
3. 'El chico muerto en vida'
Tardamos en reaccionar. No sé cuánto tiempo nos mantuvimos anclados al suelo, pero el suficiente para que cayéramos en que debíamos hacer algo.
Sentí unas manos empujándome por la espalda, provocando que fuese la primera, tras la entrada del chico, en cruzar el umbral de la puerta. El olor a chamuscado me golpeó de lleno metiéndoseme en las fosas nasales, revolviéndome el estómago. Algo olía fatal, pero no había podido identificar el qué. Tampoco tuve tiempo de pararme a intentar averiguarlo; imité a todos los demás en cuanto comenzaron a correr por toda la casa en busca de las personas que allí supuestamente vivían. Por un momento dudé de si eso era posible, porque de haber estado alguien allí, dudaba que pudiera haber algún superviviente.
Escuché pasos acelerados que iban y venían de un lado a otro de la casa, recorriendo cada habitación. Subiendo y bajando los peldaños que conducían a la planta de arriba, al sótano... Mientras que yo volví al punto de partida; a la enorme sala de estar que emanaba un pestazo horrible a chamuscado. Apenas mis ojos escanearon a fondo la estancia, llegué a la misma conclusión; aquella casa ya había ardido. El interior estaba destrozado, quemado y extrañamente frío. Deduje en una fracción de segundo que habían pasado horas desde que el fuego había arrasado aquel lugar, y honestamente, no entendía nada. Vi la misma duda reflejada en los ojos de Joyce cuando nos cruzamos en el pie de las escaleras. Desvió su mirada de la mía hasta su mano, que instintivamente se había agarrado al pasamanos al bajar los escalones, descubriendo lo sucia que estaba.
Negué lentamente con la cabeza no sabiendo muy bien porqué, pero ella pareció leerme a la perfección. Bajó hasta que sus pies pisaron la primera planta, buscando con la mirada a sus amigos. Y en cuanto nos reunimos los cuatro, todos teníamos la misma expresión.
—No hay nadie —concluyó Aileen llevándose una mano a la nariz por el horrible pestazo que allí persistía.
—¿En dónde está el chaval? —inquirió Joyce mientras escaneaba el lugar con sus ojos.
Sus dos amigos se encogieron de hombros, y casi instantáneamente el chico apareció en el salón con la mirada perdida. En cuanto clavó sus ojos en nosotros pude leer la duda en ellos. Él, al igual que el resto, no entendía absolutamente nada. Y aunque el silencio se había aposentado en aquel lugar, nadie se atrevió a decir nada. O al menos durante los primeros segundos.
—No hemos encontrado a nadie —me atreví a murmurar. Temí que no pudiera haberme escuchado por la distancia a la que nos encontrábamos, pero lo hizo, ya que su respuesta fue sacar el móvil de uno de los bolsillos de su pantalón vaquero. Tecleó a toda velocidad para seguidamente llevárselo a la oreja. Pasó por nuestro lado dando largas zancadas sin mediar palabra, saliendo de su propio hogar con el miedo aun pisándole los talones.
Dudé si seguir sus pasos, temía que a las afueras el fuego se hubiese avivado. Pero para mi sorpresa las llamaradas habían disminuido considerablemente; la barandilla ya no ardía y de los árboles caían las últimas hojas envueltas en llamas que se apagaban antes de tan siquiera tocar el suelo.
En cuanto mis pies pisaron la tierra húmeda inspiré todo lo que mis pulmones me lo permitieron. No me había percatado de cuanto necesitaba respirar aire fresco hasta que finalmente pude hacerlo. Y qué alivio.
Miré de reojo como uno a uno salían de la casa sujetando entre sus manos sus móviles. Al parecer allí sí había cobertura, pero yo no podía comprobarlo, el mío se había muerto horas atrás.
—¿Hay suerte? —les pregunté esperanzada. En lo que tardaron en responder, mis ojos escanearon el lugar en busca del pelinegro que había salido apresurado del interior de la casa. Pude divisarlo a unos metros junto al tronco de un árbol enorme que estaba peligrosamente inclinado hacia un lado. No fui capaz de apreciar su expresión facial por la oscuridad que le envolvía, pero algo me decía que nadie descolgaba su llamada.
—Tengo cobertura —la afirmación de Eider fue como un chute de energía. Y seguido de él, tanto Joyce como Aileen confirmaron lo mismo.
✵✵✵
La ayuda llegó más rápido de lo que me había imaginado. En los libros y películas suelen haber pausas dramáticas hasta que llega la policía junto a la ambulancia y los bomberos, pero en la vida real ese espacio de tiempo no se me antojó para nada prolongado. Cosa que agradecí.
Mis padres llegaron a allí sorteando personas y árboles presos del pánico, pero en cuanto me vieron el temor fue desterrado para que un gran alivio los envolviera, al igual que ellos me envolvieron a mí entre sus brazos.
Hacía horas que llevábamos perdidos por a saber dónde. Ya era noche cerrada. Pero eso a nuestro parecer no había sido más que una hora tonta dando vueltas por el bosque de nuestro pueblo.
—¿Qué ha pasado? —las manos de mamá apartaron algunas trenzas que se habían interpuesto delante de mi cara para poder mirarme mejor a los ojos. En los de ella vi reflejada la angustia. Y en los de papá la absoluta confusión.
Me quedé callada sin saber por dónde empezar. De hecho había permanecido tanto tiempo en silencio con los labios apretados, que me dio tiempo a notar como un agente de la policía metía al chico de la casa en un coche. Miré hacia todas las direcciones descubriendo a los demás con sus respectivas familias, quienes ni cuenta se daban de lo que sucedía a su alrededor.
—Es difícil y largo de explicar —suspiré, notando de golpe todo el cansancio acumulado. Me dolían los pies, y no por la caída, sino por el agotamiento de haber estado caminando durante horas.
—¿Nos vamos? —inquirió ella dándose cuenta de mi expresión derrotada.
Quise asentir, pero de reojo visualicé a papá negando con la cabeza, frenando mi intento de largarme de una buena vez de aquel lugar.
—Creo que os van a llevar a todos a comisaría para tomaros declaración.
Y no hizo falta que le preguntase cómo podía saberlo. Su mentón apuntó hacia otro coche policial, en el cual se estaban subiendo los demás.
Les miré un poco asustada. Pero el miedo disminuyó casi drásticamente en cuanto una de las manos de papá se posó sobre mi hombro, ejerciendo una ligera presión hasta conducirme hacia una mujer que en un vago intento por transmitirme calma me sonreía con la boca cerrada. Tenía la placa un poco torcida, pero su expresión corporal detonaba por todas partes seguridad y confianza.
—Eyra Adorjany Hassler, ¿no? —leyó mi nombre completo en una diminuta libreta que portaba en uno de sus bolsillos.
Asentí con la cabeza, tragando saliva disimuladamente.
—Necesito que nos acompañes a comisaría —sonó tan serena que estuvo a punto de transmitirme toda su paz interior—. No nos llevará más de una hora —aseguró alternando su mirada oscura entre la mía y la de mis padres.
Ellos murmuraron algo que no llegué a entender, solo sé que comencé a andar hacia uno de los coches dejándolos atrás. Noté el peso del móvil de papá en uno de mis bolsillos, me lo habían dado antes de que me alejara por si acaso necesitaba comunicarme con ellos, pese a que estaba segura de que irían de cabeza a la comisaría para esperarme.
La mujer me abrió la puerta trasera, sonriéndome con amabilidad antes de cerrarla.
Me senté derecha a la espera de que se subiera ella también, pero dio media vuelta dirigiéndose a mis padres. Preocupada por lo que pudiera decirles clavé la vista en ellos a través del cristal, pero un movimiento que llegué a captar por el rabillo del ojo me sobresaltó. Supe disimular el respingo que di, pero no la curiosidad que me produjo el chico sentado al otro lado de los asientos traseros.
Le eché un vistazo rápido descubriendo que miraba por su ventanilla con aire distraído mientras sus dedos magullados jugueteaban con el vendaje que le habían puesto los sanitarios de la ambulancia. No dijo absolutamente nada cuando entré, y supuse que no lo haría en ningún momento. Por lo que cohibida por su presencia me esforcé por permanecer tranquila a la espera de que nos fuéramos de una vez de allí.
Me abracé a mí misma en un intento por entrar en calor. La sudadera no era suficiente abrigo ahora que no estaba en movimiento o rodeada de fuego.
Desvié la mirada una vez más hacia mis padres. Me tranquilicé un poco al verlos hablando con la agente, quien no había abandonado su actitud amigable, ni siquiera cuando entró en el coche murmurando algo sobre el frío qué hacía fuera. Pero solo dijo eso, el resto del trayecto se mantuvo en silencio, al igual que nosotros.
A medida que dejábamos atrás el bosque pude comenzar a ubicarme, a reconocer las calles y los locales. Sorprendentemente no nos habíamos alejado tanto del punto de partida.
—Bien, chicos —empezó a decir ella a la vez que dejaba el coche perfectamente alineado con los otros que tenía a ambos costados—. Intentaremos ser rápidos.
Asentí deduciendo que me miraría por el espejo retrovisor, para seguidamente abrir la puerta dejando que una ráfaga de viento helado se colara dentro del coche calándome hasta los huesos. Tirité de frío, pero hice el esfuerzo por salir rápidamente con el vaho que se escapaba de mi propia boca envolviéndome en el proceso.
Tanto el chico como yo permanecimos en silencio siguiendo de cerca a la agente, él incluso iba unos pasos por detrás de mí guardando las distancias.
—Oh, mierda —la mujer frenó en seco tras su lamento. Se encaró hacia nosotros hasta el punto de volver sobre sus propios pasos—. Esperadme aquí, vuelvo ahora —y echó a correr hacia lo que supuse que sería el coche.
Carraspeé un poco incómoda por la situación. No había nadie en la calle, ni tampoco coches transitando por la carretera, haciendo de aquel momento un escenario bastante tenso y silencioso.
¿Debería decirle algo a alguien que acababa de perder su hogar? ¿Debería preguntarle cómo estaba cuando seguía sin saber del paradero de su familia?
Tragué saliva con aquellas preguntas rondándome la cabeza, mientras él se mantenía en la misma postura sin emitir sonido. No podía verle la cara, su pelo oscuro y la capucha de su sudadera me entorpecían detallar sus facciones, apenas podía distinguir su mentón pálido y parte de su labio inferior.
Me removí incómoda abrazándome con los brazos en cuanto volví a temblar de frío. Y fue justo en ese instante cuando vi aparecer a la mujer uniformada con una carpeta bajo su brazo. Pasó de largo apurando el paso, a lo que nosotros imitamos para no quedarnos atrás. Justo antes de doblar la esquina de la calle, percibí que el chico me adelantaba con facilidad, y como su brazo se extendía hacia mí.
Parpadeé enfocando bien la vista hasta que visualicé lo que me ofrecía; su chaqueta vaquera. Tardé unos segundos en reaccionar, lo supe por el movimiento de su mano ofreciéndome más directamente la prenda. Un poco torpe agarré con la punta de los dedos la chaqueta, lo suficiente para que él la soltase.
—Gracias, pero... —no me dio tiempo a terminar la frase cuando se perdió tras la fachada del edificio.
Como una idiota me quedé anclada al suelo un poco desconcertada por su gesto. Había creído que estaba tan sumido en sus propios pensamientos que no se percataba de nada de lo que ocurría a su alrededor, pero al parecer me equivocaba.
Aún un poco dudosa comencé a vestirme la chaqueta negra. En cuanto la tuve completamente puesta percibí el ligero olor a humo que se adhería a ella, pero también un toque a perfume masculino. Era una mezcla extrañamente curiosa.
✵✵✵
El tic tac del reloj que tenía sobre la cabeza me estaba taladrando los oídos. Nadie en la sala de espera decía nada, todos estábamos sumidos en un absoluto silencio desde que habíamos entrado en la comisaría.
Creí que en cuanto llegara ya estarían mis padres dentro esperándome, pero me equivoqué. Allí solo estábamos los cinco implicados en aquel extraño suceso, eso, si realmente teníamos algo que ver. Cosa que empecé a dudar cuando me fijé en que el recepcionista nos miraba de reojo desde hacía varios minutos.
De pronto una vibración me sacó de mis pensamientos; era el móvil de papá. En la pantalla vi reflejado el apodo cariñoso con el que había guardado el contacto de mamá hacía un tiempo atrás. Bajo este, un mensaje:
«Nena, Heiko no estaba en casa. Hemos buscado por los alrededores, pero nada. Estamos de camino a la comisaría, ¿necesitas algo?».
Suspiré mientras le escribía una rápida respuesta.
¿En dónde demonios se había metido?
Despegué la vista de la pantalla en cuanto escuché varios pares de pasos que se aproximaban. A un metro de mí se había detenido Aileen, que me miraba con una tímida sonrisa.
—¿Puedo? —se refirió al asiento contiguo al mío.
Asentí devolviéndole la sonrisa como malamente pude.
—¿Qué tal estás? —me animé a preguntarle tras caer en que ella se había molestado en acercarse primero.
Su respuesta fue un encogimiento de hombros.
—¿Tú?
Imité su gesto provocando que se riera en bajito.
—De las noches más memorables de mi vida —añadió—. Y para colmo en Halloween, si es que...
Me acomodé en el asiento cambiando las piernas de posición, descruzando y cruzándolas de nuevo adoptando una postura más cómoda sobre el duro plástico del que estaban hechas las sillas de la sala.
—Pudo haber sido peor —aunque me costó admitirlo, sabía que en el fondo habíamos sido afortunados pese a todo lo sucedido. Sin embargo, no todos corríamos la misma suerte. Delante nuestra, pero un poco desviado hacia la derecha, el pelinegro permanecía en silencio con la mirada gacha. Sus codos se hincaban con firmeza sobre sus rodillas, mientras sus manos se apoyaban a palma abierta sobre sus mejillas. No había dicho nada todavía, absolutamente nada, ni siquiera cuando le llamaron a declarar:
—Killian Monteith Nemat.
Se levantó de su asiento desvelando por primera vez su rostro a la perfección. En aquella sala de espera, con la luz blanca iluminándole todas y cada una de las facciones de su cara, adiviné que tan roto estaba por dentro. Pero ni con esas se atrevió a decir nada. Siguió de cerca al policía hasta perderse en una de las muchas salas que allí había.
No me había dado cuenta de que Aileen se había levantado para ir a por algo que le tendía Eider desde la otra punta de los asientos.
—¿Crees que darán con el paradero de su familia? —preguntó suavemente en cuanto se sentó de nuevo a mi lado como si temiera que el chico fuera a escucharla.
Clavé los ojos en la puerta por la que había desaparecido.
—No lo sé.
Aileen estuvo a punto de decir algo cuando las puertas correderas de cristal se abrieron dejando entrar a varias personas, todas ellas adultas. Por la reacción de los tres amigos deduje que eran sus familiares. Se levantaron rápidamente para reunirse con ellos, la pelirroja también, no sin antes darme un ligero apretón en el brazo.
✵✵✵
Cinco, cuatro, tres, dos... Y apareció. Se reajustó el abrigo entorno a la cintura para después engancharse al brazo de papá con cierta gracia en cuanto salió tras ella. Él le dio un rápido beso en la frente justo antes de que llegasen a la altura del coche, donde me encontraba apoyada tiritando de frío.
—Es que a quién se le ocurre salir a estas alturas del año con una chaqueta vaquera y una sudadera... —murmuró con obviedad sin esperar una respuesta.
Y de pronto recordé que todavía llevaba puesta la chaqueta del chico.
—Mierda —mascullé antes de salir corriendo hacia el edificio—. ¡Vuelvo ahora! —les grité desde la lejanía.
Ralenticé el ritmo de mi trote al atravesar las puertas de cristal. El recepcionista me miró con su expresión aburrida para inmediatamente volver a sumergirse en la pantalla de su ordenador. Me tomé su desinterés como un no rotundo para preguntarle a él, por lo que un poco indecisa me acerqué a un agente que había reconocido como el que se lo había llevado consigo.
—Perdone —mis neuronas hicieron cortocircuito un segundo antes de que añadiera—: Killian, creo que se llama, ¿sigue aquí?
Se giró al momento.
—Terminé de hablar con él hace unos minutos, pero desconozco si se ha ido —el señor se recolocó las gafas antes de dedicarme una sonrisa de disculpa al no poder ayudarme.
—Gracias.
Y así como entré volví a salir de la comisaría. Mis padres se habían metido en el coche. No tardé mucho en imitarles, para seguidamente poner rumbo hacia nuestra casa. Y aunque creí que iríamos callados y sumidos en nuestros pensamientos como usualmente hacíamos, papá me recordó algo que había pasado por alto:
—Oye, ¿no deberías avisar a tus amigos?
Mis ojos se abrieron con horror cayendo de pronto en que era tardísimo, hacía más de una hora que debía haberme reunido con ellos para salir de fiesta.
Saqué a toda velocidad el móvil de papá del bolsillo de la sudadera. Y como malamente pude marqué el número Yerik temerosa por lo que pudiera decirme.
Descolgó al tercer pitido:
—¿Estás bien? —cerré los ojos fundiéndome con el asiento del coche. Incluso se me escapó un suspiro por el alivio que me producía su pregunta.
—Ya podría haberos dado plantón que tú seguirías preguntándome si necesito algo.
Se carcajeó al otro lado de la línea antes de volver a hablarme:
—Tus motivos tendrías —concluyó confianzudo.
—Touché.
Mamá se giró sobre su asiento pendiente de lo que le decía a Yerik. Su expresión me decía que no estaba siendo muy aclaratoria mi llamada.
—Bueno, Yerik, escucha —intenté ser breve—. Podría contarte todo el rollo, pero no es el momento idóneo...
—¿Qué pasa? —inquirió en tono serio.
—Perdí a Heiko, tuve una caída bastante aparatosa y me ayudó un grupo de amigos que estaba por la zona. Pero al final terminamos todos juntos en otro fregado más grande —inspiré aire por la nariz recuperando temporalmente el aliento—. He estado en comisaría y todo, y no sé, estoy bastante cansada. Así que por favor, avisa a los demás de que no puedo ir.
Silencio al otro lado de la línea.
Normal, le acababa de resumir en diez segundos una trama mezclada de Dark, Stranger Things y Riverdale.
—Pero tú estás bien, ¿no?
Mi mano libre impactó contra mi frente de golpe como un acto reflejo. El sonido fue tan seco que resonó en todo el coche provocando que tanto mamá como papá me mirasen raro.
—A veces me conmueve tu instinto paterno, pero acabas de sonar como ese meme que circula por Twitter, ya sabes, el de la hija que le cuenta a su madre que...
—Te enrollas más que una persiana —me cortó totalmente serio.
Me despegué un momento el móvil de la oreja para frotarme la cara con ambas manos.
—Que no voy, que estoy bien y que te quiero —susurré esto último por miedo a que mis padres pudieran escucharme, me daba un poco de vergüenza mostrar mi lado cariñoso ante otros.
Otro silencio.
Estaba odiando con todas mis fuerzas a este chico...
—Y yo que creí que serías tú mi semental esta noche —el tono de su voz fue extrañamente meloso. Pero conociéndole sabía que estaba reprimiendo una carcajada.
Papá detuvo el coche. Habíamos llegado a casa.
—¿Sabes que un semental es un caballo macho con su buen par de...? —mi puerta se abrió abruptamente.
—...pelotas bien puestas.
Yerik y yo intercambiamos varias miradas que se debatían entre la confusión por mi parte y la seriedad por la suya, pero poco duró hasta que ambos empezamos a reírnos por lo imbéciles que podíamos llegar a ser a veces.
Y queriendo o no, él había sido el único que había podido borrar por un segundo la idea de que Heiko seguía desaparecido.
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