Capítulo 2. Decisiones arrebatadas.
Benjamín.
Estaba siendo una noche muy agitada, y constantemente repetía la imagen de aquella pequeña niña de peluca rosa en mi cabeza. Estaba usando aquel pensamiento para juntar fuerzas para seguir adelante, me imaginé por un momento la reacción de su madre al recibir el nuevo diagnóstico. En situaciones como esas no me molestaba que el crédito se lo llevara alguien más, solo saber que le había dado una nueva oportunidad me llenaba de paz.
Después de salir de la habitación de la niña, me adentré de nuevo en la oscuridad de la noche. El frío en el aire se incrementaba cuando batía mis alas para avanzar. Seguí con mi trabajo de patrullaje, observando las calles desde el cielo, deseando, como siempre, no encontrar nada sospechoso.
Pero nuevamente, no fue el caso. Me alertó el sonido de gritos desesperados, venían de un callejón.
—Debe ser un robo —dije, para mí mismo.
Volé lo más rápido que pude al lugar de donde provenían los gritos. En el callejón se encontraban dos chicas, una sostenía un bate en la mano, lo cual me pareció demasiado extraño.
No podía adivinar qué estaba pasando, parecía como si hubiesen estado discutiendo anteriormente. La otra chica vestía uniforme, parecía ser una cajera de supermercado, seguramente acababa de salir de trabajar. La noche ya estaba muy avanzada, y si había trabajadores por esta zona constantemente, podrían ser blancos fáciles.
Me acerqué a ambas, tomando ventaja de que no podían verme. Aunque parecía que habían estado discutiendo, había una distancia notable entre ellas, y podía observar que la chica que había gritado minutos atrás estaba muy nerviosa, supuse que la chica del bate la estaba amenazando.
—No puedes escapar, son las tres de la mañana, no hay nadie cerca —le dijo la chica que sostenía el bate, notando que su víctima no paraba de mirar hacia los lados, como buscando una manera de huir. Ella agregó—. Debes alejarte de él, lo sé todo.
—Ya te dije que no se trata de mí, chica. Estás confundida.
Cuando le dijo aquellas palabras, pude notar ese brillo rojizo en sus ojos que provocaba un salto en mi corazón. Ya no me quedaban dudas de sus intenciones, aquello me desilusionó, odiaba ver la maldad activarse en la gente.
Realmente estaba cansado de que la maldad estuviese tan presente en el mundo, quería acabar con ella, aunque odiara por completo el proceso.
Seguía alerta ante cualquier movimiento. Aún me encontraba entre ambas chicas, listo para reaccionar. Mientras evaluaba a la chica del bate, supe que se trataba de una deportista, en su físico se notaba que solía hacer ejercicio. Entendía muy bien por qué la otra estaba tan nerviosa, se veía muy débil en comparación.
En aquel momento, ella tomó el bate y lo estrelló contra un montón de cajas que había a su lado. El callejón estaba lleno de basura, que hizo que el sonido que emitían las cajas cayendo unas sobre otras fuese mucho más escandaloso, poniendo a la víctima mucho más nerviosa.
—¡No me mientas! Sé que ustedes se ven a escondidas —le reclamaba ella, su respiración se había vuelto más pesada, y no podía dejar de notar aquel resplandor rojo brillando en sus ojos.
Vi cómo se acercaba más a ella con el bate en la mano, al parecer estaba acabando con su paciencia. Y yo pensaba en qué podría hacer, no quería arriesgarme a que la víctima me viera, y no tendría mucho sentido para ella ver cómo la otra se desplomaba sin más.
La cajera se cubrió la cabeza instintivamente, mientras observaba a la deportista acercarse furiosamente a ella. Por la hora, quizás la cajera estuviese demasiado cansada como para no creer que se había imaginado todo aquello, así que estaba discutiendo internamente conmigo mismo en si debía tomar a aquella chica del bate y sacarla de ahí.
Antes de que ella pudiera hacer cualquier cosa, desde la esquina del callejón se asomó un chico. Tenía puesta una chaqueta típica de jugador de béisbol, supuse que había una conexión ahí que quizás no era una coincidencia.
—Amor, ¿qué está pasando? —preguntó él, al contemplar aquella situación.
Fue ahí donde pude notar algo que nunca antes había visto. El color rojizo que brillaba en los ojos de la atacante iba perdiendo intensidad mientras dirigía su mirada a aquel muchacho, que suponía que se trataba de la razón de aquella discusión.
Sin embargo, aquello no duró mucho. Ya que, cuando el chico se adentró al callejón, corrió a socorrer a la cajera, alejándola aún más de la deportista. Cuando llegó hasta ella, la tomó en sus brazos.
—¿Estás bien? —le preguntó, tomando sus mejillas con ternura.
—Qué bueno que estás aquí, tenía mucho miedo -le Respondió ella.
—Tranquila, mientras yo esté aquí, nadie podrá hacerte daño —luego juntó sus frentes en un gesto de cariño.
Sentía que me había metido en una pelea matrimonial. Desde donde yo estaba, podía observar exactamente todo lo que estaba pasando. Y lo que más me sorprendió fue ver que la chica que sostenía el bate con tanta fuerza momentos atrás, lo dejó caer, mientras la luz rojiza volvía a sus ojos.
Sabía que aquel era mi momento de actuar, independientemente de si la estuviesen engañando o no, y que ella fuera la verdadera víctima, mi trabajo era arrancar la maldad que se había adueñado de ella. Sin embargo, no quería hacerlo, nunca había podido presenciar que la maldad de alguien desapareciera, aunque sea por un momento, luego de que se activara. No quería acabar con el que podía ser uno de los mayores avances en nuestra labor de acabar con aquello.
Estaba absorto en mis pensamientos, e intenté reaccionar lo más rápido que pude cuando vi que la chica se acercaba furiosa a donde se encontraba el chico, ambos forcejearon, ella intentando golpear a la chica y él defendiéndola. Supe que debía, por lo menos, desmayarla. Pero no quería que se creyera que había sido él quien lo había hecho.
Mientras yo dudaba, una ráfaga de viento que pasó muy rápido a mi lado me sacó de mi ensimismamiento. En un abrir y cerrar de ojos, la deportista ya no se encontraba ahí, pareciera como si el viento se la hubiese llevado. Y eso había creído la pareja que ahora se abrazaban, aliviados, y se disponían en irse.
Yo no estaba tan seguro como ellos, sabía bien que el viento mismo no podía llevársela, así que levanté la mirada y supe de quién se trataba. Me sentí sumamente furioso, estaba cansado de que me siguiera. Extendí mis alas y me acerqué a ella, quien tenía a la chica a sus pies, aparentemente inerte. Sobre su cabeza se podía observar aquel orbe brillante, característico cuando el alma no resiste la limpieza.
—Charmeine.
—No debes agradecerme —le dijo ella, orgullosa de su hazaña.
—No puedo creer que hayas acabado con el único avance que tenía.
—¿Avance de qué? Deja de soñar con salvarlos, ya están perdidos.
—Cállate, no quiero discutir contigo —le reclamé, mientras me agachaba rápidamente a recoger el orbe de luz. Debía volver al hospital pronto, no podía dejar que se desperdiciara.
—Esa obsesión va a acabar contigo —sentenció Charmeine, claramente molesta porque no iba a darle las gracias.
—Para ser un ángel de la armonía, sí que sabes cómo hacerme molestar.
No dejé que respondiera, estaba harto de tener que lidiar con ella. Minutos atrás me debatía entre lo que debía hacer, y sentí tan cerca la victoria, como para que ella llegara a arrebatarme la decisión de las manos.
Intenté respirar profundo, de mis alas irradiaba un constante calor que chocaba en contraste con el frío de la noche. Trataba de no darle importancia, debía asegurarme de que el orbe de energía no desapareciera antes de llegar al hospital.
Así que volé lo más rápido que pude, directo a la sección de oncología. Y sobre todo, lo más lejos de Charmeine que pudiese.
☁️☁️☁️
¡Hola!
Aquí le damos la bienvenida a Charmeine, su foto está en la multimedia.
¿Qué les pareció el capítulo?
Nos leemos pronto,
Ele.
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