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Capítulo 23

NAOMI

De todos los lugares que existían en Fenrai, no había ninguno que Naomi anhelara visitar más que Breia. ¿Y cómo culparla? Breia era probablemente el lugar con más arte y cultura en todo Fenrai. Absolutamente todo lo que se creaba en ese maravilloso lugar tenía el propósito de ser bello y complejo, y lo más importante, estaba al alcance de todos. No importaba si eran ricos o pobres.

La principal prioridad de la ciudad era el arte, y esa característica la convertía en el hogar idóneo para cualquier escritor, actor, músico, pintor, escultor, arquitecto y todo tipo de artista. En resumen, la ciudad era habitada por gente que, al igual que Naomi, disfrutaba estar rodeada de belleza y maravillas.

Cuando la Constelación de la Garza navegaba cerca de la costa de Breia, el escuadrón descubrió que el puerto del sur de la isla estaba inusualmente lleno. Barcos que aparentaban proceder de distintos territorios de Ilardya y Alariel ocupaban todos los lugares disponibles del puerto para atracar; el escuadrón había llegado a esta suposición gracias a las distintas banderas y colores que las naves exhibían. Por temor a arriesgarse a descubrir que los otros puertos de la isla estuvieran igual de llenos, la tripulación acordó buscar una playa solitaria y usar uno de los botes salvavidas para llegar a tierra firme. Dado a que la Constelación de la Garza era perfectamente capaz de operar por sí sola, nadie temió que la nave quedara a la deriva o que no pudieran abordarla otra vez.

Encontraron una playa virgen a una hora de distancia del puerto del sur. Incluso Naomi cooperó con entusiasmo cuando los cinco tuvieron que remar diez minutos hasta llegar a la orilla. Esta actividad pudo haberles tomado más tiempo, pero Zale utilizó lo que quedaba en su reserva de magia lunaris para que las olas impulsaran el pequeño bote durante su trayecto.

Llegaron a tierra firme asoleados y con los brazos un poco cansados, no obstante, no demoraron ni un segundo en seguir avanzando hacia el noreste con Naomi como la cabeza del grupo. Al principio estaban un poco desorientados, pero por fortuna, no tardaron en escuchar los lejanos murmullos de violines y trompetas que tocaban música alegre.

Continuaron avanzando en dirección al sonido por lo que parecieron ser ocho minutos hasta que descubrieron a un grupo de músicos ilardianos que practicaban alrededor de una fogata apagada. Sus tiendas y equipaje se encontraban distribuidos por un pequeño claro del bosque ribereño.

Los músicos dejaron de tocar cuando se percataron de la presencia del escuadrón. Zale, quien había vivido muchos años en Ilardya y no lucía tan intimidante como Barak, se apresuró en explicarles que eran exploradores que se habían extraviado en su camino hacia la ciudad.

Uno de los músicos les indicó la dirección que debían seguir para localizar el camino de tierra que conducía a la entrada sudoeste de la ciudad. Zale le agradeció por su ayuda y el grupo retomó su curso hacia la capital de Breia. No demoraron mucho en encontrar el camino de tierra, y aunque al principio temían que se verían forzados a recorrerlo a pie, después de veinte minutos de caminar, se toparon con un amable anciano ilardiano que iba montado en una carreta impulsada por caballos grises. Naomi no dudó en persuadirlo para que les diera un aventón hasta la ciudad, y sin meditárselo mucho, el anciano aceptó gustoso.

Media hora más tarde, se encontraban atravesado la entrada sudoeste de la ciudad. La calle que recorrían no parecía tener fin y estaba pavimentada con bellas piedras de múltiples colores y tonos. Naomi quedó completamente maravillada al ver que en el lado izquierdo de la calle se alzaban edificios asimétricos cuyas estructuras exhibían figuras hiperboloides, helicoides y paraboloides. Las fachadas de los edificios tenían elegantes ornamentos de hierro, vitrales coloridos que resplandecían con la luz del sol, y alegres mosaicos de flores, mariposas, plumas y hojas.

Al lado derecho de la calle, se extendía una serie de edificios cuya falta de mosaicos y adornos coloridos era compensada por sus intricadas estructuras. Naomi estaban tan acostumbrada a los muros rectos, cuadrados y aburridos de Demyr que no podía creer que los muros frente a ella se curvaran en arriesgados ángulos y mostraran formas geométricas poco comunes en casas y edificios.

Naomi estaba tan absorta en la belleza arquitectónica de Breia que tardó un poco en percatarse de que las calles estaban inusualmente llenas para ser pleno día. En Ilardya se acostumbraba dormir de día y vivir de noche, ya que esto permitía que los lunaris pudieran aprovechar toda la magia que la luz de luna les otorgaba, y aunque faltaba poco para que el reloj marcara la una de la tarde, ya había mucha gente recorriendo las calles y varias tiendas y puestos de venta abiertos.

—¿Por qué hay tantas personas afuera en pleno día? —le preguntó Aelia al viejo conductor de la carreta.

—¿Pero no lo saben? —contestó el hombre, sorprendido—. Hoy es el inicio del Festival de Arte. Habitantes de todas partes del reino de la luna y de la nación del sol vienen para comprar y atestiguar las mejores obras de arte en todo Fenrai. Anteriormente el festival era exclusivo para los ilardianos, pero el rey Bastian hizo que el evento fuera accesible para cualquier ilardiano o alariense que desee verlo en persona. Por esa razón hay tanta gente despierta; muchos son alarienses que vienen a exponer y vender sus obras de arte. Yo me levanto más temprano en esta época del año para llevarle a mi esposo un recuerdo especial de cada día del festival.

Zale abrió los ojos con sorpresa, al mismo tiempo que se llevaba una mano a la frente.

—¡Lo olvidé por completo! —exclamó Zale—. El festival dura siete días.

—Tiempo suficiente para que encuentren una valiosa pieza de arte o para que prueben los platillos especiales de distintas partes de Fenrai.

Conforme iban avanzando, la interminable calle se volvía más poblada y ruidosa. Llegó el punto en el que el escuadrón tuvo que despedirse del viejo y su cómoda carreta, ya que el tráfico se había vuelto insoportable y la única forma de llegar al centro de la ciudad sin pasar horas atascados era caminar.

Ahora que sabía que gente de todos los lugares de Fenrai había viajado desde muy lejos para llegar al festival de Breia, Naomi comenzó a distinguir a varias personas con rasgos alarienses y artesanías típicas de las diferentes regiones de la nación del sol. Aún no había muchos ilardianos presentes, pero sabía que conforme la tarde transcurriera, las calles se irían llenando poco a poco de ambos pueblos. Por un momento, Naomi sintió la familiaridad de encontrarse en Lestra de nuevo, donde las dos culturas del sol y la luna estaban tan mezcladas que era difícil distinguir una de la otra.

—Esto será una pesadilla —murmuró Barak.

El grupo caminaba por el lado izquierdo de la calle, evadiendo puestos ambulantes y pequeñas multitudes de personas que contemplaban hermosas pinturas y trabajos de orfebrería.

—¿A qué te refieres? —preguntó Sky.

—Todas las posadas y lugares de hospedaje de la ciudad estarán repletas. Y la presencia de tanta gente seguramente nos dificultará obtener la siguiente reliquia —explicó él.

—Ni siquiera tenemos alguna pista de dónde comenzar a buscarla —intervino Aelia.

Los demás seguían discutiendo detrás de ella, pero Naomi casi no les puso atención. Estaba más interesada en seguir fascinándose por cada expresión artística que descubría a cada paso que daba. A donde quiera que mirara se topaba con esculturas, músicos tocando instrumentos que jamás había visto, divinos vestidos de clores llameantes y adornados con joyas en los aparadores, y extravagantes pinturas urbanas que decoraban las casas y los edificios de apariencia más pobre.

Finalmente llegaron al corazón de la ciudad, el cual consistían en una enorme plaza con forma circular. Cientos de puestos ambulantes de arte y comida estaban distribuidos por todo el lugar. También había impresionantes esculturas de gran tamaño y elaboradas con diversos materiales; muchas eran esculturas humanas, pero también había esculturas con formas de enormes lobos ilardianos, e incluso pegasos alarienses que parecían trabajos más recientes que otras estatuas.

Desde donde se encontraba parada, Naomi pudo apreciar que en el centro de la enorme plaza había un teatro al aire libre con estructura semicircular. Toda la construcción estaba hecha de mármol blanco y los asientos estaban posicionados alrededor del escenario para que la audiencia pudiera ver y escuchar a los intérpretes sin ningún problema. Detrás del escenario había un edificio de piedra con muchas entradas que llegaba casi a la misma altura que los asientos superiores. Naomi divisó a lo lejos a varias personas que preparaban el escenario para alguna clase de evento.

—¿Y qué vamos a hacer ahora? —preguntó Zale, apoyando su espalda contra la pared de un edificio decorado con un mural de las diferentes deidades veneradas en Ilardya.

—Lo único que se me ocurre es explorar la ciudad hasta encontrar un indicio de la localización de la reliquia —sugirió Sky.

—Andaríamos a ciegas —refutó Barak—. Podríamos pasar días merodeando por toda Breia y no encontrar nada.

—No te veo sugerir algo más útil —contestó Sky, comenzando a irritarse por la actitud pesimista de Barak.

Mientras la tensión entre sus compañeros aumentaba, Naomi siguió admirando el paisaje hasta que, sin previo aviso, percibió algo sumamente inquietante en el ambiente. No se molestó en verificar si sus compañeros también lo habían notado, aunque era muy intenso; sabía que ninguno lograría percatarse de su presencia.

Era algo muy oscuro y penetrante, la esencia más pura de la furia y el odio combinados. Se sentía como caer en un pozo de brea sin posibilidad de escapar. De repente, el día parecía haberse llenado de sombras y frío, aunque Naomi estaba consciente de que en realidad no era así.

Por muy bella que le había parecido la plaza central, de un momento a otro, Naomi ya no deseaba estar ahí con ese odio tan presente en el ambiente. Sin embargo, y por muy contradictorio que pudiera sonar, también experimentaba la necesidad de descubrir la fuente de ese oscuro sentimiento. No era capaz de explicarlo con claridad. Una parte de ella quería correr lejos de ahí, pero la otra se sentía terriblemente cautivada por ese odio.

Sin estar totalmente consiente de lo que hacía, Naomi comenzó a moverse. Al principio no tenía un rumbo fijo, pero después de unos cuantos pasos, avanzaba como si fuera atraída por un imán invisible.

—¡¿Naomi?! —exclamó Aelia al ver a su compañera adentrarse en un callejón a unos metros de distancia.

—¡¿Qué está haciendo?! —dijo Barak dos segundos antes de que el grupo comenzara a perseguir a Naomi hacia el callejón.

La pequeña chica de piel morena y ojos almendrados avanzaba torpemente por el callejón, esquivando cajas con herramientas de pintura usadas y sintiendo como la fuerza del odio que percibía se incrementaba a cada paso. Escuchaba los llamados y los pasos de sus compañeros a sus espaldas, pero era absolutamente incapaz de detenerse a darles una explicación.

Al cabo de un rato, el callejón se convirtió en un intricado laberinto de pasadizos entre enormes edificios que la luz del sol no iluminaba por completo. De repente, al llegar a una intersección y doblar hacia la derecha, Naomi se topó con el rabioso rostro de un lobo negro. Medía más de un metro de altura y sus ojos eran de un profundo color azul. Avanzaba lentamente y tenía el hocico entreabierto, mostrando sus letales colmillos.

Naomi retrocedió asustada. Daba la impresión de que el lobo tenía algo en contra de ella, lo cual era muy extraño, ya que jamás lo había visto antes y, por lo general, los animales amaban estar cerca de Naomi y siempre eran gentiles con ella.

De repente, algo pasó volando a gran velocidad a un metro de la cabeza de Naomi y se estrelló contra un barril de madera cerca del lobo. Sobresaltado, el animal corrió hasta la orilla opuesta del callejón, pero no dudó en seguir avanzando. Era una flecha lo que se había incrustado en el barril, por lo que Naomi rápidamente llegó a la conclusión de que Sky le había dado un disparo de advertencia al lobo. Un minuto más tarde, el resto del escuadrón alcanzó a Naomi, con sus armas listas para atacar al animal.

—Tendrás que explicar luego por qué saliste corriendo como loca hasta este lugar —dijo Aelia, que se encontraba a la derecha de Naomi y desenrollaba su látigo negro.

—Sí sobrevivimos, claro —añadió Zale, empuñando su tridente.

—Solo es un lobo. Podemos con él —contestó Aelia.

En ese preciso instante, se empezaron a escuchar gruñidos que procedían de diferentes lugares. Más rostros peludos y feroces aparecían doquier. Instantes después comprendieron que una pequeña manada de lobos ilardianos los había rodeado, incluso había dos enormes ejemplares cubriéndoles el largo callejón por el que habían llegado. En total eran diez, y el lobo negro que estaba frente a Naomi parecía ser el líder.

—Esto no es normal —susurró Zale, cubriendo el flanco izquierdo—. Los lobos ilardianos no atacan a humanos sin razón.

—Me temo que no tenemos tiempo de descubrirla —sentenció Aelia, dando un paso al frente del grupo.

La chica llevó su mano libre hasta su boca y simuló que iba a tocar una trompeta invisible. Por un momento, Naomi pensó que su compañera había enloquecido. No obstante, Aelia llenó sus pulmones con aire, y un segundo después, sopló en el pequeño hueco que su mano había formado y una larga línea de fuego emanó de ella. La línea creció hasta tocar el suelo, y como si se tratara de un lanzallamas humano, Aelia trazó un círculo de fuego alrededor del equipo. En el interior del círculo se sentía un calor abrazador, pero impedía exitosamente que los lobos se les acercaran.

—Una solaris lanzallamas —concluyó Barak, y Aelia parecía casi orgullosa de lo que acababa de hacer.

—Si estos lobos no se van por las buenas, nos veremos forzados a achicharrarlos.

Más de un lobo retrocedió por las llamas, pero ninguno se marchó. Aunque nadie del grupo deseaba herir a esos animales, no tuvieron más remedio que apuntar sus armas hacia el lobo más cercano.

Sky apuntó su flecha hacia el ojo del lobo negro que había amenazado a Naomi, sin embargo, un grito lo detuvo de disparar.

—¡Suficiente! —dijo una voz gruesa.

Las altas llamas que los rodeaban les impidieron ver con claridad a la persona que les hablaba, pero al cabo de un par de segundos, Naomi volvió a percibir ese intenso odio que la había atraído hasta ese lugar y comenzó a escuchar pasos provenientes del callejón frente a ella. Poco después, logró distinguir a un muchacho alto de cabello castaño oscuro que se posicionaba a un lado del lobo negro. Un extravagante pendiente plateado con forma de pluma colgaba de la oreja izquierda del muchacho.

—Yo te traje aquí. Tenía que encontrarte —habló el muchacho, mirando a través de las llamas hacia Naomi. 

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