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Campanas de boda

Gerard no se había quedado conforme con la respuesta de Ayden. Tenía fuertes sospechas para creer que este le mentía, al igual que Arya. Al buscar información de ella encontró lo básico y eso era algo que le cautivaba. ¿Cómo es que se habían conocido?

A pesar de sus ruegos porque este avanzara en su relación con ella, se mostraba reticente. Siendo que conocía de su hijo como una persona apasionada. Que conseguía lo que quería y cuando lo quería.

Por Mark, se había enterado del deterioro de la salud de la madre de Arya. Sabía que su padre era un apostador y que su hermano era un mafioso de cuarta. No le gustaba la pinta de la familia, pero al joven era encantadora, no podía negar eso.

Al llegar a recepción no necesito presentación, todo el edificio le conocía, pues era dueño de la mitad de este. El otro dueño era Ayden.

Ingresó la clave del Pent—house y subió al elevador. Este subió hasta el último piso.

—El señor Emory va subiendo —avisa la recepcionista a Sebas por teléfono—.

—pero si él...

—Gerard Emory —aclara la joven de la entrada.

—Gracias —cuelga rápidamente y sube hasta el despacho de Ayden para advertirle cuando suena el elevador abriéndose.

Sebas casi llega al segundo piso y casi corre hasta dónde su amo.

—Señor, su padre está en la entrada —anuncia nervioso—. Llegó sin avisar.

—Ve a él, entretenlo, ya voy —dice poniéndose de pie para ponerse una playera.

Ayden que permanecía desnudo del torso por ser domingo en la mañana, se apresura a prepararse.

—¿Y qué le digo a la señorita Arya?

Ayden se detiene un momento pensado en que decirle cuando alcanza a escuchar la risa melodiosa de esta en el piso inferior.

—Ya no será necesario advertirle —comenta Ayden resignado.

Sebas baja de inmediato y encuentra a Arya y Gerard sentados en la sala. Bea les ofrece algo de tomar.

—Buen día, señor Emory —saluda este a su otro amo—. El señor Ayden se disculpa por no recibirlo, en un momento estará con usted.

—Tonterías, vine a ver a mi nuera y mi futuro nieto —responde Gerard sonando encantador.

—Es bueno que haya venido, ¿gusta desayunar con nosotros? —invita Arya—. Bea prepara unos huevos escalfados deliciosos.

—Por mi encantado, pero antes, me gustaría saber cómo sigue tu madre —comenta Gerard.

Arya sabía por Mark que este estaba enterado, pero no imaginaba que le preguntaría por ella.

Sigue delicada de salud, ahorita, yace, recostada, descansado. Temprano los chicos me ayudaron guiándola para que diera unos pasos —cuenta Arya poniendo al tanto a su suegro de mentiras.

—¿Qué chicos? —pregunta Gerard con curiosidad.

—Tengo un par de ayudantes, con eso de que no puedo cargar nada pesado o que a veces llego con los pies hinchados... ellos nos ayudan —aclara ella con algo de nervios—. Son pareja, uno es Sam y el otro es Bruno.

—Me alegra saber que Ayden se preocupa por ti. Si no te molesta y si tu mamá está disponible, me gustaría saludarla —advierte el viejo poniéndose de pie.

Arya se pone de pie también.

—Bea, puedes preparar el desayuno, el señor Emory nos acompañará —anuncia y esta asiente retirándose a la cocina—. Está en una de las recámaras de acá abajo —explica caminando junto a Gerard—. Es más cómodo para todos.

—Claro, ¿ya la ha visto Mark o algún especialista? —pregunta este.

—Mark, solo ha revisado sus estudios, el especialista vino hace unos días a verla —aclara entrando a la recámara.

Mirella yace sentada en un sofá frente a la amplia ventana. Sam y Bruno la acompañan mientras charlan con ella en voz baja, intentando animarla.

—Mamá, chicos —llama Arya al entrar en el campo de visión de estos—. Él es mi suegro, el padre de Ayden, Gerard Emory —presenta al anciano y este sonríe.

—Ella es Mirella, mi madre —menciona a su progenitora y este le extiende la mano para saludarla, ella la levanta y estrechan las manos—. Ellos son Sam y Bruno, ambos nos ayudan a mi madre y a mí.

—Mucho gusto —saluda él—. Es bueno conocerla, al fin, señora Harley. Debo decirle que tiene usted una hija encantadora.

Mirella mira rápidamente a Arya, dándose cuenta de que él tampoco sabe que les están mintiendo.

—El gusto es mío, Arya ha dicho cosas muy amables sobre usted —responde ella con dificultad.

—Nosotros nos retiramos —anuncia la pareja—. Mucho gusto, señor Emory —dice Bruno y Sam le secunda.

—igualmente —responde este.

Ellos comienzan a caminar fuera cuando se topan con Ayden que entra a la habitación.

—Buen día, padre —saluda él—. Qué sorpresa verte acá, creo que tenías años que no venías.

Lo mordaz en sus palabras no pasan desapercibidas, pero es que sabe que su padre está ahí con un propósito.

Gerard nunca hace las cosas a la ligera.

—Me alegra verte de nuevo, hijo —saluda desde su asiento—. En realidad, quería saludar a tu suegra y ver a mi hermosa nuera.

—Pudiste haber avisado —reprende Ayden caminando hasta dónde ellos. Arya yace sentada junto a su madre.

El millonario, ya vestido de manera informal, pero presentable, se sienta en el reposabrazos del sofá y pone el brazo alrededor de los hombros de la joven doctora.

Esta siente un ligero escalofrío y la incómoda. No le gusta pensar en que esto es una muestra de cariño.

«Está fingiendo, Arya. Solo finge» repite a ella misma en lo recóndito de su mente.

—No es problema, cariño —dice Arya—. Usted puede venir siempre que quiera, aquí es más que bienvenido —sonríe Arya con una amplia sonrisa en los labios.

—Gracias, algo deberías enseñarle de cortesía a mi hijo —refiere el anciano—. Por cierto, ¿cómo le ha tratado, Ayden? —inquiere refiriéndose a Mirella.

—Muy bien, ha sido muy amable conmigo y mi hija —responde la mujer de aspecto cansado frente a él—. A pesar de todo...

—Creo que el desayuno debe estar listo —interrumpe Arya cuando en el momento oportuno aparece Bea en su panorama—. Ven madre, te ayudaré a ir a la cocina, te hará bien sentarte.

Ayden que no toca a nadie se encuentra en una encrucijada sobre lo que debe hacer, afortunadamente aparecen Sam y Bruno con una silla de ruedas que han conseguido para trasladar a Mirella.

—Aquí está la silla —anuncian y Mirella sonríe aliviada mientras la ayudan a sentarse en ella.

Gerard se queda detrás de todos observando alrededor. Efectivamente, se ve como habitación de huéspedes, excepto porque observa una almohada gigante en la cama, lo que lo hace sospechar aún más.

Arya trastabilla y Ayden apresura su paso a ella. Junto a la puerta comienza el closet, así que aprovecha que estos se adelanta y revisa. Alguna ropa juvenil cuelga del perchero. Cierra rápido y sale de la habitación.

Todos se sientan a desayunar, él pone ojo atento en la interacción de los jóvenes y aunque nota que actúan muy natural, es la madre de ella quien le pone sobre aviso de que algo pasa cuando nota que ella los observa con recelo.

—Bea —llama a la cocinera quien llega con más pan tostado—. Debo felicitarte por excelente desayuno, tenía mucho que no comía unos huevos tan ricos. No pierdes el toque de tu madre.

—Gracias, señor Emory —dice ella sonriendo para luego volver a la cocina.

—Mirella, ¿qué piensa de este par de jovencitos? —pregunta él llamando la atención de la que cree es su consuegra—. Sabe que ninguno de los dos se quiere casar.

La forma en que lo dice suena más a afirmación.

—Viejo chismoso —murmura Ayden por lo bajo y entre dientes solo para que Arya le escuche.

Esta reprime una risita y su madre la fulmina con la mirada.

—Ignoraba eso, creí que estaban comprometidos —dice ella sin ahondar más en el tema.

—Pues no, no sé qué pecado he cometido para que Ayden crea que la institución del matrimonio es cosa del pasado. Que no sirve —comenta Gerard, llevándose un bocado de pan a la boca.

Mirella mira a Arya, quien niega con la cabeza sutilmente, esperando que no la delate frente a Gerard.

—Bueno, ellos ya son adultos, saben lo que hacen y creo que no hay hijo en la tierra que haga las cosas sin intentar dañar a los padres. Todos lo hacen o lo hemos hecho —responde tajante, sin saber que se ha ganado el favor de Gerard.

—Tendrá razón, Mirella. Pero, ¿no cree que es mejor que ellos se casen y así afirmen una descendencia segura? —inquiere él.

Mirella, que no es una mujer interesada, le molesta la forma en que lo dice.

—A mí me hubiera gustado que mi hija se casara primero antes de salir embarazada —confiesa mirando a Arya—. Pero supongo que no podemos tener todo lo que queremos. Aunque sí me gustaría verla casada antes de morir, lo cual en mi condición es inevitable.

Arya la mira sin creerse que la está chantajeando. Ella sabe la naturaleza de su relación con Ayden, y ahora le está dando la razón a Gerard.

—Ve, ya nos estamos entendiendo —declara el viejo en voz alta.

Ayden no encuentra las palabras para poder parar aquella conversación tan absurda. Si lo hace, siente que se delatará.

—Lamento por lo que está pasando, yo mismo he sentido que la muerte no está muy lejos —afirma Gerard con cara de mustia—. Soy anciano, diabético e hipertenso. Hoy estoy, mañana quien sabe. Lo único que mi corazón desea es ver a mi hijo establecido, con una hermosa familia. ¿Y quién mejor que con la madre de su hijo?, ¿no creé?

Mirella observa el terror en la cara de Arya y lo disfruta.

—Tiene razón, deberían casarse —responde mirándolos fijamente—. Antes de que algo me pase.

Todos en la mesa desaparecen, Arya siente un escalofrío recorriendo su cuerpo. Y de pronto, nota el rostro de Ayden desfigurándose frente a ella, todo gira y cuando menos piensa se desvanece.

Cuando despierta yace recostada en su cama junto a su madre a su lado.

—No entiendo cómo es que puedes mentir tan fácilmente —recrimina Mirella con dolor—. Lo peor es que me has obligado a mentir también. Pobre hombre se nota, que está ilusionado con su idea de una familia feliz.

—Lo siento mamá, no creí que fuera a estar repitiendo lo de que nos casemos.

—Es que eres tonta Arya, él te ofrece seguridad, dinero, médicos, un hogar, puedes aceptar la propuesta y luego te divorcias si quieres —sugiere Mirella.

—Por supuesto que no —niega la joven hija a su madre—. No le haría tal ruina madre.

La joven se levanta de la cama y se queda sentada en la orilla de la cama.

—Me decepcionas, Arya... mentirme y usarme para seguir con estas mentiras. Si tan solo tuvieras el valor de decirle que lo amas.

La joven permanece callada ante lo que su madre dice. Siente como si fuera una pequeña quien ha sido descubierta con alguna mentirita. Pero esta vez, la mentira es más grande y tiene consecuencias graves, al menos para Ayden.

—¿Se me nota?

Mirella la observa con empatía y cariño. Se sienta a su lado y la toma de la mano.

—Hija, cualquiera que tiene un par de ojos o uno... no importa, cualquiera que los mire se da cuenta de eso —confiesa su madre haciendo que ella se apene—. La forma en que lo miras, como te expresas con él, como se hablan... creo que también le gustas, pero no he pasado suficiente tiempo con Ayden como para percatarme.

—Es imposible que mantenga algo con él, mamá —dice ella—. Lo mejor es que cuando nazca el bebé nos marchemos de una vez por todas.

—Está bien, hija, si tú estás bien con eso, yo lo estaré también. Solo no me obligues a seguir mintiendo porque no me siento cómoda con eso.

Arya abraza a su madre y está la acurruca en sus brazos. De pronto una imagen se cruza por su mente, una mujer que no es su madre, de piel apiñonada, melena oscura y larga, amplias curvas llevándola de la mano a un parque, y ella llamándole mamá.

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