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Más que perfecta

Arya estaba extasiada. Sentir la sensación mágica del primer orgasmo (que no implicara un aparato o su mano), era algo mágico y evolutivo. Quería más, sin duda alguna, ella quería más de él en este momento. Y siempre.

Ayden detiene sus movimientos en cuanto siente que ella ha terminado. Arya se encuentra en el limbo, no sabe si seguir por ese camino o detenerse completamente igual que él. De pronto todo se vuelve incómodo, tenso.

—Creo, que aún tengo jabón en el cuerpo —susurra el millonario volviendo debajo de la regadera.

En este momento poco importó que el agua corriera, aunque Ayden mantenía un sistema de reciclaje del agua, cosa que Arya ignoraba.

Ella toma el champú y se pone un poco en la palma, comienza a masajear su cuero cabelludo a espaldas de Ayden. Sin decir, un ápice de palabra estudia el cuerpo del hombre que es dueño de sus pasiones. Es alto, es fornido, es fuerte, duro como roca, pero suave al mismo tiempo.

No puede dejar de preguntarse que se sentirá ser completamente suya. Baja la mirada, no quiere verlo más. Ayden no sabe cómo procesar lo que pasó. Siente que la sangre caliente aún fluye por todo su cuerpo. Su falo aún sigue duro y lo desconcentra. Mira hacia arriba, esperando que el agua caiga en su rostro.

«Mi cuerpo es mío, yo me pertenezco. Mi cuerpo es mío, yo me pertenezco. Mi cuerpo es mío, estoy bien, esto es mental. Mi cuerpo es mío, estoy bien, esto es mental» repite una y otra vez en su mente hasta que siente cómo poco a poco se sosiega.

Una vez que lo tiene controlado, se encuentra con Arya llorando detrás de él.

—¿Qué tienes? ¿Te hice daño? —inquiere sintiendo cómo el temor se adueña de él.

La culpabilidad le invade. Cree que le ha hecho daño. Arya camina debajo del chorro de agua y se enjuaga, se deshace del jabón en su cabeza y manos para volver su rostro a Ayden que espera impaciente para que ella le diga algo.

—Perdón —pide ella—. Yo... no quiero hacerte daño. Quiero que seas feliz, quiero que puedas disfrutar de esto sin tener que...

Arya llora amargamente, se siente mal por Ayden.

—Arya yo...

—No digas más —interrumpe Arya—. Nada de lo que digas, hará que pueda deshacer esto que pasó. Quisiera que no te hubieras volteado ignorándome después del momento tan bello que compartimos. Pero no se puede deshacer. Es mi culpa.

Arya cierra el grifo y abriendo la puerta corrediza de ese lado de la regadera, la abre y sale empapada. Toma su albornoz y se cubre con él. Ayden sale también y toma la toalla. Va tras ella, mientras esta se pone una en la cabeza.

—Arya espera... es cierto, me giré, pero... perdón, tienes razón.

Ayden la alcanza saliendo del baño y la toma del brazo esperando que se detenga y lo logra.

—¡Suéltame! —exige Arya cada vez más molesta—. Si no quieres esto, está bien. Pero no me toques, no ayudas. Tú fuiste quien pidió entrar, quien me besó contra la pared y también quien me ignoró.

Afuera, el cielo nocturno de Nueva York, se había pintado de nubes y un trueno atravesó el manto celeste, sobresaltándolos. Ayden aprovecha y la abraza.

—No hagas esto... lo haces más difícil —implora Arya con un nudo en la garganta.

—Es cierto, tuve miedo y te ignoré. Quería controlar mis pensamientos, me repetía que lo que estaba pasándome en el cuerpo es mi voluntad —explica el millonario—. No es porque no me importaras, es porque no sé cómo procesar esto que me haces. Me vuelves loco Arya... lo único que quiero es tumbarme a la cama contigo y hundirme en ti.

—Hazlo —pide Arya tomándolo de rostro—. Húndete en mí, sin dejar de verme. Hazlo. Y mírame mientras lo haces. Te he esperado tanto tiempo y simplemente, estar aquí, así, contigo, me hace perder la poca paciencia que me queda.

Ayden comprende el sentimiento, le pasa lo mismo. Quiere todo de ella. Quiere saborearla. Eso es algo que jamás ha hecho.

—Ven acá —la toma de la mano y la lleva a la cama—. Recuéstate.

Arya obedece, se recuesta en la orilla de la cama.

—¿Qué harás? —pregunta ella nerviosa por la forma en que él está actuando. Se nota que también está nervioso.

—No sé cómo hacerlo, es la primera vez, pero quiero probarte —confiesa de pie frente a ella, imponente, poderoso y a la vez, nervioso.

La boca de Arya se seca y la respiración de ella se corta. Siente que está en un maldito sueño. Ayden se arrodilla delante de ella, tomando la cadera de ella la atrae hacia él. Arya se remueve un poco para ayudarle y entonces siente cómo sus piernas comienzan a temblar cuando él las separa.

Los nervios le traicionan y un ligero temblor permanece.

—Si no quieres, podemos parar —sugiere Ayden al notar como ella tiembla.

—No es eso, estoy un poco nerviosa, nunca nadie... —deja la frase inconclusa porque Ayden sabe perfectamente que el único hombre que ella ha tenido en su vida es él y ni si quieran han tenido sexo real—. Pero, si quiero —confiesa sintiendo el rubor en sus mejillas.

Ayden tiene una vista completa de su feminidad, le parece impresionante y sin dudarlo repasa la carne de sus pliegues con sus dedos.

—Ah... —gime Arya.

—¿Te gusta? —inquiere Ayden conteniendo la respiración.

Todas las sensaciones, el placer que él mismo siente al hacer un acto tan íntimo... es embriagador.

—Sí...

En un arranque de valor, Ayden se inclina y despliega su lengua sobre su centro. Arya se convierte en un mar de sensaciones. No puede dejar de removerse. Ayden descubre que el sentirla de esa manera, tan cercana, tan entrañable, lo hace sentir amado. No es el acto en sí, sino lo que conlleva, la confianza, el deseo que siente por él y que solo desea ser tocada, amada, querida y adorada por su millonario, lo que desquebraja en él un muro que impedía que disfrutara esos momentos.

Arya se tensa con cada acometida de Ayden.

—No puedo más...

—Córrete nena —pide él y sigue haciéndole el amor con la boca.

Arya se tensa y Ayden sostiene sus piernas. Ella comienza a temblar, se retuerce, gime estrujando las sábanas con las manos. El placer que siente no es efímero. Toda su intimidad ha quedado sensible. Ayden se levanta limpiándose la boca y sin dejar de acariciar sus piernas la mira sonriendo.

—¿Estás bien? —pregunta tímidamente.

—Estoy más que perfecta.

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