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IV

En una habitación blanca perfumada por el olor dulce de rosas rojas, descansa Mónica. De nuevo despierta con la sensación de haber tenido una pesadilla, y lo descarta tan pronto siente el dolor leve a un costado de su vientre. Pero no le da importancia, porque lo primero que ve, es la cara sonriente de Luisa con marcas de lágrimas secas.

Mientras Luisa merienda en la cafetería, Mónica hojea el periódico local que le trajo Méndez; se detiene en la página que muestra la casa de sus abuelos intacta, con algunas manchas de humo en las paredes con forma de «caras»; otra, del árbol, "seco", como si así hubiera estado siempre, y el suelo lleno de hojas verdes; en el pie de foto se lee: "El héroe".

-Tienes el cuero duro -comenta Méndez-, es lo que se necesita para hacer buen periodismo en Colombia.

Ambos ríen con dificultad, Mónica, palpándose la herida y, Méndez, estirando el cuello de la camisa, aunque ajuste todos los botones, se ven las marcas de soga en el cuello.

-¿Cómo está Rodríguez?

-Ya le cosieron la cabeza. Le dieron un golpazo, cuando nos atacaron.

-Méndez...

-Dime, Julián, por favor.

-Es la costumbre, Julián ¿viste la cara de quién los secuestró?

-No, Eduardo menos, pero, ya sabemos quiénes fueron.

-Sí, claro... Pienso que, no intentaron matarme solo por mis deducciones. Siempre te amenazan para callarte y ya en últimas sí... -sonríe-, bueno, eso nunca pasó.

-Con esta gente nunca se sabe.

-Es una suerte que no los mataran.

-Pero lo intentaron -levanta la quijada y se señala el cuello.

-Creo que ellos no se robaron el saco, ellos pusieron el saco.

-¿De dónde sacas eso?

-Ese día estaba nerviosa, y no me fijé en los detalles, cuando volví sí, bueno, fue el investigador Pulido y el patrullero Ortega que me hicieron caer en cuenta.

-¿De qué?

-Ese día, la segunda vez que subí, no estuve en el cuarto piso, sino en el tercero... Solo cambiaron los números, eso es todo. Jiménez y Rojas debieron notarlo al revisar los siguientes; pero se lo callaron a conveniencia. Tal vez eran cómplices..., no sé. Solo sospecharon de mí cuando publiqué mi artículo, y pensaron que sabía algo de la muerte de los muchachos. Uno lo mataron ellos, y el otro, la persona que ocultó el saco.

-Entonces... -la mira fijo-, ¿el que mató a Rojas, fue el que se lo robó?

Mónica pasa saliva.

-No.

-¿Cómo lo sabes? La policía no ha declarado nada.

-Ni lo harán.

-¿Tú lo harás? -Arruga el entrecejo.

-Creo que ellos solo mataron a Miguel

-El lame suelas del alcalde.

-Según Jimenes, lo chantajeaba, pero a Óscar, a él no, de él no sabían nada. Lo sé.

-¿Por qué?

-Es una suerte que no los mataran.

-Eso ya lo dijiste -dice poniéndose de pie, se suelta el botón que le aprieta el cuello y toma aire.

-Ese muchacho tenía muchos enemigos..., no entiendo como tenía tantos seguidores. Era tan...

-Era una basura -asevera-, no sé si te acuerdas, pero la vez que critiqué ese tipo de programas, dijo que..., con razón mi esposa se había suicidado, que yo era un viejito patético..., mi esposa...

-No tienes que decirlo...

-Tuvo tres abortos; el último..., tenía seis meses, estuvimos tan cerca.

-Lo siento...

-También hizo mofa de otra tragedia..., y leyó el cuento.

-Me acuerdo. No era un buen tipo, pero...

-Yo solo sé -la interrumpe otra vez-, que iba a suicidarme y se rompió la soga, de pronto..., oí ruidos, después, a una mujer gritar. Salí y vi tu carro y la patrulla afuera, oí un estruendo, luego tus gritos y pasos correr. Acudí en tu ayuda, ¡ja! -Suspira y luego sonríe-. Fue como en el libro... Revisé los pisos y la luz me llevó a ese cuarto. Olía a... bosque, tu perfume. Borré las huellas que supuse dejaste en el escaparate y dejé la hoja del libro que siempre llevo desde aquel día que, me quedé esperando un autógrafo, y te envié un mensaje.

-No, no sé de qué hablas -titubea Mónica.

-¡Yo tampoco! -se dibuja una sonrisa en su rostro-, solo estoy especulando, igual que tú-. Se despide dándole un beso en la frente, antes de salir, se para en la puerta, voltea la cara y agrega-: ¿Leíste la novela?, ¿sabes ya cómo termina?

-No.

-Bueno, pues termina así -y vira todo alrededor.

-¿Cómo?

-Así, tal cual -se encoje de hombros y abandona la habitación.

Méndez miraba una y otra vez el reloj en su muñeca, ya eran las diez pm. Resignado a no ver a su escritor favorito aparecer por la puerta de entrada del hotel (para que le firmara un par de libros y un ejemplar valiosísimo que llevaba guardado en su estuche que colgaba a su espalda). Regresó a su habitación. En el pasillo, se encontró a Óscar y le siguió el recorrido con la mirada. A Óscar le inquietó esa sonrisa que no mostraba dientes, en especial el brillo en sus ojos, el mismo que veía en el gato, al que encerraba en una jaula con pequeñas crías de ratón. Le vio descolgarse un estuche alargado de su hombro, se preguntaba qué podría guardar ahí. A Méndez le sorprendió la casualidad. Una sensación extraña se apoderó de él, le heló la sangre, le nubló la mente.

Nadie sabía que antes de que el filo de un sable cortara la cabeza de aquel joven, el causal de su muerte fueron los golpes que le propinaron usando una placa bañada en oro. «Pero qué buen material», instó el autor del crimen cuando se cansó de aplastarle el cráneo. Más tarde lo descubrirían después de encontrar el saco, porque cuando hubo la oportunidad de ponerla junto con las otras, así lo hizo, aunque en un principio (su compañero entrometido), impidió que saliera como lo había planeado.



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