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Tuuli

En el Palacio Anular del Aire, todos los habitantes se mostraban muy ansiosos. Todavía no se habían hecho a la idea de perder a sus dos adorados monarcas de manera tan repentina y triste. Aunado a ello, no había un solo ente etéreo que no estuviese a la expectativa de la llegada de la nueva esencia femenina. Ninguno de los presentes había presenciado a un ser que hubiese sido creado por el mismísimo Céfiro Celestial de manera directa y sin la intervención de ningún otro elemento. No les cabía ni la menor duda de que la sucesora de Caelis sería digna de recibir una posición tan importante como la que estaba a punto de asumir al lado del príncipe Wayra. Sin embargo, el advenimiento de una desconocida, por más cualidades que esta pudiese poseer, producía una cierta incertidumbre generalizada. Además, nadie podía aplacar el punzante dolor que estrujaba los corazones de la totalidad de los vientos planetarios en aquel momento trascendental.

Un fuerte sonido, muy similar al de un poderoso trueno, llenó por completo la estancia. Todas las miradas se dirigieron con rapidez hacia un mismo punto: la Esfera Oscilante de Neón. Desde el centro de esta, una diminuta espiral de tonalidad dorada comenzó a emerger. A medida que esta iba aumentando de tamaño, las siluetas de tres individuos se tornaban más definidas. Un imponente ser cargaba entre sus brazos a una delicada fémina de inusitada belleza. Detrás de ellos, los presentes reconocieron a la figura de su querido Álaster, quien estaba sujetando la parte posterior del manto del Céfiro. Una mezcla agridulce de emociones se adueñó de las mentes de todos los habitantes de Briesvinden. Por un lado, un júbilo inconmensurable nació en su interior al caer en cuenta de que su soberano continuaba con vida. Por otro lado, una extraña sensación de vacío en mitad del pecho los invadió casi al mismo tiempo que lo hacía la sensación de alegría inicial. Pasaron varios minutos durante los cuales nadie se atrevía a pronunciar una sola palabra, dado que les atemorizaba la idea de causarle enfado o algún tipo de incomodidad al amo supremo de los vientos. No obstante, el joven príncipe heredero no fue capaz de resistir su creciente impulso de hablar, pues las dudas le estaban carcomiendo las entrañas.

—¿Por qué no ha regresado mi madre también? Si la vida de mi padre fue perdonada, ¿por qué no pudo serlo la de mi madre? Ella era una excelente reina y una abnegada esposa… Todos en el reino habíamos pensado que mis padres se habían puesto de acuerdo para sacrificarse juntos… ¿Por qué ha sido tomada solo la vida de ella? ¡Oh, gran Céfiro Celestial! Le ruego que me otorgue una respuesta —exclamó Wayra, con la voz temblorosa.

—Tal y como se lo he dicho hace poco a tu padre, de la misma manera te lo he de decir a ti ahora: una esencia femenina fue lo que me pediste, una esencia femenina era lo que debías darme entonces. Jamás he exigido un precio de valor inferior o superior al valor de lo que se me solicita, sino que el precio debe ser igual en todos los sentidos —respondió el Céfiro, mostrándose muy calmado.

Al primogénito de los monarcas del aire no le quedó más remedio que aceptar aquella cruda verdad con estoicismo. Aunque deseaba descargar su tristeza y su rabia a través de los gritos, sabía muy bien que no podía darse ese lujo. Se hallaba bajo la escrutadora mirada de cientos de familias nobles que pronto estarían bajo su autoridad. Un comportamiento irrespetuoso era la última de las características que él podía permitirse demostrar en público. Su imagen debía mantenerse impoluta o, de lo contrario, los demás vientos planetarios hablarían en su contra para que el amo supremo de los vientos eligiese a otro joven para que tomara su lugar en el trono del Palacio Anular.

—Si nadie más tiene algo que desee decirme, procedamos de inmediato con la ceremonia del Adagio Nupcial. Deseo permanecer como testigo de la misma, para luego darle mi bendición a la nueva pareja de soberanos y regresar a mis aposentos en paz —declaró el dueño y señor de todo Briesvinden.

Acto seguido, la estancia más amplia de las miles que estaban disponibles en aquella fortaleza aérea fue preparada para que Wayra y Tuuli pudiesen celebrar allí su festejo de bodas. Los muros fueron recubiertos con abundantes capas de polvo estelar, el cual emitía un precioso brillo escarchado titilante. Sobre toda la superficie del piso marmóreo, un abundante cargamento de pétalos de las siete flores que estaban representadas en las piedras sagradas fue esparcido con sumo cuidado. Las distintas familias nobles se congregaron alrededor del perfecto círculo floral en el que danzarían sus nuevos reyes. Una gran sonrisa se había dibujado en los rostros de los asistentes al contemplar la gracilidad en los movimientos de la novia, quien lucía radiante de felicidad.

Las damas se notaban mucho más entusiasmadas que los caballeros, puesto que ellas recibieron el privilegio de confeccionarle un atavío especial a la joven princesa. El mismísimo Céfiro les dio instrucciones específicas para que realizaran esa importante tarea, y el resultado logrado fue muy satisfactorio. La estilizada silueta de Tuuli estaba adornada por una vaporosa nube rosácea que fluía despacio por la totalidad de su cuerpo, pero sin que el vestido perdiese la llamativa forma que se le había dado. Los pequeños pies de la chica exhibían unas primorosas zapatillas diamantadas, mientras que su larga cabellera áurea había sido trenzada y decorada con cientos de minúsculas mariposas de cristal turquesa atornasolado.

Todo estaba listo para dar inicio a aquel esperado evento sin contratiempos. Wayra se colocó de pie junto a la zona delimitada por los pétalos de crisantemo. Tuuli, por su parte, se arrodilló frente al área en donde reposaban los pélalos de orquídea, en el lado opuesto de la estancia. La orquesta oficial de los vientos, la cual estaba compuesta por las esencias etéreas más jóvenes de cada familia, empezó a tocar una suave melodía. La princesa hizo el primer movimiento. Se levantó con delicadeza y avanzó unos cuantos pasos hacia su prometido. Ella lo miraba a los ojos en todo momento al tiempo que le sonreía. Él también estaba desplazándose hacia la novia, pero no lograba corresponderle la expresión de regocijo, puesto que había algo en ella que lo tenía inquieto en sumo grado. No veía ni uno solo de los siete colores de los vientos en los almendrados orbes de Tuuli. ¿Cómo era posible que una esencia femenina, quien había sido diseñada con el objetivo de que se casara con él, no fuera la indicada? El miedo lo tenía casi paralizado, pero no podía echar marcha atrás cuando estaba a punto de consumar su matrimonio ante la presencia de su amo supremo. Siguió ejecutando los movimientos que le correspondían con gran destreza, como si no estuviese sucediendo nada extraño a su alrededor.

Desde la perspectiva de la joven, ese día no podía ser más perfecto de lo que ya era. Desde el instante de su nacimiento, en su interior sentía que estaba destinada a convertirse en la esposa de Wayra. No creía estar haciendo algo incorrecto al aceptar el propósito que le había sido asignado por su creador. Jamás imaginó que su mundo ideal se resquebrajaría por completo en unos cuantos segundos. Mientras caminaba directo hacia los brazos abiertos de su novio, la curiosa mirada de la chica se desvió por un lapso muy breve. Se puso a observar a los integrantes de la orquesta, los cuales tocaban los instrumentos con pasión y maestría. Uno de los jóvenes pianistas había despegado la vista de las partituras y ahora la miraba a ella fijamente. Tan pronto como sus miradas se encontraron, Tuuli percibió una fuerte onda calórica que la recorrió de pies a cabeza. Era algo nuevo para la princesa, un bello sentimiento que Wayra no había conseguido despertar en ella, a pesar de ser su prometido…

Vayu no podía creer lo que acababa de pasarle. Estaba seguro de que había visto la inconfundible señal cromática en los ojos de esa joven. No faltaba ni uno solo de los siete colores de los vientos en ese par de globos oculares. Además de estar presentes las tonalidades sagradas en los orbes de aquella dama, estos centelleaban con intensidad, como si estuviesen reflejando los rayos del sol. Una enorme dicha se apoderó del chico, puesto que encontrar a una esencia femenina que lo amara con tal fuerza era casi imposible en esos días tan críticos para los habitantes del Palacio Anular del Aire. Se incorporó de un salto, y estuvo a punto de abandonar su puesto correspondiente e ir corriendo a reunirse con su amada, pero la realidad le propinó un certero puñetazo en plena cara. ¡Tuuli era la prometida de su hermano mayor! Su rostro se petrificó por completo debido a la vergüenza y la frustración que lo embargaron al caer en cuenta de que el reino entero había empezado a murmurar y señalarlo. Los demás miembros de la orquesta cesaron de tocar la conocida melodía de bodas y se unieron también al cuchicheo generalizado.

—¿¡Cómo te atreves a hacerme esto!? Nuestra madre dio su vida para que esta muchacha pudiera existir y se casara conmigo… ¡Y tú tienes el descaro de mirarla a los ojos en pleno Adagio Nupcial! ¡Esto no te lo perdonaré ni a ti ni tampoco a ella! —gritó Wayra, hecho una furia.

El príncipe corrió hacia la mesa de jade en donde estaban colocados los numerosos obsequios de parte de todas las familias nobles y del propio Céfiro Celestial. De allí tomó una pesada esfera de ónice cuya función era la defensa en contra de posibles enemigos de los vientos. Ninguno de los entes aéreos habría pensado que esta iba a ser utilizada en contra de ellos mismos. Wayra la levantó con ambas manos y se la aventó a Tuuli, al tiempo que pronunciaba una terrible maldición.

—Todos los atributos que te fueron dados por el Céfiro Celestial han de serte arrebatados en este día. Esos grandes ojos, tu dulce sonrisa llena de inocencia, esa armoniosa risa que tienes, tu arrulladora voz, tu grácil figura, la brillante cabellera que ostentas, e incluso tu piel de seda… ¡Todo eso lo perderás por haberte convertido en una vil traidora! —sentenció él, mirándola con repulsión.

Aquella secuencia de nefastas acciones se dio de manera tan rápida e inesperada que ni siquiera el amo supremo de los vientos logró intervenir a tiempo para detener los efectos adversos de esa poderosa invocación de mal. La esfera impactó justo en el centro del pecho de la muchacha, quien empezó a romperse en siete partes de igual tamaño, cual si fuese una frágil muñeca de porcelana golpeándose contra el suelo. Los fragmentos se desperdigaron a la velocidad de la luz, sin que ninguno de los presentes tuviese tiempo para determinar su paradero.

—Mil copias de cada uno de los siete envidiables atributos de Tuuli serán dispersadas por toda la faz de la Tierra junto con las piezas originales. ¡Ve tú a buscarlas, hermanito, si es que puedes distinguirlas! ¡Sé que jamás encontrarás las verdaderas piezas! —anunció Wayra, usando el tono de voz más sarcástico que le fue posible manifestar.

El Céfiro Celestial intercedió justo en ese instante. Aprisionó a Wayra entre sus imbatibles brazos y se lo llevó consigo para castigarlo con la muerte, fuera de los límites de Briesvinden. Antes de marcharse, le dirigió a Vayu unas palabras.

—Decreto que el mando del Palacio Anular del Aire pase a ti desde este día, pero con la condición de que nunca ceses de buscar a Tuuli. Debes prometerme que no cesarás jamás. Día y noche habrás de luchar por encontrarla. ¡Júramelo ahora mismo! —exigió el señor de los vientos.

—¡Lo juro, oh señor! ¡Nunca me detendré! Amo a Tuuli y no permitiré que ella permanezca maldita. ¡Tiene mi palabra! —aseguró Vayu, con la voz entrecortada.

Una indescriptible conmoción se había hecho presente en su alma, pero eso no le impidió ver con claridad su propósito de allí en adelante: reconstruir a la princesa. Sin importar cuánto tiempo pasara, él la encontraría. Estaba convencido de que su corazón lo guiaría por el camino correcto…

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