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Prólogo

Me levanté de la cama, fatigado, apagando la alarma de mi despertador.

Me lavé los dientes, aún fatigado. Escupí la pasta dental de mi boca, haciendo que se fuera por el lavabo. Al levantar mi cabeza y mirar el espejo, pude ver mi reflejo. Aun tenía mi ojo morado y una herida en mi frente estaba cicatrizando.

—Por favor que este infierno se acabe— susurré.

Salí del baño, que estaba conectado con mi habitación, y tomé un estuche escondido en mi ropero. Al agarrarlo, volví al baño.

Del estuche saqué un maquillaje de la piel. Con eso, oculté lo morado que estaba mi ojo izquierdo y lo guardé.

—Por favor que no se enteren.

Salí de nuevo del baño, esta vez para cambiarme.

Luego de ponerme el uniforme de la escuela, tomé mi mochila. Bajé al comedor, donde estaba mi hermano mayor, esperándome para llevarme al colegio.

—¿Listo?— preguntó, a lo que asentí.

...

Al llegar a la entrada de la escuela, ya estaban comenzando a entrar.

—Debo irme...

—Espera— dijo, deteniéndome —. Nunca me dijiste que te había pasado en la frente.

—Simplemente me caí por las escaleras— luego de haber mentido por unos diez años ya sabes bien como mentir.

—Ya, ten más cuidado entonces.

...

Al llegar al salón, donde el profesor de Historia ya estaba allí, me senté en la mesa de al fondo.

El profesor comenzó a hablar sobre una guerra, pero muy pronto él abrió la boca, ya me había perdido en mis pensamientos.

Era muy claro que yo no pertenezco allí, en aquella escuela privada, donde únicamente van los que pueden pagarla. Todos me dicen que no debería estar ahí.

Mis padres murieron cuando tenía tres años. Terminé en un orfanato, donde las "monjas" simplemente se desquitaban con los pobres huérfanos. Por suerte, una pareja con un hijo y problemas de fertilidad llegaron. Ellos me adoptaron.

Pensé que estaría mejor allí, con una nueva familia. Un pensamiento un poco equivocado.

Únicamente mi madre adoptiva y mi hermano me trataron bien. Mi padre adoptivo... mejor ni hablo de él.

Lamentablemente mi madre también murió, en un accidente automovilístico. Mi padre cayó en el alcohol, haciéndose aun más violento.

Mi hermano no podía defenderme. Una vez lo intentó... no acabó muy bien que digamos.

Al cumplir seis años y comenzar la primaria, pensé que al menos podría estar un poco lejos de la violencia... no fue así. Al menos allí no me golpeaban, pero si me molestaban y me dejaban de lado.

Seis años después, ya con doce años, empecé la secundaria en esta escuela. Aquí es donde empezaron a golpearme hasta en la escuela.

No podía contar con nadie. No tengo ningún amigo, mis profesores no les importa, mi hermano por temas de la universidad apenas está en casa. No tengo a nadie que me ayude.

De pronto, un timbre me despierta de mis pensamientos, empezó el receso.

Siempre intento alejarme de mis compañeros de clase, yéndome atrás de la escuela. Es algo idiota, pues igual me golpean, pero bueno, al menos me tiran al césped, el cual es más suave comparado al suelo de los pasillos.

Al llegar al lugar que antes mencioné, ya estaban dos chicos esperándome.

—Buenos días, idiota— saludó uno de ellos, el rubio, con una sonrisa maliciosa.

—¿Preparado para lo que se avecina?— sonrió el otro, el castaño.

Simplemente quería que acabara pronto.

El castaño me tiró al suelo, haciendo que el rubio me diera dos patadas.

—¿Solo darás dos patadas?— preguntó el castaño al ver que el otro dejó de patearme.

—No, solo quería inmovilizarlo.

Lo logró.

El rubio se subió sobre mi, simplemente solo para darme unos puñetazos en mi cara.

Creí que ya me había acostumbrado al dolor, pero ya veo que no.

Por culpa del dolor apenas podía moverme. Hasta me costaba respirar, incluso ni se podía apreciar que lo hacía.

—Peter... creo que está muerto— dijo el rubio.

Quería decir que no, pero si estoy muerto, se irán.

—¿¡Qué hiciste Daniel!?

—¿¡Qué hacemos!? ¡Hay que llamar al director!

—¡No! Nos llevarán presos... hay que deshacernos de Jack.

—¿Cómo?

—Hay que tirarlo por esta colina— apuntó a la colina que estaba a unos seis o siete metros.

Tengo que decirles que estoy vivo, pero el dolor me inmoviliza. No puedo.

Me arrastraron hacía esa colina y simplemente me tiraron. Debajo de esa colina hay un río.

Al caer al río, traté de mantenerme en la superficie, lo cual me costaba demasiado, había mucha corriente, una muy fuerte.

Perdí el conocimiento al golpear contra una roca.

...

Al despertar, estaba acostado, sobre arena muy cómoda.

—¿D-dónde estoy?

Pregunté, muy confuso.

Simplemente hay árboles. Muchos árboles. Todos parecen ser abedules.

Antes era medio día, ahora es la tarde. Mi reloj de muñeca sobrevivió por suerte.

Comencé a caminar, con mucha dificultad y con un dolor inimaginable. Creo que me había roto una pierna.

Luego de unos pocos metros, reposando sobre los árboles de vez en cuando, llegué a un edificio muy raro. Parece algo antiguo, anormal. Eso no debería estar ahí, en el medio de la nada.

Había una puerta gris. Entré con cuidado, por si algo malo podría haber allí.

Hay escombros, como si partes del techo se hubieran derrumbado. De algunos agujeros del techo se colaban rayos de luz, muy tenues por el tamaño del ambiente.

—¿Qué es este lugar?

No entiendo porque esto esta aquí.

—¿Pero que diablos?

Mis ojos vieron algo sin sentido en aquel lugar: un espejo. Se veía antiguo.

Me acerqué a él, pensando que diablos debería hacer.

Para cuando me quise dar cuenta, ya estaba delante de él.

Mi reflejo... podía ver todas mis heridas. ¿Peter y Daniel me las hicieron ahora? No... un par han de ser cuando caí al río.

Mi labio está sangrando, mis ojos morados, mi cicatriz de la frente abierta y sangrante.

Decidí mirar mi pierna, para ver porque me dolía tanto. Ojalá no lo hubiera hecho.

Me levanté el pantalón de la pierna derecha y podía verla rara, muy rara. Está quebrada.

—Mierda...

Traté de recordar como decía el vídeo que vi para saber que hacer en estas situaciones, y por suerte recuerdo que decía.

Tomé una rama de un árbol, lo suficiente gruesa y larga para ponerla en mi pierna. Rompí mis dos mangas de mi remera, con las que até la rama en mi pierna. Rompí la manga izquierda del pantalón, con la cual hice que se quedara bien estable.

—P-pudo quedar mejor.. pero creo que s-servirá.

Al volver a mirar al espejo, me quedé paralizado. Ya no hay reflejo, simplemente oscuridad.

Dudé si acercarme o que, pero al final decidí en acercarme.

Sentía que alguien me decía que toque el espejo, pero no había nadie a mi alrededor. Esos susurros duraron unos minutos, hasta que toqué el cristal. Una luz negra salió de él, y me absorbió.


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