Joe. III /1. Herida Abierta
JOE
II
Bahía Negra, cerca de Watertown, EE.UU.
Año 2058.
23 horas antes del Evento.
Herida abierta
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Era ya entrada la tarde del día siguiente, y Nina y Joe acaban de volver de un paseo por el lago. La pareja se encontraba sentada en el sofá. Nina estaba leyendo "Ensayo sobre la ceguera" de José Saramago. El libro se lo había regalado Joe, tenía más de 60 años desde su publicación, pero era sin duda uno de sus libros favoritos. Era sorprendente cuanto se acercaba a la realidad aquella historia. No por la ceguera en si de sus protagonistas, sino por esa pandemia de ciegos voluntarios, que viendo, no veían nada mas allá que su propio ombligo y el de los suyos, sin darse cuenta de que "los suyos" , en realidad, eran todos.
"Que peligroso es ese tipo de ceguera, y que poco nos falta para que el mundo se convierte en un mundo de ciegos con los ojos mas sanos de la historia." pensó Joe, reflexionando sobre aquella historia.
Tras intentar en vano relajarse durante más de media hora; Joe se levantó del sofa y se acercó a la chimenea. Era casi la hora de cenar.
— Ve a cambiarte amor. Ponte cómoda. —le comentó Joe a Nina en un momento dado—Yo preparo el fuego y te acompaño. Nos vemos ahora ¿sí? — le dijo Joe, mirándola con una mezcla de ternura y perspicacia.
Nina se levantó y se acercó a darle un beso. Después, exagerando un gesto sexy con su silueta mientras se giraba, se dirigió hacia la habitación, guiñándole un ojo a Joe desde el borde de la puerta antes de desaparecer. Joe, por su lado, se quedó en la sala de estar, pensativo, y dedicó los próximos minutos a mover los troncos de la chimenea uno por uno; como pretendiendo colocarlos aún mejor de lo que estaban antes. Cada vez mejor.
<< ¿Qué voy a hacer?>> se preguntó <<Todo esto ha sido demasiado real para ser una alucinación. Ya van dos días y no he hecho nada. Ni si quiera he consultado las noticias por miedo a ver algo que me guste aún menos. Tengo que hacer algo ya...>> se dijo.
Al final, decidió que ya estaba bien, y cogió unas pinzas metálicas y una pastilla encendedora. La prendió con el yesquero que tenían allí, y de ella surgió una llamarada azulada que consiguió hacer arder los troncos con inmensa facilidad, transformándolos en un mar furioso y anaranjado.
Desde su marcha, Joe había evitado tener contacto con cualquier elemento que pudiera transmitirles algún tipo de información sobre el exterior. Incluido su móvil. Le había dicho a Nina que estaba harto de tanta información estúpida, y que quería disfrutar unos días de su mutua compañía, como siempre habían hecho. Sin nadie más. A Nina, por su parte, no le fue difícil aceptar la propuesta. Era una chica sencilla, que disfrutaba de las cosas más sencillas, y ese increíble don le había brindado la fantástica capacidad de ver la vida a través de un filtro distinto a la mayoría de las personas. Todo lo parecía bien, y a todo le encontraba el lado bueno. Era luz.
De hecho, todo era un sueño con ella. Para Joe, Nina era su ingrediente de separación entre lo bueno y lo malo; el punto disonante en un mundo malvado y cruel que se autodeterminaba a si mismo cada día. Así pues, las ultimas horas de ese día habrían sido de ensueño si no fuera por la espina que tenía Joe clavada en el corazón. Una espina con nombre y apellido: Kyll Hinston.
Kyll Hinston, ¿Qué podía recordar de él? Era un niño risueño y entrañable; Joe se crio durante gran parte de su infancia a su lado, coincidiendo con él en un orfanato del interior del país. Ahí vivieron juntos unos años, hasta separarse, cuando una familia adoptó a Kyll. Pero su historia no acabo allí; la sorpresa fue cuando un par de años más tarde, la misma familia adoptó a Joe también, convirtiendo a Joe y Kyll oficialmente en hermanos.
Pero Joe era ya un niño roto para entonces. La seguridad social, y, en consecuencia, los orfanatos, hacía tiempo que funcionaban muy mal. Los centros habían pasado de ser escuelas, a ser prácticamente reformatorios, condenando a todos sus niños a adoptar un estilo de vida basado en la violencia. Cuando adoptaron a Kyll, eran suficientemente pequeños como para no andar metidos en muchos problemas, pero los dos años que Joe pasó solo en el orfanato antes de que fuera adoptado, lo condenaron irremediablemente a convertirse en un delincuente. Su pasado en los internados y una suerte desafortunada lo habían convertido en una bala perdida, rebelde. Pero él no tenía ninguna culpa, solo era un niño más, perdido en un sistema que hacía tiempo que no funcionaba bien. Y por eso los Hinston quisieron darle también una oportunidad.
Pero entonces pasaron los meses, y Joe no se enderezaba de ninguna de las maneras. Kyll, por su lado, era todo lo contrario. Demostró a los pocos meses de ser adoptado tener algo genuino, y los Hinston supieron aprovechar la oportunidad para convertirlo en un "cerebrito" muy distinto del que conoció en el internado. Tocaba el piano y acabó por estudiar en casa. Estudiaba solo, y solo sobre todo aquello que decía que le interesaba. Por supuesto, eso no hacía que tuviera más tiempo libre, sino todo lo contrario. Sus padres se encargaron de enseñarle todos los conceptos básicos que creían necesarios, pero la verdad es que le exigían un nivel de entrega en los estudios que un niño de su edad no tendría que soportar. Lo adoctrinaban de una forma bastante severa, aunque, a decir verdad, él siempre pareció llevarlo increíblemente bien. En realidad, la familia Hinston era en ese entonces como dos familias distintas: la de Joe, que se lo permitían todo, y por lo que no tardo en convertirse en una especie de oveja negra; y la de Kyll, que le exigían mucho más de lo que daba, aunque todo lo que diera fuera perfecto.
Un día, Martha, su madre adoptiva, decidió que ya no podía aguantar más, y decidió que el tiempo de Joe con la familia había terminado. Lo echaron de casa, y Joe se quedó en la calle solo con dieciséis años.
Tenían ya una edad para cuando llegó su separación, aunque ya estaban demasiado unidos como para dejar de tener contacto para siempre. Al fin y al cabo, eran hermanos. Al principio visitaba a Kyll a su casa, pero luego dejó de sentirse bienvenido, y dejó de ir. Kyll y él, sin embargo, siguieron viéndose con regularidad, siempre en la calle, parques o en una cafetería para ponerse al día. Pasó el tiempo, y en contadas ocasiones se veían si quiera en una cafetería. Joe tuvo que aprender a buscarse la vida, aunque eso significara meterse en líos.
Un día, sin causa aparente, Joe dejó de tener noticias sobre su hermano. Ni llamadas de vez en cuando; ni mensajes; simplemente desapareció del mapa. Cuando Joe reunió fuerzas para preguntarle a sus padres sobre Kyll, estos le contaron que se había marchado a trabajar al extranjero. Le dijeron que le habían ofrecido una beca, y que él no había podido rechazarla.
Y así, sin más, fue como Joe y Kyll perdieron el contacto antes de cumplir los 20 años. Sin más explicaciones. Joe nunca supo más de él, y la distante relación que mantenía con los padres de Kyll, con los años, se convirtió en la nada más absoluta, como un vació en su corazón con el que había aprendido a lidiar, pero que seguiría allí para siempre como otra astilla más, clavada profundamente en su corazón.
Pero entonces todo había cambiado. Hacía solo unas horas, lo había visto en las noticias. Su cara, y la imagen difusa que recordaba de su rostro, se le había presentado ante sus narices en la televisión, como un recuerdo del pasado. Un dejavú. Era unos años más viejo, o unos cuantos, en realidad, pero estaba allí. Y Joe estaba seguro de haberlo visto.
<< ¿Cómo puedes tener algo que ver con todo esto, Kyll?>> pensó Joe, recordando el carácter risueño, amable e inocente de su hermano. << No entiendo nada. Tengo que conseguir hablar contigo, pero no sé nada de ti desde hace años. Aun así... estoy seguro de que esas eras tú, no ese tal Miguel. Eras tú, Kyll...y tu llamada no pudo ser casualidad. No podías reaparecer de otra manera ¿no capullo?>> pensaba Joe para sí, dejando salir su vena de hermano mayor.
Y fue en ese instante, cuando Joe tomo la decisión de intentar contactar con él, llamarlo de vuelta. Llevaba todo el día inmerso en un mar de dudas. Pero que Kyll lo hubiera llamado significaba algo. Era el punto de conexión entre todo lo que había pasado y ellos. Y Joe se negaba a pensar que fuera malo. No con Kyll. Así que ahora que se sentía algo más tranquilo, era el momento de hacer la llamada y preguntarle a su hermano que demonios estaba sucediendo.
Nina estaba en el baño, así que Joe decidió salir al porche delantero. Una vez allí, saco el móvil y entró en la lista de llamadas perdidas.
<<Kyll>>
Sintió un pinchazo en la sien al leer su nombre. Buscó Kyll en su lista de contactos. El antiguo número. El que ya no contestaba desde que se fue. Era el mismo que lo había llamado.
Marcó y se lo puso en la oreja.
"Piip, piip, piip...número apagado o fuera de cobertura. Por favor, llame más tarde o envíe un mensaje después de la señal... Piiip..."
— ¿Kyll...? Yo...—Joe no podía pensar con claridad.
<< ¿Qué demonios le digo?>>pensó.
— ¡Joey! —le interrumpió su mujer desde el baño. Iban a ducharse antes de cenar.
Lo esperaba en el baño. No lo pillaría llamando a nadie.
—Ya vengo cariño —le dijo con el móvil colocado aún en la oreja, asomándose por la puerta principal.
Con el teléfono aun en la mano, Joe salió de nuevo y se sentó en el banco del porche que daba a la orilla del lago. Había luna llena, y los reflejos de la luz solar llegaban al lago como si un gigantesco pincel de mercurio hubiera pintado una raya ahí en medio. Era hipnotizante.
—Yo...ya sabes quién soy Kyll...Llámame. — le dijo al contestador, finalmente.
<< ¿Qué puedo decir sino?>> pensó.
Tras varios segundos más en silencio y sin decir nada, Joe decidido terminar la llamada sin decirle una palabra más al contestador automático.
"Piip"
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La luz de la luna teñía el cielo de un azul extraño, pero, aunque era un paisaje precioso, Joe no podía sentirse bien. Necesitaba respuestas, pero no sabía cómo encontrarlas. Kyll no contestaba al teléfono, ni a sus mensajes. Hacía cinco minutos que Joe acababa de llamarlo al número antiguo, el mismo desde el que había recibido la llamada en Brooklyn. Pero no había respuesta.
No podía aguantar más. Nina lo esperaba dentro, y Joe no sabía mentirle, no podía. Debía contarle a Nina su posible relación con el atentado, pero no tenía ni idea de por dónde empezar.
<<No puedo esconderlo mucho más. No a Nina.>> pensó mientras revisaba por ultima vez los mensajes del teléfono.
Al entrar de vuelta adentro de la casa, Joe casi se dio de bruces contra su mujer, que lo esperaba justo detrás de la puerta. Vestía un albornoz blanco con bordados dorados que le remarcaba la figura de una forma preciosa. No sabía cuánto rato llevaba allí, pero Joe estaba casi seguro de que se había distraído más tiempo del justificable llamando a Kyll por teléfono.
<< ¿Y para qué? Ni si quiera me ha contestado.>> pensó Joe para sus adentros. <<No tengo respuestas.>>
—¿Quién es Kyll? — le dijo Nina de golpe. —¿Hablabas con Kyll? —le preguntó. Su rostro reflejaba cierto enfado y mucha preocupación.
—¿Qué...? - contestó Joe, tartamudeándolo. << ¿Cómo puede saber su nombre?>>pensó—¿Kyll? No te entiendo cariño.
—Sabes de que hablo Joe. —le dijo, como advirtiéndole, muy seria. — lo vi, vi en tu móvil que quien te llamo fue un tal Kyll. Y estas rarísimo desde entonces. Por no mencionar lo de tu "bajada de azúcar"— dijo, remarcando la ironía mediante un gesto con los dedos—Vamos Joey...Cuéntamelo. Estoy preocupada. ¿Qué hacías ahora?
—Verás...—empezó a decir él, como buscando una forma de salir de esa.
—No. Joe. Quiero saberlo todo- puntualizó Nina, con una media sonrisa asomándole en la cara. — ¿Qué te preocupa tanto? ¿Quién es ese tal Kyll y que pasa? Puedes contarme lo que sea...
Estaba realmente preocupada. Así que Joe intento abordar el tema lo más suavemente posible, y empezó por la parte más entendible para no preocuparla demasiado.
—Kyll es mi hermanastro Nina, o al menos uno de ellos. —le dijo—No sabía de él desde hacía años—le explicó. — Bueno...—continúo entonces—no sabía de él hasta hace unas horas, y aquí es donde empieza lo más extraño y lo que te volará la cabeza...
Y fue entonces cuando Joe tuvo que contarle todo lo que había pasado, y todo lo que pensaba que estaba sucediendo, aunque sonara como una completa locura.
***
—...Y, en fin, el caso es que te juraría que vi a Kyll en ese video Nina, pero luego intente cerciorarme, y ya no era él. Era otro. Otra persona ¿sabes? — y soltó una carcajada— Lo habían cambiado Nina, estoy seguro. —hizo una pausa—Y, por si fuera poco, también existe la llamada perdida en mi móvil desde su antiguo número..., ¿Qué más pruebas necesito para estar seguro de que fue él a quién vi?
—Joey...—empezó a decirle ella—¿Y no has pensado que quizás...que quizás fuera una confusión? Una simple casualidad, no se...—le dijo, como intentando calmarlo con un argumento que ni si quiera ella era capaz de creerse.
<<Cosas así no pasan por casualidad.>>
—Confusión...Claro. ¿Por qué no se me había ocurrido antes? — dijo Joe. El sarcasmo con el que hablaba era evidente—Me llamó, Nina. No solo eso, sino que justamente el mismo día en el que yo lo "confundo" con uno de los responsables de uno de los peores atentados de las últimas décadas en Estados Unidos— y añadió— y hacía años que no sabía absolutamente nada de él. Nada. Ni una llamada, ni un mensaje; ni si quiera ninguna clase de noticia; por no hablar de la extraña reacción que tuvieron conmigo sus padres cuando de repente se fue a "estudiar" al extranjero sin darme ninguna explicación. —Todo empezaba a encajar de alguna forma extrañamente retorcida, aunque seguía negándose a entender como una persona como Kyll acabaría haciendo algo así.
<<Tiene que haber algo más...>>
— ¿De verdad crees que pueda ser una simple casualidad? —le preguntó Joe a Nina, insistiendo.
—No lo sé Joey... la verdad es que no lo creo. Es todo muy extraño, pero...—en la expresión de Nina se hizo paso un hilo de inspiración— si todo esto está conectado con nosotros, ¿la pregunta no crees que debería ser otra? ¿Por qué te habría llamado Kyll a ti justamente? ¿Y quién demonios es ese tal Ramírez? ¿Te suena ese de algo? Y sobre el accidente... ¿Estaba allí? Quizás simplemente estaba en el puente en ese momento, y por eso sale en las grabaciones que me contaste que viste...Si no... ¿Por qué demonios no divulgarían su rostro si es uno de los responsables? Y, joder... ¿Qué pintamos nosotros en todo esto? No tendría ningún sentido. —remarcó Nina confundida—Debe saber que vives por esta zona, y quizás necesita hablar con alguien conocido después de lo sucedido hoy...
—No responde al teléfono. Lo he llamado. —le dijo Joe a Nina, abatido. —lo único que sé es que, sea lo que sea, sí me hubiera controlado, hubiera sido capaz de coger el teléfono cuando el me necesitaba, y no me hubiera desmayado como un idiota muerto de miedo. Porque si me llamó a mi justamente fue por algo importante. Y si él...—y entonces se le llenaron los ojos de lágrimas.
Tras unos segundos, un torrente de agua emanaba de sus pupilas como un rio interminable. Joe no sabía ni si quiera porque lloraba, o por quién. Quizás por Kyll, porque le preocupaba; o por él, por su infancia perdida, desbordada y desordenada entre el caos y la violencia de los peores barrios de las peores ciudades.
Quizás en realidad no lloraba por nadie, sino por los que nunca tuvo. Su madre, su padre, dos figuras con rostros oscuros y difusos, colocadas en un rincón de su mente, escondidas para no pensar en ellas; como una mancha en su árbol genealógico que de alguna forma (y eso lo había reflexionado con los años) le habían dado la oportunidad de empezar de cero, de echar raíces en un lugar nuevo como si fuera la primera semilla en su propia historia de la vida.
Y lo más triste era que todo aquello era lo único por lo que Joe sentí que podía llorar, y se castigaba con el hecho de no tener más gente a la que echar de menos. Echaba de menos lo que nunca había conocido; pero recordaba con amargura lo más cercano a todo eso que había llegado a conocer.
—Y si...
Justo antes de que Joe siguiera hablando para hacerle una observación a Nina sobre los hechos, ambos se sumieron en un profundo silencio. Se miraron a los ojos llenos de miedo. Estaban seguros de que se había escuchado el ruido de un crujir de ramas secas en el jardín. Había alguien fuera de la casa.
En cuestión de segundos, Joe se levantó, guiado por un instinto protector. Nina se quedó paralizada. Joe se dirigió al único mueble grande que había en la sala de estar. Abrió el primer cajón, y de allí cogió la pistola de bengalas que guardaban para cuando salían de excursión.
—Sea lo que sea, Nina—dijo mientras cogía un par de bengalas con una mano y la pistola—esta vez no me va a dar ningún "bajón de azúcar"—y entonces Joe le guiño el ojo con la sonrisa más radiante que pudo regalarle. Debía mantener la calma, y el humor era su herramienta más rápida para comunicarse en situaciones de estrés. Nina le devolvió la sonrisa. Su comentario no pareció calmarla para nada.
Se dirigió al baño en silencio. Mientras, Nina se quedó en el sofá haciendo como si nada, y para disimular su estado de alerta cogió una revista y se dedicó a hojearla, como haciendo tiempo par que Joe volviera. Una vez en el baño, Joe echó un vistazo por la pequeña ventana que daba al exterior, y cuando vio que no había nadie, salió por ella. Le pitaban los oídos. Sentía como si cada movimiento que hacía se transformara al instante en la fuente de un inmenso ruido delatador.
Salió rápido. O eso pensó Joe. Alerta, se dispuso a registrar la zona con la pistola de bengalas en la mano. Reviso el perímetro trasero, para asegurarse de que no hubiera nadie más, y luego decidió dirigirse a la parte frontal de la casa, donde habían escuchado el ruido.
Estaba de camino al porche cuando unos brazos enormes lo levantaron del suelo en la oscuridad, y lo lanzaron varios metros hacia atrás. Sintió la sensación que se siente cuando se sube uno a una montaña rusa, solo que esta vez lo habían lanzado contra el suelo más duro y rígido que creía haber sentido jamás. Cayó con fuerza contra el suelo. Se le cortó la respiración. Un latigazo en el cuello le hizo golpearse en la cabeza, y eso le hizo perder el control de la mano por un instante, haciendo que la pistola de bengalas saliera volando de su mano varios metros más allá. Un peso enorme le oprimía el pecho. Nunca había pensado en lo dura que puede llegar a estar la tierra.
Justo después, una sombra se meció sobre él. Era una forma extraña, escondida tras una respiración que le parecía que retumbaba en todo el bosque, como vibrando entre los árboles, el lago y el cielo nocturno.
— ¡Como te atrevas a coger eso...! —Le grito la voz, señalando la pistola en el suelo con el brazo.
Joe aprovecho ese momento y golpeó con fuerza hacia arriba. Sin mirar. El golpe fue directo al estómago del intruso, y un gruñido gutural surgió de su garganta. La luz de la luna los iluminaba apenas, y aunque en suelo liso hubiera sido una pelea rápida, el desnivel del terreno los hizo retorcerse entre intentos de puñetazos, gritos y patadas, hasta que Joe consiguió deshacerse un momento del intruso. Entonces milagrosamente recuperó la pistola del suelo con una rapidez que le sorprendió, pero cuando pensaba que lo tenía ya todo bajo control, el desconocido se lanzó sobre él, y tras otro forcejeó, se disparó el arma.
Un haz de luz salió despedido hacia el cielo, y lo rasgo como si este fuera una bolsa vacía, oscura, ahora herida por una espada roja que lo partía en dos mitades extrañas casi perfectas. La parábola le daba un aspecto perfectamente calculado. Una grieta color rojo apareció en el cielo azul oscuro, y el intruso y Joe se quedaron mudos durante un instante, observando el extraño contraste que provocaba la luz de la bengala.
—¿Qué has hecho...? — consiguió murmurar el intruso entre jadeos, sorprendido. Seguía mirando hacia el cielo.
Joe, mientras todo esto pasaba, había aprovechado esa distracción para sacarse otra bengala del bolsillo y cargar el arma. Cuando el intruso se dio cuenta de que lo estaba apuntando, se alejó de él con las manos en alto, haciendo un claro signo de rendición con los brazos.
—Tengo un arma. Como te muevas, te mato—le espetó Joe, apuntándolo sin piedad. No era la primera vez que Joe sujetaba un arma.
—Hola, Joe. Más nos vale correr. —dijo la voz del intruso. —Esa bengala acaba de condenarnos. Tenemos que irnos ya.
Esta vez, con el silencio reinando entre los dos, y sin puñetazos ni bengalas surcando el aire, Joe pudo identificar perfectamente la voz de quien le había llamado por su nombre.
—Cuanto tiempo hermanito. —le dijo entonces Kyll a Joe. —Tenía muchas ganas de verte.
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