Tocar el cielo
Ayden toma el rostro de Arya entre sus manos y la sujeta besándola apasionadamente. Ella lo abraza de la cintura y lo desfaja.
Él levanta sus manos y ella le saca la playera con todo y cárdigan, dejándolo solamente en pantalón de mezclilla. Arya siente cómo su ritmo se acelera y sus manos yacen un poco sudorosas.
—He esperado este momento toda mi vida —declara Ayden abrazándola por la cintura.
—Yo igual, te he esperado a ti, solo a ti, cariño mío —responde ella tocando su piel desnuda.
El millonario desliza sus manos por la cadera de Arya y las baja hasta su trasero. Siente un hormigueo por su piel y aprieta el trasero de durazno de su novia.
Arya gime al sentir los dedos de Ayden tan cerca de su intimidad.
—Esto parece un sueño —expresa ella mientras los labios de Ayden están en cuello.
—Deja que te vea —dice él soltándola para hacerla girar modelando para él—. Te ves exquisita, cariño. Eres la única mujer que he amado en mi vida y con la que quiero pasar el resto de la misma.
Ayden pasa su dedo índice por el perfil de la mandíbula de ella, lo desliza por su cuello y hasta el borde del escote. Arya siente el toque sensible, una estela de cosquilleo queda como rastro en piel y se extiende hasta su centro.
—Ven —pide Ayden llevándola de la mano a la cama—. Recuéstate.
El millonario no es un experto en las artes del sexo, nunca ha tenido una experiencia consensuada que pudiera disfrutar con alguien a quien amara.
Arya le hace caso, esta nerviosa hasta la médula. Se tiende sobre la cama y Ayden termina de quitarse la ropa quedando completamente desnudo.
El millonario se siente apenado por su desnudez, a pesar de ya haber disfrutado ciertos momentos en intimidad, ahora era distinto. Sabía a lo que iba, estaba decidido a ello. Se sube a la cama y se recuesta junto Arya.
Ella se recuesta de lado y pasa su mano izquierda por el rostro de su amado retirando un poco de cabello de su frente.
—Te amo, ¿lo sabes no es así? —pregunta ella con la mirada cargada de devoción hacia el hombre que ama.
Ayden posa su mano en el cuenco de su cintura y la aprieta suavemente.
—Sí, lo sé, y yo a ti, Arya —dice él acercando sus labios a los de ella.
El beso es suavemente candente, él pasa su lengua por el labio inferior de ella y lo muerde. Sube su mano por debajo de la delgada delta y acaricia el costado de su cintura hasta llegar a su pecho. Titubea un momento en sí tocarla o no, pero Arya lo nota y tomando su mano la pone en su seno.
—Arya...
—Ayden...
Ella acaricia su espalda y su abdomen. Ayden se contrae ante su tacto, ella siente cómo su respiración cambia, así que se detiene. Deja de acariciarlo y besarlo.
—No pares —pide él con urgencia—. Este soy yo, Arya, y te deseo, te necesito tanto como necesito respirar.
La confesión es lo único que ella necesita para proseguir acariciando sus brazos, pecho y abdomen. De pronto, Ayden se detiene. Ella puede sentir la dureza de su miembro entre ellos.
—Espera —pide él recostándose sobre su espalda—. Sube.
Arya lo piensa un momento. Recuerda lo que él le había dicho sobre su madrastra, como esta lo usaba, ella no quiere eso. No quiere que haya ninguna similitud entre ellos.
—No —se niega rotundamente mientras se sienta—. Lo siento Ayden, pero yo no quiero ser ella. No quiero que creas, que puedo ser la mujer que te hizo daño, quiero que me veas y lo disfrutes mientras estamos juntos. No quiero un tú poseyéndome, ni un yo poseyéndote. Quiero que esto sea de los dos, tomándonos, poseyéndonos, porque no hay nadie más en este mundo que quiera que me posea más que tú.
La boca de Ayden se seca, las palabras contundentes de ella le conmueven y le provocan. Arya quiere ser tomada de la misma manera que pueda tomarlo a él.
La joven se pone de pie quitando todo lo que le estorba, queda completamente desnuda ante él. Ayden no puede sentirse más afortunado por tener una mujer tan hermosa como ella. Arya nunca ha ocultado sus estrías, ni sus puntos más flácidos. Mantiene un cuerpo atlético sin exagerar, solo por salud.
—Eres tan malditamente hermosa —declara él haciendo que ella se sonroje. Él se arrodilla en la cama y ofrece su mano. Arya la toma y sube a su lado, ambos arrodillados uno frente al otro—. Me iré, y no sé cuánto tiempo estaré fuera. Volveré, lo prometo. Pero antes, lo que pasó hoy... no quiero perderte Arya, quiero que seas mía por completo. Quiero casarme contigo.
Arya retiene la respiración, no sabe que decir, pero sabe lo que quiere y esta cien por ciento segura de eso. Se arroja a sus brazos y lo besa, lo envuelve en un caliente abrazo llevándolo con ella hasta recostarse. Ayden queda medio cuerpo encima y medio de lado. Ambos son todos manos, piel caliente, besos, caricias y gemidos.
Se disfrutan como nunca antes pudieron hacerlo. Él mantiene una respiración calmada, ella le da la paz que necesita su alma, la que sosiega sus temores y ahuyenta sus demonios. Son dos seres guiados por el instinto, no hay experiencia, solo lo vasto de su inocencia, del amor correspondido que enarbola en sus pasiones haciéndolas emerger desde lo profundo de sus corazones.
Arya acaricia el dorso del cuerpo de su millonario, lo toma de las caderas instándolo a moverse entre sus piernas. Le hace espacio, se abre a él cuál flor a la primavera, como cuando sale el sol y calienta todo. Él es su sol, lo quema todo a su paso, le da luz a la oscuridad de sus tristezas, calor en las noches frías, de soledades amargas, pues estas ya no existen desde que él la encontró.
Ayden se mueve, despacio, no deja de tocarla, de acariciar cada centímetro de su piel nacarada. Este oculta su rostro en el cuello de Arya, besa su cuello y murmura, algo que ella no logra comprender del todo.
—¿Pasa algo, amor? —pregunta ella y Ayden niega con la cabeza, está sufriendo en silencio una crisis—. Ayden, te amo, si quieres que paremos esto, lo hacemos.
—No, no es eso... solo dame un momento —pide él levantando el rostro enrojecido, las lágrimas perlan sus ojos—. Es que te amo tanto... —toma una de las manos libres de Arya y la lleva a su pecho sin quitarse de su lado—. Esto que siento, jamás lo he sentido y solo me repito que este soy yo. Un hombre que te ama, que tiene inseguridades y muchos temores, que está lleno de demonios, pero te puedo asegurar que en este momento solo existes tú en mente. Por eso me repito que este soy yo, soy todo tuyo.
Las palabras enternecen a Arya.
—Yo soy tuya, Ayden —dice y toma su rostro—. Toda tuya y estoy lista si así lo quieres.
Ya no es el acto de la intimidad, es el acto de la penetración lo que acelera el pulso de Ayden. Sus palpitaciones se multiplican, él busca la abertura de Arya con un movimiento de cadera, la encuentra, ambos lo sienten, es el momento. El tiempo se detiene, los segundos se convierten en cientos de mariposas pululando a su alrededor, envolviéndolos en ese prístino recuerdo.
—Mírame, Ayden, soy yo, Arya —murmura ella para los dos. Él abre los ojos y observa, su corazón se ve afectado por la belleza de su mujer.
Ayden entra dentro de ella, Arya puede sentir todo, la pasión corriendo entre el caos y encontrándolos.
—¿Estás bien? —pregunta él. Y ella asiente.
—Estoy perfecta —dice levantando su cadera.
El millonario comprende lo que quiere y se mueve lentamente, las sensaciones les aprisionan en el arte de la seducción. Ya no hay dos personas haciendo el amor, ahora son uno solo.
Cada movimiento, cada estocada, Arya la siente en todo su ser. Las sabanas se retuercen debajo de los puños de sus manos y las puntas de sus pies apenas logran tocar el colchón que les sostiene. Ayden la observa maravillado, el rubor de sus mejillas, los gemidos que de su boca salen y que él los elogia como la mejor de las melodías antes jamás escuchadas.
Arya siente cómo todo dentro de ella se contrae, el roce de sus pelvis, la fricción que esta provoca solo la lanza una y otra vez en una espiral que desencadena un torrente de pasión entre ellos. Ayden lo toma con calma, guarda cada gesto en su memoria, cada momento lo resguarda sustituyendo los malos recuerdos.
Arya es todo lo que él necesita y se da cuenta de ello. Pasa sus brazos por debajo de ella y la aprisiona cada vez más contra su cuerpo. Arya lo abraza, no puede más.
—Estoy a punto —informa ella y él puede sentirlo.
En un rápido y grácil movimiento se levanta con ella aún unida a su cuerpo y se sienta en la cama. Arya mueve sus piernas y lo envuelve. Ahora están más unidos que antes.
—Quiero verte —dice él apartando los mechones de cabello rubio de su rostro—. Quiero ver cómo te corres conmigo, nena.
Ambos permanecen en ese vaivén de sensaciones. Ayden la abraza por la cintura, se ciñe a ella al mismo tiempo que esta le encaja las uñas en la espalda.
—No puedo más —expresa apenas Arya con un gemido.
—Ni yo, cariño.
Arya lo toma del rostro y lo besa. Acaricia con su lengua los deseos, borra los recuerdos y redefine el amor predestinado. El que supera todo con la entrega de la intimidad al ser que amas, con el que alcanzas a tocar el cielo luego de haber rodado por los mil infiernos.
Los gemidos envolventes les recuerdan el punto cumbre de su líbido, de la dedicación al encontrarse en la intimidad. Y luego caen, envueltos en sudor, con los corazones desbocados y el alma unida al otro para siempre.
—No sé de qué estén hechas las almas, pero la mía y la suya son una sola —cita Arya abrazada al cuerpo desnudo de Ayden.
—Emily Brontë —completa el millonario.
—No, Ayden y Arya.
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