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Nuevas amistades y algo más


Casa de Link...

La cena continuó normalmente, aún sin Link que había preferido retirarse por los comentarios que hicieron su abuelo y su hermanita, y lo hicieron sentirse bastante avergonzado. Se pasaron un rato escuchando algunas historias del abuelo, y se estaban divirtiendo tanto que no se dieron cuenta de cómo pasó volando el tiempo, aún luego de que terminaron de comer. Ya pasaban de las ocho de la noche, por lo que el abuelo se llevó a la pequeña Aryll a dormir a su habitación, mientras la abuela acompañó a Zelda a la que habría de ser la suya durante su estadía en su casa.

La habitación estaba en el segundo piso. Según le dijo la abuela, esa solía ser la habitación de Link cuando sus padres aún vivían, luego de que fallecieran Link se pasó a la habitación de ellos. Esta ahora nadie la ocupaba, pero aún así la mantenían limpia y ordenada, y de cuando en cuando la usaban como cuarto de huéspedes si llegaba alguien que la necesitara.

- Espero que te sientas a gusto. Buenas noches y que tengas dulces sueños.

- También usted, abuela.

Zelda cerró la puerta, y echó un vistazo a la habitación. La cama era bastante grande, y también tenía una cómoda con un espejo para arreglarse. Había también un armario vacío, donde aprovechó de poner algo de la ropa que llevaba. La casa de Link y su familia podía ser humilde, pero era su hogar, y Zelda realmente se sentía a gusto ahí, no tenía nada que envidiarle a su palacio.

- Uff. Bueno, hora de dormir un poco. - dijo con voz algo somnolienta.

Dejó su bolsa sobre la cómoda, y sacó su ropa de dormir para cambiarse. Estaba muy cansada por todo el ajetreo de ese día, así que no tardó mucho en quedarse dormida.

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Más tarde, esa noche...

- Ya no llores. Una niña tan bonita como tú no debería estar triste.

- ¿Eh?

¡THROOOOOOOOMMM!

El fuerte estallido de un trueno hizo que Zelda se despertara de su sueño. La joven se despertó casi de sobresalto, el estallido la había sorprendido. Unos segundos después fue que se dio cuenta. Al despertar no recordaba bien lo que estaba soñando, solo que estaba llorando por alguna razón, pero había una voz que sonaba muy amable intentando consolarla. No era lo que se pudiera llamar una pesadilla, aunque tampoco estaba segura de que fuera un sueño bonito. La joven se salió de la cama y miró por el cristal de la ventana, efectivamente estaba lloviendo a cántaros, y con relámpagos.

- De la que me salvé por no dormir afuera. - se dijo a sí misma.

Antes de volverse a dormir, decidió bajar a la cocina por un poco de agua. Como estaba muy oscuro, encendió una vela para iluminarse el camino, no quería dar un paso en falso y romperse el cuello al caer por las escaleras. Abrió con cuidado la puerta y caminó muy sigilosamente para no despertar a nadie. Al llegar a las escaleras, tomó un profundo respiro antes de bajar, dando cada paso con precaución.

Finalmente llegó a la cocina. Se acercó a una jarra llena de agua, y tomó una taza para servirse. Pero mientras se tomaba el agua, al voltearse se encontró con la mirada de alguien más que se había levantado. Era la pequeña Aryll, iba vestida con una pijama azul celeste con florecitas rojas, y estaba descalza. Parecía estar muy asustada, por la forma en como la estaba mirando.

- ¿Qué sucede? - preguntó Zelda. - ¿No puedes dormir?

- Me dan miedo las tormentas. - respondió la pequeña. - Los truenos y los rayos me provocan pesadillas.

- Pobrecita. - Zelda se acercó y se inclinó para abrazarla.

- Por favor no se lo digas a Link, o a mis abuelos. - dijo Aryll. - No quiero que piensen que soy una niña miedosa.

- No tienes de qué avergonzarte. - la tranquilizó Zelda, sonriéndole. - Sabes, a mí también me daban mucho miedo las tormentas cuando tenía tu edad.

- ¿En serio?

- Sí. De hecho... hay veces en que todavía me asustan un poco. - asintió la joven. - Te diré algo, si quieres puedo acompañarte un rato, hasta que estés más tranquila.

- ¿De verdad? Muchas gracias. - se alegró la pequeña. Zelda se puso de pie y la llevó de la mano de regreso hasta su habitación.

Aryll se volvió a acostar en su cama, mientras Zelda se sentaba en el borde. Zelda miró por un momento la ventana, justo cuando un relámpago destellaba afuera.

- Bueno, si quieres podemos conversar un poco, de lo que quieras. - le ofreció Zelda.

- Hmm,... - La pequeña caviló un momento, y finalmente preguntó. - Oye, Zelda, ¿cómo es la familia de la que vienes?

- ¿Mi familia? - Zelda en ese momento no supo qué decirle. No iba a contarle que era la heredera de la familia real de Hyrule. Intentando pensar en algo pronto, finalmente decidió hablarle algo que pensaba que sería suficiente para saciar su curiosidad, aunque quizás le doliera un poco. - Bueno... a mi padre no lo recuerdo, murió poco después de que yo nací. Y mi madre... murió a causa de una enfermedad hace poco más de un año.

- Oh... - Aryll pudo percibir la tristeza en la voz de Zelda, y también en sus ojos, y no pudo evitar sentir pena por la joven. - Lo siento, creo que no debí preguntar eso.

- Tranquila, no pasa nada. - dijo Zelda. - Sabes, en ocasiones es un poco duro ser hija única. No tener hermanos y hermanas con quienes compartir puede ser muy solitario, y más aún cuando ya no están tus padres.

- Sí, te entiendo. - dijo Aryll. Link era el único que tenía uso de razón cuando sus padres murieron, así que ella casi no los recordaba bien. - Mi hermano Link a veces puede ser muy regañón conmigo, pero lo quiero mucho. Siempre está conmigo cuando más lo necesito, igual que el abuelo y la abuela.

- Ustedes son una familia muy unida, ¿verdad? - preguntó Zelda.

- Sí. Aunque, ¿sabes algo? A veces hubiera querido tener una hermana mayor. Sobre todo cuando veo a Romani y Cremia, las dos se divierten mucho juntas. Me dan algo de envidia.

- ¿En serio? - Zelda sonrió divertida.

- Ajá. - En ese momento, a Aryll se le ocurrió una idea. - Oye, Zelda, ¿te gustaría ser como mi hermana?

- ¿Eh? - La pregunta la tomó por sorpresa.

- Mientras estés aquí, por lo menos. - dijo Aryll. - ¿Podrías ser como mi hermana mayor, porfis?

- Hmm. - Zelda tardó un momento en procesar lo que Aryll le estaba pidiendo. La idea de tener a Aryll como hermanita pequeña no le sonaba del todo mal, particularmente dado que tuvo una infancia bastante solitaria al ser hija única. - Jeje, de acuerdo, está bien. Somos hermanas a partir de ahora.

- ¡Sí! ¡Tengo una hermana mayor, sí! - celebró feliz Aryll, pero Zelda le hizo *shhhhh* para que bajara la voz y no fuera a despertar a los abuelos o a Link. - Perdón, me dejé llevar. - dijo la chiquilla tapándose la boca.

Zelda exhaló un suspiro, y miró por la ventana un momento cuando destelló un relámpago, antes de volver su atención hacia Aryll.

- Los días lluviosos me traen muchos recuerdos. - dijo Zelda. - Siempre que empezaba una tormenta, salía corriendo a abrazar a mi mamá. Ella siempre encontraba la forma de tranquilizarme. Por las noches, si estaba asustada, se quedaba conmigo hasta que me dormía, y si tenía problemas para conciliar el sueño me contaba historias, muy bonitas, por cierto.

- ¿Qué clase de historias? ¿Esas dónde el héroe se enfrenta a un villano malvado, rescata a la princesa y después se casan y viven felices para siempre?

- Hmm... sí, más o menos. -

- Esas historias me encantan. - dijo Aryll. - A veces quisiera ser como las princesas de esos cuentos. -

- Jeje, oye, ser princesa no es tan simple como parece. - dijo Zelda.

- ¿Y cómo lo sabes?

- ¿Eh? Bueno... eso es lo que he escuchado. - fue lo único que a Zelda se le ocurrió decir.

- Hmm. - Aryll por un momento como que no se tragó la respuesta de Zelda, pero luego pensó que tal vez ella tuviera razón. - Oye, ¿te sabes buenas historias? ¿Por qué no me cuentas una antes de dormir? Claro, si no te molesta.

- Por supuesto que no. - replicó Zelda. - Es más, traje conmigo un libro que tiene historias muy interesantes, ¿me esperas un momento y te leo una?

- Está bien, pero no te tardes mucho. - dijo Aryll.

Zelda entendió con la última parte que Aryll no quería quedarse solita, así que se apresuró a volver a su cuarto. Buscó su libro sobre las leyendas antiguas entre sus cosas y volvió con Aryll, acto seguido se sentó junto a ella en la cama. Encendió un par de velas para tener mejor iluminación. Aryll se le arrinconó para ver el libro.

- Ay, quisiera poder leerlo yo. - La pequeña apenas sabía escritura hyliana básica, pero la del libro era mucho más compleja y no la entendía bien.

- No te preocupes. Tiene algunas ilustraciones para que sepas más o menos lo que pasa. Ahora veamos, hmm... - Zelda buscó en el índice. - Ajá, creo que esta te va a gustar. Escucha bien...

- "Antes de que la vida empezara, antes de que el mundo tomara forma, tres Diosas doradas descendieron sobre la caótica tierra de Hyrule. Ellas eran Din, la Diosa del Poder; Nayru, la Diosa de la Sabiduría; y Farore, la Diosa del Valor. Din, con sus poderosos brazos ardientes, cultivó el planeta para crear la tierra. Nayru regó su sabiduría para dar el espíritu de justicia al mundo. Y Farore, con su rica alma creó todas las formas de vida que mantendrían la ley.

Con su tarea completa, las tres Diosas retornaron a los cielos, dejando atrás la sagrada reliquia dorada, la Trifuerza..."

Aryll escuchaba con mucha atención, y también mientras miraba las ilustraciones del libro, intentaba imaginarse como era todo aquello. La imaginación de la pequeña volaba como nunca, con la historia que Zelda le contaba.

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Un par de horas después...

- "...y así, la paz retornó al reino de Hyrule. Con su tarea cumplida, el Héroe del Tiempo colocó la espada de vuelta en su pedestal, donde reposaría hasta que fuese requerida de nuevo. De nuevo, volvió a ser un niño, pero solo físicamente. Todo volvió a como estaba al principio de su viaje. Nadie recordaría nada, sería como si eso nunca hubiera sucedido en primer lugar...

Pero aún tenía en su mano aquella ocarina. Pensó que tal vez, debía devolvérsela a su legítima dueña. Así que con paso firme se dirigió al castillo, donde se vieron por primera vez...

Ella estaba allí, espiando por una ventana en el jardín del castillo, igual que cuando la vio por primera vez. Al sentir su presencia, ella volteó. Su primera expresión fue de sorpresa, no sabía como reaccionar. Pero pronto, la sorpresa dio paso a una gran alegría, y con lágrimas de felicidad en sus ojos, corrió a abrazarlo.

- Volviste.

- Te prometí que nos volveríamos a ver. Y yo siempre cumplo mis promesas.

Nadie más sabía todos los peligros y amenazas a los que esos dos pequeños niños se enfrentaron, sin tenerse a más nadie que el uno al otro para ayudarse. Pero todo ello formó un lazo que los uniría eternamente, y su leyenda perduraría para ser contada por sus futuras generaciones.

FIN."

- Vaya... esa fue una historia increíble. - dijo Aryll cuando Zelda terminó de leer. La historia estaba tan emocionante que hizo un esfuerzo supremo para no quedarse dormida hasta que terminara. - Oye... ¿y eso pasó de verdad, o alguien lo inventó?

- Bueno, dicen que todas las leyendas tienen su origen en hechos reales. - dijo Zelda. - Podría haber algo de verdad en todo esto.

- Hmm. Oye, ¿no crees que el Héroe del Tiempo de esta historia se parece mucho a mi hermano Link?

- ¿Tú crees? - preguntó Zelda.

- Sí, mira. Usa un traje similar, es rubio, y hasta usa la espada con la mano izquierda. - observó Aryll.

- Oye, pensándolo bien tienes razón. - admitió Zelda, el Héroe del Tiempo vestía de verde, era rubio y zurdo, igual que Link. No se había dado cuenta hasta que Aryll se lo señaló. - Vaya coincidencia.

- Hmm, si tú fueras rubia quedarías perfecta como la princesa de ese cuento. - dijo Aryll.

- "Si supieras..." - pensó Zelda, la chiquilla no tenía idea de la magnitud de sus palabras, pero decidió disimular. - Cómo crees, no es para tanto.

- ¿Por qué dices eso? Si eres muy bonita. - dijo la chiquilla. A Zelda muchas veces le habían dicho que era una joven muy hermosa, aún así nunca le prestaba mucha atención a eso. Sin embargo, la ingenuidad y sinceridad con la que se lo dijo la pequeña la hizo sentirse extrañamente bien.

- Je, bueno gracias. - dijo Zelda ruborizándose un poco. En eso vio por la ventana y se dio cuenta que la tormenta ya había terminado. Estaban tan entretenidas leyendo que se habían olvidado de ella. - Mira, ya paró.

- Ahora ya puedo dormir tranquila. - dijo Aryll, arropándose. - Muchas gracias por leerme la historia, Zelda.

- No fue nada. - respondió la joven. - Si quieres mañana leemos otra. Pero por ahora, creo que mejor me voy a dormir, ya estoy muy cansada. -

- Yo también. Buenas noches.

- Dulces sueños, Aryll. - Antes de irse, Zelda le dio un besito en la frente a Aryll. Su madre solía hacer eso cuando era pequeña para darle las buenas noches. Aryll se extrañó un poco por el gesto, pero luego decidió que, si Zelda iba a ser su "hermana mayor postiza" se podría acostumbrar a ello.

Zelda mientras tanto regresó a su cuarto. Al acostarse en la cama para volverse a dormir, pensó un poco en lo que había pasado ese día. Era su primera noche en ese pueblo, o en esa casa particularmente, pero se sentía bastante bien, casi como si formara parte de esa familia, de ese hogar. Algo que no había sentido en mucho tiempo, desde que su madre falleció.

Perdida entre sus pensamientos, y rendida por el cansancio, lentamente la joven cerró los ojos y se fue abandonando en su sueño.

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Al día siguiente...

Los molestos cantos de los gallos (o cuccos, como prefieran llamarlos) despertaron a Zelda. Por haberse quedado despierta leyéndole la historia a Aryll realmente le fastidiaron, quería dormir solo un poco más. Primero intentó ahogarlos tapándose la cabeza con la almohada, pero esos odiosos pajarracos seguían insistiendo. Al parecer no paraban hasta que todo mundo se hubiera parado de la cama.

- Ugh... ya, está bien, ya me paro. - Zelda se restregó un poco los ojos, no estaba acostumbrada a pararse tan temprano, apenas estaba amaneciendo, no debían pasar de las 7 de la mañana. Decidió ir al baño para asearse, así que tomó sus cosas, pero se acordó que no les había preguntado a Link o a su familia donde estaba el baño. Resignada, bajó las escaleras, y tuvo suerte que en el comedor se encontraba la abuela preparando la mesa para el desayuno.

- Buenos días. - la saludó la anciana al verla. - ¿Dormiste bien? -

- Sí, supongo, aunque me despertó un trueno con la tormenta de anoche. - dijo Zelda. - Disculpe, abuela, ¿podría decirme donde está el baño?

- La puerta al final del corredor a la izquierda. - le indicó la abuela. - Pero espera que Link salga, hace poco que entró.

- De acuerdo, gracias. - Zelda fue hacia donde le indicaron. Al llegar a la puerta, efectivamente, escuchó los ruidos del agua, así que se quedó esperando a que Link saliera.

Unos minutos después, la puerta se abrió, y Zelda por poco se desmaya ante la visión que tuvo. Link solo tenía puestos sus pantalones, y traía una toalla en los hombros, aún así eso no sirvió de mucho para ocultar sus muy bien formados pectorales y su abdomen plano, sin mencionar como destacaban los bíceps de sus fuertes brazos. El hecho de que el muchacho que tuviera el cabello algo húmedo y desordenado al parecer le alborotó las hormonas aún más a la joven princesa.

- Ah, buenos días. - la saludó Link como si nada. - ¿Qué tal pasaste la noche?

- ¿Eh? Ah, bien, muy bien. - Zelda trató de mantener la compostura, disimulando su expresión, y tratando de no sonrojarse.

- El baño es todo tuyo, te esperamos para el desayuno. - dijo Link abriéndole paso para que entrara.

- G-gracias. - dijo Zelda, mientras lo veía alejarse. Tardó un par de segundos en sorprenderse a sí misma mirando fijamente la espalda descubierta de Link, que a su juicio tampoco estaba nada mal. - "¡Pero qué rayos te pasa, Zelda, no seas una pervertida!"

Zelda finalmente entró al baño para asearse, y ver si se sacudía de la mente esas "ideas pervertidas". Aún así, mientras se bañaba, no podía sacarse la imagen de la cabeza. En toda su vida, esa era la primera vez que veía el torso desnudo de un hombre, y sin duda era un espectáculo digno de admirarse, aún cuando su parte racional le gritaba que mirara para otro lado, simplemente no pudo obedecer esa orden. No, no es que no pudiera, es que no QUERÍA. Link era un muchacho bastante atractivo, eso no podía negarlo, pero a final de cuentas, tampoco era que ella hubiese visto muchos otros hombres en su vida. Según lo que le habían enseñado, normalmente eso hubiera sido considerado como una "indecencia", por no decir más, pero dado que estaba en la casa de él, supuso que tendría que acostumbrarse.

Se estuvo un buen rato remojándose, hasta que finalmente logró calmarse, razonando que fue solo la sorpresa, nada más. No tenía nada de qué alarmarse, después de todo, se encontraba pasando por la adolescencia, era lógico pensar que ver a un hombre semi-desnudo le causara una impresión tan fuerte, más si se trataba de uno con un físico como el de Link.

- "Ya, está bien, admites que es un muchacho muy guapo, pero eso es todo. Nada más." - Se decía a sí misma mientras se secaba. Se peinó y se vistió, para luego dirigirse hacia el comedor, donde la familia la esperaba para el desayuno.

- Te estuviste un buen rato. - dijo Link cuando ella se sentó a comer.

- Perdón por eso. - dijo Zelda.

Ya cuando estuvieron todos en la mesa, comenzaron a comer. Nadie dijo más por un buen rato, hasta que el abuelo rompió el silencio.

- Oye, Link, ¿ya terminaste con las herraduras para el caballo del alcalde?

- ¿Eh? - Link estaba distraído, después de asimilar la pregunta dijo con desgano. - Ah, sí, ya están.

- Espero que no tengas inconveniente en llevárselas. Tengo que terminar con los otros trabajos. -

- Ah, vamos, abuelo. Yo puedo encargarme de ellos, mejor llévaselas tú. - dijo Link, pero el abuelo negó con el dedo.

- Link, recuerda que tú eres el aprendiz. Haces lo que yo diga, ¿entendido?

- Hmm... sí, señor. - dijo Link frunciendo el ceño. Zelda notó que Link parecía estar algo incómodo, y no entendía por qué, pero antes de tener tiempo de preguntar, la pequeña Aryll intervino.

- Lo que pasa es que no quieres ver a Ilia, ¿verdad? - Link no respondió, solo volteó la cara, aunque se pudo notar un ligero tono rojo en sus mejillas.

- ¿Qué sucede, hijo? - preguntó la abuela. - Creí que ustedes dos eran buenos amigos.

- Sí, ÉRAMOS amigos, pero eso fue antes que ella empezara a acosarme. - respondió el joven rubio, se notaba bastante molesto.

- ¿Quién es Ilia? - no pudo evitar preguntar Zelda.

- Es la hija del alcalde. - respondió el abuelo. - Ambos solían jugar mucho juntos cuando eran pequeños, je, hasta llegué a pensar que ella llegaría a formar parte de la familia.

- Abuelo... no empieces de nuevo. - gruñó Link. Podía tolerar hasta cierto punto que lo fastidiaran con el asunto de andar siempre solo y no conseguirse a una novia, pero que metieran a Ilia, ya eso era otra historia. Quizás de niño la idea de casarse con ella le hubiera parecido divertida, pero ya después de madurar se dio cuenta que ella no era para él, por varias razones.

- Ya, ya hijo, no hay necesidad de enojarse. - dijo el abuelo.

Todos prosiguieron con su desayuno. Después al terminar, Zelda volvió a su cuarto por algunas cosas para salir, específicamente algunas hojas de papel, un tintero y una pluma para escribir. Al salir de la casa, afuera encontró a Link que estaba saliendo del taller y llevaba la bolsa con las herraduras que tenía que entregar en casa del alcalde.

- ¿También vas a salir? - dijo Link al verla.

- Iré a la biblioteca del pueblo. Me gusta estar al día con mis estudios. - dijo Zelda.

- Je, así que eres una chica estudiosa, ¿eh? - dijo Link sonriendo. - ¿Quieres que te acompañe? La casa del alcalde está de camino.

- Claro, no hay problema. - aceptó ella.

Los dos jóvenes comenzaron a caminar lado a lado. La gente del pueblo los miraba con algo de recelo. Bueno, más específicamente, miraban con recelo a Link, porque se les hacía raro verlo caminar junto a una joven, siempre lo veían solo. Si bien la compañía de Zelda le era agradable, el que lo vieran de esa manera lo hacía sentirse bastante incómodo. No quería que nadie malinterpretara la situación, después de todo apenas tenía un día de conocerla. Zelda notó esto, y decidió ponerse a conversar con él para que se olvidara.

- Oye, Link, acerca de tú y esa chica Ilia, ¿acaso por casualidad, ustedes dos...?

- Por favor ni se te ocurra pensar eso. - dijo Link. - En lo personal... no es que me caiga mal, pero... ella no es mi tipo.

- Perdón, no quise molestarte. - dijo ella. - Pero es que noté que te pusiste bastante incómodo cuando hablaron de eso en el desayuno. Si no te molesta que te pregunte, ¿a qué se debe?

- Hmm... bueno, cuando éramos pequeños se podría decir que ella era mi mejor amiga. Nos llevábamos bien, y todo, pero... creo que al ir creciendo ella comenzó a querer conmigo algo más que amistad, si me entiendes.

- Es decir... que tú le gustas.

- No creo que decir que le gusto sea suficiente. - dijo Link. - El problema es... que yo no siento lo mismo, y aunque se lo hago saber... creo que es demasiado terca para darse por vencida.

Zelda pensó un poco, la tal Ilia no aceptaba un "no" por respuesta. Ella sabía lo molesto que era eso, tuvo que lidiar con uno o dos pretendientes que hasta armaron escenas cuando ella los rechazó durante las celebraciones. Aunque en el caso de ella, solo fue cosa temporal, en cambio Link tenía que soportarla a diario. Seguro que simplemente intentaba ser amable para no lastimarla, pero si ella no quería darse por vencida eso no serviría de mucho.

Unos minutos después, llegaron a la casa del alcalde, la cuál era algo más grande que la de Link, y eso era decir mucho. Link tocó a la puerta. El alcalde, que era un hombre en sus 40 y tantos, le dijo que su caballo estaba en el establo para que le pusiera las herraduras, y su hija lo estaba cuidando. Esa última parte hizo que Link arrugara los labios y soltara un gruñido por tener que ver cara a cara a Ilia, pero dando las gracias se dirigió hacia el establo detrás de la casa, con Zelda siguiéndolo. El alcalde vio a la joven de cabellos castaños, y se preguntó quién sería.

Adentro del establo, vieron a Ilia que se encontraba acicalando a su caballo, y se le notaba muy feliz en ello, pero más feliz se puso cuando vio entrar a Link, y de inmediato dejó al potro para recibir al muchacho.

- Jeje, hola, Link, veo que viniste a visitarme.

- No te emociones tanto. Solo vine por mi trabajo. - respondió Link, sin intentar ocultar su descontento.

- Ah, vamos, no seas así. Mira, mi invitación al lago sigue en pie por si cambias de parecer. - dijo la ojiverde sonriendo de oreja a oreja, pero su sonrisa se desvaneció, y fue reemplazada por una mueca de disgusto al ver detrás de Link y notar de quién venía acompañado.

- Bueno, no me distraigas, le pondré las herraduras a tu caballo y me voy. - dijo Link pasando al lado de ella y dirigiéndose a ponerle las herraduras al corcel. Mientras tanto, Ilia se acercó a Zelda y la miró de arriba abajo, como si tratara de evaluarla.

- "Hmph, pues bonita sí es, pero claro que no tanto como yo." - dijo para sus adentros. - ¿Y tú eres?

- Me llamo Zelda, mucho gusto. - Se presentó Zelda cortésmente y ofreciéndole la mano. Ilia solo la miró y respondió fríamente.

- Ilia. El gusto es todo tuyo. No recuerdo haberte visto antes en el pueblo. No eres de por aquí, ¿verdad?

- No, llegué apenas ayer. - dijo Zelda, intentando ser amable a pesar de la respuesta que Ilia le dio. - Vengo desde el pueblo del castillo de Hyrule.

- Vaya, eso es bastante lejos. - dijo Ilia, dándole una mirada inquisitiva. - ¿Y qué vienes a hacer por aquí, hmm?

- Pues... necesitaba tomarme unas pequeñas vacaciones. - dijo Zelda, ya comenzaba a incomodarle la manera que Ilia la miraba y le hablaba.

- Hmm... espero que no hayas venido al pueblo con intenciones extrañas.

- ¿Intenciones extrañas? ¿Qué quieres decir con eso?

- Ilia, ¿quieres dejar de molestarla? - intervino Link en su defensa, pero sin dejar lo que estaba haciendo. - Ha viajado desde muy lejos y no creo que ese sea el recibimiento más cálido que deberías darle.

A regañadientes, Ilia decidió hacerle caso, pero no sin dejar de mirar fulminantemente a Zelda. La joven princesa no dijo nada, pero por dentro se preguntaba cuál era el problema de la campesina. Luego de unos minutos Link finalmente terminó de colocarle las herraduras al caballo y se fue junto con Zelda, sintiéndose aliviado de poder alejarse de Ilia. No así la ojiverde, que miraba con mucha rabia a Zelda mientras la pareja se alejaba.

- "Hmph, se hace la niña buena y educada. Más te vale no intentar nada raro, o ya verás."

Mientras caminaban, Zelda pensaba un poco en el encuentro que acababa de tener. Desde el principio, fue aparente que no le cayó bien a Ilia, y esta no tuvo reparo alguno en enviarle señales de ello. Le habían enseñado a no dejarse llevar por las apariencias, y que las primeras impresiones no siempre eran del todo correctas, pero no pudo evitar sentirse algo incómoda por la forma en como Ilia la trató. Link aparentemente se dio cuenta de lo que estaba pensando viendo su expresión.

- No le prestes atención a Ilia. - le dijo. - Siempre ha sido así. Casi que me prohíbe tener contacto con cualquier otra chica que no sea ella.

- ¿En serio? - preguntó Zelda. - Pero ni que tú fueras de su propiedad o algo así. Aparte... tampoco es que tú y yo tengamos tanto de conocernos.

- Lo sé, pero así es ella. - dijo Link. - Seguro que el día que salga con alguna chica, Ilia tratará de ver como me la espanta. Y ni porque se trate de alguna de las del pueblo, que las cuenta entre sus amigas.

- Eso suena casi como una obsesión. - dijo Zelda.

- Solo está loca. Pero me vale lo que piense, eso no va a impedir que tenga amigas. - Link dijo la última parte dedicándole una sonrisa, Zelda por reflejo le correspondió el gesto.

La pareja siguió caminando en silencio un rato más, hasta llegar a la entrada de la biblioteca. Link le dijo que tenía que volver a ayudar a su abuelo con los trabajos, y le preguntó si quería que la recogiera a la hora del almuerzo. Zelda dijo que no importaba, ella misma iría. La pareja se despidió y Zelda entró a la biblioteca.

- Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? - la saludó la bibliotecaria.

- ¿Tienen una copia del Libro de Mudora? - preguntó Zelda.

- ¿El Libro de Mudora? - la bibliotecaria se sorprendió un poco, rara vez le pedían ese libro en específico, por lo complicado que era, generalmente solo eruditos lo podían entender. - Por supuesto, lo podrás encontrar en el estante de Lenguas y Runas Antiguas. -

- Gracias.

Zelda fue hacia el estante donde estaba el libro. Dado que era bastante grande, tardó un poco en encontrarlo, pero finalmente dio con él. El libro era verde, y se notaba que no había sido abierto en mucho tiempo, había acumulado bastante polvo. Zelda lo sacudió un poco y después comenzó a hojearlo. Al dar con la página que buscaba, caminó hacia la mesa y se sentó. Tomó un rollo de pergamino, el tintero y la pluma y comenzó a escribir. Parte de su educación incluía aprender el lenguaje hyliano antiguo, que era necesario para muchas ceremonias tradicionales de la familia real. Quizás para muchos pareciera aburrido, pero Zelda tenía facilidad para ello y en realidad le parecía bastante interesante, y prueba de ello era que ya había logrado aprender una buena parte de él. El libro de Mudora era el único material de apoyo que podía usar para aprenderlo dado que con los años se había ido perdiendo. La familia real poseía una copia que se les había encargado a los escribas a fin de preservar el manuscrito original. Tuvo suerte de haber encontrado una copia en la biblioteca el Pueblo Ordon, ya que era muy difícil conseguir una en aquella época, y por razones obvias no se podía haber llevado la que tenían en la biblioteca del castillo.

Se estuvo unas tres horas leyendo el libro y escribiendo sus notas. Decidió que ya era suficiente por ese día, así que devolvió el libro a su estante, y ya se disponía a marcharse, cuando notó a una pequeña niña pelirroja, tratando de treparse a la parte superior del estante de la sección para niños. Zelda pensó que tal vez quería sacar un libro sin pedir ayuda, pero estaba fuera de su alcance y por eso intentaba treparse. Había poca gente cerca, así que nadie lo notó hasta que la niña pegó un grito a causa de que con su peso hizo que el estante se volcara sobre ella, y la hubiera aplastado de no ser porque Zelda reaccionó a tiempo y lo detuvo, no obstante no pudo evitar que gran parte de los libros se salieran y quedaran regados por todo el piso.

- ¿Qué pasa aquí? - gritó la bibliotecaria, corriendo a ver qué había sucedido. En eso vio a la niña, y la miró con expresión de enfado. - Romani, ¿qué te he dicho sobre sacar los libros altos?

- Que hay que buscar ayuda de un adulto. - dijo la pequeña, se notaba asustada, y no era para menos, considerando la mirada fulminante que le lanzaba la bibliotecaria. - Pero usted y mi hermana están tan ocupadas hablando que no prestaron atención cuando se los pedí.

- Jovencita, más respeto con tus mayores, ten en cuenta que pudiste haberte lastimado o aún peor.

- No sea tan dura con ella. - intervino Zelda. - Seguro que no fue su intención causar problemas, ¿verdad?

- Hmm... - Las facciones de la bibliotecaria se suavizaron ante la mirada firme de Zelda. Volteó a ver a Romani nuevamente. - Romani, considérate afortunada, da gracias a las Diosas que esta señorita estaba cerca para salvarte. Espero que esto no vuelva a ocurrir, ¿entendido?

- Sí, entendido. -

- Ahora, con tu permiso, tengo que ordenar todo este desastre.

- No se moleste, yo lo haré. - ofreció Zelda. La bibliotecaria iba a decir algo más, pero Zelda la interrumpió. - Descuide, usted atienda sus asuntos, no se preocupe por nada.

La bibliotecaria finalmente se fue. La pequeña por fin pudo sentir alivio, esa mujer le daba miedo cuando se enojaba. Zelda se agachó y miró con compasión a la niña.

- Ya todo está bien. - le dijo. - Aún así, la bibliotecaria tiene razón, es muy peligroso hacer eso. -

- Sí... pero es que... ¿por qué los adultos a veces nos ignoran a los pequeños? -

- No es su intención, pero a veces no se dan cuenta. - dijo Zelda, mientras recogía los libros, y los ponía de vuelta en el estante.

- Oiga, espere. - la detuvo Romani, cuando agarró un libro, era de cuentos para niños. - Ese libro es el que estaba buscando, ¿me lo puede dar?

- Ah, por supuesto, ten. - Zelda se lo entregó. La pequeña saltó de alegría.

- ¡Sí! Ah, lo malo es que tengo que esperar que mi hermana termine para que me lo lea. -

- ¿No sabes leer?

- No muy bien todavía. - dijo la pequeña con timidez.

Zelda volteó a ver a la muchacha pelirroja que hablaba con la bibliotecaria. Por lo que parecía, se iban a estar un buen rato en eso, y la pequeña Romani se notaba que quería que le leyeran su libro.

- Sabes, en este momento no tengo nada qué hacer, si quieres te lo puedo leer mientras tanto... tu nombre es Romani, ¿cierto?

- Sí, así es. Romani se lo agradece mucho... disculpe, no me dijo su nombre.

- Zelda, gusto en conocerte. -

- Muchas gracias, señorita Zelda. - dijo la pequeña.

- Solo Zelda está bien. Sin formalidades, por favor. - dijo la joven.

- Está bien, seño... digo Zelda. -

Zelda soltó una risita. Terminó de acomodar los libros que se habían caído, y acompañó a Romani hasta una mesa desocupada. Zelda buscó en el índice, preguntándole a Romani qué historia quería que le leyera, cuando al fin encontró una, empezó a relatársela a la pequeña. La niña escuchaba atentamente.

- "En la tierra de Hyrule resuenan los ecos de una leyenda. Una leyenda muy cercana a la Familia Real que habla de un niño Un niño que, tras luchar contra el mal y salvar a Hyrule, se alejó de la tierra que hizo de él una leyenda. Curtido en mil batallas que una vez emprendió a través del tiempo, se embarcó en una aventura. Una aventura secreta y personal. Una aventura en busca de una querida amiga. Una amiga de la que se separó cuando finalmente se cumplió su heroico destino y ocupó su lugar entre las leyendas..."

- Romani, ya terminé, ahora... - La lectura fue interrumpida por la voz de la hermana mayor de Romani.

- Ah, hola, Cremia. - dijo Romani.

- Disculpa, espero que mi hermanita pequeña no te haya causado molestias. - replicó Cremia.

- En absoluto. - dijo Zelda, luego miró detenidamente a la muchacha, y notó que su cara se le hacía familiar. - Disculpa... ¿nos hemos visto en alguna parte?

- Hmm, ¿por qué? -

- ¿No nos vimos hace un par de semanas en la ciudadela del Castillo de Hyrule? - preguntó Zelda, acordándose de la muchacha a la que había ayudado en aquel momento.

- ¿El Castillo de Hyrule? - preguntó Cremia, pensando unos momentos, la chica chasqueó los dedos al darse cuenta. - Ah, ya entiendo. Así que fuiste tú.

- ¿Eh? - Zelda no entendía.

- Sí, ahora lo recuerdo. Nuestra prima, Malon, había viajado hasta el castillo para vender nuestra leche. - explicó Cremia. - Dijo que tuvo un percance allá, y que una chica muy amablemente le pagó los daños.

- Oh, ya veo. Je, qué pequeño es el reino. - dijo Zelda. - Se nota que son parientes, las dos se parecen mucho.

- Sí, eso a veces puede ser un problema. A veces nos confunden, excepto porque ella se suelta el cabello. - dijo Cremia, rascándose detrás de la cabeza. - De cualquier manera, te estamos muy agradecidas. De no ser por ti, nos hubieran embargado nuestro rancho. -

- No fue nada, me alegro de haberles podido ayudar.

- Oye, Zelda. - intervino Romani. - ¿Por qué no vienes a visitarnos algún día?

- ¿Eh?

- Nuestro rancho está en las afueras al oeste del pueblo. - dijo Cremia. - Si gustas, estaríamos encantadas de que vinieras a cenar. Ya sabes, para agradecerte por lo que hiciste.

- Bueno... no lo sé. - dijo Zelda.

- Vamos, no seas tímida. - dijo Cremia.

- Hmm... - Zelda se lo pensó un momento. - Pues... ya veremos.

- Genial. Bueno, Romani, ya nos vamos, tráete el libro y vente.

- Sí. - dijo la pequeña, bajándose de la silla, y agarrando el libro. - Hasta luego, Zelda.

- Adiós, nos veremos. - dijo Zelda despidiéndose de las hermanas.

Zelda miró el reloj en la pared de la biblioteca. Pensó que sería buen momento de volver, ya casi era mediodía, y seguro que Link y su familia la estarían esperando para el almuerzo. Recogió sus cosas y las metió en su bolso, preparándose para salir.

Había sido una buena mañana. Bueno, excepto por su... no muy buen inicio con Ilia, pero haciendo eso a un lado, se había hecho de dos nuevas amigas, y todo por el hecho de haber hecho una buena acción. Seguro que le iba a gustar su estadía en el Pueblo Ordon.

Esta historia continuará...

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