejando a aquellos que no. ¿De dónde crees que nació el racismo?

—Ahora también estoy deprimido, gracias.

Hércules suspiró.

—Mira, Percy, los semidioses jamás dejaran de rechazar a tu hermano hasta que él les de razones para que se detengan—me explicó—. El desprecio y odio constante a un alma tan pura suele dar origen a los peores y más terribles monstruos. Tienes que asegurarte de que Tyson comprenda lo que suceda, que lo afronte de la mejor manera posible y que se gane el respeto de los demás, antes de que se haga demasiado tarde.

—Suena a que lo has visto con tus propios ojos.

Su mirada se ensombreció.

—Hay individuos que se ganan el respeto y amor de todos a su alrededor, incluso después de sólo conocer el odio. Los mejores reyes, los grandes emperadores, pueden surgir de conocer el dolor de primera mano—me contó—. Pero si sólo conocen el odio y no hay nada más, entonces se vuelven criaturas que emergen de las sombras sólo para satisfacer sus más primitivos deseos.

—Me estás diciendo que...

—Si tu hermano en algún momento llega a sentir que las emociones lo sobrepasan, tú debes ser la guía que lo lleve por el camino correcto.

Asentí lentamente.

—Yo... entiendo, sí.

Señaló mi brazo derecho.

—Ahora, bien, ¿me explicas que te pasó?

Escondí el brazo tras mi espalda y reí nerviosamente.

—Bueno... es una larga historia que puede llegar a involucrar... toros de bronce y el Apheles Heros...

Hércules me miró muy fijamente.

—¿Intentaste golpear a un toro de bronce con el Apheles Heros?

Ladeé la cabeza lentamente.

—Tal... vez...

El se palmeó la cara.

—Percy, sólo con tu masa muscular y peso no es suficiente para usar el puño del gran héroe.

—Sí... lo noté.

—Mira, el cuerpo mortal no está diseñado para resistir la presión que aplicas en tu brazo. Y el impacto es devastador en los dos sentidos. No te recomiendo volver a usar ese ataque, al menos no hasta que...

Se detuvo en seco, dudando.

—¿Hasta que...?

El negó con la cabeza.

—Esperemos que no tengamos que llegar a eso—me dijo—. Pero si alguna vez sacas al perro de los infiernos... entonces siéntete libre de usar el golpe.

Asentí con la cabeza seriamente. Hércules rara vez hablaba del último trabajo, y si lo hacía era para advertirme que jamás lo utilizara a menos que fuera una situación no de vida o muerte, sino lo que le seguía.

—Pero... debe de haber una manera de usar el Apheles Heros sin dañarme—sugerí—. Quiero decir, es una técnica poderosa que no hace crecer la marca.

Hércules hizo una mueca de concentración y se rascó la barbilla.

—En realidad... tal vez pueda funcionar—me dijo—. Si redirigirnos la energía a tu espada en lugar de a tu brazo...

—Y en lugar de un puñetazo frontal hacemos un corte de arco descendente...

Él sonrió.

—Sí, podría funcionar... trabajemos en ello.







La noche antes de la carrera, Tyson y yo terminamos nuestro carro. Era genuinamente increíble. Tyson había hecho las partes de metal en la forja del campamento, y yo lijé las maderas y lo monté todo. Era azul y blanco, con un dibujo de olas a ambos lados y un tridente pintado en la parte delantera. Después de todo aquel trabajo, era de justicia que Tyson se situara a mi lado en la carrera, aunque sabía que a los caballos no les gustaría y que su peso extra sería un lastre y nos restaría velocidad.

Cuando íbamos a acostarnos, Tyson me vio ceñudo y preguntó:

—¿Estas enfadado?

—No, no estoy enfadado.

Se echó en su litera y permaneció callado en la oscuridad. Su cuerpo era mucho más grande que el colchón y cuando se cubría con la colcha, los pies le asomaban por debajo.

—Soy un monstruo.

—Eso no es malo.

—Lo se... Seré un buen monstruo. Y no tendrás que enfadarte.

No supe que responder. Miré el techo y sentí que me estaba muriendo poco a poco, al mismo tiempo que el árbol de Thalia... aunque considerando todo el asunto del éxodo y la marca... sí, era posible.

—Es solo... estoy preocupado por el campamento—procuré evitar que se me quebrara la voz—. Y además tengo un amigo, Grover, que quizá corra peligro. Siento que debería hacer algo, pero no sé qué.

Tyson permaneció callado.

—No es culpa tuya—añadí—. Solamente siento qué hay demasiado sobre mis hombros y que no puedo lidiar con todo. De un momento a otro pase a tener que hacer de hermano mayor ¿entiendes?

Oí un ruido sordo y grave. Tyson estaba roncando.

Suspiré.

—Buenas noches, grandulón.

Y yo también cerré los ojos.








Estaba preparado para el entrenamiento de esa noche. Habíamos teorizado una forma de aplicar el Apheles Heros en el uso de la espada y estaba deseoso de probarlo.

Pero el destino tenía otros planes para mis sueños.

Empezamos por decir... que Grover tenía un vestido de novia.

No le quedaba muy bien que digamos; era demasiado largo y tenía el dobladillo salpicado de barro seco, el escote se le escurría por los hombros y un velo hecho jirones le cubría la cara.

Estaba de pie en una cueva húmeda, iluminado únicamente con antorchas. Había un catre en un rincón y un telar anticuado en el otro, con un trozo de tela blanca a medio tejer en el bastidor. Me miraba fijamente, como si yo fuera el programa de telefilm que había estado esperando.

—¡Gracias a los dioses!—gimió—. ¿Me oyes?

Mi yo dormido fue algo lerdo en responder. Seguía mirando alrededor y registrando todo: el techo de estalactitas, aquel hedor a ovejas y cabras, los gruñidos gemidos y balidos que parecían resonar tras una roca del tamaño de un frigorífico que bloqueaba la única salida, como si más allá hubiese una caverna mucho más grande.

—¿Percy?—dijo Grover—. Por favor; no tengo fuerzas para proyectarme mejor. ¡Tienes que oírme!

—Te oigo—dije—. Grover, ¿qué ocurre?

Una monstruosa voz bramó detrás de la roca:

—¡Ricura! ¿Ya has terminado?

Grover dio un paso atrás.

—¡Aún no, cariñito!—gritó con voz de falsete—. ¡Unos pocos días más!

—¡Pero...! ¿No han pasado ya las dos semanas?

—N-no, cariñito. Sólo cinco días. O sea que me faltan doce más.

El monstruo permaneció en silencio, quizá tratando de hacer el cálculo. Debía de ser peor que yo en aritmética, porque acabó respondiendo:

—¡Está bien, pero date prisa! Quiero VEEEEER lo que hay tras ese velo, ¡je, je, je!

Grover se volvió hacia mí.

—¡Tienes que ayudarme! ¡No queda tiempo! Estoy atrapado en esta cueva. En una isla en medio del mar.

—¿Dónde?

—No lo sé exactamente. Fui a Florida y doble a la izquierda.

—¿Qué? ¿Cómo pudiste...?

—¡Es una trampa!—dijo Grover—. Ésa es la razón de que ningún sátiro haya regresado nunca de esta búsqueda. ¡Él es el pastor, Percy! Y tiene eso en su poder. ¡Su magia natural es tan poderosa que huele exactamente como el gran dios Pan! Los sátiros vienen aquí creyendo que han encontrado a Pan y acaban devorados por Polifemo.

—¿Poli... qué?

—El cíclope—dijo una nueva voz.

Me volví y sonreí. Grover dio un respingo.

—¿Pero qué...?

—Ah sí, Grover, te presento a Hércules.

Grover saludó nerviosamente.

—Ho... hola, señor... ¿q-qué tal...?

Miré a pl dios.

—¿Y... qué haces aquí?

—Sentí otra presencia en tu mente y vine aquí a investigar—se encogió de hombros y se volvió a Grover—. ¿Nos vas a terminar de contar tu problema?—preguntó Hércules alzando una ceja.

—S-sí, lo siento—se disculpó Grover—. Es sólo que estoy nervioso.., usted es... ósea, no es... pero sí...

—¡Grover!—lo urgí.

—¡Lo siento!—volvió a decir—. Casi logré escapar. Recorrí todo el camino hasta St. Agustine.

—Pero él te siguió—dije, recordando mi primer sueño—. Y te atrapó en una boutique de vestidos de novia.

—Exacto. Mi primera conexión con empatía debió funcionar, después de todo. Y mira, ese vestido de novia es lo único que me ha mantenido con vida. Él cree que huelo bien, pero yo le dije que era un perfume con fragancia de cabra. Por suerte no ve demasiado; aún tiene el ojo medio cegado desde la última vez que se lo sacaron, pero pronto descubrirá lo que soy. Me ha dado sólo dos semanas para que termine la cola del vestido. ¡Y cada vez está más impaciente!

—Espera un momento—intervino Hércules—. El cíclope cree que eres...

—¡Sí!—gimió Grover—. ¡Cree que soy una cíclope y quiere casarse conmigo!

En otras circunstancias habría estallado en carcajadas, pero el tomó de Grover era serio y temblaba de miedo.

—¡Iré a rescatarte!—le prometí—. ¿Dónde estás?

—En el Mar de los Monstruos, por supuesto.

Hércules me miró.

—¿El mar de qué?

—No tengo idea...

Ambos míranos a Grover.

—¡Ya se los dije! ¡No sé exactamente dónde! Y escucha, Percy, de verdad que lo siento, pero esta conexión por empatía... Bueno, no tenia alternativa. Nuestras emociones ahora están conectadas. Y si yo muero...

—No me lo digas: también moriré yo.

—Bueno, tal vez no, quizá sigues viviendo en un estado vegetativo durante años. Pero, eh... sería todo mucho mejor si me sacaras de aquí.

—¡Ricura!—bramó el monstruo—. ¡Es hora de cenar! ¡Y hay deliciosa carne de cordero!

—Tengo que irme—lloriqueó Grover—. ¡Date prisa!

—¡Espera! Has dicho que él tiene "eso"... ¿El qué?

La voz de Grover ya se estaba apagando.

—¡Dulces sueños! ¡No me dejes morir!

El sueño se desvaneció y me desperté con un sobresalto. Era plena madrugada. Tyson me miraba preocupado con su único ojo.

—¿Te encuentras bien?—me pregunto.

Un escalofrío me recorrió la columna al oír su voz. Sonaba casi exactamente igual que la del monstruo que acababa de oír en mi sueño.







La mañana de la carrera hacía calor y mucha humedad. Una niebla baja se deslizaba pegada al suelo como vapor de sauna. En los árboles se habían posado miles de pájaros: gruesas palomas blanco y gris, aunque no emitían el arrullo típico de su especie, sino que una especie de chirrido metálico que recordaba al sonar de un submarino.

No le agradaban en lo más mínimo, el sólo verlas me producía un malestar que no comprendía.

Las pista de la carrera había sido trazada en un prado de hierba situado entre el campo de tiro y los bosques. La cabaña de Hefesto había utilizado los toros de bronce, domesticados por completo desde que les habían machacado la cabeza, para aplanar una pista oval en cuestión de minutos.

Habían gradas de piedra para los espectadores: Tántalo, los sátiros, algunas ninfas y todos los campistas que no participaban. El señor D no apareció. Nunca se levantaba antes de las diez de la mañana.

—¡Muy bien!—anuncio Tántalo cuando los equipos empezaron a congregarse en la pista. Una náyade le había traído un gran plato de pasteles de hojaldre y, mientras hablaba, su mano derecha perseguía un palo de nata y chocolate por la mesa de los jueces—. Ya conocéis las reglas: una pista de cuatrocientos metros, dos cuelgas para ganar y dos caballos por carro. Cada equipo consta de un conductor y un guerrero. Las armas están permitidas y es de esperar que haya juego sucio. ¡Pero tratad de no matar a nadie!—Tántalo nos sonrió como si fuéramos unos chicos traviesos—. Cualquier muerte tendrá un severo castigo. ¡Una semana sin malvaviscos con chocolate en la hoguera! ¡Y ahora, a los carros!

Beckendorf se dirigió a la pista. Su carro era un prototipo hecho de hierro y bronce, incluidos los caballos, que eran autómatas mágicos como los toros de Cólquide. No tenía la menor duda de que aquel carro albergaba toda clase de trampas mecánicas y más prestaciones que un Maserati con todos sus complementos.

Del carro de Ares, color rojo sangre, tiraban dos horripilantes esqueletos de caballo. Clarisse subió con jabalinas, bolas con púas, abrojos metálicos, y un montón más de artilugios peligrosos.

El carro de Apolo, elegante y en perfecto estado, era todo de oro y lo tiraban dos hermosos palominos de pelaje dorado, cola y crin blanca. Su guerrero estaba armado con un arco, aunque había prometido que no dispararía flechas normales a los conductores rivales.

El carro de Hermes era verde y tenía un aire anticuado, como si no hubiese salido del garaje en años. No parecía tener nada de especial, pero lo manejaban los hermanos Stoll y yo temblaba sólo de pensar en las jugarretas que debían de haber planeado.

Quedaban dos carros: uno conducido por Annabeth y otro por mí.

Antes de empezar la carrera, me acerqué a ella y empecé a contarle mi sueño. Pareció animarse cuando mencioné a Grover, pero en cuanto le expliqué lo que me había dicho, volvió a mostrarse distante y suspicaz.

—Lo que quieres es distraerme—decidió ella.

—¿En serio crees que yo haría eso?

—Como si Grover tuviese que ir a tropezar precisamente con lo único que podría salvar al campamento.

—¿Qué quieres decir?

Ella puso los ojos en blanco.

—Vuelve a tu carro, Percy.

—No me inventé nada. Grover corre peligro, Annabeth.

Ella vaciló, intentando decidir si confiaba en mí o no. Pese a nuestras peleas ocasionales, juntos habíamos superado muchas cosas. Y yo sabía que ella no quería que le pasara nada malo a Grover.

—Percy, una conexión por empatía es muy difícil de establecer. Quiero decir que lo más probable es que estuvieras soñando.

—El Oráculo—dije—. Si no me crees, podemos consultar al Oráculo.

Annabeth frunció el ceño. Ella sabía que no me plantearía hacer eso si no estuviese hablando en serio.

Antes de que pudiera responder, sonó la caracola.

—¡Competidores!—gritó Tántalo—. ¡A sus puestos!

—Hablaremos después—me dijo Annabeth—. Cuando haya ganado la carrera.

Mientras iba a mi carro, advertí que había muchas más palomas en los árboles soltando aquel chirrido enloquecedor y haciendo que crujiera el bosque entero. Nadie parecía prestarles atención, pero a mí me ponían nervioso; sus picos brillaban de un modo extraño y sus ojos relucían más de lo normal.

Tyson tenía problemas para controlar los caballos. Tuve que hablar con ellos un buen rato para calmarlos.

"¡Es un monstruo, señor!"—se quejaban.

"Es hijo de Poseidón"—les dije—. "Igual que yo"

"¡No!"—insistían—. "¡Monstruo! ¡Devorador de caballos! ¡No es de fiar!"

"Os daré terrones de azúcar al final de la carrera"—les dije.

"¿Terrones de azúcar?"

"Terrones enormes. Y manzanas. ¿Ya os había dicho lo de las manzanas?"

Así que se dejaron poner las riendas y los arreos.

Tomé las riendas y llevé el carro hasta la línea de salida. A Tyson le di una estaca de tres metros y le encomendé mantener lejos a los rivales que se acercaran demasiado, así como desviar cualquier cosa que pudieran arrojarnos.

—No golpear a los ponis con el palo—insistía él.

—No—confirmaba yo—. Y tampoco a la gente, si puedes evitarlo. Vamos a correr jugando limpio. Tú limítate a evitarme distracciones para que pueda concentrarme en conducir.

—¡Venceremos!—dijo sonriendo abiertamente.

Mientras los carros se alineaban, en el bosque se iban reuniendo más palomas de ojos relucientes. Chillaban tanto que los campistas de la tribuna empezaron a mirar nerviosamente los árboles, que temblaban bajo el peso de tantos pájaros. Tántalo no parecía preocupado, pero tuvo que levantar la voz para hacerse oír entre aquel bullicio.

—¡Aurigas!—gritó—. ¡A sus marcas!

Hizo un movimiento con la mano y dio la señal de partida. Los carros cobraron vida con estruendo. Los cascos retumbaron sobre la tierra y la multitud estalló en gritos y vítores.

Casi de inmediato se oyó un terrible estrépito. Miré atrás Justo a tiempo para ver como volcaba el carro de Apolo; el de Hermes lo había embestido; tal vez sin querer, o tal vez no. Sus ocupantes habían saltado, pero los caballos, aterrorizados, siguieron corriendo arrastrando el carro de oro y cruzando la pista en diagonal. Travis y Conor Stoll se regocijaron de su buena suerte. Pero no por mucho tiempo, porque los caballos de Apolo chocaron con los suyos y su carro volcó también, dejando en medio del polvo un montón de madera astillada y cuatro caballos encabritados.

Dos carros fuera de combate en los primeros metros. Aquel deporte me encantaba.

Volví a centrarme en la cabeza de la carrera. Íbamos a buen ritmo, por delante de Ares, pero el carro de Annabeth nos llevaba mucha ventaja, ya estaba dando la vuelta al primer poste, mientras su copiloto sonreía sarcástico y nos decía adiós con la mano:

—¡Nos vemos, chavales!

El carro de Hefesto también empezaba a adelantarnos.

Beckendorf apretó un botón y se abrió un panel en el lateral de su carro.

—¡Lo siento, Percy!—chilló.

Tres bolas con cadenas salieron disparadas hacia nuestras ruedas. Nos habrían destrozado si Tyson no las hubiese desviado con un golpe rápido de su estaca. Además, le dio un buen empujón al carro de Hefesto y lo mandó dando tumbos de lado mientras nosotros nos alejábamos.

—¡Buen trabajo, Tyson!—grité.

—¡Pájaros!—exclamó él.

—¿Qué?

Avanzamos tan deprisa que apenas oíamos ni veíamos nada, pero Tyson señaló hacia el bosque y entonces vi lo que lo inquietaba. Las palomas habían alzado el vuelo y descendían a toda velocidad, como un enorme tornado, directamente hacia la pista.

No me agradaba en lo absoluto.

Hicimos el primer giro con las ruegas chirriando y el carro a punto de volcar, pero ahora estábamos sólo a tres metros de Annabeth. Si conseguía acercarme un poco más, Tyson podría usar su estaca...

El copiloto de Annabeth ya no reía. Sacó una jabalina de la colección que llevaba y me apuntó al pecho. Iba a lanzarme la cuando se produjo un gran griterío.

Miles de palomas le lanzaban en trompa contra los espectadores de las gradas y los demás carros. Beckendorf estaba completamente rodeado. Su guerrero intentaba ahuyentarlas a manotazos, pero no veía nada. El carro viró, se salió de la pista y corrió por los campos de fresas con sus caballos mecánicos echando humo.

En el carro de Ares, Clarisse dio órdenes a gritos a su guerrero, que cubrió de inmediato la canastilla con una malla de camuflaje. Los pájaros se arremolinaron alrededor, picoteando y arañando las manos del tipo, que trataba de mantener la malla en su sitio. Clarisse se limitó a apretar los dientes y siguió conduciendo. Sus esqueletos de caballo parecían inmunes a la distracción. Las palomas picoteaban inútilmente sus cuencas vacías y atravesaban volando su caja torácica, pero los corceles continuaban galopando como si nada.

Los espectadores no tenían tanta suerte. Los pájaros acometían contra cualquier trozo de carne que hubiese a la vista y sembraban el pánico en todas partes. Ahora que estaban más cerca, resultaba evidente que no eran palomas normales; sus ojos pequeños y redondos brillaban de un modo maligno, sus picos eran de bronce y, a juzgar por los gritos de los campistas, afiladísimos.

—¡Pájaros del Estínfalo!—gritó Annabeth. Redujo la velocidad y puso su carro junto al mío—. ¡Si no logramos ahuyentarlos, devorarán a todo el mundo hasta los huesos!

—Tyson—dije—, debemos dar la vuelta.

—¿Vamos en la dirección equivocada?—preguntó.

—Eso siempre—dije con un gruñido, y dirigí el carro a las tribunas.

Annabeth corría a mi lado.

—¡Héroes, a las armas!—gritó. Pero no creo que nadie la oyera entre los rechinantes graznidos y el caos general

Mantuve las riendas en una mano y logré sacar a Contracorriente justo cuando una oleada de pájaros se abalanzaba sobre mi rostro, abriendo y cerrando su pico metálico. Los acuchillé en el aire con violentos mandobles y se disolvieron en una explosión de polvo y plumas. Pero quedaban miles aún. Uno de ellos me picoteó el trasero y poco me faltó para abandonar el carro de un salto.

Annabeth no tenía mejor suerte. Cuanto más cerca estábamos de las tribunas, más densa era la nube de pájaros que nos rodeaba.

Algunos espectadores trataban de contraatacar y los campistas de Atenea reclamaban sus escudos. Los arqueros de la cabaña de Apolo habían sacado sus arcos y flechas, y se disponían a usarlos para terminar con aquella amenaza, pero con tantos campistas rodeados de pájaros, era peligroso disparar.

—¡Son demasiados!—le dije a Annabeth.

Ella atravesó una paloma con su cuchillo.

—¡Hércules utilizó el ruido! ¡Campanas de latón! Las ahuyentó con el sonido más horrible que pudo...

Sujeté con fuerza el mango de mi espada.

—Tengo otra idea.

Frené el carro y bajé de un salto.

Annabeth se detuvo a mi lado y me miró con los ojos muy abiertos.

—No—me dijo—. No estarás pensando en...

—Sí, precisamente.

Tomé mi espada con las dos manos y la sujeté como si fuera un bate de beisbol. Respiré profundamente y me concentré.

—¡Espera!—me advirtió Annabeth—. ¡Es demasiado peligroso! ¡Debe de haber otra manera!

—Otra manera, sí—confirmé—. Tiempo, no tanto.

El copiloto de Annabeth nos miró confundido.

—¿De qué están hablando...?

—Cállate Malcom—le dije.

Cerré los ojos, la marca en mi cuerpo empezó a doler aún más intensamente que de costumbre. Abrí mis ojos de golpe y sentí el poder fluir por mi cuerpo, así como el dolor.

Pero entonces dude.

Tal vez Annabeth tenía razón. Estaba arriesgando mi vida, cavando mi propia tumba, para resolver un problema que quizá se pudiera arreglar de otra forma.

Además, estaba en público, a la vista de todo el campamento, tal vez ese no era el momento o el lugar para usar mi poder.

Miré a las gradas, esas aves del demonio estaban atacando a mis amigos, podía oír sus gritos de dolor. Veía la sangre chorrear de sus heridas y los trozos de carne que los pájaros les arrancaban.

No podía permitirme dudar, no iba a perder un solo segundo más en buscar otra opción. Tenía el poder para acabar con todo eso de una vez y lo iba a hacer.

Clarisse acababa de cruzar la línea de meta sin la menor oposición, y sólo entonces pareció darse cuenta de lo grave que era la situación.

—¡Vengan acá!—nos gritó—. ¡No se queden allí parados! ¡La lucha es aquí!—desenvainó su espada y se fue hacia las tribunas.

Solté un gruñido de dolor, apreté el mango de la espada y esta empezó a cambiar de forma: su guarda se extendió hasta convertirse en dos enromes alas de bronce y su hoja tomó la forma de un afilado pico en la punta de la cabeza de un águila.

Malcom, el hermano de Annabeth, abrió mucho los ojos.

—¡¿Pero que Hades?!

—Cállate Malcom—ordenó Annabeth, mirándome con preocupación.

Yo asentí con la cabeza, y con un gruñido balanceé mi espada.


¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!

¡¡QUINTO TRABAJO!!

¡¡¡AVE DE ESTÍNFALO: EL PÁJARO QUE DA BRISA!!!



Lancé un golpe hacia el cielo, trazando un arco en el aire.

Una gigantesca ráfaga de vientos huracanados cruzó el aire hasta las gradas, impactando directamente contra todos, amigos y enemigos por igual. Sin embargo no hizo ningún daño a ningún semidiós o espíritu de la naturaleza.

El viento arrastró consigo a las Aves de Estínfalo, llevándoselas hasta lo alto.

Acto seguido bajé mi espada con forma de águila y golpeé el suelo. Las aves se vieron arrastradas por la ráfaga huracanada una vez más, estrellándose todas contra el suelo y estallando en una nube de polvo.

El polvo se despejó, en la zona que había golpeado el suelo se había abierto un enorme canal en la tierra de varias decenas de metros. No quedaba un solo pájaro a la vista, el viento se calmó por completo.

Había un silencio de muerte.

El campamento estaba salvado, pero los daños eran muy serios; la mayoría de los carros había sido totalmente destruida. Casi todo el mundo estaba herido y sangraba a causa de los múltiples picotazos, y las chicas de la cabaña de Afrodita chillaban histéricas porque les habían arruinado los peinados y rajado los vestidos.

—¿Qué acaba de pasar?—preguntó uno de los campistas.

Todos me miraban fijamente.

Yo no pude responder. Intenté dar un paso y caí al suelo, presa del agónico dolor.

—¡Dioses!—dijo alguien—. ¡La marca...!

—¡Está creciendo...!

Efectivamente, allí tirado en el suelo, podía sentir el terrible dolor extenderse por mi ser, cubriendo gran parte de mi cara, bajando por mi pierna derecha hasta llegar a la rodilla, cubriendo mi pecho y deteniéndose en mi hombro izquierdo.

No podía ni pensar, sólo podía sentir dolor. Logra alzar la cabeza, los demás campistas se acercaban rápidamente, pero aún tenía tiempo de decir algo sin que me escuchasen todos. Miré a Annabeth débilmente y susurré, apenas audible:

—Invéntate algo...

Entonces todo se volvió negro y quedé inconsciente.


...

Bueno, les quería avisar que hace no mucho empecé otra historia llamada "El Rey de los Fantasmas", y creo que ya todos se hacen una idea de quién trata.

Bueno, me harían un gran favor si van a echarle un ojo, gracias.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro