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Cap. 8 En la habitación

Jared sigue pegado a su oído, sin decir nada más. Ella deja su copa sobre la barra y gira la cabeza para apartarse de él. Le roza levemente el hombro y Ellen siente un pequeño escalofrío.  Él se aparta para ponerse de nuevo frente a ella, esperando su respuesta.

Lo mira a la cara y, a pesar del rechazo que le provoca pensar en lo que le hizo a Laia, entiende que su amiga se sienta tan atraída por él, pues es muy atractivo. Tiene unos ojos claros, una mirada profunda, seductora, igual que su bonita sonrisa. Él sabe que es guapo y posiblemente tenga sus gestos ensayados, pero a Ellen no va a poder engatusarla. Aunque ella tiene que jugar bien sus cartas, si no quiere desvelar sus intenciones y procurar un acercamiento que le lleve algún día a cumplir su venganza.

Sin embargo, es él quien está dominando la situación y teme hacer algo que trunque todos sus planes.

—No tienes ni idea, ¿verdad? —le pregunta Jared. Ellen traga saliva y no responde. Le mantiene la mirada con cierta timidez, lo que a él le da confianza—: La verdad es que no me pareces una chica que frecuente estos sitios. Esperaremos a que aparezca tu amigo y veremos qué explicación te da, ¿te parece?

No espera a que Ellen le responda, porque alguien reclama su atención, a través del pinganillo que lleva en su oreja, a quien le responde un escueto "voy para allá", y se marcha.

Ellen observa cómo se aleja y luego vuelve a girarse hacia la barra, para dar otro trago a su copa. 

Su mentira se ha quedado sin patas, así que tendrá que pensar en algo para salir de allí. Saca su teléfono y finge hacer una llamada. Se queda allí sentada, de cara a la barra, intentando pasar desapercibida. No quiere que se le acerque nadie más. Vuelve a dar un sorbo y decide marcharse sin más, esperando que Jared esté ocupado con otros asuntos y no se percate de su marcha.

Baja las escaleras y se dirige hacia la puerta, pero antes de llegar, Jared le toca el brazo y ella se gira:

—¿Te marchas?

—Sí.

—¿Y tu amigo?

—No lo sé. Tiene el teléfono apagado —improvisa Ellen.

—¿Cómo se llama? —le pregunta, y Ellen dice un nombre al azar. Jared espera unos segundos y dice:

—No hay ningún invitado con ese nombre. ¿Qué más sabes de él? 

—No puedo darte más información y tampoco tengo... autorización para ello —sigue improvisando. 

—Ya... Verás, esta es una fiesta exclusiva, de acceso exclusivo, y necesitamos saber el nombre y teléfono de todas las personas que asisten, lo entiendes, ¿verdad?

—Sí, claro, pero no puedo...

—Necesito que me des tu nombre y tu teléfono —le dice Jared—: Es por cuestiones de seguridad y privacidad.

—Me llamo Helena, con hache, y mi número es 555 42 32 51 —responde Ellen. Y casi al mismo tiempo, le entra una llamada al móvil, desde un teléfono oculto. Mira la pantalla.

—Responde —dice Jared.

—¿Dígame? —pero no obtiene respuesta al otro lado. 

—Era una simple comprobación —dice Jared con una sonrisa—: Te recomiendo que hables con tu amigo y le preguntes para qué te ha invitado a esta fiesta. La próxima vez que lo haga, y que tú aceptes, que sea para quedarte, ¿de acuerdo, Helena con hache?

Ellen empieza a sentirse algo mareada. Todo comienza a darle vueltas y la imagen de Jared se vuelve algo borrosa. Empieza a sudar y sentir naúseas que no sabe si va a poder controlar. Asiente con la cabeza y se marcha, intentando disimular su malestar. 

Toma una bocanada de aire en  cuanto sale a la calle y busca un lugar apartado donde vomitar. Se apoya en un árbol que hay junto al edificio, algo escondido, y deja salir una gran bocanada de líquido transparente. Está agotada por el esfuerzo, las piernas le tiemblan y todo su cuerpo se empapa de un sudor frío. Ha expulsado de su estómago todo lo que contenía; el gin-tónic que acababa de tomarse. No ha comido nada en todo el día, desde el café que desayunó a primera hora de la mañana. 

Sigue con su cuerpo inclinado, con un brazo apoyado en el tronco del árbol, intentando recomponerse. Levanta un instante la cabeza y le parece ver, a lo lejos, un hombre oculto, con una capucha. Un hombre que diría que es Caleb. Pero tiene la visión borrosa y sigue estando mareada. Cuando intenta incorporarse para irse hasta su coche, todo a su alrededor empieza a desdibujarse. Primero se vuelve de un color rojo oscuro, como si le hubieran puesto un velo de ese color ante sus ojos. Le parece sentir que alguien la sujeta por la espalda, e incluso le parece como si levantara los pies del suelo. A continuación, todo se queda completamente negro. No recuerda nada más.

Se despierta tumbada poca arriba. Todo está en absoluto silencio. Abre los ojos lentamente y mira a su alrededor. Está sobre una gran cama, en una habitación en penumbras, con el techo cubierto de espejos y una suave melodía sonando de fondo.

Se incorpora rápidamente, desorientada y muy agotada. Ya no tiene naúseas, pero al levantarse, siente un fugaz mareo, que la obliga a cerrar los ojos un instante. Toma aire profundamente e intenta calmarse, pues el corazón se agita en su pecho. Al sentarse sobre la cama, se da cuenta de que está descalza. Alguien la ha llevado hasta allí y le ha quitado los zapatos. No sabe quién ha sido ni dónde está y empieza a ponerse nerviosa.  Se levanta lentamente y mira a su alrededor. Le sobresalta escuchar una voz, que proviene de un rincón de la habitación, donde hay un hombre sentado en un amplio butacón:

—Qué breve, pero bella imagen me has regalado.

—¿Qué...? ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —pregunta Ellen, intentando enfocar su vista hacia la voz. Puede ver su figura, sentado con una pierna doblada sobre la otra y la barbilla apoyada sobre su mano, con el codo doblado sobre el brazo del sillón.

—Te desmayaste y te he traído aquí. Te observaba dormir, pero solo durante unos minutos —el hombre se incorpora y se acerca hasta Ellen, quien pone todos sus músculos en tensión—: ¿Demasiado alcohol? ¿Intentabas olvidar que tu amigo te ha engañado?

Al ver que se trata de Jared, Ellen no se queda más tranquila.

—No, solo me sentó mal la copa, no he comido nada en todo el día —Ellen se sienta de nuevo en la cama, para ponerse los zapatos.

—¿Ya te marchas? Puedes quedarte un poco más, si quieres...

—Gracias, debo irme. Y gracias por haberme ayudado. Perdona por... Lo siento.

—No tienes que disculparte por nada. Yo siento que te hayas despertado tan pronto. Es una delicia verte dormir. Pareces una princesa —le dice Jared, acercándose un poco más a ella.

—No dirías lo mismo si me hubieras visto en el árbol, cuando estaba...

—Te he visto. Por eso he acudido antes de que cayeras de bruces. Ha sido un placer tenerte entre mis brazos —su voz es sugerente, seductora, pero Ellen está demasiado incómoda como para seguirle el juego.

—Gracias, de verdad...

—Quédate —le dice, acariciando su brazo con la yema de sus dedos, y se acerca para darle un cálido beso en el hombro. Pero Ellen se aparta y se dirige hacia la puerta.

—No puedo, gracias. Hasta otra.

Abre la puerta y se encuentra en un pasillo largo, oscuro, con el suelo de moqueta y varias puertas a ambos lados. Decide continuar recto, esperando que al final haya una salida, pero solo encuentra una pared negra al fondo. Así que, se da la vuelta y retrocede sobre sus pasos, donde se encuentra a Jared, apoyado en el umbral de la puerta por la que acaba de salir. Ellen se tensa y comienza a asustarse. Se ha olvidado de que está frente al agresor de su amiga, en un lugar desconocido, donde no es capaz de encontrar la salida. Tiene la tentación de ponerse a gritar pidiendo ayuda, pero algo le dice que no iría a conseguir nada con eso.

Jared sonríe y la observa allí parada. Se incorpora y da un par de pasos hacia ella, extendiendo su brazo:

—Acompáñame —le dice. Y Ellen, con un hilo de voz, responde:

—Tengo que irme...

—Acompáñame a la salida —vuelve a decir Jared, todavía con su brazo extendido. Ellen se acerca , pero no agarra su mano. Se pone a su lado y él la coge con suavidad por el codo. Vuelven a entrar a la habitación y Jared cierra la puerta tras de sí. El corazón de Ellen late cada vez con más fuerza y piensa en Caleb, en sus movimientos rápidos y precisos para hacer con su oponente lo que le viene en gana, y anhela tener esa habilidad, para poder ponerla en práctica en caso de que Jared intente forzarla. 

Pero no es necesario, pues él la sigue acompañando hasta el otro extremo de la habitación, donde hay una puerta, disimulada tras un gran cortinaje, que abre para invitarla a salir a la calle.

—Esta salida es más discreta. Si giras a la derecha, encontrarás el árbol que has abrazado hace un rato.

Ellen lo mira, sorprendida y agradecida, y en sus ojos puede identificar el deseo, pero también amabilidad. Si no supiera quién es y lo que le ha hecho a su amiga, pensaría que es un auténtico caballero. Un atractivo y seductor caballero. 

—Me encantará volver a verte —le dice, cogiendo su mano y acercándola a sus labios, para posar en ella un leve beso. 

—Gracias —dice Ellen. Se suelta la mano y comienza a andar hacia el coche. Todavía se encuentra algo mareada y el temblor de las piernas todavía no ha desaparecido, y ahora no solo es por la sensación de flojedad que aún conserva, sino también por los nervios y el miedo que ha sentido.

En el asiento de su coche, pone las manos sobre el volante y arranca el motor, pero se queda allí durante unos segundos, hasta que se ve con la entereza suficiente para conducir. Lo hace despacio, con inseguridad, pues se siente completamente agotada y teme que pueda volver a perder la consciencia. 

Sale a la calle principal, se para en el semáforo en rojo, cerca de la entrada del local y ve cómo dos coches de alta gama, con los cristales tintados, aparcan en la puerta. Sale el conductor del primero, quien se dirige a abrir la puerta trasera, por donde ve salir a una mujer, acompañada de dos hombres. Lo mismo ocurre con el segundo coche, que está más alejado de su vista y, aunque no puede identificar a las personas, ve que también se trata de una mujer y dos hombres. Esa segunda mujer lleva un vestido azul eléctrico, con un amplio escote trasero que deja toda su espalda al aire, por la que cae una hermosa melena rubia, como la de su amiga Laia. 

Justo detrás, un motorista parece esperar a que de los dos coches se apeen los pasajeros, para continuar su marcha y, por un momento, se le antoja que podría ser Caleb. Sacude ligeramente la cabeza y el semáforo se pone en verde. Gira a la derecha para continuar el camino hacia su casa. Solo quiere tumbarse y descansar, aunque se promete comer algo antes de hacerlo. 

En el siguiente semáforo, una moto para junto a su vehículo. Ellen mira al conductor y este hace lo mismo, pero con el casco oscuro no puede identificarlo. Se levanta la visera y dirige su vista, descaradamente, hacia las piernas de Ellen, una de ellas queda al descubierto por la abertura del vestido:

—Bonitas piernas —le dice el motorista. Ellen frunce el ceño, le saca la lengua, él sonríe y se baja la visera. El semáforo se pone en verde y la moto arranca. Ellen decide seguirle.

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¿Cómo es Jared en realidad?

Es posible que Ellen se haya hecho una idea  equivocada de él, ¿no?

O quizás, él está interpretando su mejor papel y solo se muestra como un perfecto caballero, porque quiere seducirla.

Y seguimos sin saber qué tipo de fiesta exclusiva es esa...

¿Tal vez su amiga Laia asistiera a una fiesta similar?

Tendréis que seguir leyendo, para averiguar algo más ;-)

Cavaliere




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