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Tobías & Ángela (2)


Tobías & Ángela─

(Nueva Buenos Aires 04/10/2216)

1

La puerta se abrió y una voz metálica resonó por el altavoz: «Bienvenida a casa, joven Tamaho. Maddre vive».

Afuera, la lluvia caía sin dar tregua, lo que hizo que Tama entrara con prisa, sin prestar mucha atención a su entorno. Se quitó la mochila y se acercó a la mesa para dejarla sobre el respaldo de una silla. Al levantar la vista, se quedó petrificada ante la sorpresa: su madre estaba sentada a la cabeza de la mesa, y a su lado estaban los agentes Ramos y Fiammetta, los mismos policías que habían ido a verla al hospital el día del accidente. La habitación parecía congelada en el tiempo, con todos los ojos puestos en ella.

—Maddre vive —saludó la adolescente, con timidez.

—Maddre vive —respondió Tobías, con una sonrisa gentil.

—Hija, mirá que cosa que justo se largue a llover así de fuerte cuando estás viniendo —Dijo Miyoshi, mientras hacía un gran esfuerzo para levantarse de la silla—. Te voy a buscar una toalla.

—Está bien, ma —contestó Tama, con voz suave, casi imperceptible.

—No te la esperabas que te viniéramos a ver, ¿no? —dijo Tobías, meneando la cabeza levemente.

—No, la verdad que no me...

—Yo tengo una crema que te borra esa cicatriz —Interrumpió Ángela. Se levantó de su lugar y caminó hasta quedar frente a Tama —. Es buenísima. Es una que usé con una cicatriz que me quedó a mí —con el pulgar comenzó a acariciar la marca en la frente de la joven.

—¿Cicatriz?¿Qué crema? —la joven entrecerró lo ojos, aún seguía confundida con la situación.

—Acá está, hija. Tomá, secate —Miyoshi regresó de su habitación con una toalla en las manos, sus articulaciones mecánicas rechinaban con cada movimiento.

—A mí me operaron del corazón hace como dos años, más o menos —comenzó Ángela a explicar —, y me quedó una cicatriz horrible en el pecho, que ni te imaginás. Pero con una crema que me dio una dermatóloga amiga, la estoy borrando de a poco.

—¿No probaste tratándola con luz de litogama? —Preguntó Tama antes de tomar la toalla.

—No, lleva un montón de tiempo, mucho más que la crema.

La adolescente comenzó a cercarse el cabello y miró a un lado, hacia Tobías.

—A mí no me miren —dijo el oficial Ramos, levantando las manos en un gesto defensivo—, ya le dije un montón de veces que quería mirarle la cicatriz, pero nunca me dejó.

Las tres mujeres hicieron silencio y se quedaron mirando fijo al oficial Ramos, de un modo un poco incómodo.

—Pero más allá de la marca, ¿vos cómo estás?¿cómo te sentís? —preguntó Ángela, con voz dulce.

—Bien, de hecho casi ni sentí dolores. Y eso que no tomé analgésicos, porque nunca llegaron los que me tenían que enviar del hospital.

—Ay, hija —interrumpió Miyoshi luego de sentarse otra vez—. No mandaron nada porque supuestamente ya no tengo esa cobertura, la farmacológica. Hoy me llegó el mensaje.

—Pero... —respondió Tama, preocupada—. Si todos los meses te descuentan de tus fondos para cubrirnos a las dos.

—Bueno, adiviná —dijo Miyoshi con amargura—. El comunicado decía que, bajo la nueva normativa, ahora estoy en el grupo de pacientes de baja tasa de recuperación. Así que ya no me van a descontar nada, porque como no me voy a curar, no tiene sentido.

—Es siempre lo mismo —interrumpió Ramos—, cuando uno ya no le sirve al sistema, es el mismo sistema el que te deja morir.

Un silencio incómodo se apoderó del lugar nuevamente. Ángela fulminó a Tobías con la mirada, comunicándole lo inoportuno de sus palabras. Unos segundos después, ella rompió el silencio, diciendo:

—No puedo prometer nada, pero voy a ver si puedo llamar a algunos de mis contactos en el partido. Puede que ser que, insistiendo, logre conseguirles una extensión. Para que puedan seguir recibiendo aunque sea los medicamentos más urgentes.

—No te preocupes, preciosa. Yo sabía que esto iba a pasar en algún momento —respondió Miyoshi, mientras tomaba suavemente la mano de Tama, cuyos ojos comenzaban a humedecerse con lágrimas.

Al darse cuenta, Ángela se dirigió a Tobías:

—Bueno, ¿le mostrás vos los documentos a la señora?

—¿Qué documentos? —preguntó él, confundido.

Ángela volvió a abrir los ojos grandes y respondió:

—Los documentos que dijiste que le veníamos a mostrar.

Tobías no entendía a qué se refería Ángela, no habían venido a mostrar ninguna clase de documentación. Pero de pronto, el oficial se dio cuenta de que este era otro de los tantos momentos en los que tenía que seguirle el juego a su compañera.

—¡Ah, sí! —dijo luego de unos segundos, intentando disimular su confusión—. Los documentos, claro. ¿Cómo me voy a olvidar?

—¿Me mostrás tu pieza mientras él habla con tu mamá? —Le preguntó Ángela a Tama.

—Sí, vení —contestó la muchacha, luego de soltar la mano de su madre, y comenzando a secarse las lágrimas—. Pero me vas a tener que perdonar por el desorden.

—No te hagas drama.

2

Tama llevó a Ángela a su habitación. Al entrar, la joven se dirigió de inmediato a la ventana y la abrió, corriendo las cortinas para que la luz ilumine el cuarto

—Perdón por el desorden —se disculpó la muchacha, recogiendo algunas prendas de ropa que estaban dispersas en el suelo.

—Es la pieza de una adolescente —respondió la oficial—, no podría ser de otra manera.

—Una vez escuché a alguien decir: 'así como está tu habitación, así está tu mente'.

—Eso es una estupidez —replicó Ángela, con cierto fastidio—, hay personas que no tienen una habitación donde dormir. Y pasan las noches en el frio, sin un techo.

—¿Si? No sabía... Pensé que era un mito eso de los excluidos y todo eso. ¿Vos llegaste a ver alguno?

—Voy a hacer todo lo posible para que tu mamá siga recibiendo los medicamentos que necesita —dijo la oficial, con determinación en la mirada.

Tama se detuvo al escuchar las palabras de Ángela, con los bollos de ropa a medio meter en el armario.

—Sí conseguís eso, te debo la vida de mi mamá, y la mía —dijo, volteando para ver de frente a la oficial, con los ojos nuevamente humedecidos—. No sabría cómo devolverte el favor. Y no me alcanzarían mil años para agradecerte.

—No seas exagerada —replicó Ángela, acercándose a la ventana y mirando hacia el callejón de la esquina—. Solo son un par de llamadas. No me cuesta nada.

—Para vos son solo un par de llamadas —respondió la adolescente, con la voz rompiéndose por la tristeza—, pero para mí es la vida de la única persona que tengo.

Ángela sacó un cigarro del bolsillo, lo encendió y preguntó sin voltearse: —¿Puedo fumar? Mientras tanto, observó con atención a los muchachos reunidos en la entrada del callejón, quienes, a pesar de la lluvia, mantenían una actitud jovial, con sus Ptolems desplegados sobre ellos como paraguas.

—Sí —contestó Tama, sin dejar de ordenar la habitación—. Es raro ver a alguien fumar.

—Todos los pibes se mueren por vos —dijo la oficial, exhalando el humo.

—Pfss...—bufó Tama al borde de la risa— Todos los chicos y chicas que me conocen me odian.

—Bueno, esa posibilidad también existía.

—Me odian por ser pobre.

—No creo —contestó la oficial mientras con una mano consultaba la hora en su antiguo reloj de muñeca —, te odian por ver que no tenés ganas de ser lo mismo ellos son.

—¿Cómo es eso? —preguntó la joven, ceñuda.

—La mayoría de ellos viven como autómatas —explicó la oficial—, siguiendo con fidelidad los designios de su programación. Y en ese sometimiento en el que viven, buscan a alguien con quien desahogar sus frustraciones. Someter a otro es estar un escalón por encima.

—No entendí mucho de lo que dijiste —respondió la muchacha—. Pero si ellos en realidad siguen una programación, ¿por qué me eligieron a mí y no a otro para ser malos?

—Sos demasiado hermosa Tama, y tu sola presencia los debe conectar a ellos con un sentimiento de inferioridad, que no pueden soportar. —Ángela lanzó su cigarro casi terminado por la ventana. Después sacó de su abrigo un caramelo de paleta, y prosiguió —Por eso se alegran con tus derrotas, por eso celebran tu desdicha y por eso, estoy segura, se divierten humillándote.

Tama se quedó sorprendida y con el ceño fruncido, hasta que finalmente preguntó:

—¿Cómo es que sabés lo que...?

—¿Cómo lo sé? —la oficial extendió su mano con el dulce para ofrecérselo a la adolescente —Sé muchas cosas Tama, soy policía y mi campo es la investigación, no lo olvides.

La muchacha tomó el caramelo, y Ángela agregó:

 —Tenes que defenderte, Tama. No permitas que se diviertan a tus expensas.

3

El oficial Ramos se arrimó hasta la puerta de la habitación de Tama y carraspeó para llamar la atención.

—Bueno, creo que ya estamos —dijo mientras se rascaba la nuca, con un gesto algo incomodo.

—Sí —contestó Ángela, que acababa de darle el dulce a Tama—, pero esperá que primero le pido un comprobante de solicitud a la señora Miura, así lo presento mañana en el partido.

—Podés pasar si querés —le sugirió Tama a Tobías al verlo detenido en el umbral de la puerta—, solo no mires el desastre 

Mientras el oficial ingresaba con paso lento Ángela se retiró de la habitación.

—Confiá en ella, cuando te dice que va a hacer algo es porque lo va a hacer —habló Tobías.

—Se nota que es una buena mujer.

—No te das una idea —dijó el oficial asintiendo con la cabeza.

—Se ve que tienen... —Tama dejó de enrollar la ropa que tenía en sus manos, entrecerró los ojos y ladeó un poco la cabeza hacia arriba, luego relajó su rostro —confianza.

—Este...—el oficial arqueó una ceja —Pará, ¿a qué te referís?

—No tenés chances con ella —hizo una mueca que acompaño una leve negación con la cabeza. — Al menos no mientras solo seas 'buena onda'.

El oficial Ramos inclinó su cabeza un poco hacia atrás y abrió los ojos, sin entender si realmente Tama le estaba hablando de algún posible interés de él hacia su compañera

—¿Se me nota mucho? —preguntó él, con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—Sí, a kilómetros —respondió Tama, mientras se agachaba y tomaba dos calcetines del suelo para anudarlos—. Pero no te juzgo, es una mujer muy hermosa. Cualquier hombre podría estar en tu posición.

—Parece que sabés mucho de estos temas.

—No —exclamó la joven entre risas—. Soy un fracaso en estos temas. Pero a vos se te nota —agregó, con un tono juguetón.

Tobías puso sus manos en los bolsillos, permaneció en silencio por un momento y luego dijo:

—¡Ah! Casi se me pasa —se dio a sí mismo un golpe suave en la frente con la palma de la mano, como si se hubiera olvidado de algo importante—. Esta es la razón por la que quería venir. El oficial sacó una pequeña caja rectangular de uno de los bolsillos internos de su abrigo y se la ofreció a Tama: —Es para vos.

—¿Para mí? —preguntó la adolescente.

—Sí, supuse que ibas a necesitar uno nuevo —respondió Tobías con una sonrisa—. Así que te traje este.

La muchacha tomó la caja, y su sorpresa fue evidente al ver que era un Ptolem nuevo, recién comprado y uno de los modelos más actuales del mercado.

—¿En serio? —preguntó ella, completamente descreída de estar recibiendo un objeto tan valioso de parte de un hombre que apenas conocía.

—Sí.

—¿Por qué? —La muchacha abrazó la pequeña caja sobre su pecho, como si fuera un tesoro precioso.

—Porque la ley exige que tengas uno —explicó el oficial—. Y ahora no solo tenés uno nuevo, sino que además tenés uno de los mejorcitos.

—No tengo como pagártelo —dijo Tama, con la sorpresa evidenciada en su rostro.

—Que bueno —respondió Ramos—, porque es un regalo. Cuidalo.

—Gracias —expresó ella, atónita, sin poder creer la generosidad.

—No —Tobías levantó los pulgares y prosiguió—. Ahora sí, nos vamos.

Cuando el oficial estaba retirándose por la puerta la joven lo detuvo llamándolo por su apellido: —Ramos.

—¿Si? —respondió, dando media vuelta hacia la joven.

La muchacha se acercó a su mesa de noche, abrió el pequeño cajón y sacó otra caja, un poco más grande, que se encontraba envuelta en papel madera. Caminó hasta la puerta y se la ofreció a Tobías.

—No tenés chances de que tu compañera se fije en vos —dijo con una sonrisa—, pero que eso no te impida hacerla sentir bien.

—Gracias —dijo él, un poco sorprendido—. ¿Pero qué es?

—Chocolate, verdadero chocolate —respondió Tama, con entusiasmo—. Me lo regalaron hace un par de días, está buenísimo.

—¿En serio? —tomó la caja y la inspeccionó con la mirada.

 —Sí —afirmó Tama—. Compartilo después con ella. Pero solo con ella. Le va a gustar, estoy segura.

***

Notas de Leandriño:
*Una característica particular de los argentinos, aunque no todos, es que habitualmente comienzan sus frases con la palabra "no", incluso cuando la frase es positiva o también cuando se va a anunciar estar de acuerdo con alguien. Esta peculiaridad, profundamente arraigada en la idiosincrasia argentina, pasa desapercibida para muchos.
Sin embargo, resulta especialmente notable cuando se utiliza para demostrar amabilidad. Por ejemplo, cuando alguien recibe un favor, es común responder con un "gracias". En diferentes países, las respuestas a un "gracias" varían: "de nada", "es un placer", "no hay de que", etc. En Argentina, es frecuente que las personas respondan simplemente con un "no", acompañado de un gesto, como un movimiento de la mano.

Otra costumbre peculiar en Argentina es decir "mal" cuando se está de acuerdo con alguien, similar a la costumbre de iniciar frases con "no". Esta nota busca aclarar el significado detrás del "No" que Tobías responde a Tama cuando ella le agradece por el Ptolem.
En este contexto, el "No" no implica negación o desacuerdo, sino más bien una forma de aceptar o confirmar lo que se ha dicho. Es importante tener en cuenta esta peculiaridad cultural para entender mejor la interacción entre los personajes.

***

Por cada voto que este capítulo recibe una serpiente hace el paso "Moonwalk" de Michael Jackson... y si no votan viene el Hee Hee.

Un capítulo nuevo cada vez que llueve en el desierto del Sahara.

Nunca dejen de leer y soñar

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