La noche esperada, finalmente había llegado.
Los detectives Fox y Montgomery decidieron acordonar la zona de Kings, un barrio al noroccidente de la ciudad donde, según las aseveraciones de Emmett, en algún lugar de esa zona el asesino cometería su siguiente crimen, sin embargo, entre las nueve de la noche y las dos de la madrugada no ocurrió nada ni apareció nadie.
También había llegado un montón de periodistas para tener en primicia lo que fuese que ocurriese esa noche. Pero, aquel elaborado plan, ante dicho panorama, se vislumbraba como un simple capricho de Emmett para sorprender a Brenda y ganarse la aprobación de su jefe Jenkins.
Para sorpresa de todos, unos minutos después de las dos de la madrugada, un grito ahogado sonaba desde un lugar cercano, Emmett acudió hasta su origen con un chaleco antibalas y arma en mano, además, con Brenda pisándole los talones.
Ya en el lugar, lo que más temían se hizo realidad: el asesino había cometido su siguiente crimen. Era un hombre cuyo pelo surcaba algunas canas y por sus rasgos distintivos podría surcar entre los cuarenta y los cincuenta años, pues en su rostro ya había algunas arrugas, mas no se encontraban rastros de sangre o heridas superficiales.
Brenda se agachó y comprobó los signos vitales del hombre, en efecto, se encontraba muerto. Probablemente por asfixia o por la inhalación de alguna sustancia tóxica. Y, como era de esperarse, sobre el cadáver estaba la firma del asesino, y en aquella ocasión era una tarjeta con unas palabras impresas en una caligrafía cursiva bastante llamativa, pero lo suficiente clara para leerse fácilmente:
Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios
y cánticos de gratitud.
Cumpliré las promesas que te hice.
¡La salvación viene del Señor!
—No puede ser —pronunció la morena—. ¡Llamen a una ambulancia! —gritó.
Las cámaras de fotos con sus flashes iban y venían, las voces de los periodistas se mezclaban unas con otras y eso poco le importo a ella, pero cuando levantó la vista, no encontró a Emmett. ¿A dónde había ido?
Decidió comprobar a su alrededor y en la distancia lo vio corriendo tras una figura vestida completamente de negro.
—¡Mierda! —susurró y echó a correr para intentar alcanzarlo.
Brenda una chica atlética, a diferencia de su compañero, ella no iba al gimnasio, pero buscaba espacios entre su agenda para realizar ejercicio, salía a trotar y se ejercitaba en casa o al aire libre, dependiendo su estado de ánimo, sin embargo, en aquel preciso instante su estado físico era lamentable, seguramente por los zapatos poco favorecedores que llevaba puestos.
Tras unos minutos en los que corrió a largas zancadas logró alcanzarlo.
—Mira esto —dijo Brenda sin disminuir la velocidad.
Emmett tomó la tarjeta y le dio lectura, alternando entre la visión que tenía en frente y el objeto que su compañera le había compartido.
—Sacrificios —pronunció el detective, con un tono de voz entre la agitación y la frustración por conocer aquella verdad—. Se trataba de sacrificios... —Y sus palabras se fundieron en el aire.
Al igual que los detectives, la figura misteriosa corría a gran velocidad perdiéndose entre diferentes callejones, como si su vida dependiera de ello.
—¡Detente! —gritó Brenda.
Unos minutos después, ella logró sobrepasar a su compañero, la persona frente a ella giró en una esquina y se perdió en un nuevo callejón; no obstante, frente a ella no había nada, hasta que fue detenida por el golpe de un trozo de madera.
—Mierda —chilló Brenda—, creo que me ha roto la nariz.
—¿Estás bien? —preguntó Emmett al verla tendida en el suelo, aunque la respuesta era obvia, no podía evitar preocuparse por su compañera de trabajo.
—Lo estaré —contestó—, no lo dejes ir, se fue por allá —agregó señalando el oscuro callejón que a su izquierda se encontraba.
La persecución se intensificaba. Emmett no sabía cuánto tiempo llevaba corriendo; pero, ignorando su agitada respiración, no disminuía la velocidad de sus pasos; tenía que atraparlo.
Nuevamente se vio cruzando la ciudad sin un rumbo fijo, simplemente centrando su mirada en el objetivo, con el único fin de lograr alcanzarlo. A esa hora no había mucha gente, pero la persona que corría frente a él buscaba la forma de eludir a su perseguidor, se metía entre diversos callejones, arrojaba objetos que se encontraban en medio de su camino, pero ni el uno ni el otro se rendían; estaba tan cerca de cerrar el caso que no podía rendirse cuando tenía al posible sospechoso a unos pasos de distancia.
Emmett nunca había participado en una maratón, si bien se ejercitaba porque le preocupaba su salud y su estado físico, nunca se vio interesado en participar en eventos deportivos, pero al verse a una persecución que no tenía fin, no descartaba en el futuro verse envuelto en algo así para probar su valía.
Tras otros breves minutos vio como el sujeto vestido de negro se adentraba en un edificio abandonado. Notó como había superado las cintas amarillas y se perdía de su campo de visión. Ensimismado por alcanzarlo decidió seguir sus pasos y adentrarse en aquel inhóspito lugar. A esas horas no había mucha luz más allá de los faroles nocturnos y la luna llena que le hacía compañía en medio de su travesía.
A pesar de la poca visibilidad decidió ayudarse con la linterna de su teléfono celular. La estrategia de su objetivo era perderse entre la oscuridad, pero no parecía la mejor solución teniendo a Emmett pisándole los talones, por lo que optó por subir los escalones.
Uno tras otro, hasta que finalmente se vio acorralado en el último piso.
—No tienes escapatoria —dijo Emmett entre jadeos, mientras recuperaba la respiración.
—Todo estaba yendo bien —le respondió, se quitó la capucha revelando su rostro y con el dorso de la mano derecha se limpió el sudor de la frente—, logré distraerlos, pero dejaba pistas para saber hasta dónde llegaban, nada fue puesto al azar.
Ante el detective se reveló un hombre joven con el pelo oscuro y con un pequeño fleco cayendo hacia un lado, de ojos rasgados y oscuros, una nariz fina y labios gruesos que adornaba con una barba de tres días que casi ni se notaba. Su rostro reflejaba a un chico carismático, pero con cierto aire de melancolía; era tan parecido a su madre.
—¿Por qué lo hacías? —preguntó Emmett en la distancia.
—Porque ese es el destino, mi destino —contestó—. He estado viviendo en medio de la soledad con fantasmas del pasado acosándome, pero a pesar de todo ello, Dios guio mi camino y me dio la respuesta, debía ofrecerle sacrificios para poder obtener su perdón, la redención de una vida llena de pecados porque mi existencia es un pecado.
—Sé que tus padres te llenaron la cabeza de ideas, te llevaron a ese lugar...
—Cierra la boca —le interrumpió—, ¡tú no sabes nada!
—Lo sé, Timothy, hablé con Abigail y me contó todo lo que tus padres hicieron.
Ante aquella revelación, los ojos de Timothy se llenaron de lágrimas, escuchar sobre su pasado era un nuevo recordatorio de lo infeliz que era su vida, oír pronunciar el nombre de su madre lo hacía todo mucho más real.
Emmett dio un paso adelante, si lograba persuadirlo, seguramente lograría su captura sin que ninguno saliera lastimado.
—No te acerques —indicó Timothy.
—¿Por qué Jonás? —preguntó Emmett tras unos segundos de silencio.
—Jonás recibió un castigo de Dios por no obedecer sus mandatos —explicó—, había pecado y debía enmendar sus errores, capítulo dos, versículo nueve; yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud; cumpliré las promesas que te hice, la salvación viene del Señor —terminó de recitar.
—¿Qué promesa hiciste? —cuestionó el detective y en cierta forma le sorprendía la colaboración de Timothy en explicar sus crímenes.
—Nueve sacrificios a las dos de la mañana o alrededor de esa hora —contestó Timothy y su mirada estaba perdida en algún punto del suelo—. Fue una investigación extensa que reveló hombres pecadores como yo: el hombre maltratador, el que falsificaba documentos, el traficante de drogas, el chantajista, el estafador... —Hizo una pausa, hasta ese momento había descrito a las recientes víctimas, suspiró y decidió continuar—: el corrupto, el violador, el obeso y el homosexual.
Emmett abrió la boca, pero las palabras no lograban salir, aún quedaban cuatro víctimas para finalizar su promesa y la última persona que señaló logró llamar su atención, sobre todo porque según los lugares y la pista de la rosa de los vientos, solo eran ocho muertes.
—La novena víctima... —logró articular.
—Yo —contestó—, para lograr el perdón de Dios debo acabar con mi vida, sacrificar mi vida para acabar con todo este sufrimiento.
El detective nuevamente dio un paso adelante.
—No te acerques —le advirtió Timothy.
—Yo te puedo ayudar —dijo Emmett—, me aseguraré de que no vayas a prisión, inclusive...
—¡Tú no puedes hacer eso, no eres un maldito juez!
Aquellas palabras hirieron el ego de Emmett, sin embargo, dejó a un lado esos pensamientos intrusivos y se centró el lograr persuadir a Timothy. Dio un paso nuevamente.
—Si das un paso más te juro que acabo con este estúpido monólogo —le amenazó.
Con todo lo logrado hasta ahora estaba seguro de que Timothy cumpliría con su palabra; por otro lado, estaba en un estado de indefensión, reducido a poco por aquellos recuerdos del pasado y su eventual revelación de los crímenes, no obstante, o lograba atrapar al asesino o se enfrentaba a que él mismo acabara con su vida, no había punto medio.
Emmett tomó una gran bocanada de aire y dio un paso hacia adelante.
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