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Amar tanto o más que yo

Ayden sabía que estaba fallando como futuro padre, al no brindarle el soporte que Arya necesitaba. Fallaba como hijo, pues mentía a su padre, ocultándole la verdad sobre la naturaleza de la relación que tiene con Arya. Como hermano, al negar rotundamente la oportunidad de que Mark se redima. Y con él mismo, se ha fallado al incumplir cada promesa autoimpuesta.

Durante la noche, la madre de Arya había empeorado. Su situación cardiaca aunada al cáncer que se esparcía por su cuerpo hacían que su estado de salud se deteriorara rápidamente.

—Señor Emory, lo mejor es hablarle al doctor —informa la enfermera—. Ella no está bien... no creo que resista un día más.

Ayden entra a la recámara de Mirella y nota como esta tiene dificultades para respirar aún con oxígeno puesto.

—Llámales de inmediato —pide él con nervios a Sebas que permanece a su lado—. Y que venga la ginecóloga de Arya.

—Si señor —informa este tomando el teléfono y llamando a los médicos de cabecera de Mirella y Arya.

Al cabo de media hora, todos estaban ahí. Una vez que los doctores de la madre de Arya la revisan, salen a dar su informe.

—Lo mejor es que si tienen que despedirse lo hagan ahora, no pasará de mañana, a lo mucho —informa el oncólogo—. Le he puesto para el dolor en el catéter, pero esta no le hará demasiado efecto.

—Lo lamento señor Emory, su suegra... es mejor que se despida ahora que está lucida —dice el cardiólogo—. Dejaré una serie de instrucciones para la enfermera.

—¿no es mejor llevarla al hospital? —pregunta Ayden a los doctores.

—En su caso, sería un desperdicio de tiempo, lo sentimos, en serio —comenta de nuevo el oncólogo.

Ayden se restriega la cara con las manos, para luego agradecerles. Los doctores se quedan por al menos media hora más mientras le dan instrucciones a la enfermera. Después de esto se marchan abrumados.

Era conocido que el millonario no era expresivo con sus sentimientos y emociones, pero la energía de preocupación se sentía en el ambiente.

—La señorita Arya se encuentra estable —informa la doctora Packard cuando baja de revisarla—. Creo que, si la movemos en silla de ruedas, puede venir a hablar con su madre.

—Está bien... —murmura Ayden—. Hagámoslo, tráiganla.

Sebas, Sam y bruno suben junto a la doctora para bajar a Arya. Esta yace perturbada, abrumada y preocupada por su madre. Las ojeras le sientan haciendo de su rostro más demacrado.

—¿Cómo está ella? —pregunta al ver el rostro pálido de Ayden—. No me digas que...

—No, ella está estable —asegura él agachándose a su lado—. Pero está grave, no creen que pase mucho tiempo antes de... —se calla haciendo que ella entienda el motivo de su silencio—. Lo mejor es despedirse ahora que está lucida.

Arya asiente con la cabeza y murmura algo entre dientes.

—Llévenme a ella —pide y Sam comienza a empujar la silla.

Cuando entra, ve a su madre como si fuese el espectro de un fantasma. No había notado lo delgada que estaba, lo pálida y ojerosa.

—Mamá, soy yo, Arya —llama la joven.

Mirella voltea su rostro con cuidado y le regala una sonrisa afable.

—Mi preciosa hija... tan hermosa como siempre —dice Mirella haciendo que el corazón de Arya duela.

—Mamá, yo... quiero que sepas que te amo, que no pude tener una mejor madre que tú. Tan cariñosa. Amable. Atenta... —confiesa Arya entre lágrimas.

—Sh... no llores. Le hará daño al bebé —susurra con dificultad la mujer a su hija.

Arya intenta sonreír, pero no puede. Es en vano.

—Ya sé la verdad —declara Arya, pero no obtiene asombro de su madre—. Gracias por cuidar de mí, por amarme cuando nadie más lo hizo.

—Él te amará siempre —dice Mirella arrastrando las palabras mirando el vientre de su hija.

Arya se pone de pie haciendo que todos corran a ella para detenerla, sin embargo, lo único que desea es poder abrazar a su mamá.

La joven se recuesta de lado junto a esta y la abraza. Mirella toca su vientre y Arya comienza a llorar.

Ayden comienza a estresarse, pues no quiere que nada malo pase. Pero al verlas así abrazadas, no puede dejar de sentir pena, tristeza y dolor por ellas. Era una situación que nunca imaginó vivir.

Pensó en que solamente tendría a su hijo, esperaría nueve meses y listo. Sin embargo, el conocer a Arya se ha vuelto toda una aventura en dónde él ha tenido que enfrentarse a todas esas emociones y decisiones que mantenía reprimidas.

Un pitido estruendoso comenzó a sonar, la enfermera acudió de inmediato para ver lo que pasaba, el pulso de Mirella se había disparado y su corazón sufría.

—Lo siento, Arya. Tu madre debe descansar —informa la enfermera Rita a la joven que comprueba también en el monitor el pulso de su madre.

La doctora Packard le ayuda a ponerse de pie junto con Sam haciendo que ella vuelva a sentarse. La noche ya había comenzado a caer, fuera el viento comenzaba a soplar fuerte y la lluvia no tardaba en llegar.

—Debo irme, se pronostica una tormenta —anuncia la doctora—. Arya, debes descansar, vamos a tu recámara para dejarte instalada.

—¿Me mantendrán informada de cómo sigue mi mamá? —pregunta la joven a Rita y bruno, dado que aún sigue resentida con Ayden y no le dirige mucho la palabra.

—Sí, cariño, yo estaré lleno a decirte, tú descansa —informa este volviendo su atención a las instrucciones de Rita que yace subiendo la cama de Mirella para inclinarla un poco más.

Mientras tanto, Arya es llevada de vuelta a la habitación de Ayden. De pronto un dolor punzante se apoderó de ella.

—¡Agh! —grito retorciéndose de dolor—. Me duele de nuevo.

—Del uno al diez, en qué lugar...

—diez —grita interrumpiendo a la doctora—. Agh... duele abajo, es como si empujaran.

—Doctora... miré —dice Sam señalando el suelo debajo de la silla todo mojado.

—Maldición —refuta la doctora.

Ayden aparece observando la escena, Arya ya está sudando del dolor y grita de nuevo.

—¿Qué está pasando? —inquiere él asustado.

—Ya va a tener al bebé —afirma la doctora.

—Pero no puede, aún faltan unas diez semanas —contradice frustrado.

—Se ha roto la fuente, el dolor es constante —explica la doctora acercándose a él, y entonces ve cómo Arya se pone de pie intentando caminar a la salida—. ¡No, no camines!

Un ruido estrepitoso se escucha y entonces ven cómo sangre corre entre las piernas de Arya cuando esta cae al piso.

—¡Se desprendió la placenta! No tenemos mucho tiempo, llevémosla a mi hospital —ordena ella—. El bebé puede morir si no se saca pronto.

Sam está paralizado y entonces se percata que es él quien tiene que cargarla, camina a ella con urgencia, pero Ayden llega antes y la levanta. Sebas pide el ascensor y llama a John para que tenga listo el auto.

Una vez que bajan con ayuda de la doctora, meten a Arya al auto y la trasladan de inmediato.

—¡Rápido John! La vida de mi hijo depende de que no tardes —grita Ayden enojado.

—Y la vida de ella también —aclara la doctora.

John acelera el todoterreno en medio de la intensa lluvia hasta llegar a la clínica de la doctora. No podían ir dónde Mark, pues era un peligro contra su secreto.

Los médicos ya esperaban en la entrada de urgencias e ingresaron de inmediato a Arya.

—Espere aquí, señor Emory —pide la doctora con las manos cubiertas de sangre—. Es mejor por ahora que se mantenga alejado.

—¡Sálvelos, doctora, salve a los dos! —clama entre lágrimas.

Sam y Bea llegan en otro auto para hacer compañía.

Dentro, la doctora hace lo posible por sacar al niño. Arya tiene breves periodos de lucidez.

—No caigas Arya, lucha, lucha por tu hijo —afirma la doctora.

Luego de revisarla, se dan cuenta de que el bebé yace volteado y tienen que hacer una cesárea de emergencia. El anestesiólogo duerme a la joven y la doctora junto a su equipo proceden a hacer lo suyo.

Fuera, la tormenta arrecia con más fuerza. Árboles se caen, ventanas se quiebran y algunos sitios se inundan. Habían pasado ya dos horas y no tenían noticias de la joven.

—¡Santo cielo! —grita Bea en una ocasión cuando cae un rayo y se escucha fuerte.

El timbre de una llamada interrumpe el susto y Sam responde. Es bruno.

—Está en labor —comenta sin que los demás sepan que preguntaron—. No sé, no han dicho nada... —dice y luego comienza a llorar.

Bea y Ayden lo ven preguntándose por qué diablos llora, pero en eso la doctora Packard aparece.

—Felicidades, señor Emory —dice con una amplia sonrisa—. Ha tenido un hermoso varón.

Ayden no cabe de la felicidad y empieza a llorar. Bea se acerca a él con lágrimas en los ojos y lo felicita. Este la abrazaría, pero a la única que desea abrazar es a Arya.

—Felicidades, señor Ayden —comenta Sam con amargura, su llanto es distinto—. Es bruno... la señora Mirella ha fallecido.

La sensación de alegría se ha marchado, en cambio, un sentimiento de pesadez se apodera de los tres.

Aún está comentando eso, cuando una enfermera llega para llevarlo a ver a su hijo. Bea y Sam se quedan ahí esperando cuando la doctora aparece de nuevo.

—La señorita Arya pregunta por su madre —informa—. Si gustan pueden pasar a verla.

La doctora no sabe por qué ellos lloran, piensa que es de felicidad.

—El bebé ¿cómo está? —pregunta dolida del cuerpo.

—Bien cariño, él está bien —informa Bea tomándola del brazo y acariciando su mano sin saber cómo decirle lo de su madre.

—¿Mi mamá como sigue? —inquiere con la boca seca.

Sam y Bea se miran el uno al otro. Arya comprende la mirada triste de ambos y el llanto en sus ojos.

—¡No... no me digan! ¡No! —grita con inmenso dolor en el alma.

—Lo sentimos, Arya —asegura Sam ofreciéndole su cariño—. Estoy seguro de que tu mamita se fue para poder interceder por ti y tu bebito —dice tratando de calmar su dolor.

Arya gime desconsolada haciéndose un ovillo. Se siente sola y desamparada.

—Mamá... No... por qué tú... —berrea entre lágrimas y llanto—. Dios... llévame a mí, no a mi madre, llévame a mí.

Bea comienza a llorar junto con Arya, recuerda la vez que perdió a su madre y rememora el dolor.

—Lo siento, Arya —consuela Bea—. Quisiera decirte algo que apacigüe tu dolor, pero no existen esas palabras mágicas. Pero estamos aquí para ti, no te dejaremos.

Arya continúa llorando siendo consolada por el par de amigos que encontró en la casa el millonario.

Nada había valido la pena, todo el esfuerzo que hizo para salvar la vida de su madre había sido en vano. Ahora nunca conocería a su hijo, su madre no estaba. Se había quedado sola.

Sentía que todo el lazo que unía su vida a Ayden Emory se había roto. Él había prometido cuidar de ella durante todo el embarazo, pero ya había tenido a su hijo. No firmó el nuevo contrato y era libre. Él también había prometido cuidar de su madre, pero esta ya no estaba.

Ayden no tenía idea de que habían pasado a ver a Arya, seguía anonadado y maravillado mientras cargaba a su hijo en brazos.

—Vas a amar a tu madre, ya la conocerás —dice a su hijo con cariño—. Ella es un ángel. Te ha amado tanto como yo, es una mujer excepcional. Nunca te dejaremos, siempre estaremos para ti, mi pequeño. Pasearemos en el campo, caminaremos por central park, te cantaré la canción que tu abuela me cantaba y tu mamá te dará uno de esos abrazos cariñosos que da a las personas que ama. No puedo esperar a que te vea, la amarás, tanto o más que yo.

Al decir esas palabras se da cuenta de sus verdaderos sentimientos por Arya. Ella debe saberlo, así que, volviendo a dejar a su niño en las cunas de neonatos, recorre el hospital hasta llegar donde ella.

—¿Disculpe, la señorita Arya Harley? —pregunta a la asistente

—Habitación 14 A —responde esta.

Ayden se asoma, pero no hay nadie.

—Disculpe, no hay nadie.

La asistente revisa la bitácora.

—Ah, sí, ella ya se fue.

—¿Cómo qué se fue? —pregunta él, desesperado.

De pronto John aparece a su lado.

—Señor, la señorita Arya ha huido —dice extendiendo una carta a Ayden—. Dejó esto para usted.

Ayden abre la carta y le.

Gracias por todo, Ayden.

Te deseo a ti y tu hijo la mejor de las fortunas.

Siempre los amaré.

Con amor eterno, Arya.

Ayden cae arrodillado al suelo llorando. Ella le ha dejado, para siempre.

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