Capítulo 22
AELIA
La suavidad del colchón de su camarote arregló todos los daños que la espalda de Aelia había sufrido tras varias noches durmiendo en un carruaje y en el suelo del bosque. Después de encerrarse en su camarote y desplomarse sobre la cama, Aelia durmió por más de nueve horas seguidas. Despertó en plena noche, con un cielo estrellado resplandeciendo detrás de su ventana. Se sentía muy hambrienta, por lo que abandonó la comodidad de su camarote para visitar el cuarto de las provisiones. Se conformó con una barra de pan y un frasco de mermelada de fresas alarienses.
Subió a cubierta para degustar su bocadillo nocturno y se topó con una refrescante brisa marina. Al asomarse por un costado de la embarcación, se percató de que avanzaban a gran velocidad sobre el Océano Medio. Poco después, Aelia notó la presencia de Zale, que seguía frente al timón y probablemente utilizaba sus habilidades de lunaris para manipular la marea y navegar más rápido.
—¿No te has dado un respiro desde que zarpamos? —preguntó Aelia, tomando a Zale por sorpresa.
—¿Por qué no estás descansando? —contestó Zale. Se veía claramente cansando.
Aelia alzó por un momento ambas manos y le mostró la barra de pan que sostenía en la mano izquierda y el frasco de mermelada en la mano derecha.
—Necesitaba algo para cenar. ¿Tú por qué no estás descansando?
—Tengo que aprovechar la magia que la luna me otorga para hacer que el LCG avance más rápido. Calculo que ya casi he adelantado un día entero de viaje.
—Y también estás al borde del colapso. Deja de usar tus dones de lunaris y siéntate por un momento –le ordenó Aelia, usando un tono tan mortalmente serio que a Zale no le quedó de otra más que obedecer y sentarse junto a ella.
Aelia partió la barra de pan en dos y le ofreció a Zale la mitad.
—Empiezo a creer que tienes una inquietante obsesión por los barcos y una adicción por navegar todo el tiempo —comentó Aelia, mientras abría el frasco de mermelada y usaba un pequeño cuchillo para untar la dulce sustancia sobre el pan—. Pasar varias horas seguidas frente al timón y sin ninguna compañía no es algo muy sano que digamos.
—No estaba solo. Sky me hizo compañía por mucho tiempo, pero hace dos horas que no resistió más y se fue a dormir a su camarote.
—Ustedes dos pasan mucho tiempo juntos últimamente, ¿verdad? —indagó Aelia.
—Es un sujeto muy agradable —explicó Zale—. Y necesito a alguien a quien contarle todas las ideas que se acumulan en mi cabeza.
—¿Y Sky es esa persona?
—Por el momento no creo tener muchas opciones —dijo Zale, untando mermelada a su trozo de pan—. Barak solo nos dirige la palabra cuando es estrictamente necesario y Naomi parece estar más interesada en hablar consigo misma que con cualquier otra persona.
Aelia se detuvo cuando estaba a punto de darle otra mordida a su pan.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó en voz baja. No se sentía ofendida o molesta, pero quería saber qué era lo que Zale pensaba que no la hacía una adecuada candidata para participar en sus conversaciones.
La expresión en el rostro de Zale se volvió un poco seria y retraída.
—No pasa nada, pero...
—¿Pero qué?
—Es fácil hablar con Sky porque parece ser alguien simple que vive en el presente, pero tú siempre estás... ausente. No digo que nunca nos pongas atención o que nos ignores, sin embargo, cuando no estamos huyendo de felinos llameantes o nos internamos en un bosque prohibido, tu mente siempre parece estar enfocada en otro lugar. Me da la impresión de que hay algo que te aqueja día y noche, como un mal recuerdo del que no puedes escapar y que deja muy poco espacio en tu vida para otros asuntos.
Aelia se quedó completamente helada. Siempre había creído que era muy buena para disimular sus sentimientos y temores, pero, o Zale era más perceptivo de lo que aparentaba, o Aelia había estado equivocada durante toda su vida.
—Me disculpo si te he juzgado mal todo este tiempo —comentó Zale, después de un breve periodo de completo silencio.
—No estás equivocado —respondió Aelia, evadiendo la mirada del chico. De repente, todos los pensamientos de su hermana Daria encerrada en la prisión de Severia la abrumaron por completo.
Los años que vivió en los barrios pobres de Zunn y todo el entrenamiento que había recibido para convertirse en una guardiana de la nación del sol la habían convertido en una persona diciplinada y de carácter fuerte. No obstante, cuando sabes que alguien muy querido por ti está encerrado en una horrible torre cilíndrica en la cual no entra ni la luz del sol y ni la de la luna, hasta la persona más rígida puede desmoronarse como una estatua de arena.
Las manos de Aelia temblaban tanto que se le resbaló el cuchillo con el que untaba la mermelada. En el momento en que se inclinó para recogerlo, Zale sujetó con delicadeza el mentón de Aelia y la hizo voltear lentamente la cabeza hasta que ella lo miró directamente a la cara.
—¿Por qué no me dices qué es lo que te tiene tan abrumada? —susurró Zale.
Algo en los círculos marrones que rodeaban las pupilas de los verdes irises de los ojos de Zale la hizo sentir angustiada, pero al mismo tiempo apaciguada; como si estuviera contemplando un negro sol sobre un valle verde. Dicho de otra forma, Aelia sentía que si se rehusaba a ser honesta con él, se vería forzada a sufrir la horrible decepción del chico; en cambio, si ella le confesaba aquello que llevaba por dentro y le causaba tanto dolor, estaría casi absolutamente segura de que Zale no la juzgaría o la rechazaría.
Fue en ese momento cuando entendió la razón por la que a Sky le gustaba conversar tanto con Zale: el muchacho tenía la habilidad de hacer que cualquier persona sintiera la confianza de revelarle todos sus secretos, sin importar qué tan desagradables pudieran ser. Aelia no pudo evitarlo. Le contó todo sobre su familia, la prisión de Severia y en qué consistía el deseo que le pediría a la Bibliotecaria de Almas. Zale no intervino mucho, simplemente se dedicaba a asentir ocasionalmente con la cabeza. Cuando ella terminó su relato, Zale le dijo que entendía perfectamente por qué había ido a buscar a la Bibliotecaria de Almas y que él haría todo lo posible por asegurarse de que la misión saliera exitosa. Aelia le creía, después de todo, Zale había recibido una herida por defender a Sky y había pasado varias horas usando sus poderes al máximo para hacer que LCG navegara más rápido.
Zale también le contó un poco de su historia familiar y la razón por la que él había aceptado participar en la misión. Una hora después, ambos tenían un mejor entendimiento del otro, y el cansancio y el arrullador meneo del mar fueron suficientes para hacer que los dos se quedaran dormidos, con sus espaldas recargadas en el barandal de madera.
***
El sonido de pasos subiendo por las escaleras fue lo que despertó Aelia. Ya era de día, pero la sombra que proyectaba una de las velas bastó para cubrirlos a ambos. Zale seguía dormido a un lado de ella, por lo que Aelia se vio obligada a darle un fuerte codazo en el brazo para despertarlo.
Zale soltó una exclamación cuando abrió los ojos y levantó la cabeza. Inmediatamente comenzó a sobarse el brazo y miró a Aelia con confusión, pero ella no tuvo que explicarle nada, ya que el muchacho rápidamente cayó en cuenta de que se habían quedado dormidos sobre el piso y que Sky y Naomi subían por las escaleras.
Ambos se levantaron y alisaron sus ropas lo mejor que pudieron. Aelia pateó con delicadeza el frasco de mermelada en el suelo y este se deslizó hasta quedar detrás de un barril. Lo último que quería era que Naomi y Sky se hicieran ideas respecto a que ella y Zale habían pasado la noche juntos.
—Los dos despertaron muy temprano —inquirió Sky.
—Hay mucho por hacer si queremos llegar lo antes posible a Breia —se excusó Zale, al mismo tiempo que se dirigía al camarote del capitán.
Naomi caminó lentamente hacia el barandal, exhibiendo una expresión pícara en el rostro.
—¿Qué? —le espetó Aelia al ver que Naomi no le quitaba los ojos de encima.
—Tu cabello es un desastre. Parece que te acabas de despertar —contestó, esbozando una sonrisa.
Espantada, Aelia rápidamente peinó sus largos tirabuzones negros con los dedos de su mano. Afortunadamente no tuvo que darle ninguna explicación a Naomi, gracias a que Zale acababa de cruzar la puerta del camarote del capitán y se dirigía hacia ellos con un catalejo de plata entre las manos.
—Hay que subir a la cofa para revisar si hay tierras cerca —explicó Zale.
—Yo lo hago —contestó Aelia, sin meditarlo mucho. Las alturas no le molestaban, y cualquier cosa era mejor que quedarse en ese lugar y soportar las incómodas miradas que Sky y Naomi le lanzaban.
Tomó el catalejo y rápidamente caminó hasta la intimidante escalera. Aunque subir le resultaba sencillo, en más de una ocasión tuvo que detenerse por unos segundos ya que la marea inclinaba el barco en diferentes direcciones y Aelia corría el riesgo de perder el equilibrio y caer varios metros de altura. Gracias a Helios, Aelia logró llegar a la cofa sana y salva. El cielo estaba despejado y el sol no le pegaba en los ojos, por lo que no tuvo ninguna dificultad en analizar con claridad lo que podía divisar a través del catalejo.
Al principio solo vio unas pocas nubes blancas, cielo azul, y un cristalino mar sin fin. No obstante, cuando apuntó al noroeste descubrió lo que a simple vista parecía una pequeña sombra en el horizonte, pero que en realidad era la imagen distorsionada por la distancia de una pequeña isla.
—¡Puedo ver la isla de Breia! —gritó Aelia.
Sus compañeros en la cubierta se acercaron al mástil y la miraron desde abajo con incredulidad, sobre todo Zale.
—No es posible —lo escuchó comentar—. Se suponía que todavía tardaríamos otro día en llegar.
—El barco navegó por sí solo desde el puerto de Vintos hasta Severia. El hecho de que sea capaz de navegar más rápido que otros barcos no debería sorprendernos —señaló Naomi.
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