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En cuanto me repuse del hecho de que mi profesor de latín era una especie de caballo, dimos un paseo, aunque puse mucho cuidado de no caminar detrás de él, por experiencia propia puedo decir que nunca hay que confiar en la parte trasera de un equino.

Pasamos junto al campo de voleibol y algunos chicos se dieron codazos. Uno señaló el estuche con los cuernos que yo llevaba. Otro dijo: "Es el"

La mayoría de campistas eran mayores que yo, y la mayoría de sátiros mayores que Grover, quienes por cierto trotaban por el campo sin cubrir sus peludos cuartos traseros.

No es que sea tímido ni nada, pero me incomodaba la manera en la que todos me miraban, como si esperaran que me pudiera a hacer piruetas o algo así.

No ayudaba tampoco el hecho de que cada pocos pasos yo diera un traspié y tuviera que detenerme a recobrar el aliento mientras mi adolorido cuerpo se debatía entre si funcionar o no.

Al menos Quirón tuvo el gran detalle de caminar a un ritmo al que yo le pudiera seguir el paso, incluso con mis ocasionales descansos.

Me volví para mirar la casa. Era mucho más grande de lo que le había parecido: cuatro plantas, color azul cielo con madera blanca, como un balneario a gran escala. Estaba examinando la veleta con forma de águila que había en el tejado cuando algo captó mi atención, una sombra en la ventana más alta del desván a dos aguas. Algo había movido la cortina, solo por instante, y tuve la certeza de que me estaba observando.

—¿Qué hay ahí arriba?—le pregunté a Quirón.

Él miró hacia donde yo señalaba y la sonrisa se le borró del rostro.

—Sólo un desván.

—¿Vive alguien ahí?

—No.—Respondió tajante—. Nadie.

Tuve la impresión de que decía la verdad. No obstante algo había movido la cortina.

—Vamos, Percy—me urgía Quirón con demasiada premura—. Hay mucho que ver.





Paseamos por campos donde los campistas recogían fresas mientras un sátiro tocaba una melodía en una flauta de junco.

Quirón me contó que el campamento producía una buena cosecha que exportaba a los restaurantes neoyorquinos y al monte Olimpo.

—Cubre nuestros gastos—aclaró—. Y las fresas casi no dan trabajo.

También me dijo que el señor D producía ese efecto en las plantas frutícolas: se volvían locas cuando estaba cerca. Funcionaba mejor con los viñedos, pero le habían prohibido cultivarlos, así que plantaba fresas.

Observé al sátiro tocar la flauta. La música provocaba que los animalillos y bichos abandonaran el campo de fresas en todas direcciones, como refugiados huyendo de un terremoto. Me pregunté si Grover podría hacer esa clase de magia con la musica, y si seguirá en la casa, aguantando el regaño del señor D.

—Grover no tendrá problemas, ¿verdad?—le pregunté a Quirón—. Quiero decir... ha sido un buen protector. De verdad.

Quirón suspiró.

—Grover tiene grandes sueños, Percy. Quizá incluso más grandes de lo que sería razonable. Pero, para alcanzar su objetivo, antes tiene que demostrar un gran valor y no fracasar como guardián, encontrar un nuevo campista y traerlo sano y salvo a la colina Mestiza.

—¡Pero si eso ya lo hizo!

—Estoy de acuerdo contigo—convino Quirón—, más no me corresponde a mí tomar la decisión. Dioniso y el Consejo de los Sabios Ungulados deben juzgarlo. Me temo que podrían no ver este encargo como un logro. Después de todo, tenemos entre manos el desafortunado... destino de tu madre. Por no mencionar que tanto Grover como tú estaban inconscientes cuando los encontramos en la colina. El consejo podría poner en duda que eso demostrará el valor de Grover.

Quería protestar. Nada de lo que había ocurrido era culpa de Grover. Él no podría haber evitado que le cayera un rayo, después de todo.

—Le darán una segunda oportunidad, ¿no?

Quirón se estremeció.

—Me temo que ésta era su segunda oportunidad, Percy. El consejo tampoco es que se muriera de ganas de dársela, después de lo qué pasó la primera vez, hace cinco años. El Olimpo lo sabe, le aconsejé esperar antes de volver a intentarlo. Aún es pequeño...

—¿Cuántos años tiene?

—Bueno, veintiocho.

—¿Qué? ¿Y está en sexto?

—Los sátiros tardan el doble de tiempo en madurar que los humanos. Grover ha sido el equivalente a un estudiante de secundaria durante los últimos seis años.

—Eso es horrible.

—Pues sí—convino Quirón—. En cualquier caso, Grover es torpe, incluso para la media de sátiros, y aún está muy verde en la magia del bosque. Además, se le ve demasiado ansioso por perseguir su sueño. A lo mejor ahora encuadra otra ocupación...

—Eso...—gruñí—...no es justo. ¿Qué pasó la primera vez? ¿De verdad fue tan terrible?

Quirón apartó la mirada con rapidez.

—Mejor seguimos, ¿no?

Pero yo no estaba dispuesto a cambiar de tema tan fácilmente. Se me había ocurrido algo cuando Quirón habló del destino de mi madre, como si evitara a propósito la palabra muerte. Una idea empezó a chisporrotear en mi mente.

—Quirón, si los dioses y el Olimpo y todo eso es real...

—¿Sí?

—¿Significa que también es real el...—me paré en seco antes de volver a decir esa palabra que Grover no había logrado reconocer antes: Helheim—... el inframundo?

La expresión de Quirón se ensombreció.

—Así es—. Se interrumpió, como para escoger sus palabras con cuidado—. Hay un lugar en que los espíritus van tras su muerte. Pero por ahora... hasta que sepamos más, te recomendaría que te olvidaras de ello.

—¿A qué te refieres con "hasta que sepamos más"?

—Vamos, Percy. Visitaremos el bosque.

...

Mientras nos acercábamos, reparé en la vastedad del bosque. Ocupaba por lo menos una cuarta parte del valle, con árboles tan altos y gruesos que parecían imposible que nadie lo hubiera pisado desde los nativos americanos.

—Los bosques están bien surtidos, por si quieres probar, pero ve armado—me dijo Quirón.

—¿Bien surtidos de que? ¿Armado con qué?

—Ya lo verás. El viernes por la noche hay una partida de "captura la bandera". ¿Tienes espada y escudo?

—¿Yo, espada y...?

—Vale, no creo que los tengas. Supongo que una cinco te irá bien. Luego pasaré por la armería.

Quería preguntar qué clase de campamento de verano tenía armería, pero había mucho más en lo que pensar, así que seguimos con la visita.

Vimos el campo de tiro con arco, el lago de las canoas, los establos (que a Quirón no parecían gustarle demasiado), el campo de lanzamiento de jabalina, el anfiteatro del coro y el estadio donde Quirón dijo que se celebraban lides con lanzas y espadas, y finalmente el comedor: un pabellón exterior rodeado de blancas columnas griegas sobre una colina que miraba al mar. No tenía techo ni paredes.

Al final me enseñó las "cabañas", que en realidad aran una especie de bungalows. Había doce, junto al lago y dispuestas en forma de U, dos al fondo y cinco a cada lado. Sin duda eran las construcciones más estrambóticas que había visto nunca.

Salvo porque todas tenían un número de metal encima de la puerta (impares a la izquierda, pares a la derecha), no se parecían en nada. La número 9 tenía chimeneas, como una pequeña fábrica; la 4, tomateras pintadas en las paredes y el techo de hierba auténtica; la 7 parecía echa de oro puro, brillaba tanto a la luz del sol que era casi imposible mirarla.

Todas daban a una zona comunitaria del tamaño de un campo de fútbol, moteada de estatuas griegas, fuentes, arriates de flores y un par de canastas de básquetbol.

En el centro de la zona comunitaria había una hoguera rodeada de piedras. Aunque la tarde era cálida, el fuego ardía con fuerza. Una niña de unos nueve años cuidaba de las llamas, atizando los carbones con una vara.

—¿No es un poco peligroso?—le comenté a Quirón señalando con la cabeza en la dirección de la pequeña.

Él siguió mi mirada y se rió entre dientes.

—No te preocupes, ella tiene mucha experiencia en el trabajo.

Simplemente me encogí de hombros y seguí con la visita, saludando con la mano a la distancia a la niña de la hoguera, eso pareció alegrarla.

Las dos enormes construcciones del final, la 1 y la 2, parecían un mausoleo para una pareja real, de mármol y con columnas delante. La 1 era la más grande y voluminosa de las doce. Las puertas de bronce pulidas relucían como un holograma, de modo que desde distintos ángulos parecían recorridas por rayos. La 2 tenía más gracia, con columnas más delgadas y rodeadas de guirnaldas de flores. Las paredes estaban grabadas con figuras de pavos reales.

—¿Zeus y Hera?—aventuré.

—Correcto.

—Parecen vacías.

—Algunas lo están. Nadie se queda para siempre en la uno y mucho menos la dos.

De acuerdo. Así que cada construcción tenía a un dios del Olimpo como una mascota. Doce casas para doce Olímpicos. Pero ¿por qué algunas estaban vacías?

Me detuve en la primera de la izquierda, la 3.ñ

No era alta y fabulosa como la 1, sino alargada, baja y sólida. Las paredes eran de tosca piedra gris tachonada con percebes y coral, como si los bloques de piedra hubieran sido extradidos directamente del fondo del océano.

Me quedé paralizado, me sentía dividido, como teniendo un acalorado debate interno.

Una parte de mi quería acercarse a ver más de cerca aquella cabaña, me llamaba, había una sensación agradable y familiar en ella.

La otra parte de mi le temía, me decía que no debía acercarme más de la cuenta. Que había un poder al que no debía hacer enfurecer con mi presencia. Imágenes, parpadeos, pasaban por mi mente a toda velocidad. Un hombre joven, alto y fuerte, con una mirada vacía, cabello rubio y ojos grises azulados. Sostenía un enorme tridente intrincadamente detallado.

—Zeus enalios—murmuré.

Quirón se me quedó mirando intrigado.

—"Zeus de los mares"—tradujo él—. No creo que sea la mejor manera de describirlo, pero sí, es la cabaña de...

—Poseidón, el Tirano de los Mares...—terminé en un tono más sombrío del que pretendía.

—Y una vez más, tienes razón, pero esa no es la mejor forma de describir al agitador de la tierra—confirmó el centauro—. Lo mejor será que continuemos.

La mayoría de las demás cabañas estaban llenas de campistas.

La número 5 también me llamó mucho la atención, pero de una forma menos dividida en mi interior. De echo, me evocaba una sensación algo agradable, como volver a ver a un viejo amigo. No entendía porque.

Era de un color rojo brillante, estaba pintada como si le hubieran cambiado el color arrojándole cubetas de pintura encima. El techo estaba rodeado de alambre de púas. Una cabeza disecada de un jabalí colgaba por encima de la puerta, y sus ojos parecían seguirme. Dentro había un montón de chicos y chacas con caras de malos malosos, jugando vencidas y peleándose mientras sonaba música rock a todo volumen. Quien más ruido hacía era una chica de unos catorce años con cabello castaño que me miró fijamente y lanzó una carcajada malévola.

Definitivamente esa cabaña me producía el efecto opuesto a la numero 3: la 5 parecía llamarme subconscientemente pero definitivamente no me agradaba. Mientras que a la 3 sentía un rechazo subconsciente, pero mi instinto me incitaba a acercarme.

Era raro, así que simplemente seguí con mi camino.

—No hemos visto más centauros—comenté.

—No—repuso Quirón con tristeza—. Los de mi raza son gente salvaje y bárbara, me temo. Puedes encontrarlos en la naturaleza o en grandes eventos deportivos, pero no verás ninguno aquí.

—Dice que de llama Quirón. ¿Es realmente...?

Me sonrió desde arriba.

—¿El Quirón de las historias? ¿El maestro de Hércules y todo aquello? Sí, Percy, ése soy yo.

Una nueva sensación de división se apoderó de mí. Por un lado yo conocía las historias y sabía bien que Quirón fue el maestro de muchos héroes, incluyendo a Hércules. Pero por algún motivo una parte de mi no hallaba sentido a sus palabras y estaba algo así como: "¿Qué, quién, cuándo, dónde, por qué?"

—Pero... ¿no tendría que estar muerto?

Quirón se detuvo.

—¿Sabes?, no podría estar muerto. No depende de mí. Eones atrás los dioses me concedieron mi deseo de seguir trabajando en lo que amaba. Podría ser maestro de héroes tanto tiempo como la humanidad me necesitara.

"Tengo tiempo como la humanidad me necesitara", se repitió como eco en mi cabeza.

Era vagamente consciente de que Quirón seguía hablando, pero yo ya no estaba prestando atención. Mi mente divagaba entre esas últimas palabras: imágenes de batallas, un hombre y su alabarda montado en un gran corcel. Un chico vestido con una hoja de palma portando nudilleras en la mano. Un anciano que sostenía una larga espada japonesa. Y finalmente aquel hombre de vestimenta elegante, arrojando cuchillos en mi dirección.

—Bien, hemos llegado—dijo Quirón, sacándome de mis pensamientos.





Annabeth, la chica rubia que había conocido en la Casa Grande, estaba leyendo un libro delante de la última cabaña de la izquierda, la 11. Cuando llegamos a ella, me repasó con mirada crítica.

Intenté ver qué estaba leyendo: Arquitectura de la antigua Grecia.

Eso no fue lo que me asustó. Lo que lo hizo fue el echo de que todo estaba en griego, y que yo le entendía sin problemas. Sabía que tenía facilidad para el latín, pero eso ya era otro nivel.

—Annabeth—dijo Quirón—, tengo clase de arco para profesores a medio día. ¿Te encargas tú de Percy?

—Sí, señor.

—Cabaña once—me dijo Quirón e indicó la puerta—. Estas en tu casa.

La 11 era la que más se parecía a la vieja y típica cabaña de campamento, con especial hincapié en lo de vieja. El umbral estaba muy gastado y descolorido. En la puerta había uno de esos símbolos del comercio, una vara con dos serpientes enroscadas: un caduceo.

La cabaña estaba llena de chicos y chicas, muchos más que el número de literas. Había sacos de dormir por todo el suelo. Parecía más un gimnasio donde la Cruz Roja hubiera montado un centro de evacuación.

Quirón no entró. La puerta era demasiado baja para él. Pero cuando los campistas lo vieron, todos se pusieron en pie y saludaron respetuosamente con una reverencia.

—Bueno, así pues...—dijo Quirón—. Buena suerte, Percy. Te veo a la hora de la cena.

Y se marchó a galope hacia el campo de tiro.

Me quedé en el umbral luciendo medio muerto y mirando a los otros chicos. Ya no inclinaban la cabeza. Ahora estaban pendientes de mí, calibrándome. Conocía esa parte. Había pasado por ella en bastantes colegios.

—¿Y bien?—me urgió Annabeth—. Vamos.

Así que, naturalmente, al intentar entrar por la puerta di un traspié y por poco y no me caigo de cara contra el suelo.

Hubo algunas risas, pero se pararon en seco al ver que claramente yo no estaba físicamente bien.

Annabeth anunció:

—Percy Jackson, te presento a la cabaña once.

—¿Normal o por determinar?—preguntó alguien.

Yo no supe qué responder, así que Annabeth lo hizo por mí:

—Por determinar.

Todo el mundo se quejó,

Un chico algo mayor que los demás se acercó.

—Bueno, campistas. Para eso estamos aquí. Bienvenido, Percy, puedes quedarte con ese hueco en el suelo, a ese lado.

El tendría unos diecinueve años y vaya si era genial. Era alto y musculoso, de cabello color arena muy corto, ojos azules y sonrisa amable. Lo único que alteraba un poco su apariencia era una enorme cicatriz blanca que le recorría la cara desde el ojo derecho a la mandíbula, una vieja herida de cuchillo o...

Más imágenes en mi cabeza, decenas de cabezas con cuellos serpentinos. Colmillos, garras, un árbol. Acercarse sería un suicidio, pero había algo que necesitaba de ese árbol, y necesitaba alguna forma de conseguirlo.

—Éste es Luke—la voz de Annabeth me sacó de mi visión, principalmente porque sonaba algo distinta. La miré y habría jurado que estaba levemente ruborizada. Al ver que la miraba, su expresión volvió a endurecerse—. Es tu consejero por el momento.

—¿Por el momento?—pregunté.

—Eres un por determinar—me aclaró Luke—. Aún no saben en qué cabaña ponerte, así que de momento estás aquí. La cabaña once acoge a los recién llegados, todos visitantes, evidentemente. Hermes, nuestro patrón, es el dios de los viajeros.

Hermes... una imagen volvía a parpadear en mi cabeza. Un hombre joven, con cabello negro y ojos cafés. Vestido con un traje elegante, saco y corbata, además de guantes blancos en las manos y marcas rojas en la cara.

La imagen no cuadraba con lo que veía en la cabaña.

Observé la pequeña sección de suelo que me habían otorgado. No tenía nada para señalarla como propia, solo los cuernos del Minotauro. Pensé en dejar el estuche allí, pero luego recordé que Hermes también era el dios de los ladrones.

Miré alrededor. Algunos me observaban con recelo, otros sonreían estúpidamente, otros parecían esperar la oportunidad para echar mano a mis bolsillos.

—¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?—pregunté.

—Buena pregunta—respondió Luke—. Hasta que te determinen.

—¿Cuánto tardará?

Todos rieron.

—Vamos—me dijo Annabeth—. Te enseñaré la cancha de voleibol.

—Ya la he visto.

—Vamos.—Me agarró de la muñeca y me arrastró fuera mientras los chicos reían a mis espaldas.





—Jackson, tienes que esforzarte más—dijo Annabeth cundo nos separamos unos metros.

—¿Qué?

Puso los ojos en blanco y murmuró entre dientes:

—¿Cómo pude creer que eras el elegido?

—Pero ¿qué te pasa?—Empezaba a enfadarme—. Lo único que sé es que maté a un tipo tiro...

—¡No hables así!—me increpó Annabeth—. ¿Sabes cuántos chicos en este campamento desearían haber gozado la oportunidad que tú tuviste?

—¡¿De qué matarán a mi madre?!

Ella se quedó en blanco y bajó la mirada algo apenada.

—No... lo siento—se disculpó—. Me refería... a la oportunidad de luchar contra el Minotauro, es por algo que entronamos aquí—explicó.

Traté de controlar mi respiración agitada, me sentía furioso y desubicado, el cuerpo me ardía y dolía aún, y mi mente daba vueltas sin parar, intercalando entre lo que veía y las imágenes sin sentido de mi cabeza.

—Mira, si la cosa con que me enfrenté era realmente el Minotauro, el mismo del mito...

—Claro que lo era.

—Pero sólo había uno, ¿verdad?

—Sí.

—Y murió hace siglos, ¿no? Teseo lo mató en el laberinto. Así que...

—Los monstruos no mueren, Percy. Pueden matarse, pero no mueren.

—No pues gracias. Eso lo aclara todo.

—No tienen alma, como tú o yo. Puedes deshacerte de ellos durante un tiempo, tal vez durante toda una vida, si tienes suerte. Pero son fuerzas primarias. Quirón los llama "arquetipos". Al final siempre vuelven a reformarse.

Pensé en la señora Dodds.

—¿Quieres decir que si matase a uno, accidentalmente con una espada...?

—Esa Fur... quiero decir, tu profesora de matemáticas. Bien, pues ella sigue ahí fuera. Lo único que has hecho es enojarla muchísimo.

—¿Cómo sabes de la señora Dodds?

—Hablas en sueños.

—Casi la llamas algo. ¿Una Furia? Son las torturadoras de Hades, ¿no? El rey de Helheim.

Annabeth miró nerviosa el suelo, como si temiese que se abriese y se la tragara.

—Esa palabra... "Helheim"...—casi podía ver los engranajes de su mente girando—. Si no recuerdo mal es un término escandinavo, nórdico. La tierra de los muertos deshonrosos, me parece.

—Ah...

—Técnicamente no estas mal, aunque por aquí le llamamos Érebo, "sombras".

—Yo... está bien, lo entiendo—murmuré—. Pero, ¿por qué hay tantos chicos en la cabaña once? Está lleno de literas vacías en las otras cabañas.—Señale los edificios vacíos.

Annabeth palideció.

—No se elige la cabaña, Percy. Depende de quiénes son tus padres. O... tu progenitor.—Se me quedó mirando, esperando que lo entendiera.

—Mi madre es Sally Jackson—respondí—. Trabajaba en la tienda de caramelos de la estación Grand Central. Bueno, trabajaba.

—Siento lo de tu madre, Percy, de verdad, pero no me refería a eso. Estoy hablando de tu otro progenitor. Tu padre.

—Está muerto. No lo conocí.

Annabeth suspiró. Sin duda ya había tenido antes esa conversación con otros chicos.

—Tu padre no está muerto, Percy.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Lo conoces?

—No, lato que no.

—¿Entonces cómo puedes decir...?

—Porque te conozco a ti. Y no estarías aquí si no fueras uno de nosotros.

—No conoces nada de mí.

—¿No?—Levantó una ceja—. Seguro que no has parado de ir de escuela en escuela. Seguro te echaron de la mayoría.

—¿Cómo...?

—Te diagnosticaron dislexia, quizá también THDA.

Intenté tragarme la vergüenza.

—¿Y eso qué importa ahora?

—Todo junto es casi una señal clara. Las letras flotan en la página cuando las lees, ¿verdad? Eso es porque tu mente está preparada para el griego antiguo. Y el THDA (eres impulsivo, no puedes estarte quieto en clase), eso son tus reflejos para la batalla. En una lucha real te mantendrían vivo. Y en cuento a los problemas de atención, se debe a que vez demasiado, Percy, no demasiado poco. Tus sentidos son más agudos que los de un mortal corriente. Por supuesto, los médicos quieren recetarte. La mayoría son monstruos. No quieren que los veas por lo que son.

—Hablas como... como si hubieras pasado por lo mismo...

—La mayoría de los chicos aquí lo han hecho. Si no fueras como nosotros no habrías sobrevivido al Minotauro, mucho menos a la ambrosía y al néctar.

"Ambrosía"

Me doblé sobre mi mismo sintiendo un terrible dolor, era casi como si me estuviera consumiendo vivo. Me hervía la sangre y sentía la piel en llamas. Era otra visión. Una copa, un ejército, y dolor... toneladas de dolor sin fin.

—Percy, ¡Percy!—la voz de Annabeth me sacó de la pesadilla.

—La sangre...—murmuré—. Descender... divinidad...

Annabeth no entendió lo que trataba de decirle, simplemente asintió malinterpretándome.

—Sí, Percy—dijo—. Creo que ya lo comprendes, eres uno de los nuestros, un mestizo, un semidiós.

Yo no podía moverme o responder, temblaba violentamente y estaba cubierto de sudor frío, sentía náuseas, pero en lugar de vomitar el contenido de mi estómago, vomitaba palabras con poco sentido.

—Ambrosía.... Sangre... Zeus... Divinidad... héroe... destruir... poder...

—¿Percy? ¿Qué te sucede?

—Éxodo... trabajos...

—¡Percy!

Ella se oía realmente preocupada.

—¡Ambrosía, la sangre de Zeus otorga al héroe el poder de descender a la divinidad!—recité, palabras que salían de lo profundo de mi mente.

—¿Qué estás diciendo...?

—¡Pero destruye a el indigno que codicia el poder de los dioses!

Caí al suelo temblando.

Temblando pero sintiéndome mucho mejor, el dolor había parado por completo, mi cabeza ya no daba vueltas, mis ideas estaban claras y los flashes e imágenes en mi mente se detuvieron por completo, al menos de momento.

Me puse de pie, tambaleante y débil, pero me sentía libre, despejado, como si aquello que quería dejar salir, finalmente lo hubiera hecho.

—¿Q-qué...? ¿Qué fue lo qué pasó?—preguntó Annabeth.

Negué débilmente con la cabeza.

—N-no lo sé...—reconocí—. Pero fuera lo que fuere, me siento mejor ahora.

Entonces una voz hosca exclamó:

—¡Pero bueno! ¡Un novato!

Me volví. La chica corpulenta de la cabaña 5 avanzaba hacia nosotros con paso lento y decidido. Tres chicas la seguían, grandes, feas y con aspecto malvado, todas vestidas con chaquetas de camuflaje.

—Clarisse—suspiró Annabeth—. Este de verdad no es un buen momento. ¿Por qué no te largas a pulir tu lanza o algo así?

—Fijo, señorita Princesa—repuso Clarisse—. Para atravesarte con ella el viernes por la noche.

Erre es korakas!—replicó Annabeth, y de algún modo entendí que en griego significaba "¡Anda a dar de comer a los cuervos!", aunque me dio la impresión de que era una maldición peor de lo que parecía.

—Los vamos a pulverizar—respondió Clarisse, pero le tembló el párpado. Quizá no estaba segura de poder cumplir su amenaza. Se volvió hacia mí—. ¿Quién es este alfeñique?

—Percy Jackson—dijo Annabeth—. Ésta es Clarisse, hija de Ares.

Parpadeé, una imagen se proyectó en mi cabeza, pero sin dolor o malestar, simplemente vino y se fue rápidamente: un gran hombre musculoso con una capa roja a la espalda, un casco de guerra, cabellera rubia y barbilla pronunciada.

La visión no duró mucho, por suerte, así que no me quedé en blanco mirando a la nada como un idiota.

—¿El dios del valor?

Clarisse parpadeó dos veces.

—Es raro que recuerden así a mi padre—dijo entrecerrando los ojos—. Pero sí, Ares, dios de la guerra y el valor.

¿Por qué me refería así a Ares? Bueno, no sabría explicar muy bien porque. Simplemente siempre creí que no era tan mal tipo como todos piensan. Lo único que viene a la gente de Ares es guerra, matanza y brutalidad. Pero la verdad yo siempre preferí concentrarme en el el hecho de que también era dios del valor y la masculinidad.

Digo, suele ser humillado bastante, por Zeus, por Atenea, por Hércules, por Diomedes, por los hermanos alóadas Efilates y Oto, y como olvidar a Hefesto. Pero aún así... había algo en la figura del dios de la guerra, en su mitología, que me decía que no era un mal tipo.

Lastima que sus hijos no pensaban de la misma forma.

Clarisse sonrió con maldad.

—Bien, Prissy, tenemos una ceremonia de iniciación para los novatos.

—Es Percy.

—Da igual. Ven que te la enseño.

—Clarisse...—le advirtió Annabeth—. Está herido y débil, acaba de tener alguna clase de ataque de...

—Quítate de en medio, listilla.

Clarisse la hizo a un lado sin problemas, aprovechando su tamaño y peso superior. Annabeth me miró con preocupación. Supongo que no le importaría lo que me sucediera si no me hubiera visto tan golpeado. Pero el que le importara no servía de nada si aún así no intervenía.

Solté el estuche con los cuernos de Minotauro y miré a la hija de Ares a los ojos.

—Está bien... déjame decirte una cosa—gruñí, débil pero firmemente—. No me agradan en lo absoluto los abusones.

Ella se lanzó a una velocidad increíble a por mi cuello, yo estaba débil y cansado, por lo que no tengo idea de cómo hice para evitar el ataque.

Di un quiebro hacia la derecha y alcé el puño antes te contraatacar, por un segundo mi vista cambió, y mi ahora gigantesco puño se dirigía directamente hacia el rostro de aquel enorme hombre musculoso de cabello rubio, ahora sin el casco.

Mi vista regreso a la normalidad y mi puño dio de lleno en el rostro de Clarisse.

Todos alrededor se quedaron en un profundo silencio.

Respiré con dificultad, tratando de no caerme al suelo y colapsar. El veloz contragolpe de Clarisse me dio de lleno en el estómago y me arrancó el aire de los pulmones antes de lanzarme al suelo.

Ella simplemente me miró, mi puñetazo no parecía haberle causado ni siquiera cosquillas.

—Tienes agallas, te lo reconozco—me dijo—. Y definitivamente estas terrible, ese golpe no hubiera dañado ni a una mosca. Tienes hasta el captura la bandera, entonces recibirás el castigo que te mereces, habiendo recuperado tus fuerzas o no.

Ella y sus amigas se retiraron riendo del lugar.

La cara de Annabeth entró a mi campo de visión, bloqueando el sol que me cegaba.

—Eso pudo haber salido peor—dijo ella—. Tuviste suerte.

—Gracias por la ayuda...—murmuré desde el suelo, tratando se recuperar el aire.

Una visión apareció otra vez en mi mente, no sentía el dolor de ella, pero sabía que estaba adolorido. Miraba al cielo, tirado en el duro suelo de piedra, no entendía muy bien porque, pero estaba hablando con un amigo sobre una vaca y unas medicinas.


Fue raro.

—De cualquier forma, creo que Clarisse ya decidió por mí—dijo Annabeth—, pero da igual, te quiero en mi equipo de captura la bandera.

—Ehh...—musité—. ¿Me ayudas a levantarme?


...

Bien, entiendo que estos primeros capítulos puedan ser un tanto tediosos o repetitivos de leer, ya que son literalmente el libro original con algunos pocos cambios.

Y una disculpa, es un tanto complicado saltearme esto ya que es información importante que no puedo obviar del todo, digo, sí me salteé algunas explicaciones, pero lo que es el Campamento no.

Espero que a partir del captura la bandera la cosa se haga más entretenida de leer, al menos en cuestión de acción.

Y recuerden que cualquier idea es bienvenida, de hecho ya estoy pensando en cómo añadir algunas de las que me dieron ya.


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