XXIII
Hoy conocí a alguien en la librería... Se sintió extraño que se me quedara mirando. Nadie me nota usualmente.
Se acercó a hablarme y me dijo que le gustaba mi cabello despeinado. Yo no supe que responder. Me tomó por sorpresa.
Me dijo que le parecía bonita, y me hizo sonrojar aunque no le creí. Un hombre puede decir muchas cosas cuando quiere conseguir algo.
Aunque tú me decías esas cosas, y nunca pediste nada a cambio.
Además, ¿qué tendría ya para dar una chica despeinada y de ojos grandes que entregó su corazón y nunca le fue devuelto?
Debería dar tiempo a que mi corazón vuelva a crecer. Pero él me pidió mi número y se lo di. Él me anotó el suyo en mi libreta. Su caligrafía a un lado de la tuya.
Quizás fue un lapsus de debilidad. Aún te sigo queriendo a ti.
Pero sus ojos verdes me hicieron pensar en el color azul, ese color que tiñe mis recuerdos felices contigo... Y no es justo, pensar en ti cuando no quiero pensar en nadie.
Tampoco es justo pensar en él, y pensar luego en ti, como si te estuviera traicionando. O peor, a tu recuerdo.
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