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Refuerzos positivos

¿Qué hay? Sepan que tuve esos resfrios de mierda que no te dejan hacer nada más que padecer en la cama. Pero ahora estoy un poco mejor y pensé, hora de sacar un nuevo cap. ¿Les parece? Espero les guste, así como también espero que estén disfrutando de la historia.


Capítulo VI: Refuerzos positivos

Hoy tendrás un bellísimo día, el Señor te cuida y te guarda, al igual que tu madre.

Solté un gruñido entre dientes al leer el mensaje, para luego responder con escueto "gracias" y lanzarlo sobre mi mesa de luz. Estaba apunto de darme la vuelta y robarle unos minutos más a la mañana, cuando el móvil volvió a zumbar sobre la madera. Rodé los ojos, estiré una mano y eché una rápida lectura al mensaje.

Ten un buen día, hermano.

Ese era por parte de Didi, bufé y respondí con otro:

Gracias.

No recuerdo cuál de todos mis loqueros persuadió a mi madre para que comenzara con esto, pero un día cualquiera a mis tiernos e inocentes doce años, me encontré rodeado por todos los flancos de eso que ella llamaba: refuerzos positivos. Al principio sólo eran notas con garabatos en mi espejo, en el respaldo de mi cama, en mi puerta, en la puerta de salida, en alguno de mis libros escolares, en mi lonchera, en mi billetera... bueno, creo que ya entienden la idea. Los "refuerzos positivos" eran precisamente eso, frases tontas sacadas de algún libro de autoayuda que en realidad sólo me exasperaban y reforzaban la idea de que mi madre estaba como una cabra. Una cabra saludable, pero cabra al fin y al cabo. Cuando la tecnología avanzó y mi madre notó que ya no podría pegarme notas en cada objeto que tocaba durante el día, comenzó con las llamadas telefónicas. Y luego la tecnología siguió su lógico curso, facilitándole la tarea de fastidiarme a largas distancias y por mensaje de texto.

Puta tecnología.

Así que todos los días, sin ni una mísera excepción o descanso religioso, ella me enviaba un mensaje o varios, según su tiempo e imaginación lo dispusieran. La mayoría iban desde desearme un buen día, hasta consejos sobre cómo afrontar una tarde lluviosa o una mala reunión de trabajo. Así era mi madre y la quería, o al menos de eso me habían convencido mis loqueros. Y para como estaba mi cabeza en estos tiempos, ya prefería no cuestionarlo.

En lo que concierne a Didi, él había tomado la misma costumbre de enviarme mensajes de buenos días todas las mañanas. Siempre era el mismo mensaje, sin alusiones a Dios o mis decisiones personales, acontecimientos climáticos ni laborales, simplemente era un saludo inocuo... el cual no olvidaba enviar jamás. Nunca comprendí bien qué lo impulsó a hacerlo por primera vez, si era una forma de burlarse de los refuerzos positivos de mamá o porque de algún modo irónico también creía en ellos, pero fuese cual fuese la razón, él tampoco fallaba con su saludo matutino sin importar qué. Y yo nunca dejaba de responderles con el mismo seco "gracias", deseando en mi fuero interno que alguna vez captaran la indirecta y dejaran de mandarme absurdos mensajes de refuerzo.

Porque a decir verdad, no importaba lo mucho que ellos me quisieran convencer de que sería un buen día; estábamos a jueves y tras cinco notas —cuatro de ellas sin suscitar una respuesta de mi interlocutora—, comenzaba a pensar que ni un siglo de refuerzos positivos harían de ese un buen día para mí. No mientras la irlandesa siguiera ignorándome.

Puto jueves. Putos refuerzos positivos.

***

Saludé al sol, me duché, me cambié, compré mi desayuno en la cafetería que enfrentaba a mi edificio y luego partí para la agencia. Mi jefe estaba bastante feliz conmigo por el trato que había cerrado con los alemanes, así que no había mucho allí para hacer más que ultimar detalles y comenzar a echar un ojo a viejos proyectos que merecían ser renovados. Pasé la mitad de la mañana haciendo una presentación en PowerPoint y la otra jugando al solitario. Ese básicamente fue el ritual semanal y veía que el viernes se perfilaba tan encantador como todos los días anteriores.

Aún no me sentía bien, por mucho que intentaba ignorar la molestia en mi pecho, ésta se esmeraba por permanecer allí como un eco. Y cada día que pasaba sin respuesta de la culpable de dicha molestia, todo parecía incluso más intolerable.

Si esto que sentía era efectivamente culpa, ¿por qué la había despertado ella? ¿Por qué no podía hacer caso omiso de ello como lo hacía con el resto? Ciertamente la irlandesa no era la primera persona que ofendía con un comentario malogrado, jamás siquiera le di demasiada relevancia a las consecuencias de lo que decía. Podía admitir que en ocasiones me arrepentía por no pensar las cosas de antemano y más de una vez dije que lo sentía, aunque a decir verdad no lo hacía. Pero era lo socialmente admitido, lo esperado, y entendía que de ese modo funcionaba el mundo.

Entonces, ¿por qué con ella era tan diferente? Me sentía incluso malvado. ¡Yo!, el hombre que corregía al niño tartamudo en la escuela, por primera vez me sentía cruel. Y nada de lo que estaba haciendo hasta el momento surtía efecto, ¿cómo iba a disculparme con ella si se negaba a hablar conmigo? Podría poner un poco de su parte, ¿cierto? ¿Acaso no se daba cuenta que éramos dos los afectados por su incapacidad de escucharme?

Juro que eso no fue con doble sentido, si comienzan a mirar con atención notarán que soy bastante malo expresándome con doble sentido. En realidad difícilmente lo entiendo cuando lo usan conmigo, así que recuerden siempre interpretarme del modo más literal posible. Me refiero a su incapacidad de darme una oportunidad para explicarme, no a su incapacidad física de no poder escucharme. ¿Entienden? Diablos, creo que ni yo entiendo ya el punto al que quería llegar... en fin.

Putos dobles sentidos.

—¡Irene! —exclamé en dirección a la puerta abierta de mi oficina. Este puede que les guste, personalmente es uno de mis favoritos:

Irene es un derivado del nombre griego Eirene. En la mitología griega Eirene era una de las Horas, ellas, según cuenta Homero, eran las divinidades olímpicas del clima y las ministras de Zeus. Su función era regular las estaciones y favorecer la fertilidad en la Tierra. Su equivalente romana era Pax, la cual personificaba la paz y la riqueza, así que comúnmente se la asocia con la diosa protectora de la paz.

¿No es simplemente genial?

—¿Si, señor Stepanov?

Le eché un vistazo rápido, antes de regresar a mi computador. Tal vez sólo conservaba a Irene en su puesto porque soy un fanático incurable de los nombres griegos. Porque si tenía que dejarme guiar por sus aptitudes laborales, ella distaba mucho de ofrecer algo de paz al ambiente.

—Archívame esto. —Empujé unas carpetas hacia su lado del escritorio y ella se apresuró a tomarlas con algo de torpeza.

No es lo que están pensando, ella no es mi secretaria por mucho que la escena lo de a entender. Ella es mi becaria, mi aprendiz o como infiernos quieran llamarle. Para mí no era más que un grano en el culo, pero todos los que teníamos un puesto fijo en la agencia teníamos que tomar a uno de estos ineptos cada año e intentar sacar algo bueno de ellos. Al final del año presentaban proyectos al jefe y el que lograba impresionarlo, se ganaba el lugar en la agencia.

No es por ser abiertamente malvado, pero dudaba mucho que Irene fuera a ser la afortunada. Era bonita pero una completa cabeza hueca. Y no crean que estoy intentando reforzar un estereotipo aquí, conozco mujeres hermosas que podrían sacarme del juego con menos de dos frases y había muchas de ellas aquí mismo, pero Irene no lo era.

—¿Algo más, señor Stepanov? —La noté retorciendo los dedos por encima de las carpetas con nerviosismo, tenía los labios rosas apretados en un gesto indeciso y sus ojos verdes abiertos como un búho alerta a cualquier reacción mía.

No terminaba de entender a esa chica, la había oído conversando con otras personas y parecía animada, desinhibida y jovial, pero cuando se presentaba ante mí parecía que enfrentaba a la santa inquisición con la acusación de brujería. Sabía que nadie me quería de mentor, sabía que ella en los seis meses que llevábamos trabajando juntos había escuchado historias y había comprobado por sí misma que todas eran ciertas. Yo era bueno en mi trabajo, porque daba todo de mí para alcanzar el objetivo y exigía de cualquiera que estuviese a mi cargo que hiciera lo mismo. Mi única suposición, luego de conversar algo sobre eso con Evan, era que Irene pensaba ganarse mi simpatía con su belleza externa. Y créanme, no tengo problemas con eso, si ella no fuese mi becaria habría tomado la llamada como un verdadero hombre. Pero no, Dimitri Stepanov no se enrolla con nadie del trabajo. Era una regla de oro, cualquiera que entrara en mi oficina lo hacía con un espeso bigote y barriga de cerveza, al menos así me obligaba a ver a cada mujer que intentaba coquetear conmigo.

Deben saber que no soy de mal ver, las mujeres suelen abordarme cuando me conocen e intentan conectar conmigo. Lo cual está perfecto para mí, me ahorran el trabajo de ser el que inicia los acercamientos. Pero todo siempre quedaba en eso: una noche alocada, dos o tres si éramos bueno con la magia, cuatro o cinco si vivía cerca de mi departamento, seis o siete si eras Nadia la vecina cachonda a la que le gustaba ser pintada y filmada. Oh, Nadia...

—No —respondí con un suspiro, para luego aclarar mi garganta y hacerlo; porque tenía que hacerlo, como el idiota que estaba descubriendo ser en los pasados días—: ¿He recibido alguna nota cuando no estaba?

Me había ido por escasos treinta minutos para almorzar, dudaba mucho que la irlandesa hubiese decidido contactarse conmigo en ese tiempo, pero no perdía nada con preguntar.

Estoy asqueado de esta actitud mía, asqueado lo juro.

—No, señor. —Mi pecho punzó con esa sensación hueca que, para mi desgracia, cada día se volvía más familiar—. Aunque sí tuvo una llamada del señor St. Clair.

—¿Qué quería? —Más o menos me hacía una idea, pero ella se veía bastante entusiasmada por tener un recado para darme, así que le mostré mi mejor expresión de interés.

—Dijo que si tenía usted alguna intención de ponerse en contacto con él hoy, ya que el lunes faltó a la cita que tenían programada. —Coloqué una mano frente a mi boca para ocultar una sonrisa—. También dijo que no lo hiciera perder su tiempo, al final de cuentas es usted el que se perjudica perdiéndose sus sesiones.

—¿Es eso todo?

—No —aseveró ella, cuadrando los hombros—. El señor St. Clair agregó que si usted continúa haciendo caso omiso de su acuerdo, se verá en la necesidad de informar a recursos humanos para que lo deriven con algún terapeuta que sea de su mayor agrado. —Irene suspiró pesadamente, al parecer sintiéndose mucho más liviana después de trasmitirme la pseudo amenaza de Evan.

Rodé los ojos, él jamás me acusaría con recursos humanos y tampoco me haría ver a otro especialista, sólo le gustaba que mi salud mental estuviese en boca del personal. Tal vez creía que de ese modo podría avergonzarme o impulsarme a intentar defender mi imagen, pero nada podría estar más lejos de la realidad. Me importaba un cuerno lo que estas personas pensaran de mí, me importaba incluso menos si Irene decidía extender el rumor de que estaba faltando a mis sesiones de terapia y que pronto comenzaría a matar personas; la idea incluso me parecía fascinante. Siendo honesto, no recuerdo la última vez que me importó la opinión que los otros podían hacerse de mí. Y no había nada que fastidiara más a Evan que mi completo desinterés hacia tales idioteces, según él porque mi actitud sólo servía para reforzar mi creencia y sensación de superioridad.

Aunque no sé de dónde rayos ha sacado eso, yo no me creo superior a nadie... sé que lo soy.

—Bueno. —¿Qué otra cosa podía decirle? Le hice un gesto con la mano para despedirla y ella alcanzó la puerta incluso antes que sus tacones de diez centímetros. Mujer desconcertante.

Saqué mi móvil del bolsillo, sintiendo en ese instante la tentación de mandarle un mensaje a Erin sólo por el placer que la idea suponía. Pero la deseché al segundo, estaba decidido a no usar el móvil y si eso significaba escribir otra humillante nota que sería ignorada, pues que así fuera. ¿Qué tanto podría resistirse a responderme? Tarde o temprano terminaría por obtener un resultado.

***

Didi sacudió una mano para saludarme desde la distancia y yo me apresuré a cruzar la calle para reunirme con él frente a la puerta del gimnasio. Era jueves, ¿recuerdan? Jueves de yoga.

—Bonitas mallas —dije burlón, al notar el atuendo estilo piel de leopardo que decoraban sus piernas.

—Oh, gracias, estoy intentando nuevas cosas. —Ese día su camiseta decía: 25cm de pura diversión. Y tenía una flecha roja apuntando hacia su entrepierna. Pestañeé algo azorado, pero evité hacer un comentario al respecto. No es como si hubiese muchas cosas para decirle, cuando Dios repartió la discreción sin duda mi hermano estaba en la fila del baño—. Me gusta lo que le has hecho a tu cabello.

Me pasé una mano por el susodicho, sin tener idea qué podría ser aquello que le gustaba. No le había hecho nada en particular a mi cabello ese día.

—No le hice nada.

—Entonces debe ser tu aura la que brilla —aseguró con una sonrisa torcida—. Sea lo que sea, te luce. Me gusta.

—Bueno —respondí, como siempre hacía cuando no sabía interpretar lo que me querían decir. Deslicé mi atención hacia un lado, justo a tiempo para ver a Evan acercándose con paso tranquilo hacia nosotros.

—Dimitri —saludó, tomando mi mano incluso antes de que yo pudiera extenderla. Evan tenía por costumbre hacer ese tipo de saludo, ese en el que te palmea el hombro al mismo tiempo que te sonríe y estrecha tu mano cordialmente. Era un saludo que expresaba confianza y desenfado, pero yo todavía no lo manejaba bien. No me gustaba que invadieran mi espacio personal y sabía que él lo hacía exactamente por ese motivo, para que me acostumbrara a la cercanía de otros en el sentido más literal de la palabra—. ¿Cómo estás?

Carraspeé, dando un tirón para liberarme y por el modo en que una suave sonrisa se extendió por su rostro, supe que había esperado esa reacción por mi parte. El muy idiota.

—Bien.

—Hola, Evan. —Didi salvó el momento adelantándose para darle un efusivo abrazo a mi terapeuta—. Siento que han pasado años desde nuestro último encuentro, hasta te veo más alto.

Evan rió entre dientes, devolviéndole el saludo con la misma actitud alegre.

—Sólo pasó una semana, Vladimir. Pero me alegra saber que contra todo pronostico genético, sigo creciendo.

—Pues no lo sé —espetó mi hermano, llevando sus manos hacia atrás y balanceándose suavemente sobre sus talones—. Veo todo distinto hoy, creo que hay algo en el ambiente, ¿no lo sientes tú?

Al notar sus ojos fijos en mi perfil, le devolví una mirada desconcertada.

—¿Sentir qué?

—El cambio —dijo Didi como si fuese una obviedad, Evan me sonrió al parecer interesado en mi respuesta.

—El otoño se acerca —aventuré con un encogimiento de hombros.

—No —me cortó mi hermano, exagerando su indignación con un ademan—. No me refiero al cambio de estación, Dimo, me refiero al cambio cósmico. Es como si... —Miró a Evan en busca de inspiración, para luego volver la penetrante atención de sus ojos verdes hacia mí—. Si algo se hubiese activado, como si los planetas estuviesen girando a otra velocidad... como si... como si sintiera el latido de mi corazón acompasado con el del mundo. ¿No lo sientes?

—Estás enfermo —mascullé con un gruñido, para luego enarcar una arrogante ceja hacia Evan—. ¿Y yo soy el que necesita terapia?

Él sonrió, divertido, mientras Didi continuaba su diatriba sobre cambios en el cosmos o vaya uno a saber qué diablos.

—Puedes decir que no —me espetó, señalándome con su índice de una forma bastante grosera. Hasta yo sabía que eso no se hacía—. Pero el modo en que estuviste actuando esta semana, demuestra que estás experimentando el cambio también.

—¿A qué te refieres? —lo interrumpió Evan, cortésmente.

—A todo lo que ha hecho para contactar con la irlandesa, ¿te lo dijo?

Sacudí la cabeza, exasperado, tomando el brazo de mi hermano para detenerlo pero él pasó completamente de mí.

—No ha hablado conmigo esta semana —respondió Evan, deslizando una acusadora mirada en mi dirección—. ¿Qué fue lo que pasó?

—Nada.

—¿Nada? —Se burló Didi con una carcajada—. Le ha mandado alrededor de cien cartas y la chica sigue sin responderle, le envía flores e incluso lo he visto buscando sonetos irlandeses para ella.

¡Eso era mentira!

Evan me observó más bien confundido que divertido por las idioteces que decía Didi y yo fruncí el ceño.

—¡Estaba leyendo Dublineses! —expliqué, sintiendo la necesidad de aclarar aquello. ¿Realmente creen que podría ser la clase de tipos que envía sonetos a una mujer? Eso era digno de encontrarle una nueva escala de medición al patetismo—. No buscaba sonetos para nadie, idiota. Si tuvieras algo de cultura, sabría que es un libro de cuentos y no de poesías.

—De cuentos irlandeses —dijo, como si eso fuese de alguna relevancia.

—¿Y qué?

—¿Por qué leías a Joyce? —preguntó Evan, haciendo que despegara mis ojos de mi hermano y los enfocara en él. Me encogí de hombros.

—Fuese o no de poemas —continuó Didi, al parecer ya puesto en carrera y decidido a ganar—. La parte en que le enviaste cartas y flores es verdad, niégalo.

—No lo hago —aseveré con aplomo—. Estaba intentando hacer lo que Evan me dijo.

—¿Qué fue exactamente lo que interpretaste de eso? —inquirió mi terapeuta. Casi pude verlo sacando una libreta del bolsillo de su chaqueta para comenzar a tomar nota.

Puse los ojos en blanco, pero me limité a ir por la respuesta honesta. Sabía que evadir o intentar discutir con Evan, jamás llegaba a ninguna parte y ese día estaba harto de no saber en qué estaba equivocándome.

—Que debía ganarme su perdón, estoy intentado hacer eso.

—¿Enviándole cartas y flores? —Lo hacían sonar tan cursi. No eran cartas, por Dios del cielo, eran notas. Simples notas. Y no es como si le hubiese enviado un ramo todos los días, sólo adjuntaba una pequeña flor para hacer la cosa menos formal.

—Sólo le he pedido que salgamos a cenar otra vez, no estoy derramando mi corazón en unas estúpidas cartas. ¿De acuerdo? —Comenzaba a sentirme fastidiado, pero me gustó que aquello al menos aplacara en parte la presión de la culpa—. ¿Podemos entrar ya?

—Aguarda, Dimitri. —La mano pálida de Evan se cerró entorno a mi antebrazo, obligándome a permanecer quieto—. ¿Ella no te ha respondido? ¿Ni una vez?

Suspiré.

—Sólo respondió la primera nota, dijo que "no, gracias" y eso fue todo.

El terapeuta que había en él finalmente decidió salir a la luz, su mano me liberó para trasladarse hacia su barbilla y sus ojos grises escanearon los míos como si fuese capaz de ver a través de mí.

—¿A dónde enviabas las notas?

—A su casa —respondí sin pensar, notando demasiado tarde el momento justo en que su mirada se volvió suspicaz. Diablos.

—¿Cómo conseguiste su dirección? —Diablos, diablos, diablos. Me giré hacia Didi pero por el modo en que apartó la mirada hacia el suelo, supe que no iba a ser el buen hermano que saldría con una mentira para salvarme—. ¿Dimitri?

—La seguí hasta su casa luego de la cena —murmuré, dándole una pequeña sonrisa de suficiencia. Sabía que él no aprobaría tal comportamiento, sabía que tendríamos una larga conversación sobre el porqué no debo seguir a las personas, pero podía vivir con ello. Sobre todo porque gracias a mi idea de seguirla tenía su dirección y eso me facilitó conseguir su número telefónico, la cuestión cerraba perfectamente si se la analizaba con cuidado. ¿A qué no?

Evan frunció el ceño, alzando el mentón para realzar su expresión de enfado.

—¿La seguiste? Dimitri, ¿qué te dije de hacer eso? —Me encogí de hombros, pasando de responder. Evan abrió la boca, consternado, y por un segundo llegué a pensar que me soltaría una grosería, pero a último momento logró controlarse. Él siempre era asquerosamente correcto, sin importar cuánto la situación ameritara un insulto—. No debes seguir a las personas, sabes lo que eso provoca y sabes que está mal. ¿Por qué lo hiciste?

—Quería saber si llegaba bien a su casa, Evan, no es para tanto.

—Es para tanto —señaló, tajante. Entonces soltó un suspiro por lo bajo, para luego colocar una mano sobre mi hombro que al instante quise rechazar—. Dime... —Desvié la mirada hacia la acera de enfrente—. Dimitri, mírame... mírame. —Ante el segundo reclamo, lo hice de mala gana—. ¿Qué otra cosa no me estás diciendo?

—Nada.

—Dímelo —insistió, yo sacudí la cabeza—. ¿Cambiaste tu rutina? ¿Pasas por su casa luego o antes del trabajo? —Alcé ambas cejas, sabiendo que no era necesario usar palabras para responder a eso—. ¿Las has seguido a otro lado?

—No —dije con honestidad—. Sólo a su casa.

—Bien. —Su mano presionó sutilmente sobre el punto sobre mi hombro y luego se giró hacia Didi—. Toda la semana que sigue llévalo y tráelo de la agencia, ¿podrás?

—¿Por qué? —interrumpí, colocándome entre los dos—. Sólo la estaba comprobando, no voy a hacer nada malo.

—Ya sé que no harás nada malo, Dimitri, pero no es un comportamiento normal. ¿Comprendes? No puedes seguir a las personas, porque lo que continúa a eso es aprenderse sus horarios, sus rutinas, sus comportamientos y... ¿a dónde te lleva eso?

—A ser un acosador —musitó Didi, ganándose una mirada acerada por parte de ambos.

—Los vuelves objetos de tus estudios, les quitas su humanidad haciendo las cosas de ese modo. Ya te lo expliqué antes —prosiguió Evan, con una seriedad que fue imposible de ignorar—. No puedes tratar a otro ser humano como una rata de laboratorio, porque empiezas comprobando donde vive y lo siguiente es que creas una insana obsesión hacia esa persona.

—Como pasó con Nadia —añadió una vez más Didi. Solté un bufido, cruzándome de brazos en su dirección—. ¿Qué? Fue eso lo que pasó.

—Didi tiene razón —apuntó Evan—. No es esa clase de relaciones las que debes buscar, tienes que conocer a las personas y dejar que te conozcan. No seguirlos, investigarlos y sacar tus propias conclusiones, ¿entiendes?

—Sí —respondí con voz grave, aunque no estaba seguro de entender. Pero Evan no era el primer psicólogo que me decía algo por el estilo, todos siempre habían tachado ese comportamiento como erróneo y la verdad es que nunca supe cuál era la parte mala de observar a otro desde la distancia.

—No vas a volver a seguirla, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Didi te llevará y traerá de tu trabajo esta semana, necesitas romper los patrones que iniciaste. —Miré a mi hermano de soslayo y él sólo se limitó a asentir con una sonrisa tranquila—. ¿Estamos de acuerdo?

—Bien.

—Perfecto, ahora entremos a la clase. —Ellos comenzaron a moverse en dirección de la puerta, pero yo permanecí unos segundos extra tratando de ajustar mi mente a las nuevas reglas—. ¿Dimitri?

—¿Cómo conseguiré su perdón entonces? Ella no responde a mis notas. —Elevé la mirada hacia los ojos grises de Evan—. ¿De qué modo tendría que hacerlo?

—¿Realmente quieres intentarlo?

—Quiero volver a ser el de siempre y esta semana sólo parece que lo estuve arruinando más y más.

Evan asintió, mirando un segundo por sobre su hombro donde la puerta permanecía abierta para nosotros.

—Tal vez... —Se silenció un momento para sonreírme—. Tal vez te estás equivocando al invitarla a cenar, ¿por qué no intentas algo más neutral? Un lugar donde no se vea obligada a interactuar solamente contigo, donde no se tenga que preocupar por repetir lo que ocurrió la última vez. Invítala a otro lado y no lo hagas con una nota, eso puede resultar impersonal... sobre todo porque conozco el modo en que escribes tus notas formales. Prueba con un acercamiento de tipo amistoso.

—¿Quieres que sea su amigo? —pregunté, sin poder ocultar mi reacción de incredulidad. Evan rió entre dientes.

—¿Y por qué no? No tienes amigas, nunca te relaciones con las mujeres al menos que sea por una necesidad física. Sería una relación mucho más sana para ti, intenta conocerla y deja que te conozca un poco.

Al ver que no respondía, Evan hizo un gesto con su cabeza para que lo siguiera y como con quince minutos de retraso, finalmente entremos a nuestra clase.

¿Amigo de la irlandesa? ¿Amigo de una mujer? No sabía si reírme o llorar por lo descabellado de esa idea.

***

Deberían saber aquí y ahora que Dimitri Stepanov no es amigo de las mujeres. Una sola vez se me dio por intentar algo así: tenía once años y en resumidas cuentas, la cosa terminó con llanto, tirones de cabellos y una niña con un trauma permanente hacia las ranas. Creo que con eso se pueden hacer a la idea. Mamá se molestó tanto conmigo que tuve que limpiar la iglesia todos los domingos de aquel verano, pero... ¿cómo esperaban que supiera que la niña sería tan impresionable? Quería mostrarle lo bueno que era practicándole la autopsia a una rana, incluso la dejé sostener el corazón en un acto que pensé hasta considerado por mi parte.

Sonreí para mis adentros, si cerraba los ojos hasta me parecía escuchar el grito de Fani atravesando el bosque hasta los santificados oídos del párroco de la iglesia. Ella era su sobrina, la que supuestamente yo debía entretener durante su visita.

Después de ese incidente me hice jurar a mí mismo no volver a buscar la amistad de una mujer, ella le había contado a todo el mundo lo que había hecho con la rana y mamá estuvo tan mortificada que duplicó el número de psicólogos para que me trataran. Nadie se detuvo a ver aquello como simple curiosidad científica, por supuesto que no: ese niño es un lunático, si ya corta animales piensa en lo que hará dentro de unos años. La estúpida niña había arruinado todo, por meses ni me dejaron tocar los cuchillos para cortar mi comida.

—¿Estás listo? —Evan me sacó abruptamente de mis recuerdos, destrabando las puertas del automóvil—. Es aquí, ¿cierto?

Me volví hacia la derecha, notando que estábamos justo frente a la puerta amarilla que había observado en más de una ocasión en los pasados días. Era la casa de la irlandesa.

—Sí. —Carraspeé para aclarar mi voz—. ¿Estás seguro de esto?

—Siempre aliento la interacción cara a cara, sólo llama a su puerta y pregúntale. Si dice que no, te disculpas y regresas, y eso será todo.

Asentí, eso tenía lógica para mí.

Empujé la puerta, viendo fugazmente por el retrovisor como Didi me ofrecía unos pulgares arriba. Qué situación más ridícula, parecía que llevaba mis chaperones para proteger mi reputación. Todavía tenía mi ropa de hacer deportes y sabía que mi camiseta estaba algo sudada, pero intenté no pensar en ello y me dirigí directo a su puerta. Di un par de golpes a la madera, sacudiendo la cabeza cuando noté lo estúpido de mi acción. ¿Cómo se suponía que escucharía mi llamado? Opté por presionar el timbre, aunque por mucho que agucé el oído, no logré oír nada repiqueteando en el interior.

Los segundos comenzaron a pasar, miré por sobre mi hombro hacia el auto de Evan pero los chicos parecían bastante más interesados en sus móviles que en mí. Mejor, no quería público para lo que vendría.

La puerta se abrió.

—Hola —dijo una muchacha de cabello castaño y sonrisa alegre—. ¿Te puedo ayudar en algo?

—Am... —La muchacha alzó ambas cejas de forma interrogativa, me aclaré la garganta—. ¿Erin está?

—¿Tú quién eres? —espetó, repentinamente perdiendo la sonrisa cordial.

—Dimitri.

—¡Oh, Dimitri! —Una vez más sonreía, por extraño que esto pueda verse—. El chico del móvil, ¿cómo estás? —Me extendió una mano que tuve que aceptar—. Soy yo, Daphne, hablamos por teléfono.

—Daphne... como la ninfa de Apolo. —Ella parpadeó, confusa, así que me obligué a sonreír para poder aplacar el pequeño traspié. Infiernos, lo dejé salir en voz alta.

—¿Cómo dices?

—No, nada... —Desestimé el asunto con un movimiento de mi mano—. Entonces, ¿Erin está?

—Déjame ver si está para ti. —Iba a preguntarle a qué se refería con eso, cuando ella cerró la puerta en mi cara. ¿Eso significaba que no estaba? ¿Debería marcharme?

Me giré de nuevo hacia el auto, pero los chicos seguían tonteando con sus móviles y apenas obtuve una sonrisa de Evan al notarme observándolos. Así que estaba allí de pie ponderando mis opciones de marcharme o esperar unos segundos más, cuando la puerta volvió a abrirse de sopetón. En esa ocasión el aire corrió hacia mis pulmones con brusquedad, haciendo que lo que fuera que se encontraba alojado en mi garganta se moviera lejos de allí. Era ella.

—Erin.

—¿Qué haces aquí, Dimitri?

El momento de paz fue breve, en cuanto registré el tono herido de su voz todo el dolor volvió a golpear de lleno en mi pecho. Dios, esto era tan insoportable.

—Quería hablar contigo.

—Creo que ya... dejé claro que no... quiero hablar contigo. —Se cruzó de brazos creando una barrera simbólica entre nosotros—. Así que ya no... —Mordió su labio como si la palabra le costara y luego todo brotó de sopetón de su boca—: No envíes más notas ni nada, no tenemos nada de que hablar.

—Erin... —la interrumpí, colocando una mano en el marco de la puerta—. Lamento si te he importunado con mis notas, no quería molestarte más. Sólo quería... —Bajó sus ojos un momento, así que aguardé hasta que me mirara para continuar—. La cosa es que... echo de menos hablar contigo, eres de las pocas personas con las que en realidad disfruté intercambiando mensajes.

—Dimitri...

—Sé que fui desconsiderado la otra noche, pero si me permitieras explicarte. —Sentí su mano rozando levemente la mía sobre el marco y automáticamente mis ojos volaron de allí a su rostro.

—Estás mirando abajo —explicó con el fantasma de una sonrisa en sus labios. Asentí.

—Lo siento, si te miró a los ojos mucho rato voy a empezar a fantasear y nunca terminaré de decir lo que vine a decir.

Fantasear... —articuló con su boca, sin darle sonido a su voz. Sonreí.

—El asunto es que... quiero invitarte a un lugar. —Ella comenzó a negar, por lo que me apresuré a cortar su replica—. No es una cena, es un evento familiar. En realidad apesta, es aburrido y la gente que va ni siquiera está segura de porqué va, pero... —Me incliné un poco para que no se perdiera ni una sola de mis palabras—. Creo que todo sería más tolerable si tengo a alguien acompañándome, ya sabes... una amiga que me ayude a pasar el rato. La cosa es que no se me ocurre nadie mejor que tú para soportar la reunión conmigo, ¿qué dices?

Ella estrechó sus fantásticos ojos azules, mordió levemente su labio inferior y luego suspiró de forma algo temblorosa.

—¿Una fiesta... familiar? —inquirió, titubeante.

—Es el cumpleaños de mi padre, él no va a estar ahí pero mamá insiste en hacer una fiesta para él todos los años —expliqué rápidamente—. Es una tortura y no creo que pueda soportarla solo, por favor... irlandesa, demuestra la hospitalidad de los tuyos. Sálvame.

Soltó un resoplido ante la elección de mis palabras y eso hizo que algunos cabellos que caían sobre su rostro ondearan hacia arriba, hasta aterrizar suavemente sobre su ojo derecho. No los movió, como si no notara aquella molestia que yo luchaba por no corregir por mi propia mano.

—¿Sólo esta fiesta... y ya?

—Sólo acepta ir conmigo y te dejaré en paz.

Erin soltó una musical carcajada, poniendo los ojos en blanco y con un muy sutil movimiento de su cabeza, se hizo a un lado para darme paso.

—Mejor entra y explícame todo... —me miró de soslayo en advertencia—. Despacio.

—Despacio —acepté, asintiendo con efusividad—. Yo totalmente puedo ir despacio contigo.

Mi móvil vibró al mismo tiempo que ella cerraba la puerta, así que lo saqué de mi bolsillo para leer el mensaje con disimulo.

Que la dicha y la alegría sean constantes en tu vida.

Sonreí, tecleando una rápida respuesta.

Gracias, madre, espero que así sea para usted también.

Erin se detuvo delante de mí, aguardando a que terminara de escribir mi mensaje y cuando alcé la vista, el mechón de cabello aún estaba ahí sobre su rostro. Extendí una mano para apartarlo y ella cerró lo ojos con timidez cuando mi pulgar se tomó un segundo extra para rozar la piel suave de su mejilla. Sólo había pasado un momento cuando abrió los ojos, tomó mi muñeca y jaló de mi mano hacia abajo.

—Amigos... despacio —me espetó, como si necesitara recordar que ese era el plan.

—Despacio.

____________________________

Fue un capítulo largo esta vez, de apoco nos vamos encaminando. Quiero saber algo, ¿les gustaría leer desde las dos perspectiva o sólo con Dimo? Todavía no estoy segura de incluir la voz de Erin, normalmente dejo que los personajes me hablen y salga cómo ellos quieran. Pero sólo por curiosidad, me gustaría saber si les interesaría que Erin relate en algún momento.

Nada eso. 

Recuerden que si quieren saber sobre actualizaciones de esta historia o cualquier novedad sobre mis otras historias, tengo mi página de FB. Ahí me pueden preguntar cosas, ver imágenes y mantenerse al tanto de cualquier acontecimiento. El link en mi perfil. 

Besos ^_^ 

Pd: Dublineses es un libro de James Joyce, sí, el mismo apellido que el de Neil. De ahí lo saqué originalmente, porque Joyce es un genio. Muy recomendable el libro ;)

NOTA: LA HISTORIA ESTÁ COMPLETA EN AMAZON Y PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS DE TODO EL MUNDO. ESPERO QUE ESTA PARTE LES HAYA GUSTADO Y TENGAN GANAS DE CONOCER LA HISTORIA DE DIMO Y ERIN HASTA EL FINAL.

GRACIAS POR DARNOS UNA OPORTUNIDAD. 

TAMMY

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