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16. 'Amistades que valen oro'

—¡Deja de lloriquear! —el grito de Maggie me pilló tan desprevenida que mi mano estuvo a punto de tirar todos los cepillos que descansaban sobre el lavabo al intentar abrir el grifo.

La miré a través del espejo con un puchero, sintiendo ser tan quejica, pero es que estaba sufriendo de verdad. Solía soportar bastante bien el dolor físico, era muy tolerante, pero en ese preciso instante me estaba costando horrores aguantar los tirones que me daba cada vez que quitaba una trenza. Y es que al parecer los mechones de fibra habían hecho un verdadero estropicio con mi propio pelo.

—Otro jodido nudo —bufó por octava vez pasando el peine por ese trozo para intentar rescatar mi melena.

Miré hacia abajo cuando otro mechón negro cayó al suelo, entrando en pánico al no poder distinguir si solo era fibra o parte de mí iba incluido en ese trozo.

—La próxima vez hazlas con fibra de otro tono —la rubia pareció leerme el pensamiento—. Ahora mismo no sé si estoy arrancando pelo de mentira o el tuyo.

Abrí los ojos como platos por la seriedad con la que lo había dicho.

—¡Maggie! —protesté volviendo a lloriquear.

Me miró con los ojos entornados, acallándome.

—¿Por qué se te escucha en el piso de abajo? —de pronto otra voz se unió. Yerik se asomaba entre el hueco de la puerta observando pasmado la habilidad con la que deshacía las trenzas la chica situada tras mi espalda—. Pareces un Pomerania.

Y solo eso bastó para que Maggie dejase a un lado su expresión seria para reírse a carcajadas. Asintió ferviente sin despegar sus ojos del lado de mi cabeza que ya estaba libre de trenzas, dejando en su lugar el pelo completamente rizado —muy rizado, de hecho— y cardado.

—Tus huevos también deben de parecerlo —mascullé malhumorada cruzándome de brazos.

Maggie siguió tronchándose de risa mientras reanudaba su labor de liberarme todos los mechones antes de que anocheciera.

—Más bien dos gatos esfinge —soltó con toda la tranquilidad del mundo.

Asqueada por la imagen que se me vino a la cabeza le hice una mueca seguida del corte de manga, pero en lugar de devolvérmelo o irse, abrió del todo la puerta para poder entrar en el baño junto a nosotras, haciéndolo ver ridículamente pequeño por su estatura. Se colocó justo detrás de Maggie, observando desde su perspectiva la velocidad a la que trabajaba. Parecía embobado siguiendo el movimiento de sus dedos.

Llegó un punto en que me cansé de estar sentada en la silla. Necesitaba levantarme para aliviar el dolor de culo que desde hacía varios minutos me incomodaba. Pero frené mis intenciones cuando noté que Maggie volvía a bufar.

—Le estoy cogiendo manía a las trenzas.

Yerik se movió de lugar hasta situarse a mi lado, quedando apoyado con la cadera en el lavabo. La sensación de alivio porque las aguas ya se hubieran calmado entre nosotros volvió a mí.

—Y yo que te iba a pedir que me hicieras algunas.

Ambas le miramos fijamente.

—Como las de Levis —aclaró alternando la mirada entre nosotras.

Asentí imaginándomelo por un momento con el pelo todo trenzado. No le quedaría mal, y como últimamente se había dejado crecer demasiado el pelo, le favorecería bastante.

—Que te las haga Eyra mientras yo le deshago las suyas.

Incluso antes de que volviera la vista a él supe que su expresión estaría implorándome por favor que se las hiciera. Lo confirmé cuando miré hacia arriba topándomelo con las manos pegadas suplicándome con la mirada que lo peinara.

Suspiré. Además de soportar el dolor que me provocaban los tirones de Maggie, también tendría que dejarme las yemas de los dedos... Pero a pesar de eso, y de que no me apetecía nada, eché la silla hacia atrás hasta que hubo el suficiente espacio para que se sentara entre mis piernas sobre las baldosas del baño, dándome la espalda. Sus hombros se apoyaron en mis rodillas, aproximando la cabeza todo lo que pudo a mis manos.

—Te adoro, Ey.

—Cincuenta dólares —mascullé enredando los dedos entre las hebras oscuras de su pelo, descubriendo que no tenía ni un solo nudo pese a lo largo que lo tenía.

Sus hombros se sacudieron en cuanto una risa le abordó, pero no dijo nada, relajándose en el minuto uno en que comencé a trenzar el primer mechón.

—Oye, Ey. Me ha contado un pajarito que conociste a cierto chico.

Mi cabeza se ladeó hasta que tuve la visión del perfil de Yerik a la altura de los ojos. Su respuesta fue alzar las manos en señal de inocencia.

—Un tal Eider, ¿no? —insistió ella.

Volví a mi lugar tras notar un ligero tirón en mi cuero cabelludo.

—Conocer le conocí, pero hasta ahí.

—¿Cómo que hasta ahí? ¿No hay nada?

Enarqué una ceja, desconcertada, justo cuando su reflejo me dio a entender a lo que se refería.

—Absolutamente nada.

Maggie no se molestó en encubrir la mueca de decepción.

—¿Pero cómo es? —se echó su melena rubia hacia atrás.

—Buf, no sabría... —me mordisqueé el interior de la boca queriendo visualizarle únicamente a él en mi cabeza y no a los acontecimientos que traía su recuerdo consigo—. Vale, sí, está muy bueno —enfaticé—. Tiene un estilo de skater que le queda como anillo al dedo. Pero... Es muy callado —omití que de lo único de lo que solíamos hablar en persona era del percal en el que estábamos metidos, hecho que nos dificultaba conocernos el uno al otro. Además, desconocía si Eider estaba interesado en algo más que no fuese desenmarañar aquel enigma—. Callado por no decirte que es una pared andante.

El bulto sentado entre mis piernas soltó una carcajada que estuvo a punto de arrebatarme de entre los dedos los últimos centímetros de pelo que me quedaban por trenzar del primer mechón.

Le pellizqué la oreja, acallándolo.

Había omitido mencionar la parte en la que hablaba con él prácticamente todos los días desde que había sufrido la caída en el internado. Prefería mantenerlo en secreto por el momento; solía gafarme a mí misma cuando le contaba a mis amigos que estaba conociendo a alguien. Además, nuestras conversaciones eran de lo más normales; no apuntaban a nada.

—Vamos, que te interesa —concluyó con una sonrisilla.

—Maggie, no voy a volver a meterme en esas aguas, paso de llevarme otra decepción para que total no pase nada finalmente —me excusé.

—Eyra, no te cierres en banda, que ya va siendo hora de dejar de bromear sobre tu eterna soltería.

Sonreí un poco incómoda, dirigiéndole otra mirada ladeada a nuestro amigo el mudo:

—Antes eras tú quién bromeaba sobre ello.

—Lo sé —admitió.

—¿Por qué has dejado de hacerlo?

Desvió su mirada hasta la mía, transmitiéndome a través de aquellos ojos oscuros una paz que nunca pude encontrar en mí misma.

—En cuanto una broma pierde la gracia, hay que dejar de repetirla, y más si la persona a quién va dirigida deja de divertirse —añadió—: Apenas noté que dejabas de sacar tú misma el tema, fui consciente de cuánto podría estar afectándote.

Se hizo el silencio, uno muy pesado. Las palabras del pelinegro acababan de tocarme la fibra sensible, consiguiendo que de ser posible, le quisiese todavía más de lo que ya le quería. Y aunque quise darle un pellizco cariñoso en las mejillas, el abrazo sorpresivo que me envolvió por detrás me pilló desprevenida.

—Perdón, nunca lo había visto así —susurró ella con la culpabilidad recayendo sobre sus hombros.

—No pasa nada —le palmeé los brazos.

No, no pasaba nada. Había sido culpa mía por haber empezado una broma a sabiendas de cómo podría afectarme con el paso del tiempo.

Me enfoqué en peinar a Yerik para dejar a un lado todo aquello, hasta que sin darme cuenta ya había pasado más de una hora, concluyendo mi labor.

Apenas bajé a la segunda planta mis pies me llevaron de cabeza al salón, donde me desplomé en el sofá, exhausta. Como bien había supuesto, me escocían los dedos después de haber estado tanto tiempo trenzando, pero al menos había valido la pena. Ambos estábamos satisfechos con el resultado final, e incluso Maggie, la experta en peinados, dio el visto bueno a mi arduo trabajo.

Se me hizo raro apartarme la melena al tumbarme en el sofá. Ya no pesaba una tonelada, de hecho tenía la sensación de que me había quedado medio calva, pero solo era la impresión de ligereza después de haber estado dos meses con las trenzas africanas. Era un verdadero alivio poder colar los dedos entre los mechones y sentir la suavidad de mi pelo lacio.

—Estás rara —ese fue el intento de halago de Ezra.

Rodé los ojos inconscientemente.

—Tampoco cambio tanto —murmuré repiqueteando distraída los dedos sobre mi abdomen.

Dejó el libro que estaba leyendo sobre la mesita del salón para centrarse completamente en mí, y así poder analizar mejor el resultado final.

—Sigues estando rara, pero guapa.

—Obviamente, Ezra —bromear con hacerme la egocéntrica me salía con muchísima naturalidad—. Quien es guapa, le sienta bien cualquier peinado —hice un gesto de obviedad con la cara sin perder detalle de su reacción, pero mi teatrillo fue interrumpido por Maggie y Yerik, que acababan de entrar en el salón distrayendo a Ezra. Al parecer le sorprendió ver al moreno con su nuevo look.

—¿Yo qué soy? ¿El apestado? —se indignó completamente, dejando atrás su postura relajada.

Me eché a reír en cuanto mis ojos repararon en su pelo.

—Ezra, tienes cuatro pelos mal puestos —me burlé señalándole con el mentón.

Y fue en ese punto cuando su indignación sobrepasó los límites. Una de sus manos se estampó contra su pecho muy dramáticamente, mientras que su boca se había abierto hasta formar un perfecto círculo con sus finos labios. Fingió retirarse una lágrima antes de espetar:

—Olvídame —su dedo me apuntó acusatoriamente, levantándose del sillón. Pero de pronto pareció cambiar de idea, y en lugar de irse hacia la otra punta del salón, se giró en redondo hacia mí—. No, fuera de mi casa —avanzó varios pasos, imponiéndose.

Sin embargo no me moví, avivando su fingido cabreo. Lo que no me esperé es que me cogiera en brazos y literalmente me echara de su casa, no sin antes golpearme la cabeza contra el marco. Me cerró la puerta en las narices, a lo que yo no dudé en aporrearla hasta que una divertida Maggie me abrió.

—Tú —gruñí apenas puse un pie de nuevo en la casa, lanzándole dagas con la mirada.

Sonrió con malicia.

✵✵✵

—¿Pero qué mierda le hiciste?

El móvil se me escurrió de entre los dedos cuando no pude soportar más la carcajada que llevaba un buen rato conteniendo. Joe lo pilló a tiempo, de no ser así se hubiera estampado contra el suelo. Lo dejó con cuidado sobre el mostrador con la pantalla hacia arriba. Apenas volví a ver la foto que le había hecho a Ezra antes de irme de su casa y encaminarme al trabajo, otra carcajada me sacudió. Los tres centímetros de pelo que él mismo alegaba que eran suficientes para trenzar, habían resultado ser suficientes para que le hiciera múltiples chichos por toda la cabeza. Pero lo mejor había sido ver su cara de felicidad absoluta creyendo que realmente le estaba haciendo el peinado que quería, cuando en realidad me había limitado a dividirle el pelo por secciones.

—Parece un erizo —comentó de corrido Lory, manteniendo las formas pese a la estampa de la foto.

Joe y yo asentimos a toda velocidad, divertidísimos con la situación.

—¿Por qué escucho cacatúas? —de pronto la voz de Mitchell irrumpió en la sala de espera. Venía hacia nosotros a la vez que se abotonaba los puños de la camisa totalmente centrado en la labor.

Joe levantó el móvil en su dirección para que pudiera ver con claridad la foto. En cuanto sus ojos azules enfocaron bien lo que tenía delante, una sonrisa le cruzó la cara.

—No te querría tener de amiga —sentenció pasando de largo hasta llegar al perchero, donde todos nuestros abrigos colgaban con la esperanza de que se secaran antes de que tuviéramos que volver a afrontar la tormenta que azotaba las calles. Y justo en el preciso instante en el que colgaba el suyo, Heiko se despertó de la siesta. Pasó junto a él bostezando a la vez que se estiraba con toda la parsimonia del mundo, entrometiéndose en su camino—. Como Perico por su casa...

Contuve la risa.

—El guardián de la puerta —añadió Lory.

—El perro de defensa —siguió Joe con guasa.

—El mejor osito de peluche —definí de la mejor manera posible el carácter de Heiko, agachándome en cuanto se detuvo a mis pies. Lo rodeé con los brazos, sintiendo lo calentito que estaba uno de sus costados por haber dormido apoyado sobre ese lado.

Apenas me separé de él mis manos fueron instintivamente a la parte superior de mi uniforme, sacudiéndome los posibles pelos que se pudieran haber adherido a la tela.

—Eso dices ahora —soltó de pronto Joe, llamando mi atención.

Curiosa le miré, cayendo en que tanto Mitchell como Lory habían desaparecido de la sala de espera, dejándonos a solas.

Sus codos se hincaron sobre el mostrador, mientras que una sonrisa ladina adornaba su cara. Conocía esa expresión.

—Cuando tengas pareja cambiarás de opinión.

Me hice la indignada, no dando crédito a que me tomara como una persona que cambiara tan a la ligera a sus seres queridos. Pero enseguida transformé mi cara de perplejidad a una de pillería.

—Hay sitio de sobra para más peluches.

Se echó a reír a la vez que se repeinaba por quinta vez sus rizos rebeldes llenos de canas.

—Qué avaricia.

Me encogí de hombros devolviéndole la sonrisilla.

Él, sin embargo, carraspeó para, seguidamente —y drásticamente— volver su expresión más seria.

—Pero Eyra, solo por curiosidad.

Y con eso bastó para que volviera a prestarle toda mi atención, más sabiendo que iba a preguntarme algo. Volví a dejar las cajas que minutos antes había apilado en el suelo para poder tomarme el café. Mi tiempo de descanso había finalizado hacía cinco minutos, pero de igual forma esperé a que prosiguiese.

—Tus amigos son tus amigos, ¿no?

Durante varios segundos le miré desconcertada, sintiendo que mi ceño se fruncía a medida que el tiempo transcurría y no decía nada, permaneciendo en silencio.

—Eh... ¿Sí? —dudé por la confusión que me generaba la pregunta.

Sonrió con incomodidad, y fue entonces cuando entendí a qué se estaba refiriendo. De vez en cuando solía contarle mis intentos fallidos de líos amorosos, que acababan en la nada misma. Solía pensar que por culpa mía. Él, en cambio, no lo creía así. Achacaba mis fracasos a la desfachatez de los tíos que había conocido en los últimos dos años. Por eso, con el recuerdo de todas nuestras charlas logré unir cabos e intuir por donde iban los tiros. Y pese a que Joe nunca decía lo que decía con malas intenciones, a veces se olvidaba de la sutileza obviando que a la otra persona pudiera molestarle su osadía al querer saber.

—Joe, no te ofendas, pero la amistad entre mujeres y hombres sí existe —tragué saliva temerosa por su reacción. Lo que menos deseaba era provocar conflictos entre compañeros de trabajo por una tontería puntual.

Sus ojos se abrieron de sopetón como platos, completamente alarmado. Sacudió los brazos negando todo lo que acababa de imaginarme yo sola en cuestión de segundos.

—¡No quería decir eso! —exclamó sin querer. Se tapó a sí mismo la boca con una mano, y tras asegurarse de que ninguna cabeza se asomaba entre las puertas de las consultas, se arrimó a mí para volver a desmentirlo—. No me refería a eso...

Suspiré disimuladamente. Y con toda la calma del mundo murmuré:

—Un poco sí, o al menos eso diste a entender.

Quise decirle con la mirada que no pasaba nada por pensarlo, pero no bastó. En casi dos años que llevaba trabajando junto a él, nunca lo había visto tan nervioso como en ese momento. Tanto, que hasta me dio pena.

—Perdona.

Sacudí la mano restándole importancia.

—Entiendo lo que me quisiste decir, de verdad. Pero te puedo asegurar que realmente sí existen las amistades en las que nunca surgió ningún tipo de atracción sexual o amorosa —no vacilé absolutamente nada mientras hablaba con convicción—. Y te lo digo yo, que hace trece y quince años que conozco a dos de mis amigos, y nunca, pero nunca me sentí atraída de esa forma hacia ninguno de ellos —no podía imaginarme en una situación de ese estilo, era simplemente... Impensable. Y no por nada malo, al contrario. Los quería muchísimo, tanto, que imaginarme una vida sin ellos era inimaginable.

Jugueteó con el vaso de papel ya vacío entre sus dedos, mostrándome todavía más —si era posible— que estaba inmensamente arrepentido por la elección de sus palabras.

—Lo siento —volvió a disculparse—. Realmente sí había querido decir lo que he dicho —hizo el gran esfuerzo por mirarme a los ojos—. Pero con ningún tipo de maldad. Sino por... Decir.

Asentí comprendiéndolo.

—Siempre me hablas de ellos, y yo que sé, uno nunca sabe... —el nivel de nerviosismo le superó.

—Tranquilo, en serio —le sonreí un poco agobiada por haber provocado que se sintiera tan mal.

Estuve a punto de seguir hablando cuando una mujer entró en la clínica sujetando un trasportín contra su pecho. Del interior se escuchaban multitud de maullidos.

Me aparté, llevando conmigo las cajas, pero antes de desaparecer tras la puerta del almacén le eché un rápido vistazo por encima del hombro.

✵✵✵

—Acelera, acelera... —elevó la voz para que pudiera escucharle por encima del ruido del motor. Sus manos estaban apoyadas con firmeza sobre sus caderas, consiguiendo que se viera más intimidante mientras daba instrucciones con tono cansado—. ¡Qué aceleres más, Ezra!

Tiré la cabeza hacia atrás agotada de escuchar gritos y protestas por ambas partes. Y lo peor es que sería la siguiente víctima a la que Yerik macharía si no me iba en ese mismo instante de la pista. Pero cuando hice el amago de incorporarme, el dolor de espalda me frenó en seco, dejándome sentada otros largos cinco minutos hasta que el moreno se encaró hacia mí frustrado.

En el fondo quería reírme de su cabreo injustificado, pero sabía que estaba así por no poder entrenar. Llevaba más de dos semanas sin tocar una moto, y eso para él era una condena.

—Inspira, expira... —probé a bromear.

Me ignoró por completo dejándose caer de golpe al suelo, a mi lado. Mi moto, la misma que le había pertenecido a él años atrás, nos daba un poco de sombra. Los últimos atisbos de luz solar estaban a punto de perderse tras las montañas, y pese a ello, no hacía frío. Se estaba muy bien en aquel descampado que había sido modificado para que pilotos de cualquier categoría entrenasen.

Carraspeé antes de tenderle una botella de agua, la cual rechazó.

—Yerik...

—Déjame, en serio —masculló.

Largué el aire por la boca ruidosamente, queriendo darle a entender que su mal humor nos estaba desquiciando un poco. Afortunadamente pareció darse cuenta.

—No es por vosotros.

—Ya lo sé —devolví la botella a su lugar, apoyándome con los codos sobre la hierba, observando en la lejanía cómo Ezra se peleaba con la moto para poder subir a un tubo de hormigón de más de medio metro de alto. Volvió a fallar, casi cayéndose. Pero al menos el chico sentado a mi lado no objetó nada.

Sentí la vibración de mi móvil en uno de los bolsillos.

«¿Cómo te pueden gustar este tipo de películas?».

«Menuda fantasmada».

Inconscientemente entorné los ojos hacia la pantalla, claramente ofendida por los mensajes de Eider.

«Para fantasma tú».

«¿Cómo te pueden gustar las lenguas ácidas?».

De solo pensarlo me venía el sabor amargo de aquellas chucherías a la boca.

Su respuesta llegó al momento:

«No sabes lo que te pierdes».

Cada vez que mis ojos rodaban por sí solos me sentía estúpida, pero era inevitable. Eider tenía el don de desquiciar a cualquiera con sus comentarios. Lo había descubierto a lo largo de esa semana en la que habíamos estado hablando casi sin parar.

Escribí mi contestación a toda prisa. No me gustaba usar el móvil en presencia de otra persona.

«Sí lo sé, porque las he probado».

Bloqueé el móvil con intenciones de guardarlo y entablar conversación con Yerik, pero de nuevo la vibración me detuvo.

«Igual no has probado la indicada».

Tosí con fuerza cuando entendí el doble sentido de sus palabras. No me esperaba en absoluto aquello. Tuve que alzar la mano en el aire para detener los golpeteos de Yerik en mi espalda, que intentaba ayudarme con mi ataque de tos.

—¿Estás bien?

Asentí con los ojos llorosos.

—Casi me muero, pero sí, de una sola pieza.

Largó un suspiro a la vez que reclinaba la cabeza hacia atrás, logrando dejar en segundo plano el mensaje de Eider y las emociones que me había provocado.

Ojeé su perfil, detallando que las trenzas seguían intactas después de varios días.

Yerik se percató de que le miraba.

—Qué —era verdaderamente tajante cuando se lo proponía...

—Te quedan bien —señalé el peinado con un ligero movimiento de cabeza.

—A ti también te quedaban bien —respondió con un tono más suave.

—Pero a Levis mejor —volví a intentar picarle.

Rodó los ojos desviando la mirada de la mía, dejándose caer con pesadez sobre la hierba. Los rayos del sol le dieron en la cara, resaltando el tono cremoso de su piel. Se protegió de ellos con los brazos.

—Es que él se parece más a Jaden Smith.

—¿Porque también es mulato? —murmuró contra su brazo.

Me reí.

—Obviamente.

Hizo un hueco entre sus antebrazos para poder mirarme y así añadir:

—También soy moreno.

—En verano.

Bufó, como si le hubiera molestado una obviedad.

—Vamos a tener que ir a cenar a la cafetería para que ese mal humor no te siga consumiendo, eh.

Estaba deseando volver a ir. Tenía ganas de desconectar, comer hasta reventar y divertirme con juegos de mesa y la música ochentera de fondo. Por eso, y por otras muchas razones, deseé que no rechazase mi propuesta. Y deduje que no lo haría en cuanto vi un atisbo de sonrisa curvando sus labios.

—Percibo una sonrisilla —canturreé feliz—. No puedes negarte a un buen plato de pasta.

—Mmm...

—Ni mmm, ni mu —me levanté de un brinco obviando los calambres del entreno—. Vamos.

—Se está muy a gusto al sol, déjame disfrutar un poco.

—Yerik, tío.

De fondo se escuchó la moto de Ezra aproximándose. Para cuando me giré, la rueda delantera estaba a escasos centímetros de mis botas. Entrecerré los ojos en su dirección, dedicándole una mala mirada. Sus gafas me impidieron ver si sonreía o ponía cara de asesino en serie.

—Tengo hambre —declaró, descartando que pudiera estar también de mal humor por culpa de nuestro amigo.

De pronto ambos nos encaramos hacia el alma en pena que seguía lamentándose en silencio rebozándose por la hierba. Tuve que darle una ligera patada para que nos prestase atención, y entendiese a la primera que queríamos irnos. Y a poder ser de cabeza a la cafetería. Pero mal momento escogimos para cenar allí, porque de camino nos topamos con la gasolinera, donde también se encontraba el autolavado.

Yerik aparcó por la zona con el propósito de lavar las motos, las cuales estaban completamente llenas de barro. Y aunque quise hacerme la despistada unos golpeteos en mi ventana me obligaron a salir de la furgoneta para lavar la mía.

Abrí la puerta, desganada. Fuera hacía frío, era casi de noche e iba poco abrigada.

—No tengo ropa de cambio por si me mojo —murmuré con voz quejosa.

Ezra se asomó por la parte trasera de la furgoneta, pero así como me miró, se metió dentro ignorándome.

—Gracias, chicos, es un placer contar con vuestro apoyo.

A regañadientes me metí dentro del maletero justo cuando el rubio sacaba su moto. Con ese hueco libre tuve mayor facilidad para soltar las cuerdas que sujetaban la mía.

—¿Quedará barro en el escape?

Por encima del hombro vi que la estaban levantando entre los dos, colocándola verticalmente sobre una rueda para que la porquería que pudiera haber quedado dentro del tubo saliese. La encendieron y dieron gas para asegurarse del todo que estaba completamente limpio.

Comencé a caminar hacia atrás cuando despejaron mi camino. Y justo cuando me encontraba bajando con cuidado una voz muy familiar me sobresaltó:

—¿Enseñando a tus aprendices?

El manillar se me escurrió de entre los dedos, provocando que la rueda delantera casi se saliese de la rampa. Conseguí enderezarla llegando a suelo firme con el corazón en un puño. Fue entonces cuando por fin pude voltearme hacia el trío que acababa de aparecer de la nada.

—Casi me quedo sin una por tu culpa —contestó a modo de broma Yerik.

—Perdona, Eyra —se disculpó con total sinceridad la chica de los rizos pelirrojos, aun sabiendo que en el fondo quería reírse de mi torpeza.

Sonreí un poco avergonzada.

—En mi defensa diré que son casi cien kilos de peso muerto —malamente intenté justificarme.

—Sobre ruedas y con frenos.

Reparé en Eider y en su expresión neutra. Había hecho un intento de broma, pero su cara no iba acorde.

Repentinamente recordé su mensaje, el cual no había respondido.

—Hay que moverlos igual, eh.

—Ya, solo digo...

Le corté:

—Puedes moverlos tú, digo; como van sobre ruedas... —me encogí de hombros. Pero como un fogonazo mi mente procesó lo sucedido en el último abandono—. Mejor no, no vaya a ser que se te caiga encima y te fisures más costillas —aproveché para molestarle, queriendo meter cizaña.

Varios de los presentes se echaron a reír. Él no.

—Estoy bien —aclaró con total seguridad.

Pero tanto Joyce como Aileen le miraron extrañadas. Esta última con una ceja enarcada.

—Pues en el coche protestabas hasta para ponerte el cinturón.

Me reí por lo bajo ante la imagen de Eider en modo niño mimado protestando por todo.

Cansada de sujetar la moto le di un puntapié a la pata para apoyarla.

—¿Y qué hacéis aquí? —quiso saber Ezra.

—Vinimos a repostar —respondió Joyce señalando con el pulgar su todoterreno aparcado unos metros por detrás de nosotros.

—Tiene sentido —dije con gracia. Teniendo en cuenta que estábamos en la gasolinera más grande del pueblo, era bastante normal toparse con conocidos.

Me apoyé en el asiento con cuidado de no caerme o de tirar la moto, mirando desde aquella altura a los recién llegados. Cuando me fijé en Aileen, reparé en que ella llevaba un buen rato mirándome con los ojos entrecerrados.

—¡Ahora caigo! —chilló de repente dando una palmada, asustándome.

Con la mano en el pecho pregunté:

—¿Qué pasa?

—¡Tu pelo! Dios, y mira que hay diferencia... Pero me costó darme cuenta de qué había cambiado —se acercó alucinando un poco de más con mi nuevo look, sobándome los mechones negros con cierta gracia—. No te lo estropearon nada, está súper suave.

—¿Aileen...? —Joyce la miraba con cara de espanto.

La pelirroja le devolvió la mirada, soltándome.

—Perdona —se rio, y aunque se apartó de mi lado no se alejó mucho de mí.

Ezra y Yerik miraban la escena desde un segundo plano gratamente entretenidos.

—Bueno, ya que coincidimos y... —Yerik fue interrumpido por Aileen, nuevamente, quien soltó otra exclamación al verle.

—¡Y tú!

Sin poder contenerme me reí a carcajadas maravillada con la forma de ser de Aileen. Era simplemente... Única.

También se acercó a él, comprobando de cerca qué tal había quedado su peinado y qué tal le sentaba. Su cara parecía haberle dado el visto bueno, pese a que no dictó nada al respecto.

—Ay... —murmuré limpiándome una lagrimilla imaginaria bajo el ojo. Cuando alcé la mirada noté que alguien tenía sus ojos fijos en mí con cierto descaro. No titubeé a la hora de imitar a Eider, mirándole a una distancia prudente con la duda grabada en mi cara.

Pero la voz de Ezra irrumpió aquel extraño momento:

—Bueno, ya que mi amigo se ha quedado en blanco, prosigo con su invitación: ¿Os apetece cenar con nosotros? —propuso con amabilidad—. Íbamos a ir después de terminar aquí.

No hizo falta que nadie respondiera, al parecer todos ellos estaban encantados con la idea.

—¿Teníais algún lugar en mente? —inquirió Joyce.

—GusiJay's —contesté.

Y mi respuesta pareció iluminarles la mirada.

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