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Promesas

Los días pronto pasaron, Arya cumplía su séptimo mes de embarazo. Ayden había ordenado quitar todos los espejos de su "cuarto de meditación", para que comenzaran con los trabajos de remodelación.

—Todo quedará listo para cuando nazca el bebé —informa Daniel parado junto a Arya—. La decoradora está por llegar. Creo que deberías de irte.

Daniel, al ver la desilusión en el rostro de Arya, siente pena por ella.

—No me malentiendas. Digo por salud emocional —aclara él intentando ser empático—. Será menos difícil para ti si no te involucras en esto.

—¿Involucrarme menos dices? Cuando el niño lleva la mitad de mis genes y soy yo quien lo está gestando, sintiendo cada movimiento o cuando le da hipo... Menuda estupidez —declara alejándose enojada de ahí.

—Arya, no te enojes... —pide Daniel en vano. Ella ya ha bajado las escaleras camino a su recámara.

—Lo que debería hacer es alejarme de este lugar, irme a Cary de nuevo... —murmura entrando al pasillo de su cuarto, pero solo Bea le escucha y no dice nada.

Al anochecer cena a solas y se prepara para dormir, sabe que Ayden no ha vuelto y la curiosidad le pica. Así que vuelve a la habitación que será del bebé.

Las muestras y los diseños yacen sobre una repisa del lugar. Ella los toma y lo observa con cuidado.

—Son tan horribles, no tienen idea de lo que necesita —dice en voz alta estudiando el material—. Qué cosa tan horrorosa... ¿Quién quiere una jirafa gigante acumuladora de gérmenes, bacterias y polvo?

—¿Y qué crees tú que sería mejor? —pregunta Ayden tomándola por sorpresa.

—¡Santo cielo!

—Disculpa, escuché que abriste la puerta —confiesa.

—No te oí llegar, supuse que no estabas... disculpa —dice ella arrojando los papeles en la repisa y dándose la vuelta para salir. Pero Ayden da un paso y detiene su camino.

—Espera... —dice y toma las hojas en sus manos, estudiándolas—. Dime, ¿qué sería mejor para el bebé?

Ayden le busca la mirada, pero ella está sentida con él porque no lo ha visto en días. Entiende que él quiere su espacio, pero no la forma en que eso la hace sentir.

—Daniel me dijo que no me involucrara, solo quería ver —aclara ella intentando salir; sin embargo, de nuevo él tapa el paso.

—Yo no soy Daniel y te estoy preguntando algo que me interesa oír de ti —refuta haciéndola entrar en razón.

—Será un bebé, no se necesitan tantos peluches, lo que necesita es un lugar acogedor, luces tenues, una cuna cómoda, buen clima, cuidados y alimentación —dice señalando el sitio y dónde podría estar cada cosa—. Quizás un aparato de música que le relaje o un juego de esos movibles. Tú sabrás lo que necesite conforme vaya creciendo. Esto —señala el mega peluche—, es meramente innecesario. Solo un ingreso más al gasto de la decoradora.

—Bien, mañana lo hablaré con Daniel, gracias —dice con voz tierna—. Realmente no tengo mucha idea sobre esto.

—Ni yo, pero en Pinterest te puedes dar un par de ideas —sugiere con una media sonrisa de lado—. Tengo que dormir, mañana madrugo. Buenas noches, señor Emory.

—¿Ahora soy señor Emory? —pregunta saliendo junto a ella de la habitación.

—A veces, cuando te pones ceremonioso —dice más relajada.

—Prefiero que me llames por mi nombre —declara parándose fuera de su habitación.

Arya se detiene a unos pasos de él y sonríe.

—Buenas noches, Ayden.

—Buenas noches, Arya.

Su nombre salido de su boca de esa manera hace que el corazón de esta brinque. Es como si lo dijese con cariño.

Arya no podía sacarse de la cabeza a Ayden, cada minuto de su tiempo libre pensaba en él. Se ilusionaba creyendo en que podrían —si él quisiera—, mantener una relación, si él se diera una oportunidad para quererla, tanto como ella a él.

Era media mañana cuando el teléfono de Arya sonó. Era su madre desde el lugar donde reposa.

—Buen día, mamá, ¿cómo amaneciste? —saluda la joven de buen humor.

Camina hasta la sala de descanso de los empleados para hablar con su madre y hacerse un té. Sin embargo, un sollozo la paraliza antes de que entre a la sala.

—Eres una mentirosa, falsa, embustera... —dice su madre entre lágrimas.

—¿Mamá de que hablas? —pregunta con un hueco en el estómago a su madre.

—¡Ya sé lo que hiciste! ¡Eres una puta, Arya! —grita en un gemido.

—Señora, Mirella —dice una voz desconocida—. Contrólese, por favor, está delicada.

La voz de una mujer madura suena a través del teléfono.

—Ay... ¿Cómo pudiste? —solloza su madre—. ¿Cómo pudiste?...

—Mamá, no sé de qué hablas... ¿Mamá? —pregunta al escuchar un sollozo profundo y ruido de alboroto.

De pronto la línea se corta y ella sabe que debe ir a buscar a su madre, así que llama a John.

—John, hola, ¿sabes algo de Ayden? —pregunta con desesperación.

—¿Está bien señorita?

Arya no alcanza a responder porque en eso Mark sale de uno de los cuartos próximos y la ve.

—Mark, hola, ¿puedo hablarte en privado? —pregunta ella y luego ve el teléfono para colgar la llamada.

—Claro, ¿qué pasa? —cuestiona él tomándola de brazo con amabilidad y alejándose del personal que entra y sale de la sala de descanso.

—Mi madre se ha puesto un poco mal, ¿crees que puedo salir del turno para ir a buscarla?

—Por supuesto, ¿ocupas que te lleve? Puedo llevarte —sugiere mostrando sincera preocupación.

De pronto una llamada a su teléfono les interrumpe. El número de Ayden se refleja en la pantalla. Arya se lo muestra y este sonríe con resignación.

—Gracias de todas formas, eres un amor —dice ella dándole un beso inocente en la mejilla para luego alejarse respondiendo la llamada de su benefactor.

—Arya, ¿qué ha pasado?, ¿estás bien? —pregunta preocupado.

—Yo sí, mi madre no, tengo que ir dónde ella —dice con la voz entrecortada.

—Ya voy llegando a la clínica, te veo en urgencias —avisa él bajándose del auto y cuelga.

Arya camina lo más rápido que puede a por sus cosas y se encuentra con un Ayden pálido en la entrada de urgencias, tal como prometió.

—Llegaste rápido —menciona ella entregándole su maleta de trabajo.

—Iba camino a casa, quería cambiarme para una comida de negocios —aclara—. John me llamó. ¿Qué sabes de tu Mirella?

—Me habló, me reclamó, dijo que ya sabía todo y luego hubo un alboroto y me colgaron —dice intentando llamar de nuevo a su madre, pero manda directo a buzón de voz.

—Lo siento —expresa con sinceridad.

Ambos suben al auto y John los lleva al sitio de reposo dónde yace su madre.

—¿Ya sabes lo que le dirás? —pregunta Ayden.

—La verdad, ella no merece que yo le mienta —dice mirándolo con tristeza.

—¿Crees que eso le hará bien?

—No lo sé, hasta que se lo diga.

—Bien, yo te apoyo —declara él, caminando a su lado.

Al entrar y preguntar por ella le dicen que está delicada de salud.

—La señora Mirella, necesita de mejores cuidados, necesita reposo absoluto —advierte la recepcionista—. Hoy tuvo un pre infarto. Ya la ha revisado el médico y vendrá a verlos.

Arya comienza a llorar al oír que su mamá de nuevo tuvo problemas cardiacos.

—No puedo, Ayden... no puedo —murmura sentada mientras esconde su rostro entre las manos.

—Tienes que ser fuerte, Arya —pide Ayden—. Sé que lo eres, pero tu madre te necesita fuerte... ¿Entiendes?

—Sí... pero como le explico esto —dice acariciando su vientre.

—Dile lo mismo que le hemos dicho a Gerard, ella no tiene por qué saber la verdad —sugiere él—. Creo que eso le hará más daño que bien

Arya limpia su rostro para hablar, pero en eso llega el doctor.

—¿Arya Harley? —pregunta y esta afirma.

—¿Cómo está mi madre? —inquiere desesperada—. ¿Podré verla?

—Sí, en un momento, antes de eso, la condición de su madre es delicada —informa el doctor con un tono de voz neutral—. Tengo entendido que usted es doctora.

—Así es —afirma.

—Bien, entonces entenderá lo que le diré —anuncia y eso no le trae un buen auguro a ella—. Como sabe, este lugar es de reposo, las personas por lo general vienen a recuperarse de lesiones, o enfermedades. No es un sitio para pacientes como su madre, en dicho caso, ella necesita cuidado las veinticuatro horas y aquí no le podemos brindar ese servicio. Lo mejor sería trasladarla a un centro de cuidados paliativos.

—Disculpe... —interrumpe ella—. No tengo entendido por qué paliativos, es cierto que está delicada del corazón y aquí ella lleva una buena mejoría, lo de hoy... es por problemas, no es su salud...

—¿No lo sabe? —pregunta el médico confundido.

Tanto Ayden como Arya se miran el uno al otro sin comprender lo que pasa.

—¿Saber qué? —inquiere la doctora angustiada.

El médico revisa la bitácora y entonces reconoce su error.

—Lo siento... yo – tropieza las palabras.

Entonces Arya le arranca la tableta de las manos y lee la información.

Cáncer cervicouterino, etapa cuatro.

Ayden alcanza a sostener el aparato cuando ve cómo sus ojos se nublan y sus manos tiemblan.

—Dios santo... —clama sentándose—. ¿Por qué no me lo dijo?

—Lo siento, yo creí que ya había sido informada —aclara el médico.

—¿Cuánto tiempo le queda de vida? —pregunta Ayden, preocupado.

—Pueden ser semanas... dos meses a lo mucho, ella está delicada —informa.

—Gracias... solo deje que vea a mi madre y le daré una respuesta —dice Arya a sabiendas de que el dinero que ha ahorrado no será suficiente para un centro de mayores cuidados.

El doctor se despide y los deja solos.

—Solo deja que la vea, después hablaremos —pide ella limpiándose las lágrimas.

Ayden acepta y ambos caminan hasta dónde les indica al recepcionista, al llegar su madre yace con una máscara de oxígeno. Arya siente cómo sus manos tiemblan de lo nerviosa que está, así que mejor las resguarda en su suéter de lana.

—Mamá —la llama con precaución. Esta abre los ojos y la ve muy embarazada—. Mamá, te presento a mi prometido, Ayden Emory.

La señora Harley no deja de mirarlos, repasa la vista de uno al otro.

—Mucho gusto, señora Harley —saluda él poniéndose al lado de Arya.

Mirella se quita la mascarilla y los observa con cuidado.

—¿Por qué no me dijiste? —pregunta su madre con tristeza.

—Creo que por la misma razón por la que tú no me dijiste del cáncer. Por miedo —responde Arya en un hilo de voz.

Las lágrimas caen de los ojos de su madre en un río tranquilo.

—Te he extrañado, hija, te he extrañado mucho, mi niña —declara Mirella abriendo sus brazos.

Arya camina hasta ella y la rodea lo mejor que su vientre prominente le permite.

—Yo a ti mamá, te he extrañado tanto... —solloza en el hueco del hombro de su mamá—. No sabes todas las veces que pensé en llamarte para contarte, sin ti me siento sola.

—Pero hija, no estás sola, jamás volverás a estarlo, serás madre —declara su madre, haciendo que Arya sienta un dolor más profundo en su corazón.

«Si ella supiera que jamás lo conoceré» medita en su alma con terrible angustia.

—Tienes razón, mamá —comenta alejándose y acariciando su mano.

Ayden le acerca una silla y esta se sienta junto a la camilla de su madre.

—Me da tanto gusto verte —confiesa en un hilo de voz a su hija—. Dime, ¿Cuánto tienes de embarazo?

—Hoy cumplo los siete meses —expresa sin ganas—. ¿Tú, cómo estás? ¿Cómo te tratan aquí?

—Bien... todo está bien —intenta sonreír, pero no puede. Un dolo le atraviesa y se queja.

La enfermera entra de repente.

—Debo administrarle estos medicamentos, ella quedará sedada al menos hasta la noche —advierte a los jóvenes—. Es para el dolor. Temo que tendrán que irse.

—¿Mañana vendrás? —pregunta Mirella.

—Sí, madre, mañana y todos los días estaré contigo —promete besando su mano—. Te amo, mamá. Estarás mejor, te lo prometo.

—Lo sé, mi niña, lo sé... —dice con pesadez en los ojos—. Ayden, cuida de mi niña y su bebé... cuídalos.

—Lo prometo —dice él en un impulso antes de que Mirella Harley caiga en la inconsciencia. Después mira a Arya que lo observa con un profundo dolor en su corazón y la tristeza húmeda en sus ojos y repite solo para ella—. Lo prometo.

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