Axel. I/ ¿Donde esta el Sujeto 42?
AXEL
I
Bronx, Nueva York, EE.UU.
Año 2058.
3 días antes del Evento.
¿Dónde está el Sujeto 42?
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Los últimos rayos de sol se filtraban a través de la valla metálica que marcaba el límite de la parcela. Era una luz anaranjada, y llegaba a través de la verja como el agua se filtraría por un colador. Si alguien se hubiera despertado en aquel momento, fácilmente habría creído que se trataba del amanecer, pero eran las siete y media de la tarde, y el sol ya estaba a punto de esconderse.
Cuando el sol ya estaba por desaparecer, una figura oscura cruzó a contraluz bajo el umbral de una farola que parpadeaba; como intentando encenderse en un vano intento por revivir.
Obviando que nadie estaba allí para verlo cruzar ya, Axel cruzó la calle y se metió dentro de una nave industrial. Llevaba una gabardina gris erguida hasta el cuello, que le cubría desde el torso superior hasta la altura de las rodillas. Esto último, junto con el pantalón oscuro que llevaba, hacía muy difícil distinguir la silueta del individuo que se escondía debajo.
«Prepárate» escuchó Axel.
Lo esperaba dentro un hombre vistiendo un traje negro. Se conocían. Tenía un rostro cualquiera, que se mezclaba con una mirada cualquiera de una persona cualquiera. El hombre se lo miraba con miedo, como esperando algo que sabía que iba a llegar.
Axel, por otro lado, rebosaba tranquilidad. Llegó con las manos metidas en los bolsillos de la gabardina, y procuró mantener la cabeza gacha hasta que se situó a escasos centímetros del rostro del otro hombre. Una vez allí, sacó una cajetilla de cigarrillos del bolsillo, y con ayuda de una cerilla, prendió el tabaco y pegó una interminable calada, de la que emergió una nube gris que los envolvió a los dos.
—Señor...—le dijo el hombre antes de que Axel pudiera hablar- ...ha habido problemas, como ya sabrá... Esto no entraba en los planes. Sé que es un verdadero marrón, pero estoy seguro de que puedo arreglarlo... Solo tiene usted que...
—Suficiente, Miguel. — dijo Axel, tajante. Escupió esa palabra como una verdad absoluta. Y está, se clavó como un puñal en el pecho del hombre, que le decía: obedece o muere. O: cállate y muere. —Ya sé que ha pasado, estúpido. ¿Quién te crees que soy? ¿Dónde está? Se que lo sabes. Respóndeme. Quieren... Quiero saber dónde coño está el Sujeto 42.
—Yo no...—empezó a decir—Señor, de verdad.
—Eres un sucio traidor Miguel. Lo sabemos desde mucho antes de lo que te puedes imaginar. —le dijo Axel, en un tono tranquilo. —Esa "Resistencia" que creéis ser. Este penoso intento por sentiros parte de algo importante, es solo una copia barata de lo que realmente nos mueve a nosotros.
—¿Qué quieres, Axel? —lo cortó Miguel. —No me has traído hasta aquí para esto.
Entonces, Axel se puso tenso y su semblante pareció oscurecerse, si es que podía estarlo más.
—Se que lo estáis protegiendo. Al Sujeto 42. Es una de las pocas piezas que nos faltan. Y hasta ahora se os ha dado muy bien esconderlo. —entonces izo una pausa, como dejando que el silencio volviera a reinar solo para volver a romperlo—Lo único que pasa es que eso, ahora mismo, ya nos supone un problema.
Miguel rio entre dientes, un poco confundido por todo lo que Axel acababa de decir. Por otro lado, una sonrisa empezó a asomarse en la comisura de sus labios, orgulloso de que la Resistencia hubiera supuesto algún problema para Source.
"¡Paff!"
Axel le dio un fuerte puñetazo a Miguel en la cara.
—Ya no hay tiempo, Miguel. Esto deja de ser el puto juego del gato y el ratón.
En ese momento, Miguel hizo el amago de acercarse a él. Desprendía un aire conciliador, como si intentara por última vez conseguir lo que nadie hasta ese momento había ni si quiera intentado. Buscaba un soplo de viento a favor, una luz al final del camino.
—Axel, no lo hagas, sabes que esto está mal... No puede salir bien— le dijo— nada de esto puede salir bien. Nos están engañando, ¿no lo ves? Debes pararlo, y solo tú puedes...
— ¿Engañando? Ja. — le contestó sonriendo—No tenéis ni idea de hasta dónde llega esto. No podéis pararlo, Miguel. Ni tu; ni yo; ni nadie. Ya no. Por eso estamos hoy aquí.
Mientras iba pronunciando esas palabras, en el rostro de Axel fue apareciendo una sonrisa tan forzada y maquiavélica, que Miguel se dio cuenta de que para Axel todo aquello no era más que un juego. Él era un simple peón a sus ojos; una miga de pan en el mantel; una mancha en la camisa después de una mala cena; y aunque Miguel no tenía ni idea de quién era Axel en realidad, sabía que un peón como él, no era, y eso lo dejaba en una posición poco privilegiada.
La voz de Axel volvió a interrumpir sus pensamientos.
—No sabes ni quién eres ¿verdad? Parece una pregunta tan sencilla...Pero tiene capas. —aclaró Axel con una sonrisa—¿Quién eres, Miguel? Nunca lo has sabido. Creo que llegados a este punto ya ni si quiera sabes a quien apoyar ¿verdad?
—Se muy bien quién soy—contestó Miguel. La forma de hablar de Axel lo confundía, pero tenía muy claro lo que debía hacer.
—¿Quién es el Sujeto 42? ¿Dónde...? – le empezó a decir Axel, de nuevo. Pero era diferente, de repente su mirada ya no tenía la decisión que antes reflejaba. Había confusión en sus ojos. No había tampoco dudas, solo miedo y lamento. Y desesperanza.
—Puedes hacerlo, Axel— comenzó a decir Miguel—puedes combatirlas. Están solo en tu cabeza.
Axel pareció calmarse.
—No es necesario. —empezó a decir Axel—Hay otra... Tiene que haber otra... otra...—se le trababan las palabras—esto no...—dijo justo antes de remover con gestos confusos algo dentro del bolsillo de la gabardina.
De repente, sacó la pistola del bolsillo de la gabardina y apunto a Miguel a la cabeza. Sus ojos volvían a desprender ese brillo, el brillo del Destino.
«¿Dónde está el Sujeto 42?»
La pregunta sonaba sin parar en su cabeza, una y otra vez. Le perforaba el cerebro, repitiéndose una y otra, y otra vez, en un glitch infinito que lo volvía loco. Eran como un pensamiento. No pensaba en nada más.
«Hazlo. Haz todo lo que sea necesario Axel.»
—Señor, por favor—dijo Miguel, interrumpiendo él esta vez los pensamientos del otro. La locura que percibía en aquel hombre ahora le aterrorizaba mucho más que todo lo que le pudiera haber dicho. —Puedo encontrarlo. No es necesario que nadie muera. Podemos cooperar, ¿sí?
—Miguel, déjalo, ni si quieras eres consciente de que no quiero matarlo ¿no? El que muere aquí eres tú. —dijo—Sé que me estas mintiendo. Y sabía que sabes dónde está. Y sé que también sabes que no soy estúpido. — le dijo mientras separaba innecesariamente estas últimas palabras y le presionaba la sien con la pistola.
Una pausa deliberadamente dramática separó las palabras que Axel pronuncio a continuación.
>>Y si, también se quién eres, Miguel Ramírez. Y, sobre todo, también se quiénes son tu mujer y tu hijo. Vamos a arruinarles la vida. —le dijo remarcando esta última frase.
Y fue entonces cuando la cara de Miguel se puso en tensión, y Axel supo que había dado en el clavo.
—"Tu pequeñín..." ¿No es así como lo llamas? Qué bonito...—le susurró Axel.
Miguel ardía por dentro. Axel veía en sus ojos el infierno; podía sentir como Miguel se estaba imaginando las mil formas en las que le gustaría matarlo, destriparlo, o robarle la pistola y empuñarla, saboreando el segundo ante de apretar el gatillo para destrozarle la cabeza.
Axel también se perdió en esos pensamientos, o fantasías, en las que Miguel conseguía desatar su furia sobre él y conseguía matarlo, degollarlo, o cosas peores.
«Que liberador...Me lo merezco.» pensó Axel por un instante. Entonces retomó el interrogatorio.
—Dime dónde está. Quién es. —siguió diciendo, con calma—No quiero recurrir a otras opciones, en realidad prefiero matarte rápido; así que voy a darte unos cinco segundos para decidirte a contarme donde puedo encontrarlo...Aprovéchalos, por favor.
Fueron más de cinco segundos. Pasaron unos diez durante los que Axel pareció estar sumido en una especie de trance; luego, miró a Miguel con una expresión triste, y antes de cambiar de nuevo su semblante le dijo:
—Nos estás obligando. Te he dado a elegir, Miguel. Lo siento. —Y luego disparó.
La bala alcanzó la rodilla de Miguel, que se retorció de dolor. Axel se acercó despacio y, con expresión sería, le propinó suficientes patadas en el abdomen y las costillas para que empezara a escupir sangre. Cuando Miguel no podía casi respirar, Axel decidió parar. Miguel había cedido ya a cualquier posibilidad de evitar lo que estaba pasando, así que no ofreció resistencia cuando Axel se acercó caminando a su rodilla y colocó el pie justo encima de la herida de bala.
Miguel solo pretendía aguantar, ganar tiempo. Pero ¿cuánto podría aguantar?
«No aguantará»
—Dímelo. —dijo Axel. Y lo pisó con fuerza, a la vez que Miguel se retorcía. —Vas a tener que decírmelo, Miguel.
Miguel gritaba de dolor. Sus pensamientos se nublaban cada vez más, y cuanto más dolor sentía, más le costaba distinguir lo que pasaba a su alrededor. Estaba a punto de perder el conocimiento. Una nube espesa de sangre le nubló la mente, y el rojo paso a ser negro en unos instantes imperceptibles en el tiempo. Luego solo hubo oscuridad. Se desmayó.
Fue entonces cuando Axel aprovechó para sentarlo y atarlo a una silla. Hizo todo el proceso con una parsimonia sorprendente, como un robot ejecutando una función predeterminada. En menos de quince minutos ya tenía sentado y atado a Miguel, que yacía con el cuello colgando en la silla, inconsciente, listo para el show.
Antes de despertarlo, Axel rebuscó en la gabardina y sacó una petaca plateada. Luego la agitó suavemente para saber más o menos su contenido, y seguidamente le dio un largo trago que disfrutó a conciencia mientras pensaba en cómo iba a retomar el interrogatorio. Cuando estuvo listo, se acercó a Miguel y le separó los párpados para verter en sus ojos el resto de la petaca.
"¡Plaff! ¡Plaff!"
—Despierta, ¡campeón! —le gritó mientras le soltaba un par de bofetadas. —se terminó el intermedio. Segunda parte... ¡Jugadores al campo de juego! ¡Ja! —gritaba Axel al vacío mientras sacudía las manos en un gesto anormal. — Aunque lamento decirte que nadie ha venido a ver el partido, pequeñín...—le dijo, remarcando esta última palabra cerca de su oído, cerciorándose de que Miguel escuchaba.
>>Miguel, ahora te lo voy a preguntar de nuevo. Y si no me respondes a lo que quiero decir, no voy a poder controlarme. Y es así de simple —-Axel estaba hablando realmente en serio, si empezaba, no iba a poder parar hasta conseguir lo que necesitaban.
«Vas a hacerlo».
«No quiero...» pensó.
«¡Hazlo!»
—De nuevo... Empecemos de nuevo Miguel. ¿Dónde está el Sujeto 42? ¿Quién es el Sujeto 42? —le preguntó conteniendo la necesidad de gritárselo a la cara. Una mueca de ansiedad le estaba apareciendo en el rostro poco a poco, y no podría soportarlo mucho más.
Miguel siguió sin decir nada.
Sumido en un trance de dolor del que no podía salir, aprovechó ese sufrimiento para dejarse caer en el más profundo de los silencios.
>>Sé perfectamente que sabes quién es. – Le insistió Axel, intentando mantener la calma– ¡Dímelo! No voy a consentir que una sucia cucaracha como tú insulte a mi intelecto. ¡¿Dónde está el Sujeto 42?!
—Señor... ¿S..? ¿42? Él... él estaba...—llegó a decir Miguel, justo antes de recibir un brutal puñetazo en la boca y desmayarse de nuevo.
╭───────╯ °✧° ╰───────╮
La escena era dramática bajo la escasa luz de la noche, que ya había llegado. La luz de luna, que llegaba hasta el suelo, los iluminaba, y Axel, vestido con la gabardina, se confundía con el resto de las sombras que se proyectaban en el suelo ensangrentado de la nave. Lo mismo sucedía con la figura de Miguel y la silla donde se encontraba. Él, en cambio, parecía un muñeco roto.
Un cuervo llegó volando y graznó al posarse en el borde de una cristalera del tejado. Fue entonces cuando un trozo de cristal roto se desprendió y cayó al vacío, cerca de dos figuras extrañas que se movían. El cuervo no había llegado por casualidad. Venía por alguna razón, ¿era quizás por el hedor a muerte? ¿O llegaba llamado por los últimos suspiros de un hombre entregado? Fuera lo que fuera, algo le decían sus sentidos. Pero estaba allí, y llegara por casualidad o no, ahora sí que podía percibir ese hedor. El olor a sufrimiento y sangre, a odio y desesperanza, a resignación y lucha. El olor al Destino. Y ese era su mejor lugar.
Un grito de dolor resonó desde el interior del inmenso edificio, y cruzó el pequeño cerebro del carroñero como lo hubiera cruzado el primer relámpago de una gran tormenta de verano. El pájaro graznó con fuerza, y casi salió volando al interpretar que tenía algo que ver con ello. Pero pronto se dio cuenta de que estaba equivocado. Una de las figuras estaba cerca de la muerte, y él estaría allí para terminar el trabajo.
El cuervo empezaba a impacientarse, o al menos todo lo impaciente que podría estar un cuervo. Llevaba horas allí posado, esperando. Pero ¿Cuánto faltaba de espera? No sabía. Si tenía suerte, el botín sería todo para él, pero si todo eso se alargaba, si esa criatura que se resistía a morir seguía gritando mucho más, pronto llegarían otros como él, más carroñeros. Ratas, moscas, otros cuervos. Y todos ellos entonces tendrían que pelearse por llevarse un trozo de carne, un picotazo más a la boca. Pero eso era solo si su presa no se daba prisa en morir, y aunque no odiaba los gusanos, prefería sus comidas recién muertas.
Pasaron las horas, y los gritos de dolor terminaron por no sorprender al animal, que seguía ahí, a la espera. Al principio eran gritos de la misma intensidad, fuentes de una tortura inimaginable, pero poco a poco fueron disminuyendo, y la tormenta precedió a la calma, que envolvió el lugar en una especie de aura mística, casi sagrada, a ojos del carroñero. Fue entonces cuando el cuervo sintió que era el momento de acercarse, de bajar a picotear y cotillear como era exactamente su próxima presa, pues hasta entonces solo habían sido conjeturas, deseos salvajes de un animal que solo deseaba encontrar alimento.
Estaba a punto de dejarse caer al vacío para planear hasta el suelo, cuando el sonido de un disparo lo sobresaltó. Era un ruido extraño, diferente a cualquier ruido que hubiera escuchado hasta ese momento. Unos eternos minutos después, la segunda silueta decidió dar alguna señal de vida. Entonces se levantó, y recogió varias cosas de los alrededores del cadáver. Limpió aquí y allá, moviéndose con la parsimonia de quien está limpiando en casa, ejecutando una especie de ritual. Tras una larga limpieza y un largo silencio, la silueta se marchó por donde había entrado. Era ya el turno del cuervo.
El cuervo miró hacia abajo, y vio a dos figuras quietas, inmóviles. Una ya estaba muerta, estaba seguro. Era su preciado y esperado botín, cocinado a fuego lento para él. Si el cuervo hubiera podido relamerse los labios, lo hubiera hecho sin lugar a duda.
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