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Prólogo/ La Pinta, la Niña y la Santa Maria







12 de Octubre de 1492.

Cerca de las costas de Cayo Samana, las Bahamas.

Coordenadas Geográficas: (23°05′N 73°45′O)

566 años antes del Evento.

El viento soplaba con fuerza. La tripulación de la Santa María corría de aquí para allá, haciendo funcionar los miles de tornillos y eslabones que daban lugar a semejantes embarcaciones. Llevaban días enfrentándose al mal tiempo, y no llegaba el momento de ver tierra firme.

Cristóbal Colón zarpó de España el 3 de Agosto de 1492, con la intención de llegar a las Indias tras cruzar el mar hacía Occidente, y dirigiendo una tripulación de un total de noventa hombres y tres embarcaciones: la Pinta, la Niña, y la Santa María. Dos meses y nueve días después de salir, ocurrió lo deseado: avistaron tierra firme.

– ¡Capitán! — gritó uno de los marineros en ese instante. Su voz derrochaba entusiasmo.

— ¡Tierra a la vista! ¡Lo conseguimos! — gritó entonces sin parar Rodrigo, otro de los tripulantes. Era el veedor del rey en la expedición. Estaba rebosante de emoción y no podía evitar mostrarlo— Esto es increíble...

Cristóbal, que andaba sumido en sus pensamientos y en un millar de cosas más, no se había percatado aun ni era consciente de lo que acababa de suceder. Al instante de escuchar a su hombre gritar desde lo alto del mástil, dirigió su vista hacía proa, y unos segundos después, creyó identificar un trozo de tierra muy alargado que se asomaba entre la neblina y la línea del horizonte.

La isla debía de tener unas diez millas de costa, y el sol se asomaba por el horizonte pintando el paisaje de un color anaranjado. El golpear de las olas removía la nave con temblores gigantescos, y durante unos instantes el capitán se mareó.

Llegaron en cuestión de media hora cerca de las costas avistadas, aunque fue algo más. La tripulación gritaba y cantaba de alegría, y los murmullos que al principio parecían escépticos, con el paso de los minutos se convirtieron en gritos convencidos, que no solo significaban el fin de la travesía, sino el cumplimiento de una importante misión. La exploración era un éxito.

Entre todos esos gritos, ahí estaba Cristóbal, en silencio y disfrutando de la visión de la orilla desde la barandilla de proa, observando tierra firme como si fuera un preciado tesoro olvidado.

Y quizás fue solo fruto de todo eso, de la excitación, o del inmenso deseo de hacer un descubrimiento, pero entonces sucedió algo, que cambiaría para siempre la mente de Cristóbal.  Como si estuviera en una especie de sueño, al capitán le pareció ver durante un segundo una silueta en la orilla de aquella isla. Un instante después de vislumbrar aquel extraño personaje, como llegando desde lejos, sintió una voz en su interior que le habló como si fuera un pensamiento, pero demostrándole que no tenían nada que ver con lo que el pensara.

<<Bienvenido, Cristóbal. Te estábamos esperando. >>

— ¿Cómo...? — contesto él, confuso.

<< ¿No querías llegar hasta aquí?>>

El capitán sacudió la cabeza, confundido. La silueta parecía gesticular en el horizonte. Se le presentaba como una voz extraña; y claramente no sabía hablar español. Parecía extranjera, y los tonos de voz no se parecían a ningún idioma que Cristóbal Colón hubiera escuchado jamás. Por no hablar de su imponente voz, que le llegaba desde la orilla, haciéndolo sentir insignificantemente pequeño. De todas formas, Cristóbal entendía todas y cada una de las palabras que este le decía.

<< No crucéis estas costas, no amarréis en nuestras orillas. Si lo hacéis...>>

— ¿Quién me lo está pidiendo?

<<En realidad, te buscamos desde hace mucho tiempo. ¿Crees que no sabemos cómo has llegado hasta aquí?

—Yo...

<<Esta guerra es mucho más antigua que ellos. "El Temple", ¿no?>> le preguntó aquella voz, retóricamente. <<Son los mismos impostores de siempre, pero con otro nombre. Como los Dioses. Y tú, Cristóbal, sin embargo, solo eres una piedra en el camino. Una piedra en el tablero que evita que se muevan los peones.>>

Cristóbal estaba confuso. Se giró, buscando detrás de si a la primera persona que pudiera encontrar. No vio a nadie.

<<Cuando nos separan tantos años, es muy complicado encontrar el momento y el lugar. Pero aquí estamos. Por fin. Aquí y ahora.>>

— ¡Rodrigo! ¡Ven aquí! — gritó Cristóbal cuando por fin localizo a alguien. Cuando el compañero se acercó, le preguntó, nervioso— ¿crees que habrá alguien en la orilla?

— No parece haber nadie capitán... ¡pero a saber! - contestó el hombre entusiasmado.

Cristóbal se giró entonces de nuevo en dirección a la orilla. No había nadie, ni parecía haberlo habido nunca. Se quedó pensativo.

— Prepararme un bote, quiero acercarme a la orilla el primero. — dijo de repente.

—Pero capitán, ¿no deberíamos ir en grupo...?

— Necesito un momento. — sentenció.

—Las leyes...­—intentó replicarle Rodrigo.

—Iré ahora. — le cortó, tajante.

— Esta bien, ahora mismo transmito la orden capitán.

Mientras Rodrigo y la tripulación preparaban el bote, el capitán se dirigió a sus aposentos. Al entrar, aseguró la puerta detrás de si, para que nadie lo interrumpiera, y luego fue directo a su escritorio y sacó una carpeta de cuero vieja de un cajón. Abrió y buscó dentro con prisa, revolviendo con cuidado algunos papeles hasta encontrar el bolsillo escondido en su interior. Lo abrió y sacó una llave dorada en forma de cruz. Cristóbal se la quedó mirando durante unos instantes. Como preocupado, se dirigió a la puerta y pego el oído a la fría madera que lo separaba del exterior, mientras se aseguraba de que la puerta estuviera cerrada. Se dio la vuelta y se dirigió al mueble biblioteca que hacía de fondo del escritorio de su camarote. Apartó algunos libros de uno de los estantes y los dejo en el suelo. Luego desmontó un apañado doble fondo del mueble. En el fondo del hueco del armario, descansaba una pequeña caja de madera, con acabados dorados y una cerradura en forma de cruz, rodeada por un borde rojo que resaltaba la forma. Cogió la caja y se dirigió al escritorio.

Al abrir la caja, un olor a viejo le golpeo la cara. Había dos tubos porta mapas, cubiertos por una decoración similar a la del cofre. Esta vez, la base del tubo era roja, y los detalles dorados decoraban el tubo con una sutiliza asombrosa. Abrió los tubos y sacó los mapas; los extendió cuidadosamente sobre el escritorio, sujetando las puntas con varios pisapapeles, su reloj de bolsillo, y la piedra de afilar que llevaba siempre en el bolsillo. Eran dos mapas cartográficos a dos escalas diferentes. La más general, mostraba el continente europeo en una esquina, con las costas españolas y Portugal representadas con sus respectivos puertos principales, y las indicaciones pertinentes respecto a su localización. En la otra esquina del papel, alejadas de la península ibérica, había representadas un grupo de islas de grandes dimensiones, también con sus respectivos apuntes sobre la localización.

Cristóbal apoyo ambas manos en el escritorio. Por mucho que estudiara los mapas, seguía sin creerse como podía tener semejante información el Temple, teniendo en cuenta que llevaban más de un siglo desaparecidos y perseguidos. Por lo tanto, aquella información debía tener por lo menos un siglo de antigüedad.

<<Hay tantas cosas que no se.>> pensó.

Por milésima vez, dedicó varios minutos a analizar los pergaminos, fascinado por el nivel de detalle que ofrecía el segundo de ellos. Este era a escala más cercana, y se podían ver claramente un grupo de islas sorprendentemente definidas en los dibujos, cartografiadas hacia más de un siglo como parte de un mapa que pretendía registrar al detalle el mundo entero. A parte de la cartografía, el documento estaba completado con apuntes sobre las profundidades, la flora o la fauna del lugar. Fascinado, Cristóbal localizó fácilmente la isla a la que se estaban acercando en aquel instante, era la más pequeña de todas ellas. Escrito a mano, con una caligrafía escrita con pluma, se leía claramente: "Samana".

Emocionado, el capitán enrolló el pergamino con cuidado y se guardó el portamapas en el bolsillo. Luego volvió a cubierta.

—Todo listo, capitán. — informó Rodrigo al verlo salir. —¿Usted?

—Nací para esto, Rodrigo. — y le dio una ligera palmada en la espalda. — Gracias por permitirme ir primero. Te lo agradezco.

—No hay de que preocuparse, mi capitán. Ha sido un placer realizar esta travesía a su lado. — Cristóbal asintió.

Mientras tanto, Cristóbal no podía dejar de pensar en la conversación tan extraña que acababa de tener.

<< ¿Ha sido si quiera real? Esto no entraba en los planes...>> pensó.

Pero nada iba a impedir a Cristóbal conseguir su objetivo, la combinación de su curiosidad y la importancia de su misión solo tenía un resultado posible: explorar.

Se subió al bote que le habían preparado y la tripulación empezó a descolgarlo. Cuando el bote tocó el agua y volvió a sentirse el oleaje, Cristóbal volvió en sí. Zarpó en dirección a la orilla. Mientras lo hacía, pensaba en que quizás todo había sido una alucinación, fantaseaba con que cuando llegará a tierra firme no habría nadie esperando. Y entonces, simplemente se sentiría como un loco de remate, víctima de algún tipo de alucinación causada por los nervios al alcanzar su ansiado destino.

Las olas golpeaban el bote con fuerza, y el agua saltaba y lo golpeaba en la cara, haciéndole difícil saber hacía donde se dirigía exactamente. Aun así, se resistió a cerrar los ojos lo mayor posible, buscando por enésima vez una señal de que lo que había visto y escuchado había sido real.

Pasado un rato, las primeras olas del día lo acompañaron finalmente hasta la orilla, acariciando el bote en sus últimos metros de viaje, como atrayéndolo finalmente hasta esa pequeña cala donde había visto Cristóbal a ese extraño personaje.

Se bajó con cuidado, y al meter los pies en el agua, la sintió caliente, y el contraste con lo que se esperaba le produjo una sensación de incerteza que le recordó en ese instante por qué había solicitado a los Reyes Católicos un permiso para llevar a cabo semejante exploración. Descubrir y navegar era su mayor aspiración, fuera lo que fuera lo que tuviera que descubrir.

Estaba empujando el bote hacia la orilla para que no se lo llevara la marea, cuando sacó los dos pies del mar y sintió que estaban ya encima de arena seca. Fue entonces cuando lo invadió la inconfundible sensación de que lo estaban observando, y al instante se giró sobresaltado, esperando en lo más hondo de su ser reencontrarse con la silueta que había vislumbrado hacía ya casi una hora desde la Santa María.

Y así fue. Él, o ella, estaba allí, esperándolo. Tan claro y misterioso como la primera vez.

<<Por fin has llegado. Tenemos que hablar de muchas cosas.>>

—¿Qué quieres...? — musitó Cristóbal.

<< ¿Qué queréis vosotros?>>

El extraño hablaba con soltura y lentitud, moviendo los labios de forma hipnotizante al hablar, algo que no pudo evitar llamar la atención de Cristóbal, que aun presenciaba confuso toda la situación. Desprendía la seguridad propia de un rey y de alguien que llevara tiempo esperando, y eso hizo que el capitán se sintiera en cierta forma intimidado. Finalmente, Cristóbal decidió tomar la iniciativa y hablar.

— ¿Estamos en las Indias? — le preguntó.

<< ¿Dónde están para vosotros esas "Indias" de las que habláis?>>

— Aquí, en teoría... — contestó — Venimos de...

<<Sabes perfectamente a donde ibas, Cristóbal. Pero eso no importa ya. >> le cortó el personaje, hablando de nuevo. <<Ahora estáis aquí; y tenéis que elegir.>>

— ¿Elegir? ¿Que se supone que debo elegir? —contestó él, desafiante.

<<Marchaos por donde habéis venido y no digáis nada a nadie. Cruzar de nuevo el mar; guardar el secreto sobre este lugar. Contarle al Temple que no encontrasteis nada.>>

—¿Cómo es posible que sepas...? 

<< ¿Qué no vienes buscando las Indias?>> completo aquella voz de nuevo. Era como escuchar sus propios pensamientos. <<No importa donde estamos, solo importa que estáis aquí, Cristóbal. Eso ya no lo puedes cambiar, pues era tu Destino.>>

—¿De qué me estás hablando? ¿Y porque debería hacerte caso? No existe el Destino — le espetó—y no tengo porque responder ante ti, o vosotros...— corrigió— Y por dios... ¿Como demonios sabes mi nombre? Deja de repetírmelo.

<<Esa es también una opción, y una buena pregunta...—le contestó el personaje—Pero si te la respondo, entonces no podréis volver, ni tendrás opción. Por eso te estamos dando a elegir...>>

Tras varios segundos, Cristóbal pudo escuchar al personaje soltar una carcajada irónica bajo su expresión impasible.

—Esto es un sin sentido inaceptable —le cortó Cristóbal—mandaré llamar a la tripulación y...

<<...Podemos mostrársela a aquellos que se entregan a esta nuestra causa.>> siguió de repente.

—¿Quién eres? — le preguntó.

<<Todo empieza otra vez...>>

— ¿El que...? — contestó confuso.

<<Ya has elegido Cristóbal, solo que no lo sabes aún. >>

— Escojo marcharme...

El extraño hablaba sin parar. Y Cristóbal no podía dejar de escucharlo por alguna extraña razón.

<< Todo empieza otra vez... >>

—¿Qué empieza otra vez? — consiguió decir.

<< ¿Quieres verlo? Puedo enseñártelo...>>

— ¿Que está pasando? ¿Quién eres? ¿Como consigues hablarme...así...? — consiguió decir. Se empezaba a sentir bastante mal.

<< Han pasado tantas cosas... pero nada queda olvidado...Nada>>

—He elegido...No quiero...— dijo.

<<No, nada queda olvidado. No puedes curar una herida infectada si no usas ningún remedio. >>

<<Ningún remedio.>>

<<Esta vez vamos a conseguirlo.>>

—Quiero...— empezó a decir el capitán. Realmente no sabía lo que quería. Ya no.

<<Si, vamos a conseguirlo. Parece una buena oportunidad.>>

Cristóbal se sentía exhausto. Tan exhausto que tuvo que hincar una rodilla. Mientras la apoyaba, consiguió susurrar unas pocas últimas palabras antes de caer rendido ante el ser.

—¿Quienes...sois...?

En ese momento, la silueta se movió hacia él, y luego alargo el brazo con la palma de la mano abierta. En ella, Cristóbal pudo ver borrosamente una especie de párpado cerrado. Se abría y se cerraba dejando entrever un hueco oscuro y cautivador. Era un movimiento lento, pero Cristóbal no pudo hacer nada más que estarse quieto, expectante y petrificado, esperando lo peor, fuera lo que fuera. Un instante después, el personaje posó la mano en su frente, y Cristóbal pudo sentir el frio tacto de su piel y un ligero pinchazo en la sien. Justo después, todo se desvaneció a su alrededor, y sintió como se apagaba el mundo y se quedaba ciego. Luego no hubo nada más, solo oscuridad, y una voz que empezó a recitarle la historia de una guerra que llevaba luchándose miles de años.

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Tras un tiempo que le pareció efímero, el capitán se despertó en el suelo, algo confundido y con un intenso dolor de cabeza. El tacto de la arena en sus manos era como tener harina entre los dedos. La sentía templada, ya calentándose con los primeros rayos de Sol que le ofrecía el amanecer.

Unos minutos después, Cristóbal se levantó y fue hacia el bote con el que había llegado. Luego se dirigió de vuelta a la Santa María, donde lo esperaba expectante su tripulación.

Cuando llegó, Rodrigo lo aguardaba en cubierta, rodeado de unos cuantos marineros que estaban impacientes por escuchar lo que el capitán tuviera que contarles.

la orden que los hiciera moverse para preparar todos los botes y salir en dirección a la orilla.

—¿Y entonces, capitán? ¿Cómo es el interior? —le preguntó, entusiasmado, uno de sus marineros—La verdad es que nos ha asustado cuando lo hemos visto adentrarse en la selva.

Cristóbal se quedó petrificado.

<< ¿Adentrarme? ¿En la selva?>> pensó mientras carraspeaba.

— ¡Es precioso, chicos! ¿A que esperáis? ¡Preparad los botes! —les gritó, esperando que no volvieran a preguntar.

— ¡Si capitán! — contestaron todos al unísono.

Y entonces todo se convirtió en ruido. Gritos de alegría.

Cristóbal aprovechó ese momento para dirigirse a proa, y allí, fue al timón y se lo quedó mirando. Se rebuscó en uno de los bolsillos, y sacó el cuchillo que usaba para pelar fruta y pescado. Luego, como compulsivamente, empezó a rascar con fuerza en el timón con él. Al principio parecía no tener sentido lo que dibujaba, pero luego tomó algo de forma cuando añadió unos últimos detalles. Al final, se veía claramente un sol lanzando rayos de luz hacia abajo. Cristóbal dedicó unos largos minutos a marcar el símbolo con fuerza en el centro del timón.

—¿Que hace, capitán? — le interrumpió de repente Rodrigo, que venía a preguntar si estaba listo para ir a tierra de nuevo. —Está usted extraño...

— No me pasa nada. Necesitaba un momento. —le contestó el capitán.

— Claro capitán, le esperamos. Nosotros estamos listos. —aclaró, risueño. Estaba feliz y emocionado.

— Ahora voy. —le dijo Cristóbal, finalmente.

Rodrigo asintió y se fue. Cristóbal se quedó entonces en silencio, mirando el sol dibujado en el centro del timón. Luego se miró las manos, aquellas con las que había acariciado la arena de las orillas de Samana. Donde se había encontrado con ese extraño personaje. Y luego... Luego no recordaba nada más.

<< ¿Qué me ha pasado?>> se preguntó.

Entonces, de un golpe, clavó el cuchillo que tenía aun en la mano en la barandilla de proa. Y decidió marcharse de nuevo hacia la isla. Donde darían por iniciada oficialmente la exploración.

<<No, no estáis listos, Rodrigo.>>pensó, dirigiéndose hacia los botes. <<Pero lo estaréis.>>

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NOTA: Holaaaa, que ilusión que hayas llegado hasta aquí. ¿Que piensas del primer capitulo? Espero que haya sido de tu agrado y te haya intrigado. Es una introducción a lo que esta por venir, así que no puedo revelar muchas cosas mas jeje

Seria genial saber que pensáis de la historia según vayáis descubriendo mas detalles, así que os animo a seguir con ella y a decirme vuestra opinion/ critica/ o correcciones en cada capitulo sin ningún apuro. Siempre es un placer mejorar, y mucho mas si es junto a otros escritores.

¡Y nada mas!

Bienvenidos a mi mundo mental, donde todo va a ponerse patas arriba, así que seria genial estar acompañado y que se queden a luchar en esta guerra que solo acaba de empezar...

Un abrazo y un saludo de mi parte. Mil gracias de nuevo por apoyarme y por elegir mi estrella entre todo el universo de Wattpad.

Nos leemos❤️

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