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Capítulo 27

ZALE

Por fortuna, Barak y Sky regresaron al santuario mucho antes que Rudolph. Zale vio a sus compañeros escalar el muro de la entrada y escabullirse sigilosamente por el patio para no despertar a los lobos que dormían junto al enorme roble en el centro. Zale les preguntó adónde habían ido, pero Sky solo se limitó a responder que ambos habían recorrido la plaza central.

Aelia ya se había instalado en una de las habitaciones disponibles del primer piso del ala este. Barak y Sky no demoraron en escoger habitaciones para cada uno, mientras que Zale permaneció despierto hasta poco antes del amanecer. Fue entonces cuando escuchó cómo las rejas de la entrada rechinaban al abrirse y, minutos más tarde, Rudolph y su lobo compañero irrumpieron en la sala de estar.

—¿Sigues despierto? —le preguntó Rudolph al verlo recostado en el sofá.

—Considerando que estamos en Ilardya, me pareció prudente esperar al amanecer para ir a dormir —respondió Zale.

Los pocos días que había pasado en Alariel habían bastado para que Zale se desacostumbrara al horario de Ilardya.

—El sol ya no tarda en salir —le comentó Rudolph, mientras depositaba una bolsa de cuero que contenía varios pergaminos enrollados—. Mejor vete y descansa. No vayas a creer que la próxima noche también tendrás tiempo para dormir.

Zale apartó unos cuantos rizos que le caían sobre la frente y se levantó del sofá. No obstante, antes de adentrarse por el oscuro corredor, se detuvo para observar un pequeño retrato que colgaba en la pared junto a la puerta. Una familia con dos padres, una abuela y tres hijos aparecían en la pintura, pero ningún integrante se parecía remotamente a Rudolph.

—¿De quién es este lugar? —preguntó Zale, sin dejar de estudiar el retrato.

Rudolph no contestó de inmediato. Sopló sobre un par de velas encendidas y se quitó el abrigo, dejándolo caer descuidadamente encima de una antigua silla.

—De mis tíos —contestó Rudolph—. Ellos no están aquí, pero no te preocupes, tengo permiso para usar el Campanario de Nereal para lo que quiera.

—¿El qué?

—El Campanario de Nereal —repitió Rudolph, irritado—. Este lugar solía ser un santuario para los adoradores de la diosa Nereal, pero ahora el lugar está cerrado para el público.

—¿Y a tus tíos no les molestará que metas a cinco extraños en su propiedad?

—Lo veo improbable —respondió Rudolph y terminó por apagar todas las velas, excepto por dos pequeñas que estaban dentro de contenedores de cristal. Luego, tomó una vela en cada mano y le entregó una a Zale—. Ahora, si no te importa, fue una larga noche y a Darko y a mí nos gustaría descansar.

Zale supuso que Darko era el nombre del lobo negro que esperaba a Rudolph en el pasillo de la derecha. La luz de la vela los alumbró mientras se adentraban en la penumbra de la casa, pero los perdió de vista al poco rato. Zale le echó un último vistazo al retrato en la pared y fue a buscar una habitación que no estuviera tan polvosa y que no apestara a flores secas.

***

Despertó sediento con los rayos de sol cayendo sobre su rostro. Se sentía un poco desorientado y no podía distinguir con seguridad que hora del día era. Con los músculos entumecidos, Zale se levantó de la cama mientras se frotaba los ojos. Sacó la cantimplora de su mochila que había dejado sobre una silla y bebió hasta aliviar su garganta rasposa. No tardó en descubrir que un reloj colgaba en la pared en el lado opuesto de la habitación y se sorprendió al ver que las manecillas marcaban las cuatro de la tarde.

Confiando en que sus compañeros ya estarían despiertos, Zale se puso la camisa del uniforme y salió de la habitación. De día, la casa se veía más vieja y polvosa. Pequeñas telarañas colgaban del techo, había capas de polvo encima de algunos muebles y cubriendo los marcos de las ventanas. Algunas de las baldosas del piso ya estaban agrietadas y los pedazos crujían cuando los pisabas.

Zale deambuló por un rato hasta que sus oídos captaron el tenue canto de una flauta. Al llegar al final del largo corredor y el inicio de unas escaleras, Zale confirmó que el sonido provenía del segundo piso. Era lo bastante curioso como para no importarle si podría importunar a la persona que tocaba el instrumento, por lo que no dudó en sujetarse del barandal de hierro y subir cada uno de los peldaños.

Algunas de las habitaciones estaban cerradas con seguro, pero otras estaban entreabiertas, y al fisgonear por las anchas rendijas, Zale descubrió salas llenas de instrumentos musicales, caballetes de madera, lienzos sin terminar, esculturas de arcilla y materiales para pintar. Fue en la última de las habitaciones que revisó en donde descubrió el origen de la música.

Naomi estaba sentada en un taburete a la mitad de una sala de música, contemplando una ventana mientras tocaba una flauta de pan. Parecía muy concentrada en esa actividad y Zale tuvo que dar un par de golpecitos a la puerta para que ella se percatara de su presencia.

La chica volteó hacia su dirección con un poco de alarma en los ojos, pero se relajó al ver de quién se trataba.

—Perdón por asustarte —se disculpó Zale desde el umbral de la puerta.

—No fue nada —contestó Naomi, poniéndose de pie y dirigiéndose hacia una estantería polvosa para dejar la flauta.

—No tienes por qué dejar de tocar.

—Ya había terminado —dijo ella.

Luego, se dirigió con urgencia hacia la salida, pero Zale se interpuso en su camino.

—Naomi, escucha —le imploró Zale, levantando las manos como un gesto de sumisión—. No tienes que aislarte del equipo por lo que sucedió en ese edificio.

—Dices eso porque no eres tú al que juzgan —replicó Naomi, cruzándose de brazos.

—¿Crees que yo no tengo secretos que ocultar?

—No es lo mismo. No eres como yo.

—Pero Sky y Barak sí lo son —le recordó él.

—Tampoco es igual. No sé con exactitud qué pueden hacer ellos, pero te aseguro que nada se compara a cuando la gente descubre que puedes influir en sus emociones. Le temen más a eso que a lanzar fuego de las manos.

Zale se recargó contra el marco de la puerta y se rascó ansiosamente el cuello.

—Lo vamos a superar —sentenció él—. Los cinco debemos colaborar por el bien de la misión. Estoy seguro de que, si nos explicas a todos cómo funcionan tus dones y prometes solo usarlos en situaciones de extrema necesidad, ellos confiarán en ti.

—No siempre puedo controlarlo, rizos de alga. Esto no funciona así —exclamó Naomi con desesperación.

—Explícamelo —exigió Zale.

Naomi se dio media vuelta y caminó en círculos en la habitación durante lo que pareció medio minuto, echándose el largo cabello negro hacia atrás con frustración.

—Funciona de dos maneras —dijo ella finalmente, justo cuando Zale pensó que iba a enloquecer de desesperación—. O soy yo la que influye en sus emociones, o son ustedes los que influyen en las mías. No puedo controlarlo siempre. La mayoría de las veces mis poderes surgen de manera completamente involuntaria y ni siquiera me doy cuenta.

—¿Pero puedes obligarnos a hacer cualquier cosa en contra de nuestra voluntad? —la interrumpió Zale con un poco de alarma en la voz.

—No controlo mentes. En lugar de obligar... yo diría que puedo persuadir a las personas para que hagan ciertas cosas que les pido. Por ejemplo, si yo estuviera muy hambrienta y me topara con un vendedor de manzanas, podría hacer que sintiera una pena tan grande por mí que le provocaría la necesidad de regalarme una.

Zale tragó saliva y permaneció en completo silencio mientras Naomi terminaba de explicar sus poderes.

—No siempre puedo convencer a una persona de que haga lo que quiero, no si esta posee una fuerte voluntad.

—¿Y los has usado para obtener manzanas o también has manipulado a algún incauto rico? —preguntó Zale.

Naomi lo miró por un segundo como si él le hubiera dado un puñetazo en el estómago.

—No creas que me gusta robar, pero muchas veces no he tenido otra opción. Me quedé sin familia cuando llegué a Alariel y trabajar como costurera en Demyr no es una profesión que dé mucho sustento. Después de que cumplí la mayoría de edad y no pude seguir viviendo en el orfanato, pasé muchas noches en las que no tenía nada que comer o no me alcanzaba para comprar leña para la chimenea. Hice lo necesario para sobrevivir porque nadie más me dio una mano.

—Yo no te juzgo, Naomi —se apresuró a decir Zale—. Los dioses saben que yo también he hecho cosas de las que no estoy orgulloso. Solamente necesito un poco de tiempo para asimilar la verdad sobre tus dones. Todos lo necesitamos.

—¿De verdad crees que tú o los demás lo aceptarán y actuarán como si no estuvieran asustados de mí? —cuestionó Naomi, cruzándose de brazos.

Si era honesto consigo mismo, Zale no estaba muy seguro de que aquello pudiera suceder, pero no veía ningún caso en alterar más a Naomi.

—No tienen de otra —respondió después de un breve silencio.

Esa respuesta no pareció ayudar a disminuir el estrés de Naomi en absoluto. Rehusándose a sentirse como un completo inútil, Zale miró hacia una de las ventanas de la habitación y se percató que el cielo comenzaba a tornarse anaranjado, señal de que el atardecer y el segundo evento del Festival de Arte estaban por comenzar.

—Ve por tus cosas, vamos a salir tú y yo —le indicó a Naomi y comenzó a dirigirse hacia las escaleras.

—¿De qué hablas? —le preguntó Naomi mientras lo seguía de cerca.

—Vamos a ver el festival —explicó Zale.

—Se supone que no podemos abandonar este lugar.

—Tú eras la que estaba más emocionada por venir a Breia y conocer la ciudad, ¿en serio te vas a perder la oportunidad de asistir al festival solo por seguir una regla?

Zale se detuvo a la mitad de las escaleras y volteó hacia atrás para observar la reacción de Naomi. Se sintió muy complacido cuando vio que a la chica se le escapaba una diminuta y discreta sonrisa. 

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