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Cap. 18 Demasiado duro

Ellen se pone la ropa deportiva y se marcha hacia el entrenamiento. Le pedirá a Caleb que terminen un poco antes, para que le dé tiempo a pasar por casa, darse una ducha y cambiarse rápidamente, para su cita con Jared. 

Al menos, esa es su intención, aunque no sabía que sus planes no iban a salir como esperaba.

Cuando llega al bajo, la puerta se abre antes de que ella la golpee con sus nudillos. Sobre el tatami, está Caleb sentado, con las piernas cruzadas, la espalda recta y los brazos relajados sobre sus rodillas. 

Está de espaldas y, por su postura, Ellen interpreta que está meditando. Le saluda, pero él no responde. Deja la bolsa en el suelo y se acerca a su lado, esperando alguna reacción por su parte, pero sigue en la misma posición, sin moverse. Tiene los ojos cerrados y no mueve ni un solo músculo, ni siquiera parece que esté respirando. 

Ellen lo observa detenidamente, fijándose en sus rasgos relajados, que muestran un semblante menos duro de lo habitual. También pone atención en sus manos, grandes, de delgados dedos, que descansan sobre sus rodillas. En sus brazos se marcan los músculos, trabajados, definidos. Unos hombros anchos y fuertes que se dibujan tras la tela de la camiseta blanca que lleva puesta. 

Se queda mirando su rostro; sus largas pestañas, la nariz pequeña, sus labios carnosos, su barba de tres días. Un pequeño mechón de cabello oscuro cae sobre su frente. 

A Ellen le gusta mirarle. Le parece tremendamente atractivo y un cosquilleo recorre su espalda. Un cosquilleo que la hace estremecer cuando escucha su voz:

—¿Qué estás mirando? —le pregunta, sin variar su posición y sin abrir los ojos.

—¿Cómo sabes que te estoy mirando? —pregunta ella sorprendida.

—No lo sabía, pero me lo acabas de decir. Siéntate —le indica, todavía sin moverse—: Delante de mí. Ponte en esta posición, cierra los ojos y concéntrate en tu respiración. 

Ellen obedece. 

—No pienses en nada.

—Eso es imposible...

—Cierra los ojos —le vuelve a indicar. Aunque él no había abierto los suyos, sabía que Ellen todavía no los había cerrado—: Piensa en cómo entra el aire a tus pulmones y cómo sale a continuación. Concéntrate solo en eso. Si viene algún pensamiento a tu mente, déjalo y vuelve a centrarte en tu respiración. Se irá solo. Yo te avisaré cuándo tienes que parar.

Sigue sus instrucciones, pero Ellen no puede evitar abrir un poco los ojos para ver qué está haciendo Caleb, y él se da cuenta, así que insiste:

—¡Cierra los ojos de una vez!

—¿Cómo lo sabes? —pregunta Ellen sorprendida. Pero Caleb no responde y ella le obedece. 

Al cabo de unos segundos, Ellen consigue concentrarse solo en su respiración y no es consciente de cómo empieza a relajarse. Todo desaparece a su alrededor. Y quizás, por ese motivo, no se ha dado cuenta de que Caleb se ha levantado y ahora es él quien la observa detenidamente. 

Ese era su objetivo, en realidad. Solo quería aprovechar la ocasión para mirarla. Una pequeña licencia que se había permitido, solo un instante, pues estaba tan concienciado a no dejar aflorar ningún tipo de sentimiento hacia su alumna, que únicamente quería permitirse un pequeño placer, inocente, antes de ponerse de nuevo en su papel. 

—Ponte de pie —le pide, al cabo de unos minutos, y Ellen da un pequeño respingo al escuchar su voz —: Hoy vamos a trabajar las piernas.

Caleb se pone delante de ella y le pide que lance una patada frontal. Le corrige la posición, le da algunas indicaciones y le pide que vuelva a repetirlo. Después, se acerca un poco más a ella y le pide que, esta vez, lance la patada contra su abdomen.

—Más fuerte —le pide—: Más, ¡más! 

—No tengo más fuerza —protesta Ellen, viendo que Caleb no se mueve ni un milímetro de su posición, tras recibir el impacto de ella.

—Porque solo golpeas. Tienes que desplazarme.

—Es lo que intento. 

—Tu golpe tiene que ir más allá de mí. No lo pares. Piensa que vas a golpear a alguien que está más lejos, que está detrás de mí. Lanza ahora. 

—Es que no pue... —Ellen se calla antes de terminar la frase.

Caleb sigue dándole instrucciones, diciéndole cómo colocar los piernes, de dónde sacar el impulso, pero el resultado sigue siendo el mismo. 

—¿Dónde tienes escondida toda tu fuerza?

—Esta es toda la fuerza que tengo...

—¿Estás segura? —le pregunta Caleb, dibujando una medio sonrisa, entre burlona y chulesca, que Ellen sabe que esconde alguna intención—: Veamos.

Y en ese momento, se lanza contra ella, con los brazos abiertos, como si fuera un animal salvaje a punto de devorarla. Ella se echa hacia atrás instintivamente, pero Caleb sigue con sus ataques. Se mueve muy rápido, intenta rodearla por los hombros, le va dando empujones controlados, que ella intenta esquivar y bloquear, pero no siempre lo consigue. Aunque Caleb no termina de apresarla, sino que la atosiga, le ataca, la inmoviliza y luego la deja libre. A veces le da pequeños golpes en los brazos, en el abdomen, en la espalda. Ellen empieza a estresarse. Parece que son cinco personas diferentes las que la están atacando a la vez y se está poniendo muy nerviosa, al ver que no consigue librarse de los empujones y los golpes:

—Para ya —le pide, casi sin aliento.

—Oh, sí, claro... Alguien te está atacando y tú, amablemente, le dices que pare, ¿no? ¿Crees que eso funciona? —Caleb sigue sus rápidos y constantes movimientos—: Voy a atraparte. Te agarraré por los hombros, te bloquearé, te daré un par de golpes, pero sin dejarte incosnciente, luego te tumbaré sobre el tatami, te inmovilizaré...

—¡Para!

—Y luego haré contigo lo que quiera. ¡Lo que quiera! Vamos..., ¿te vas a dejar? Eres una presa fácil, muy muy fácil. Eres débil, vulnerable, torpe...

Caleb utiliza un tono burlón, mientras sigue atacándola sin tregua. Mientras se vuelve más violento, más grosero y más desagradable.

—Eres una niñata. Una niñata consentida y caprichosa. No tienes agallas, no sabes pelear. Estás tirando tu dinero y yo me estoy divirtiendo contigo, ¿sabes? Y ahora es cuando más me voy a divertir, porque quiero escuchar cómo me suplicas que pare, que deje de hacerte todo lo que voy a hacerte. Porque eso es lo que quieres, eso es lo que te gusta...

Ellen está cada vez más cabreada. Se siente indignada, pero al escuchar esa última frase, algo se remueve en su interior. Algo que le hace brotar una ira desmedida y que hace que deje de moverse de un lado a otro, intentando esquivar los ataques de Caleb, para plantarse en el suelo, enfocar toda esa ira en su pierna y lanzar una patada con todas sus fuerzas. Una patada que impacta en el abdomen de Caleb y que por fin, logra desastibilizarle. 

No es suficiente para tumbarle, pues él es un experto luchador, aunque sabe que podría haber sido muy efectivo para cualquier otra persona. Así que, se siente orgulloso de Ellen. Deja un momento de atosigarla y ella aprovecha para lanzarle una nueva patada, que él encaja con habilidad. Pero Ellen está fuera de sí. Quiere seguir golpeando e hiriendo a su atacante, a quien no consigue identificar, cegada por esa ira que ha nacido de algún lugar oscuro de su interior. 

Caleb se deja hacer y va frenando las embestidas de Ellen, que ahora hace utilizando brazos y piernas. Se le han llenado los ojos de lágrimas y no para de gritar. Caleb se da cuenta de que está descontrolada y sabe que ha podido abrir alguna herida.

La sujeta por los brazos e intenta calmarla, pero no puede. Sigue lanzando patadas sin descanso y sin control, y aunque alguna impacta en el cuerpo de Caleb, él teme que acabe lastimándose. Así que ejerce más fuerza para frenarla. Finalmente lo consigue y ella queda exhausta, dejando caer todo el peso de su cuerpo, sintiendo que sus piernas se aflojan, que su cuerpo se debilita. Y no puede parar de llorar. 

Caleb la sujeta y la atrae hacia su cuerpo, dejando que siga llorando desconsolada en su pecho. Pone una mano sobre su hombro, con cautela, solo apoyada levemente, como si temiera tocarla. Pero al sentir su cuerpo temblando, mientras ella sigue liberando su llanto incontrolado, la rodea con el otro brazo y le acaricia el pelo con suavidad, intentando calmarla. 

Ellen recibe el abrazo con agrado, al principio. No sabe qué le ha pasado ni tampoco cómo puede parar ese extraño brote de rabia y dolor contenido. Tampoco sabe por qué se ha desatado en ese momento, de forma tan abrupta e incontrolable. Se siente avergonzada y algo ridícula, por mostrarse tan vulnerable ante alguien que es prácticamente un desconocido. Y cuando es consciente de las manos de Caleb, una sobre su espalda y la otra acariciando su cabello, hace un esfuerzo por recomponerse.

Se separa rápidamente y se da la vuelta, enjugándose las lágrimas con esmero, intentando contener los hipos, recuperar la calma. Caleb se queda allí parado, sintiendo todavía el calor de Ellen en su cuerpo.

Se siente culpable, pues sabe que se ha comportado como un auténtico cretino. Su intención era cabrearla, hacerle sacar la rabia, la furia. Quería que se pusiera en situación, que estuviera preparada para el combate. Pero estaba claro que había conseguido remover algo en su interior, algo que le había hecho reaccionar de esa forma. 

Cuando ve que Ellen empieza a estar algo más calmada, dice, casi en susurros:

—Lo siento.

Ella no contesta. Sigue de espaldas, limpiándose las lágrimas de su rostro. Se siente avergonzada y no quiere darse la vuelta.

Caleb aguarda un instante y le pregunta:

—¿Estás bien?

—Sí —responde Ellen—: Perdona por el numerito.

—No pretendía... Solo quería... cabrearte y que sacaras tu rabia.

—Lo has conseguido —dice Ellen. Se da la vuelta y se pone frente a él, aunque evita su mirada. Tiene el rostro enrojecido por el esfuerzo y los ojos todavía brillantes por el llanto.

—¿Quieres contarme qué se ha removido ahí dentro? —le pregunta Caleb con cierta cautela.

—Ya lo has visto; la rabia. Me has cabreado y la impotencia de no poder derribarte me ha puesto todavía más rabiosa. Solo ha sido eso —Ellen responde con la cabeza agachada, mientras se frota las manos en un gesto inconsciente, solo para evitar mirar a Caleb.

—No. No ha sido solo eso, pero si no quieres contármelo, no insistiré. Solo quiero que sepas que lo que nos guardamos dentro, siempre acaba saliendo. Algunas veces a través de las pesadillas, otras se manifiestan como enfermedades, a veces en llantos descontrolados... Dejarlo salir te hace sentir más libre.

—Te digo que ha sido la rabia, nada más. 

—Lo sé. Pero no creo que sea la rabia por no poder golpearme. ¿Es por lo que te he dicho?

—No lo sé. Supongo —Ellen se da la vuelta, pues empieza a incomodarle esa conversación.

Caleb guarda silencio un instante. Sospecha que Ellen ha vivido algún trauma que, por la situación que ha provocado durante el entrenamiento, le ha hecho revivir. 

Desde un principio, siempre ha pensado que ese era el motivo por el que había querido contratarle, porque quizás había sido atacada en algún momento y no quería que le volviera a ocurrir.

Se había enterado de los sitios que frecuentaba. No es que la hubiera espiado, todo había sido una coincidencia. Pero luego, sí que había decidido seguir sus pasos, para intentar averiguar qué relación tenía con su hermano y las fiestas que él organizaba. 

—¿Quieres contarme por qué me buscaste para que te entrenara? —le pregunta Caleb. Y antes de que ella responda, añade—: La verdad.

Ellen se ha alejado unos pasos de él. Tiene la sensación de que ha sobrepasado una barrera, un límite que ha llegado a acercarle a Caleb. Por eso, quizás el alejarse ahora unos metros, sea un mecanismo para intentar volver a coger distancia. Pero se siente extramente vulnerable, susceptible. 

Después de la situación vivida, siente un nudo en su pecho, una pesada carga que le incomoda, pero que no consigue identificar. Caleb tiene razón; algo se ha removido en su interior, pero no llega a concretar el qué. 

Era parecida a esa sensación que tienes cuando crees que te olvidas de algo. Como cuando sales de casa y, antes de cerrar la puerta, sientes que te dejas algo. Intentas hacer un repaso de todo aquello que tenías que llevar, pero a su vez, tienes la mente tan distraída que no sabes concretar qué has cogido y qué se te olvida. 

Aunque esa sensación ahora es mucho más pesada, más densa, más turbia. Siente que si se parara un momento a pensar con calma, podría identificar de qué se trata. Pero, a su vez, hay algo, en alguna parte de su cerebro, que le impide hacerlo. Como un mecanismo de defensa que se hubiera activado automáticamente.

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Me parece que Ellen esconde una herida profunda, que no quiere dejar salir.

Quizás, vengar a su amiga Laia solo haya sido un pretexto, una motivación para vengarse de algo que le ocurrió a ella, ¿no creéis?

Pero es posible que no quiera escarbar más, o no pueda. Ni tampoco se atreva a hacerlo delante de Caleb.

O igual sí...

A ver qué hace en el próximo capítulo.

Cavaliere

unjovenromantico


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