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El estanque de lotos

Debo decir que mi padre era coreano y mi madre china. Viví con mis padres hasta que ambos murieron en el terremoto de 1976. No tengo parientes vivos. El terremoto mató a más de doscientas cincuenta mil personas.

Tenía tres años de edad en ese entonces.

El orfanato de Tangshan fue mi hogar. Allí crecí.
Me llamo Jeon Jungkook.

Esta es mi historia.


La mañana que llegué a la pequeña isla donde iba a radicarme, el hombre quién había gestionado mi adopción y solicitado mis servicios como ayudante, me recibió de manera fría y distante. Supuse que con el correr de los días eso cambiaría pero supuse mal.

No mucho tiempo después, me di cuenta que él era un ser estricto y demandante que solo necesitaba quién le ayudara con su enorme jardín botánico y no destinaría ni una sola palabra a que yo me sintiera cómodo o bienvenido. Me había adoptado como hijo, pero no lo era y nunca sería aceptado como tal.

Él es el botanista de este sitio, tiene un hijo biológico, pero el chico no puede con todas las tareas, y ese había sido el motivo por el que me había convocado y así llegué yo, Jungkook, dieciocho años de edad y quince de orfandad.
Me presenté ante quienes a partir de ese día iban a ser «mi familia», el señor Park MingYing y su hijo Jimin, un joven menudo, ojos con chispas y brazos bien fuertes.

Los tres nos inclinamos en señal de respeto. El chico me guío a los aposentos que yo ocuparía, allí dejé mis pertenencias y acto seguido, comenzaron mis clases de botánica.

Cuando Jimin me llevó a conocer el jardín se lo veía feliz con cada cosa que me señalaba. Había pasión en sus ojos mientras me describía los procesos de sembrado y la cosecha de ciertos frutos. Plantas y flores eran una golpiza a los sentidos.
Yo hacía anotaciones mentales de cada cosa pero sabía que si algo llegaba a olvidar, tendría al chico detrás mío para corregirme o instruirme en cada paso.

Su padre nunca nos acompañó. Él no salía de la vivienda, era anciano, sin fuerzas. La muerte le había propuesto una pulseada que MingYing no estaba dispuesto a jugar, pero él sabía que tenía a la parca allí, a sus espaldas, pisándole la sombra. Eso no lo hacía ser más amable, ni querible, ni nada que se le pareciera.

Jimin había crecido al lado de este hombre distante e indolente. Su madre murió el día que él nació, su padre lo culpó durante toda su vida y nunca lo perdonó por esa muerte. Triste. Tristísimo.

Los dieciocho años de Jimin no se notaban en su cuerpo, parecía menor.
Pero sí se le notaban en sus manos percudidas por el trabajo al sol y en sus ojos almendrados que denotaban melancolía por aquellas cosas que él ni siquiera sabía que existían.

Él no conocía el amor, no sabía lo que era que alguien reconociera el trabajo bien hecho, ni que le brindaran un abrazo por su cumpleaños. Sabía la fecha de su cumpleaños por la fecha de muerte en la lápida de su madre. Cuando llegaba ese día, él se ponía su mejor ropa, se peinaba y salía a los saltos por detrás de su padre hacia el lugar donde descansaban los restos de su mamá.
Su padre nunca le permitió acercarse mientras él estuviera en la tumba de su esposa. Cuando se retiraba, pasaba al lado de su hijo y sin emitir sonido, tomaba con dos dedos el cuello de su camisita y lo jalaba hacia el sepulcro y se retiraba bufando por lo bajo.

Jimin se quedaba solo sobre el montículo de tierra y flores. Sus lágrimas caían sobre la tierra y bajito le decía a su madre que era su cumpleaños.

—Lo sabes, ya lo sé, yo te maté ese día mamá, perdóname, ojalá estuviera a tu lado, enterrado junto a ti.

Cuando él me contó que eso es lo que había vivido a lo largo de sus dieciocho años, me embargó una gran tristeza y sentí una opresión en el pecho por él. Porque nada de lo que él creía era real. Un hijo no mata a su madre por haber nacido. Ella se desangró por una mala praxis, hubo allí un culpable que obviamente no fue el neonato.

Sinceramente creo que la mamá de esta criatura dulce y hermosa, debe haberse revolcado en la tumba cada vez que lo escuchaba.
Pobre niño triste.

Pienso que el destino hizo que yo llegara a la isla del botanista con el único objetivo de conocer a este pequeño chico de alma generosa y corazón mustio.
Dos corazones huérfanos que por primera vez podían compartir secretos guardados y olvidados.

En cuanto a mí, mi experiencia no era la mejor, tampoco tuve elogios familiares, ni abrazos de amor filial. Pero en el orfanato tuve amigos con quienes compartiamos sueños de libertad y eso me mantuvo vivo y alerta.

Debería agradecer a la vida haberme hecho llegar hasta aquí para conocer a Jimin. Pero no voy a agradecer nada porque la vida, el destino, o lo que sea que nos respira desde arriba, se hizo un banquete con nuestras existencias y se la fagocitó despacito y de a bocados.

Ay de Jimin, ay de mí.

El jardín del botanista, fue a partir de aquel momento el hogar que nunca tuve y fue testigo de los momentos más importantes de nuestras vidas.
Cada día que transcurría me sentía bendito por haber llegado hasta aquí y conocer a Jimin. Teníamos jornadas extenuantes de trabajo pero al concluir las tareas y sentados frente al suculento plato de comida del día, me sentía feliz haciendo contacto visual con sus ojitos vigorosos.

En las tardes, nos quitábamos los kasa que llevábamos todo el día en la cabeza y nos sentábamos en lo más alto de la isla para ver el sol caer. Era un espectáculo estremecedor. Él había empezado a tomar mi mano cuando se sentía feliz. Se apropiaba de ella y la llevaba a su pecho, susurraba palabras que no lograba entender, me miraba y sonreía y mis defensas caían estrepitosamente frente a ese rostro angelical.

—¿Qué dices tan bajito, Jimin? no puedo escucharte.

—Lo digo bajito para que no escuches, Jungkook, porque son palabras para mi mamá. Le cuento a ella cada día lo que siento desde que llegaste.

Era tan tierno e inocente que mi alma se encontraba de rodillas a sus pies.

—Le digo que soy feliz, Kook, como nunca lo he sido. Le cuento que cuando rozas mi mano siento cosas en el estómago.

—¿Qué?

—Perdón. No debí decir eso.

—Sí. Sí debiste. ¿Qué sientes?

—Siento cosas acá en mi estómago cuando estás cerca mío.

—¿Cerca, así?

—Sí.

Mis labios rozaron los suyos.

—¿Así de cerquita, Jimin?

—Sí.

Lo besé dulce y suave. Era mi primer beso y el suyo también.
¿Qué estaba sintiendo? ¿Qué era esto? El pecho me estalló. Quería más. Deseaba más besos y caricias. ¿Era normal sentirse así?

El gong desde la vivienda de «nuestro» padre nos hizo separar. Sonreímos y guardamos ese beso bajo siete llave.

Después de ese hermoso momento, yo desperté cada día con una sonrisa porque sabía que compartiría todo el día con Jimin.

Cada jornada era un descubrimiento para nosotros.
El día que me llevó a conocer uno de los tantos estanques que tiene la isla fue uno muy especial, porque él me iba a enseñar a cultivar lotos.

Entre tanta zona húmeda se erigía un pequeño refugio en forma de pagoda. Ese lugarcito seco y ajeno a toda mirada era el espacio secreto de Jimin. Allí se recluia para estar a solas con su imaginación y su corazon.

La bella alberca natural colmada de flores de loto, que rodeaba el recinto, era de cuento de hadas. Ese día aprendería todo acerca de una de mis plantas favoritas.
Pero el loto, los estanques, las aguas y las enseñanzas quedaron en segundo plano cuando él se acercó a mí y acarició mi rostro con su pequeña mano.
El momento se tornó más íntimo y los dos nos dedicamos a recorrer la piel del otro con hambre y vehemencia.
Ninguno tenía experiencia de nada. Pero los cuerpos hablaban por sí solos. Nos entregamos al más sublime acto de amor, porque, sí, para ese momento los dos sabíamos que nos amábamos.
Fue el día más perfecto de nuestras vidas. Y se repitió una y otra vez hasta saciarnos de la carne del otro, aunque nada parecía ser suficiente.

El estanque de lotos fue nuestro cómplice silencioso, amábamos ese lugarcito propio, cálido y único.

Los días de trabajo extenuante continuaron y cuando no podíamos ir al «Paraíso de los lotos» como lo llamábamos de manera secreta, buscábamos los momentos para prodigarnos amor del modo que fuera. Habíamos decidido arriesgarnos a dormir juntos, pero solo hasta la madrugada.
Cuando el alba desperezaba sus primeros rayos, yo salía a hurtadillas de la calidez de las piernas de mi amado y corría a mis aposentos para no levantar sospechas entre los sirvientes de la gran posada, ni del mismísimo señor MingYing.
Nos sentíamos poderosos y dueños del mundo.

Hasta aquella mañana en que al jardín botánico que habitábamos, se presentó el general Hyang, un militar de contrastado reconocimiento dentro de la comunidad y amigo personal del señor Park.
El sujeto, llegó con una propuesta que el padre de Jimin no dudó en aceptar. Entre los dos habían acordado unir ambas familias con un matrimonio arreglado entre hija e hijo de los patriarcas.
Cuando su padre nos comunicó que Jimin desposaría a la hija del general, en las próximas semanas, sentimos que el mundo se nos venía abajo.

Esa noche Jimin lloró sobre mi pecho hasta quedar exánime. Yo intenté ser fuerte, pero quería morir. El solo hecho de pensar que lo alejarían de mi lado y que él debería compartir lecho con otra persona, me hacía sentir el ser más desdichado sobre la tierra.
Lloramos tanto que nos quedamos dormidos y a mí se me olvidó levantarme al alba para regresar a mi cama. Grave error.

El padre de Jimin y el general Hyang, los dos parados a los pies de la cama, miraban nuestros cuerpos desnudos y entrelazados, con ojos acusadores y con un gesto de repugnancia que nos aterró.

Lo que ocurrió después de que ellos descubrieron nuestro romance secreto y prohibido, fue el infierno mismo.

Un general sin piedad y un padre sin amor por su hijo en la China de Mao Tse Tung era una condena mortal.

Nada les importó, nada los detuvo.
Nos llevaron a las rastras, encadenados como si fuéramos delincuentes. Nos encerraron por separado en oscuras celdas húmedas y malolientes.

Allí se encontraba otro joven. De mi edad, calculo. Él se dirigió a mí y pronunció palabras que calaron mi alma de dolor profundo.

Estás aquí porque te consideran lacra, como la puerta. Llevo solo dos días entre la mugre y no he vuelto a tener contacto con mi amor. Tú tampoco lo tendrás. No pierdas el tiempo, si vuelves a tenerlo cerca, dile lo que ellos no quieren que sintamos. Dile todo. Dile cuánto lo amas. Y despídete. Este es el final para nosotros, amigo desconocido.

Lloré pensando en Jimin, en mí. En lo € que fuimos y en que no le hacíamos mal a *# por amarnos.
Transcurrieron dos días, la próxima vez que vimos el sol y volvimos a tener contacto, estábamos de rodillas frente a un pelotón de fusilamiento.
Tenía vendas en mis ojos y no podía ver a mi amado. La maldita vida se empeñó en hacernos infelices hasta el momento final.
Le hice caso al desconocido, le dije lo que ellos odian de nosotros.

—¿Jimin, estás ahí?

—A tu lado, Jungkook.

—¿Sabes que te amo más que a la vida misma, verdad?

—Lo sé. Yo te amo más.

—No tengas miedo, por favor. Iremos juntos al paraíso.

—Allá te espero, amor de mi vida.

Escuché las armas ser cargadas y los disparos de los proyectiles taladraron mis oídos.

Escuché caer el cuerpo de mi amado Jimin.

Percibí su olor de ámbar dulce invadir mis sentidos. Sentí su último suspiro cerca de mi boca, antes de dar el último mío.


Fin


Un cuento de Caracola.
Publicado el 18 de julio de 2022.




Lloré al adaptar mi propio cuento al JiKookMin, el original, donde los protagonistas son chinos, lo escribí en el marco del concurso de escritura Asobo Awards 2022, en el obtuve el 1er lugar.

Les cuento que me inspiré en una peli que vi hace mil años que se llama "Las hijas del Botanista".
Me impactó tanto que fusilaran a las protagonistas por ser lesbianas que investigué sobre Mao Tse-tung y su política homofóbica. A los homosexuales los hacía fusilar por considerarlos "una perversión para la sociedad" porque "propagaban enfermedades".

¡Mi Dios! Como integrante del colectivo LGTBIQ al que pertenezco decidí escribir estas líneas. Es ficción, ya lo sé, pero aún así me dolió escribirlas y aún más me estremece pensar que hubo personas que padecieron persecución y muerte en la China comunista de aquella época.

PD: No es una adaptación ni nada parecido, solamente el botánico donde se mueven los personajes y el destino final, son tomados del allí. El resto es de mi autoría.

Lola de Córdoba.

Invierno 2022.

Actualización:
((Bueno, este no es el fin. En el capítulo siguiente encontrarán un final alternativo. Sí. Necesité un final acorde a su historia de amor. No me gustan los finales tristes. Pasen por él.
Gracias por leer 💜))

Enero 2024
Caracola


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