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17. 'Se acabó, ¿no?'

Llevaba un buen rato planteándome qué le pasaba. Desde que entramos en la cafetería y nos sentamos a la espera de que nos tomaran nota, no dejaba de echarle ojeadas a Eider con disimulo. De hecho parecía estar muy distraído u ocupado con su móvil, tanto, que ni siquiera se percató de que el camarero acababa de llegar a nuestra mesa.

Me centré en escoger mi cena a toda prisa, ya que el haber estado prácticamente diez minutos espiándole en secreto había provocado que me olvidara de decidir qué me apetecía comer.

—Dos platos de pasta con boloñesa y nuggets de pollo —ordenó Ezra.

—Yo también quiero —comentó Aileen a la vez que apilaba su carta sobre las restantes.

Paseé el dedo por encima de la amplia variedad de opciones que allí ofrecían, decantándome finalmente por el plato estrella.

—Una ración de tortilla, pero sin cebolla, por favor —solo de pensarlo se me hizo la boca agua. Hacía demasiado tiempo que no la probaba.

—Dos —pidió Eider.

No levanté la vista a sabiendas de que en esa ocasión sí me estaba mirando. Lo tenía tan cerca, justo de frente, que sabía con total seguridad que me pondría un poco de los nervios.

—Otra sosa más... —escuché que se mofaba Joyce. Supuse que se refería a mí.

—¿Algún problema? —me incliné hacia delante entornando los ojos hacia ella, exagerando que su comentario me había ofendido.

Contuvo una risita apenas nuestras caras se encontraron.

—Dios los cría y ellos se juntan —le siguió la broma Aileen, descolocándome.

¿Que qué...?

—Dejad de dar por saco —espetó el chico de los aros.

Debía admitir que aquello me gustó más de lo esperado.

—No deben de saber apreciar la infinidad de comida que hay más allá de las hamburguesas y la fritanga —tuve el impulso de hacerme la simpática.

Dejó la carta a un lado para apoyarse sobre la mesa, poniéndome en bandeja la tentadora vista de sus brazos desnudos. El dragón se asomaba ligeramente desde su antebrazo hasta seguir por el bíceps perdiéndose tras la tela de su camiseta morada. Llegué a ver unos cuantos tatuajes más esparcidos en ambos brazos: un dinosaurio al que se le sobresalían algunos huesos, un payaso con los dientes afilados, símbolos y una frase en cursiva que me fue imposible leer. Pero lo que verdaderamente me secó la garganta fueron sus manos. Era la primera vez que podía verlas tan de cerca y con toda la calma del mundo, y juro que en mis veintiún años, jamás me habían fascinado tanto un par de manos. Más allá de las venas que las recubrían, varios anillos de plata adornaban sus dedos pálidos, resaltando la finura que los caracterizaba.

—Mejor, más para nosotros —apenas movió los labios—, ¿es tu comida favorita de todo el menú?

Me aclaré la garganta con disimulo ocultando la sorpresa que me había generado que se interesase por saber aquello.

¿En qué momento fuimos los únicos partícipes de aquella conversación?

—Mmm... —titubeé por un fugaz momento, pero enseguida moví la cabeza en señal de afirmación—. También el arroz con curry. Deberías probarlo, lo hacen riquísimo.

Asintió sin aportar nada más, distrayéndose de nuevo con su móvil impidiendo que le preguntase algo que pudiese ayudarme a continuar con la conversación.

Suspiré, e hice el esfuerzo por integrarme en la charla que estaban manteniendo los demás. Al parecer Ezra y Joyce estaban comentando cuando tenían los exámenes finales, mientras que los otros dos los miraban con expresiones aburridas.

—Menos mal que no estudio —dijo de pronto Yerik, sonando aliviado.

—¿Trabajas? —indagó Aileen.

Él asintió.

—Yo también. Soy dependienta en la librería de la plaza.

Me sorprendió no haber visitado nunca esa tienda, en concreto, ya que estaba cansada de visitar la plaza.

—Siempre quise trabajar en una librería o en una biblioteca, por esto de que me gusta leer —comentó entre risillas él—. Igual no tiene nada qué ver, pero siempre tuve esa espinita.

Aileen asintió.

—Yo estoy encantada, eh.

—Ya veo.

—¿Y tú de qué trabajas?

Me hundí en mi asiento en cuanto la conversación dejó de interesarme. No quería que se me malinterpretara, pero hablar sobre estudios o trabajo me aburría hasta la médula. Me interesaba más por otros temas: como el cine, lo que se hizo durante el día, los futuros planes que se podrían hacer, los problemas...

Estiré las piernas bajo la diminuta mesa, golpeando con la punta de la bota lo que creí que era la pata de la misma. Pero en cuanto sentí la mirada de Eider sobre mí, supe que no había golpeado la mesa, sino a él.

Aplasté los labios antes de murmurar avergonzada:

—Perdón.

—Tranquila, no pasa nada —un atisbo de sonrisa curvó ligeramente sus labios.

Cada vez que nos dirigíamos la palabra tenía la enorme necesidad de entablar conversación con él. Quizás por la que teníamos pendiente. Pero era hablarle, y sentir que diría cualquier estupidez que pudiera ponerme en evidencia.

Deseché la idea de intentarlo mientras que con cuidado de no volver a tocarle arrastré los pies por el suelo muy, pero que muy despacio, sin separar las piernas. Pero tremenda fue mi sorpresa cuando quise volver a mi postura anterior, y me di cuenta de que no podía porque sus muslos impedían que levantase las rodillas. De hacerlo chocarían. Me tenía literalmente rodeada con sus piernas, y no parecía darse cuenta.

—Eyra.

Me sobresalté dando un saltito en el sitio por lo distraída que estaba.

—Qué —carraspeé, aprovechando aquella oportunidad para zafarme de sus piernas dándole un ligero golpe al recolocarme sobre la silla. Pero no me miró.

Percibí que se me había disparado el pulso.

—Que de qué trabajas, te preguntaba —la chica de las pecas me miraba con una ceja alzada a la vez que sonreía.

—Ah, eh... —tardé un momento en encontrar las palabras—. Soy auxiliar de veterinaria en una clínica que también está en el centro.

Fascinada me miró reclinándose hacia delante.

—Es decir, que ya tengo a dónde llevar a mi futura rata llegado el momento... —movió las cejas de arriba abajo a una velocidad alucinante. Tuve la tentación de probar a imitarla, pero me detuve. Mejor conservar la clase. Terminé asintiendo en su lugar, curiosa por la mención de la rata. Me esperaba que dijese un perro, un gato o incluso un conejo, pero no a un animal tan peculiar como aquel—. Si necesitas algún libro, ya sabes a quién acudir... —se señaló a sí misma con orgullo—. O una fotógrafa para tu portfolio de modelo, o un psicólogo por si tienes instintos...

Se cortó así misma cuando no pude contener la risa. Hablaba tan acelerada que me resultaba graciosa su manera de expresarse.

—¿Psicólogo? —inquirí alternando la mirada entre ella y Eider, suponiendo que se había referido a él.

Él meneó la cabeza negándolo.

—Amago de criminólogo —aclaró moviendo su vaso en círculos.

Me sorprendió. En la vida había conocido a nadie que fuera estudiante de aquella carrera. Parecía muy difícil e interesante a partes iguales.

Fascinada con aquel nuevo descubrimiento no me contuve a la hora de saber.

—¿Tienes pensado meterte en la cabeza de los más chungos del barrio para saber por qué hacen lo que hacen?

Conseguí arrancarle otra sonrisa de boca cerrada.

—Eso tengo previsto, pero en la de los más pequeños.

—¿Correccionales?

Asintió antes de darle un largo trago a su refresco.

—En principio es lo que tengo en mente, pero a saber dónde termino... Ya sabes, no hay mucho trabajo para los psicólogos, y para los criminólogos otro tanto.

Quería saber más, me interesaba una barbaridad su carrera, pero la llegada de la comida me frenó. El olor que trajeron aquella multitud de platos me abrieron todavía más el apetito, por eso, cuando apenas tuve mi cena delante y los demás ya estuvieron servidos, no dudé un segundo en empezar a saciar mis ganas de comerlo todo.

—Acabo de darme cuenta de la cantidad de veces que he visto una ambulancia últimamente... —murmuré con aire pensativo mientras degustaba la tortilla.

Varias cabezas se giraron hacia mí.

—No seas gafe —advirtió Yerik para acto seguido meterme un trozo de pan en la boca, consiguiendo que el resto de los presentes se rieran.

✵✵✵

Jugar al futbolín contra dos personas tenía mucho mérito, pero si se trataba de Ezra y Yerik, no contaba. Íbamos cuatro a uno, y el resultado final del partido no parecía que fuese a variar mucho. Mi mano izquierda, que se ocupaba de la portería y de la defensa, frenó un intento de gol por parte de Ezra. Me escudriñó con los ojos en cuanto la pelota se detuvo delante de uno de mis muñecos. Giré la barra y cuando creí que la zona estaba lo suficientemente despejada, golpeé la pelota con fuerza, casi sacándola del campo. Marqué gol por quinta vez, dándoles directo en el ego.

—Caballeros —hice una ligera reverencia alejándome de ellos.

—Humillante, lamentable —farfulló el rubio hacia su compañero de derrotas—. Dos contra una. Somos escoria... En otra época no serviríamos ni para alimentar a los perros.

Mientras él seguía quejándose vi que los demás, que permanecían sentados, se reían por el espectáculo que acabábamos de darles.

—Me siento como la mierda sobrante. A ti aún se te da bien lo tuyo, a Eyra todo, ¿pero yo qué, eh? De milagro sé respirar, pero porque no me queda más remedio —el quejica de turno se dejó caer con pesadez sobre uno de los sillones bufando con cierta exageración.

Sin dudarlo decidí imitarlo, suprimiendo los bufidos. Le rodeé los hombros con un brazo atrayéndolo hacia mí.

—No, déjame —forcejeó poniendo mala cara.

—No te piques, Ez.

—Ni Ez, ni Oz —se liberó de mi agarre, haciéndose el digno.

Negué con la cabeza recolocándome en mi sitio, cuando una humedad inusual se empezó a abrir camino por la parte trasera de mi pantalón. Inquieta por lo que creí que era me incorporé rápidamente, caminando medio de lado hasta que pude cubrirme disimuladamente con la chaqueta.

Llegué al baño en tiempo récord, no perdiendo ni un segundo más para descubrir de una buena vez que, como había creído, me había bajado la regla. Me lamenté en voz baja en cuanto vi el desastre de mi ropa interior. Y lo peor es que no había traído la copa menstrual; se me había adelantado muchísimo.

—Joder —gruñí. Y volví a protestar cuando reparé en que una diminuta mancha de sangre se extendía hasta el pantalón, el único que tenía de motocross.

Me las arreglé como malamente pude usando papel higiénico tras haberlo mojado en el lavabo, intentando solucionarlo. Pese a ello y a que ya no quedaba ni rastro de ninguna mancha, la molestia por sentir la tela húmeda contra mi piel me repugnó.

Frustrada por el resultado salí del servicio colocándome la chaqueta derecha, cuando de improvisto a mis ojos llegó la panorámica de unas piernas largas enfundadas en un pantalón cargo arena. Apenas iba por la mitad de su cuerpo cuando su voz perturbó el silencio:

—¿Has sabido algo más de él? —fui incapaz de reconocer el tono con el que habló. Parecía una mezcla entre la incertidumbre y el desinterés disfrazado de curiosidad.

Enarqué una ceja por la confusión que me había generado. Me tomé un momento para inspirar con cansancio a la vez que me apoyaba contra la pared del pasillo, quedando frente a Eider.

—Absolutamente nada.

—Yo tampoco.

No tuve la necesidad de preguntarle de vuelta; parecía ser hábil leyendo el pensamiento de los demás.

—Entonces... —murmuré escondiendo las manos tras mi espalda, ojeándole—. Se acabó, ¿no?

Asintió manteniendo su postura corporal intacta. Desde que lo había descubierto recargado contra la pared de brazos cruzados, no se había movido ni un milímetro.

Un sabor amargo se instaló en mi boca al intentar hacerme a la idea de que todo lo que habíamos vivido desde la noche de Halloween, había sido un mal sueño. Que debíamos olvidarnos de lo sucedido y seguir con nuestras vidas. Obviar que un chico estaba a merced de la soledad mientras se mataba en vida buscando a su familia secuestrada. Y que para colmo, los "malos" van tras él. ¿Y nosotros qué haríamos? Mirar hacia otro lado.

—No le des más vueltas, Eyra —pronunció mi nombre con suavidad, exactamente igual a como lo había hecho cuando había entrado en pánico con él delante.

Alcé la mirada topándome con la suya. Era la primera vez que notaba una apacibilidad absoluta reflejada en ella.

—Quiero ayudarle —murmuré tan bajo que dudé si me había escuchado.

Se removió hasta que terminó por esconder las manos en los bolsillos de su pantalón.

—No sabemos en dónde está, no quiere o no puede ir a comisaría... —hizo hincapié—. No sé, no podemos ayudar a quien no se deja.

—Sé que tienes razón, es solo que... —dudé de mis palabras, incluso percibí como mis dedos comenzaron a jugar entre sí tras mi espalda en un fatídico intento por mantener la mente despejada—. Está asustado. Cualquiera en su lugar lo estaría, y la desconfianza es un serio problema que impide que se deje ayudar.

La elección de mis palabras pareció ser la adecuada. O al menos eso creí. Su semblante cambió, eso seguro, pero fui incapaz de adivinar qué estaría pensando en el preciso instante en que acortó la distancia entre nosotros para volver a hablar:

—¿Por qué confías tanto en que esté diciendo la verdad?

Sopesé la respuesta, preguntándomelo a mí misma con mi voz interior. Lo único que saqué en claro es que jamás hubiera llegado yo sola a la conclusión de que confiaba en su palabra.

—Me he pasado toda mi vida desconfiando de las personas, y creo que este podría ser el momento idóneo para empezar a creer en alguien.

Tratándose de Eider no me esperaba que llegase a estar de acuerdo conmigo, ni siquiera esperaba que asintiera con la cabeza. Pero grata sorpresa me llevé cuando habló:

Touché.

Reprimí una sonrisa, pero no pude contener las palabras:

—¿Me estás dando la razón?

Se encogió de hombros, restándole importancia y desviando sus ojos de los míos.

Yo me limité a negar con la cabeza todavía incrédula porque estuviéramos de acuerdo en algo relacionado con Killian, ya que teniendo en cuenta lo reacio que había estado desde el principio a todo lo relacionado con él, me sorprendía que hubiera cambiado de opinión, o al menos ligeramente.

—Bueno, me conformo —me despegué de la pared acercándome inconscientemente más a su cuerpo, notando desde aquella distancia un ligero aroma a perfume. No pude evitar mirarle a la cara en cuanto su fragancia me envolvió.

—No tengo tu número —dijo de pronto, rompiendo el silencio que reinaba en aquel pasillo apenas iluminado por las luces LED de la cafetería.

Clavé los ojos en su cara ligeramente teñida de violeta por las tiras de colores que recorrían el local. Él, como respuesta a mi escaneo, se tomó la libertad de repasar con la mirada todas mis facciones, deteniéndose una vez más en mis labios, corroborando que no era mi jodida imaginación; ambos sentíamos el mismo impulso de abalanzarnos sobre el otro.

Quise darme un puñetazo en el estómago para darle verdaderos motivos por los que retorcerse. Pero me contuve, y en lugar de autolesionarme, murmuré:

—Ni yo el tuyo.

Aquella contestación fue una clara invitación para que intercambiásemos números, pero sin saber el porqué, me encontraba totalmente bloqueada pensando a toda velocidad qué decir. Hasta que en un momento de lucidez se me ocurrió buscar mi móvil en el bolsillo de mi pantalón. Lo desbloqueé sintiendo en el proceso la rugosidad de la pantalla agrietada.

—Lo sé, lo sé —me adelanté—. Da asco.

—Déjame adivinar —enarcó una ceja—; le pasaste con la moto por encima.

—Frío.

—Le atizaste a alguien con él.

Esta vez enarqué yo las cejas, frunciendo al mismo tiempo los labios.

Me pareció escuchar una risa ahogada por su parte.

—Dime tu número, anda —me envalentoné mirándole de pasada a la espera de que empezase a recitármelo. Lo escribí tan deprisa que tuve la necesidad de preguntárselo de nuevo, pero no hizo falta, apenas pulsé el botón de llamada su móvil comenzó a sonar.

—¿Eyra a secas?

—¿Conoces a más? —indagué.

Negó con la vista totalmente enfocada en la pantalla mientras guardaba mi contacto. El brillo le iluminaba la cara al completo, resaltando el tono casi pálido de su piel.

—¿Eider a secas? —imité su pregunta con burla.

—¿Conoces a más?

Mi mentón se alzó en su dirección, curiosa por la forma en la que había imitado mi voz sin abandonar su expresión seria habitual. Pero antes de que pudiera reprocharle, su mano se apoyó sorpresivamente en lo alto de mi cabeza, desapareciendo segundos después dejándome a solas en medio de aquel estrecho y oscuro pasillo con mil pensamientos revoloteando en mi mente.

Comencé a caminar hacia nuestra mesa cuando me hube tranquilizado, visualizando a Eider ya sentado junto a los demás con semblante despreocupado. Me acerqué con pasos decididos. Todos seguían en sus respectivos asientos, oportunidad que aproveché para informar de mi retirada.

—Chicos, he tenido una pequeña emergencia —anuncié deteniéndome en el extremo de esta. Vi como uno a uno interrumpían lo que hacían para mirarme—. Así que voy a ir yéndome ya —afirmé el nudo de la chaqueta entorno a mi cintura.

—¿Todo bien? —preguntó con cierta preocupación Aileen.

Asentí medio sonriéndole.

—Te acerco —Yerik se levantó enseguida, pero le detuve por el hombro.

—Voy en moto. Solo necesito las llaves un segundo.

—No me importa acercarte —insistió.

—No hace falta —le sonreí agradecida—. Pero gracias.

Suspiró con cierta gracia mientras se encogía de hombros, para seguidamente tenderme las llaves de la furgoneta.

—En realidad yo también tengo que irme.

Me volteé hacia el foco de su voz, descolocada por la casualidad. Eider tenía la vista clavada en sus manos, que jugueteaban entre sí.

—Bueno... —titubeé un poco desconcertada, creyendo por un ridículo segundo que lo había dicho para que me ofreciera a llevarle.

Pero Joyce se adelantó:

—Vamos, entonces.

La morena se levantó de la silla. Él, en cambio, dejó de entrelazar sus manos en cuanto pegó los hombros al respaldo de la silla, medio incorporándose.

—¿Vosotros os quedáis? —me dirigí a Yerik y Ezra, quienes no parecían muy por la labor de irse tan temprano.

—Sí. Maggie y Levis están de camino, y no es plan de decirles que nos fuimos todos —explicó Ezra tras darle un trago a su refresco.

Hice un puchero con la boca. Me quedaba pena por irme...

—Bueno, podríamos vernos otro día —puntualizó Aileen ligeramente apenada por tener que irse antes.

—Claro —respondí convencida.

Me aparté de la mesa apenas vi que Eider se levantaba para situarse justo a mi lado.

—Te traigo ahora las llaves —miré a Yerik haciendo tintinearlas entre mis dedos. Él me miró asintiendo.

Fui la primera en dar media vuelta para encaminarme hacia la salida, pero dejé que Eider me adelantase en cuanto lo vi por el rabillo del ojo. Abrió la puerta de cristal que daba al aparcamiento, haciendo un gesto para que pasase primero, pero tuve que detener mis intenciones de cruzar el umbral cuando repentinamente un grupo de personas entró en la cafetería. Intercambiamos una mirada de complicidad entretanto él les sujetaba la puerta sin recibir una palabra de agradecimiento a cambio.

—La gratitud en el culo —refunfuñé más alto de lo que pretendía.

Una mujer se dio la vuelta al escucharme, pero ni me molesté en encubrir mis palabras saliendo finalmente al exterior, donde me escabullí hasta llegar a la furgoneta. La abrí desde la distancia, y cuando apenas había metido un pie en el maletero para bajar la moto y el casco, su voz irrumpió el silencio:

—Si no te ha echado un mal de ojo, no te ha echado nada —comentó Eider mirando de refilón hacia la cafetería, donde la misma mujer cuchicheaba con los demás del grupo mientras nos fulminaban con la mirada descaradamente.

—Bueno, a ver si así se invierte mi mala suerte —me encogí de hombros.

—¿Te ayudo? —abrió la otra puerta dejando que la poca luz de las farolas penetrase en el interior del maletero.

Solté la cuerda de uno de los laterales a la vez que le tendía mi casco.

—¿Y qué te fisures más costillas? —bromeé como estrategia para aligerar mi propia tensión corporal—. Con tres es suficiente.

—Qué simpática —fingió un tonillo de burla mientras me ojeaba desde la distancia. Y sorpresivamente, sin yo pedírselo, desplegó la rampa justo cuando tuve completamente suelta la moto. Con cuidado de no distraerme y que se me cayera, descendí lentamente. Eider volvió a recoger la rampa una vez terminé, para seguidamente cerrar el maletero. Joyce se ofreció a llevarle las llaves a Yerik, y mientras esperaba a que ella regresara para despedirme, Aileen se acercó con curiosidad a mí apenas me senté sobre en el asiento.

—A ver cuando me das una vuelta —bromeó a la vez que toqueteaba con aire distraído las manetas.

—Cuando quieras.

—Supongo que esa propuesta nos incluye a todos.

Me mordisqueé el labio inferior tras escuchar al chico que tenía por ojos dos preciosas esmeraldas.

—Por supuesto —no vacilé—. Y si os hace ilusión le enganchamos un flotador y os remolco en plan banana acuática pero por el asfalto.

Ambos se rieron mirándose entre sí.

—Diría que es más divertido ir en la moto —concluyó Eider.

—¿Es más divertido o más entretenido? —Aileen entornó los ojos mientras le miraba con cierto recelo, pero sin abandonar su expresión divertida. También volvió a mover las cejas de arriba abajo a toda velocidad, pero esta vez con pillería.

Eider dejó de sonreír, poniendo en el lugar de la sonrisa una mueca de desagrado.

Supe entonces qué insinuaba ella.

—A gusto del consumidor —reprimí una risita.

Para cuando dejaron de lanzarse dagas con la mirada, Joyce volvía acompañada de Ezra.

—¿Todo bien?

Asentí levantándome del asiento para no mirarle desde tan abajo.

—Sí, sí. Estaba esperándola para despedirme.

—Creí que tenías algún problema con la moto —comentó para seguidamente peinarse sus cortos mechones rubios hacia atrás en cuanto una ráfaga de viento los desordenó.

Tuve la necesidad de colocarme yo también el pelo tras las orejas con ambas manos.

—No te preocupes —me coloqué el casco—. Debería irme ya —me dije a mí misma viendo que ellos ni se inmutaban. Seguían plantados frente a mí.

—Tira.

—Voy, voy —murmuré a duras penas debido a la presión que ejercía la mentonera sobre mi cara—. Ya nos veremos otro día, chicos —le di con el puño en el hombro a Ezra a modo de despedida.

—Nos vemos —se despidieron todos.

—Nos vemos —encendí la moto y con una precaución inusual en mí salí del aparcamiento, incorporándome a la carretera general en cuanto pude. Procuré no ir demasiado deprisa, pero la necesidad por quitarme los pantalones me incomodaba a cada minuto que pasaba.

Llegó a sorprenderme lo mucho que me había despejado la mente conducir a solas hasta el centro del pueblo, resguardada por el cielo nocturno y las últimas luces de las cafeterías y restaurantes que todavía permanecían abiertos.

Aminoré la velocidad visualizando frente a mí la enorme caravana que se había formado. No por la labor de tirarme media hora esperando, sorteé varios coches con cuidado de no rozar ningún retrovisor, estirando bien las piernas por si aquella velocidad tan reducida me desequilibraba en algún momento. Conduje con mi habitual destreza entre filas y filas de coches, hasta que llegué a las calles menos concurridas de Canmore. Pese a ello, no me libré de los semáforos de las intersecciones, impidiéndome llegar todavía más rápido a casa. Y fue entonces, a la altura de un stop, cuando reconocí el gorro morado de Ezra.

Tuve un momento de crisis cuando debía arrancar una vez la vía se despejó. Me vi anclada al suelo mientras dudaba si era él, sopesando la idea de desviarme de mi camino para seguirle. El sonido de un claxon me devolvió a la realidad. Solté el freno y poco a poco seguí de frente sin despegar mis ojos de la espalda del susodicho. Estuve a punto de ignorarlo, de no molestarme en averiguar si aquella persona era Killian y hacer caso de las palabras de Eider... Pero no pude. Mi instinto me llevó a torcer el manillar en el último segundo ganándome otra protesta en forma de claxon.

Lo intercepté justo cuando cruzaba el paso de peatones de aquella calle, y cuando por fin pude ver sin tapujos la braga de cuello cubriendo la mitad de su cara, supe que era él.

Caminaba desgarbado, distraído. Con las manos en los bolsillos y la mirada anclada al suelo.

Supe que no me había reconocido por ese mismo detalle.

Siguió de largo, y en lo que tardé en aparcar la moto de mala manera avanzó casi dos calles más. Corrí tras él procurando no hacer mucho alboroto, pero debí fracasar. Apenas tuve el brazo estirado en su dirección se dio la vuelta de golpe, sobresaltado. Vi reflejado en su mirada el terror absoluto.

—Soy yo —dije a la vez que me sacaba el casco.

Sus hombros se relajaron, pero no bajó la guardia en ningún momento. Ni siquiera se inmutó. Se limitó a quedarse allí parado mirándome fijamente.

Mis dedos se movieron instintivamente a su brazo más cercano, llevándolo conmigo hacia un pequeño callejón que allí había. La oscuridad del lugar pareció tranquilizarlo.

—No he ido a comisaría.

Desvió sus ojos de la calle por la que seguían paseando varios transeúntes hasta posarlos en mí.

—Lo sé —murmuró con tono grave.

—¿Lo sabes? —enarqué una ceja sin poder evitarlo.

Bajó ligeramente la prenda que le cubría la cara, desvelando sus facciones afiladas. Giró la cara de nuevo hacia la calle, asegurándose de que nadie lo estaba viendo. Ojeé su perfil con detenimiento, apreciando su mandíbula marcada y una cicatriz que tenía bajo la oreja, casi llegando a la base de su cuello.

—De haber ido lo sabría —soltó con voz queda, agotada. Tenía mal aspecto, peor que desde la última vez que le había visto.

Cavilé un instante si preguntar lo que tenía en mente.

—¿Y sabes algo más...? —me interrumpí a mí misma cuando lo vi negar.

Volvió a ocultarse la cara.

—Te ayudaré —me sorprendí a mí misma de que aquello hubiera salido de mi boca. Él pareció igual de impactado que yo.

—No.

—No puedo simplemente hacer como que nada de esto está pasando, es imposible —expliqué en un fatídico intento por convencerle a él y a mí misma de que era incapaz de mirar hacia otro lado.

Se masajeó el puente de la nariz, cerrando momentáneamente los ojos. Estaba derrotado; en todos los sentidos.

—¿En dónde estás durmiendo? —se me ocurrió preguntar para ganar tiempo.

—¿Qué más te da? —soltó tajante.

Me revolví en mi sitio, incapaz de responderle. Pero más incapaz de seguir soportando su pacto de silencio.

—Te aconsejo que me cuentes todo lo que sabes, porque paciencia tengo poca.

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