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11. Conjeturas y avances

Sabía que matar al oficial McCormick había sido un hecho totalmente imprudente.

Tenía un plan, un modus operandi, todo estaba finamente trazado y, de un momento a otro, aquello que había ocupado horas y horas de planeación hacía que se sintiera como si hubiese perdido el tiempo.

¿De qué servía haber tenido un plan a seguir si se dejaba llevar por sentimentalismos?

Todo era culpa de Mary, si ella no hubiese sacado el tema a colación cuando estaba comprando la comida de su pequeña Dora, no hubiese actuado tan deliberadamente. Tal vez, algo dentro de él decía que había hecho algo bueno, después de todo matar a todos esos hombres era un acto de heroísmo, o, al menos, un acto de justicia. Estaba purificando a la ciudad de aquellos que consideraba indignos, Dios se lo agradecería y, luego, una vez culminado el trabajo, encontraría la redención de sus pecados.

Sí, eso era lo que tenía que hacer, continuar con su plan. Pero, ¿y el oficial McCormick? Él estaba fuera del plan, sí, cumplía con el estándar de sus anteriores y futuras víctimas, sin embargo, fue un acto meramente deliberado, fuera de todo lo que había construido e investigado, ese hombre no estaba destinado a tener ese fin. Claro, no podía descartarse que era un pecador, trataba a Mary como la mierda y ella consentía en sus exigencias, que no las conocía, pero nada bueno podía venir de alguien que chantajeaba a la mujer que supuestamente amaba, si es que realmente lo hacía.

—Bien —pronunció en medio de su soledad—. A mal paso, darle prisa.

Había pasado solo un par de días desde su último crimen. ¿Debía adelantarse a su siguiente víctima? Ya era un hecho que el tiempo de ejecución que había trazado era de una semana entre cada uno de ellos y se había establecido que  murieran alrededor de las dos de la madrugada.

«¿Qué diferencia había en matar a alguien fuera de ese rango establecido?» cavilaba en su mente.

—Ninguna —se contestó a sí mismo—. Ninguna si quiero alcanzar la salvación.

Revisó sus apuntes: una vieja libreta que usaba para anotar los datos de sus víctimas y los elementos que usaría para perpetrar sus crímenes. Era el turno de aquel banquero. Sí, el mismo que se negó al crédito que solicitó hacía unos meses y tras investigar concienzudamente, en el gremio se decía que aquel hombre había cometido un fraude financiero, aunque él asevera que no era culpable.

«Todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario» decía una máxima en las normas legales. Pero ante sus ojos, cualquiera podía ser culpable, cualquiera podía ser un pecador y por eso hacía lo que estaba haciendo: purgar a la ciudad de pecadores.

Había tomado varios días seguirle la pista a cada uno de ellos y no había margen de error.

«Señor, ¿aceptas al oficial McCormick como uno de tus sacrificios?, ¿es un pecador ante tus ojos?» se decía en sus adentros, pues aquella muerte lo seguía persiguiendo para dejarle claro que estaba fuera de todo planeamiento.

—Lo es para mí y por eso lo hice —pronunció con su mirada fija a un punto en particular a través de la ventana de su apartamento.

Guardó en su morral una ballena de peluche y se dispuso a seguir con su plan. El tiempo de ejecución al final ya no era relevante y un pequeño error en la ejecución no modificaba lo que estaba por venir.

—A mal tiempo, darle prisa —habló una vez más y se internó en la oscuridad de la noche.

* * *

Interrogar a muchas personas resultó siendo, no solo una tarea titánica, sino bastante tediosa. Muchos de los entrevistados actuaban nerviosos, otros actuaban de forma defensiva aseverando con seguridad: «no estuve en ese lugar», «a esa hora estaba trabajando», «no conozco a esa persona de la que habla», entre otro grupo de frases que, con el tiempo, parecían un libreto bien ensayado.

Conforme pasaba el tiempo, tanto Montgomery como Fox sentían que no iban a ningún lugar y que estaban caminando en círculos, no obstante, era la única prueba que los podría llevar a buen terreno; al menos, mientras hallaban otra que fuese más contundente o que proporcionara a un posible sospechoso.

Aunque a esas alturas cualquiera podía serlo, sobre todo, aquellos que actuaban como si nunca en su vida hubiesen estado frente a una autoridad y era sorprendente que, el decir la palabra policía, muchos de ellos actuaban como si estuviesen escarbando en un terrible recuerdo que perfectamente los llevaría de patitas a la prisión; mas todo eso eran simples especulaciones, muchas de las entrevistas eran sumamente divertidas, al grado de parecer que no estuviesen interrogando sospechosos, sino realizando un casting de actuación para una próxima película.

—Siento que voy a morir —dijo Brenda una tarde, y era gracioso porque ella era del tipo de persona que poco o nada se quejaba—. Si llega una persona más a la que tenga que interrogar la lanzaré por la ventana.

—Relájate —le dijo su compañero—, ese era el último, al menos por hoy.

—¿Faltan muchos? —preguntó la mujer y estiró sus brazos para liberar el estrés que cargaba después de una difícil tarea de interrogar a multitud de sospechosos.

También incluyeron entrevistar a mujeres. Aunque gran parte de las pistas indicaban que el asesino era un hombre, en un momento de su tarea decidieron que no perdían nada con interrogar a dueñas de gatos. Gracias a la amplia experiencia de ambos, no descartaban que quien realizaba los crímenes fuese alguien del sexo femenino; sin embargo, entre todos sus hallazgos se notaba la variedad: mujeres altas, pequeñas, gordas y delgadas; pero ninguna que tuviese la suficiente fuerza para cometer un crimen como los realizados y, las pocas que fueron interrogadas, tenían sólidas coartadas.  

—La lista se ha reducido a diez —contestó Emmett—. Con suerte podremos terminar mañana.

Lo más curioso de todo era que, de los faltantes, se encontraban aquellos que eran los clientes más habituales, por lo que brindaba seguridad para pensar que entre ellos se hallaba el culpable. 

No solo se habían tomado la tarea de entrevistar a las personas que se encontraban en la lista que proporcionó Mary —aquellos clientes que tenían uno o más gatos—, sino a verificar que sus coartadas fuesen verdaderas y, aunque fue algo demasiado agotador, había cierta confianza en Brenda y su compañero para pensar que el culpable estuviese entre los restantes.

Como si todo eso no fuera suficiente tenían que lidiar con los medios de comunicación, pues no perdían oportunidad de escarbar más allá de lo permitido. Plantaban trampas en sus entrevistas para obtener más datos sobre la muerte del oficial McCormick e, incluso, hubo un periodista que intentó comprar a uno de los miembros del cuerpo de policías, pero el involucrado supo actuar de forma inteligente porque, no solo comprometía a los detectives directos que llevaban la investigación, sino a toda la entidad; sin dejar de lado la investigación disciplinaria que tendría que lidiar por dar información exclusiva y confidencial. También, hubo otro que intentó infiltrarse en las instalaciones, sin embargo, fue detenido a tiempo.

Esa misma tarde en la que la lista quedó reducida a diez personas, Emmett llamó a la abogada Amalia para compartirle sus descubrimientos y buscar al menos un poco de luz en medio de tan intricado caso que no parecía tener alguna solución. A diferencia de la vez anterior, para esta ocasión decidió citar a su vieja amiga en un sitio discreto de la ciudad. En el proceso eligió a una pequeña cafetería de café irlandés escondida en un callejón en el centro de Silveroak.

—¡Detective Montgomery! —exclamó Amalia al verlo.

—Amalia —contestó él, envolviéndola en un abrazo—. Qué gusto verte, estos días sin verte parecieron años.

—Basta de romanticismos —dijo ella con una sonrisa—. Ya sabes que estoy fuera de tu alcance y..., sí, también me da gusto verte.

Ambos entraron a la cafetería que, para su buena suerte, se encontraba deshabitada, excepto por el hombre detrás de la barra, quien estaba limpiando unas copas al momento en que la pareja de amigos ingresaba al lugar. Saludaron con amabilidad al camarero e hicieron el pedido. Una vez tuvieron sendas tazas de café procedieron a intercambiar ideas.

—¿Trajiste los resultados de las entrevistas? —preguntó la abogada.

—Sí —contestó Emmett y le entregó una carpeta a la mujer—. Pero como te dije, las coartadas son sólidas, lo que nos lleva a pensar que el culpable posiblemente se encuentre entre los hombres pendientes por entrevistar, además, no tenemos más indicios en donde hincar el diente.

—Vaya, también entrevistaron mujeres —dijo Amalia con asombro.

—Tal vez estemos equivocados y el asesino sea una mujer, pero no hay grandes avances con esa teoría, tú misma lo puedes verificar.

Emmett dio un largo sorbo a su taza y esperó a que su amiga dijese algo.

—¿Qué hay de los lugares donde ocurrieron las muertes? —cuestionó Amalia—. Recuerdo que mencionaste que, con la última víctima, tal vez se trataba de una estrella o una constelación.

—No hemos profundizado en ese tema —confesó Emmett.

—Tendré que leer cada una de las entrevistas detenidamente —indicó ella—. ¿No han pensado que seguramente ya entrevistaron al culpable?

—No habíamos pensado en eso, pero... ¿Y las coartadas? Una gran mayoría pudieron ser comprobadas, hay dos o tres que no hay forma de confirmar lo que dijeron porque viven solos o estuvieron en un lugar determinado y no hay forma de comprobarlo, ¿crees que haya actuado frente a nosotros?

—No lo descarto —respondió la abogada—. Como te mencioné el otro día, probablemente el asesino sea un esquizofrénico, o, tal vez, nos enfrentamos a alguien con doble personalidad, lo que explicaría lo que acabo de decirte sobre las entrevistas.

—Vaya... —susurró Emmett—.  Sabía que podía contar contigo.

—Tú también puedes lograrlo —afirmó Amalia—, confío en que lo harás mejor que esa mujer con la que trabajas, no digo que no sea una buena ayuda o que ella no sea inteligente, es..., instinto femenino. Con mi ayuda o sin ella, estoy segura de que encontrarás al asesino, eres una gran detective.

Las mejillas de Emmett se iluminaron y quedó sin palabras.

—Gracias, podría besarte con lo que acabas de decir —confesó Emmett.

—Si lo haces quedarás con un ojo morado —le advirtió Amalia y esto hizo que Emmett soltara una carcajada.

—Gracias, en serio, muchas gracias —dijo una vez más—. Este caso está rebanando mi cerebro y no sé qué hacer con tantas pistas que no llevan a nada.

El tiempo pasó volando cuando pasaron del tema laboral al personal, recayeron en que ambos tenían algún tipo de maldición o algo similar para no tener algún chance en el amor. Amalia por su parte, no había tenido una relación desde la muerte de su amada, y, Emmett, por otro lado, aunque ya había superado su última desilusión con Marsha, había ocasiones en que esos fantasmas del pasado lo acechaban.

En medio de la madrugada, su teléfono comenzó a sonar de forma desesperada, eran las tres de la mañana y el último pitido correspondía al tono de mensajes; había en su celular una cantidad exorbitante de llamadas provenientes de Brenda y, la notificación más reciente, era un mensaje de texto sobre todas las llamadas perdidas de su compañera:

¡Montgomery, contesta el maldito teléfono, hay una nueva víctima!

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