Capítulo 3. Aléjate.
Teresa.
Mamá insistió en que la acompañara al agua, después de todo, habíamos venido a la playa a reconectar. En ese momento, lo que más quería era quedarme recostada en la sombra, sobre una manta en la arena. Pero gracias a la caída de antes, estaba llena de arena, así que decidí seguirla al agua.
Hace tiempo había perdido el amor y la seguridad hacia mi cuerpo, por eso, aquel día había llevado puesto un traje de baño que era comúnmente usado por surfistas. Las mangas largas de licra me protegían del sol, y aquel traje me cubría tanto como necesitaba. Dudé en si dejarme el short puesto, mi mamá me estaba esperando mientras observaba las olas y volteó a verme en ese momento.
—Tessi, eres muy joven para estar acomplejada. Disfruta de tu cuerpo.
Sus palabras me recordaron la decisión que había tomado, a partir de ese día iba a ser más positiva. Decidí quitarme el short y la seguí por la arena, mientras disfrutaba del sol en mis piernas.
El agua estaba muy fría, en contraste con el sol, era sumamente refrescante. Sentí como si despertara del todo, el sonido de las olas, el sol y el frío del agua realmente me hacían sentir viva.
Estuve un rato disfrutando de esa sensación mientras perseguía a mi mamá en el agua, era una muy buena nadadora. Jugar de esa manera con ella me hacía recordar cuando era una niña, amaba saber que siempre que lo necesitara ella estaría ahí para jugar conmigo y traer de vuelta mi verdadera esencia, y en ese momento sí que lo necesitaba.
—Mamá —la llamé.
—¿Qué pasa? ¿Estás cansada?
—Aun no, pero hay algo que necesito hacer. Estaré un rato afuera, será rápido, eso espero.
—Está bien, hija —me respondió—. Yo estaré acá.
Vi como se puso boca arriba en el agua, cerrando sus ojos mientras flotaba. Yo nunca había logrado hacer eso, y ella lo atribuía a que no me relajaba lo suficiente. Y quizás tenía razón, pero estaba segura de que pronto eso cambiaría.
Tenía un presentimiento, como si algo estuviese cambiando, y eso me emocionaba mucho. Caminé por la arena hasta llegar a nuestras cosas, estaban bajo la sombra de un árbol playero. Me acerqué a la canasta y tomé una toalla. Mientras me secaba, busqué con la mirada a mi madre. La vi jugar con una pequeña niña en el agua, ella llevaba un sombrero rosa.
Me alegraba de que mi madre no estuviese sola en el agua, parecía disfrutar la compañía de aquella niña y eso me daría más tiempo para quedarme fuera del agua. Así que extendí una manta en la arena y después de asegurarme de que estaba completamente seca, tomé mi celular y me senté en ella.
Me dispuse a buscar trabajo, habían varias ofertas disponibles como mesera o recepcionista, ya que aquella isla era un lugar muy turístico, aquellos solían ser los trabajos más comunes. Estuve a punto de aplicar a uno de esos, hasta que una oferta llamó mi atención.
Se trataba de una vacante como fotógrafa en un periódico local, era justo lo que necesitaba. No lo dudé ni un segundo y apliqué, no iba a pensarlo demasiado, no quería que alguien más se llevara la oportunidad, sentía que debía ser para mí. Era como una señal.
Me aseguré de incluir varias de las fotografías que había tomado como postales para mi Instagram, quería mostrarles el potencial que tenía. Era consciente de que hace meses no tocaba una cámara, pero debía convencerlos de que yo era la candidata perfecta.
Cuando di click en el botón para enviar mi solicitud, solté un suspiro de alivio. Estaba sumamente nerviosa, pero también feliz de haber encontrado algo que me gustara. Me quedé mirando algunas otras vacantes por unos minutos, comparando las diferentes ofertas, seguía convencida de que había escogido la mejor.
La nube de felicidad en la que estaba se vio eclipsada instantáneamente cuando recibí una llamada de un número desconocido. No podía creer que me estuviesen llamando tan rápido, no me había podido preparar. Me moría de los nervios, era presa del pánico que me había invadido, imposibilitando cualquier movimiento. Mi teléfono seguía sonando, indicando la llamada entrante.
Estaba paralizada por el miedo a fracasar, no quería dar una mala impresión. Aunque era consciente de que no contestar también podría causar que me descartaran. Tomé aire y contesté.
—Buenos días, habla Teresa Reyes.
—Buenos días, mi amor.
Reconocer su voz hizo que mi piel se erizara y me tapé la boca con la mano, ahogando un pequeño grito. No podía creer que había caído en su truco. Santiago, mi exnovio, me había llamado usando un número desconocido.
—Sé que te dejé sin palabras, mi niña. Solo quiero demostrarte que haría cualquier cosa por encontrarte, siempre estaré aquí para ti.
Con cada palabra que soltaba, sentía como si hundiera cada vez más una daga en mi corazón. Odiaba la manera tan cínica en la que aún se dirigía a mí, como si siguiéramos juntos. Él se quedó callado, mientras los recuerdos de la última vez que lo había visto pasaban por mi cabeza.
Hace meses no escuchaba su voz, y eso hacía que alejarme de él fuese más fácil. Pero siempre buscaba la manera de volver para arruinar su día y esta vez lo había conseguido. Las lágrimas brotaban de mis ojos, quería desesperadamente que desapareciera.
—No sabes cuánto me alegra escucharte, preciosa. Por la brisa, diría que estás en la playa y espero que lo disfrutes. No sabes cuánto deseo verte ahora mismo, te extraño demasiado.
Seguía sin responderle y hacía meses que él no tenía una respuesta de mí. Siempre que me escribía, me limitaba a leer sus mensajes pero nunca le contestaba nada. Y durante mucho tiempo me había guardado para mí misma todo lo que había querido decirle. No pensé que iba a tener la oportunidad, pero junté valor para responderle, finalmente.
—Escúchame bien, Santiago. No vengas con tus cuentos, ni a querer referirte a mí como solías hacerlo antes. Si las cosas cambiaron, es porque así lo quisiste, y estoy harta de que me persigas. Mi opinión no ha cambiado en estos seis meses, ni tampoco lo hará. Así que, como te pedí aquel día, aléjate de mí.
Sentía mis mejillas rojas de la rabia, que fue incrementando cuando pude escuchar del otro lado de la línea una carcajada en respuesta a lo que le había dicho.
—Tranquila, Teresa. Sé que volverás.
Y dicho eso, colgó la llamada. Sentía cómo la furia corría por mis venas, lo único que agradecía era que por fin me había llamado por mi nombre, y aquello era un avance. Además, fuese cual fuese su respuesta, había juntado el valor de decirle lo que pensaba y reafirmar mi decisión, había valido totalmente la pena.
Fijé mi mirada en el horizonte, mientras respiraba profundamente y buscaba calma en la tranquilidad de la brisa. Mis ojos se toparon con la figura de mi madre, aún en el agua, quien seguía jugando con aquella niña de sombrero rosa.
No la había detallado antes, pero ahora que me fijaba en ella, noté que se parecía mucho a Diana, una pequeña que vivía cerca de nuestra casa, pero que hace meses estaba en el hospital luchando contra el cáncer. Me sentí melancólica al imaginar que seguramente Diana extrañaba mucho la playa, recordaba todas esas veces que su madre hablaba con mi mamá y le contaba que no había mejoría, era imposible que se tratara de ella.
—Hola, Teresa. ¿Cómo estás?
Alguien me saludó a lo lejos, en el momento no reconocí la voz, hasta que dirigí la mirada en su dirección y noté que en efecto, se trataba de la madre de Diana. Giré la mirada de vuelta al agua, donde la niña jugaba con mi mamá, ¿acaso era eso posible?
—Eh... Hola —la saludé—. Estoy bien, ¿y usted?
Ella pareció notar mi confusión y sonrió entre cerrando los ojos. Traía consigo una mochila rosa y un gran bolso playero, los puso sobre la manta y se sentó a mi lado.
—Aun no puedo creerlo, pero estoy increíblemente.
—Diana se ve muy feliz.
—Sí, lo sé.
Ella se veía sumamente calmada, como si estuviese viviendo en un sueño e intentase no hacer movimientos bruscos para no despertar. Yo aún tenía muchas dudas sobre la salud de Diana, días atrás mi madre me había comentado que los tratamientos ya no estaban haciendo efecto en ella. Y que ya no había nada más que pudiesen hacer, me preguntaba si quizás aquel era su último deseo...
—Me alegra que Diana esté aquí, se nota que ama la playa —comenté.
—Ella tenía muchos deseos de salir hace mucho tiempo —me contaba su madre—. Y ya que me habían dicho que no había nada más que hacer, estaba considerando dejarla vivir ese último deseo.
No podía creer que lo hubiese adivinado, aunque desearía no haberlo hecho. Seguía observando a esa niña reír mientras chapoteaba en el agua junto a mi madre y se me partía el corazón.
—Ayer le tomaron exámenes de rutina, para ver qué tan avanzado estaba el cáncer y cuánto tiempo le quedaba —arrastraba las palabras, claramente era un tema muy difícil—. Pero ya no había nada ahí, como si nunca hubiese pasado.
—Eso es increíble, me alegra mucho -le dije con emoción.
—Gracias, de verdad, yo también me alegro mucho. Los doctores me aconsejaron que la mantuviese en observación un poco más, pero no podía desaprovechar, tuvimos un milagro.
Su historia me parecía de lo más surrealista, pero no podía cuestionar los milagros. Sabía que la fe en la isla era muy fuerte y desde pequeña había creído en ellos. Ahora lo único que quería era ir al agua y celebrar con Diana.
Me levanté de la arena y me dispuse a guardar mi celular, cuando este volvió a sonar. Se trataba de un número desconocido, ese detalle me hizo hervir la sangre. No podía creer que Santiago estaba llamando otra vez.
Acepté la llamada y antes de que hablara, lo hice yo.
—¡Ya te dije que te alejes de mí! —grité al teléfono.
—Buenos días, ¿hablo con la señorita Teresa? Le habla Danny, del periódico.
La sangre que corría furiosa por mis venas segundos atrás, se había quedado toda estancada en mis pies, por la vergüenza. Justo en ese momento, quería que la tierra me tragara.
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¡Hola!
¿Qué tal este capítulo?
Recuerden comentar y votar, me encanta ver como interactúan con la historia 🥰
Nos leemos,
Ele.
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