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Irlandesa

Como siempre que inicio una historia, les digo que es una idea y obvio que me interesa saber si les llama o no la atención. Pueden ser sinceros al respecto, es más espero que lo sean. Esta historia está pensada con un inicio tranquilo, para después meternos más precisamente en la cuestión principal. Les dejo el capítulo piloto y si tienen ganas me dicen qué les parece y si les interesa seguir leyendo, desde ya... les agradezco que se tomen un momento para leer ;)

pd: Para los que esperan el epílogo de la tercera lista, voy a ver si lo termino para mañana. Saludos ^^

Capítulo I: Irlandesa

Maldita sea, no podía encontrar mi móvil.

—El que sigue.

Di una rápida mirada a la joven azafata que me estaba llamando, al mismo tiempo que hundía mi mano dentro de mi morral y sacudía hasta la última mota de un modo completamente inútil. ¿Dónde infiernos estaba mi móvil?

—Oye, es tu turno.

—Lo sé —le gruñí al tipo que estaba detrás de mí y que al parecer temía que al avión despegara con la mitad de los pasajeros fuera. Por favor.

—¿Vas a ir o no?

Le eché una fiera mirada por sobre el hombro, antes de resignarme a avanzar para no seguir siendo el idiota ese que detenía la fila. La azafata me dio una sonrisa cortés cuando le entregué mi pasaje y pasaporte, pero apenas si reparé en ella o en ese botón de su camisa que estaba a una exhalación de revelarme si era una chica de encaje o algodón. Apenas lo hice, porque estaba muy concentrado en mi móvil, por supuesto, y el hecho de que ella usara un sostén rojo debajo de una camisa blanca, en realidad casi ni me inmutó. Entonces, estaba seguro de que había guardado mi móvil antes de salir de mi casa, así que la única alternativa era que lo hubiese dejado en el taxi o... ¿en el baño? Lógicamente no saqué el móvil cuando fui a orinar, así que sin duda debía haberlo dejado en el taxi. ¡Diablos! Ese aparato cargaba una importante parte de mi vida, no quería comenzar a pensar en lo que el taxista haría con él teniéndolo completamente a su merced. Y me sería imposible bloquearlo durante el vuelo, o bien me marchaba y dejaba que el móvil se defendiera por su cuenta, o bien me resignaba a creer en la bondad y buena disposición del taxista. El cual, en mi utópico pensamiento, no violaría la intimidad de mi teléfono. Uf... qué decisión más difícil.

—Todo en orden, que tenga un buen vuelo.

Claro, como si eso fuera a ser posible ahora. Sería un vuelo de mierda sin mi celular. Oh, demonios, toda una semana incomunicado. Me retracto, no sería un vuelo de mierda, serían siete días de infernal silencio y paz. ¿Podría haber algo peor que eso?

***

No importaron las veces que llamé a mi viejo número una vez que aterricé, luego de más de veinte horas sin poder comunicarme, me resigné a conseguirme uno nuevo. Pero no era lo mismo, mi otro móvil era como mi computadora de bolsillo, agenda, periódico, calculadora, cámara, contacto con la humanidad y... bueno, claro, aparato para hacer llamadas. Me sentía mal por haberlo abandonado en el taxi, me sentía como debería sentirse una madre cuando deja a su niño en el supermercado o cuando olvida ir a buscarlo a la escuela. Mi pobre móvil no se merecía tal descuido por mi parte, así que haría lo que estuviese en mi poder para recuperarlo. Incluso estando a una considerable distancia de él, podía sentirlo necesitándome.

—¿Vas a marcarle de nuevo?

—No puedo rendirme sin más, alguien tendrá que responder tarde o temprano —le expliqué a mi colega, sin molestarme en modular mi tono frustrado. Cole se encogió de hombros, tomando un trago de su cerveza para evitar volver sobre la misma cuestión. Si mi voz no fue indicador suficiente, seguramente mi postura tensa y la presión con que apretaba el lateral de la mesa, sin duda le dieron la pauta para comprender que no quería seguir siendo fastidiado.

Él estaba seguro de que mi móvil ya estaba dividido en varias partes y que ahora conformaba al menos cinco móviles nuevos, en el mercado negro de móviles robados. Pero yo quería ser un poco más optimista al respecto, no sólo porque me molestaba pensar en la opción que Cole defendía, sino porque me causaba algo de escozor aceptar que extraños estuviesen revisando mis archivos y viendo el contenido de mi teléfono. No era del tipo de personas que se sacaba fotos desnudo, pero una que otra vez me divertí grabando vídeos picantes con mi ex y no recordaba haberlos borrado. La idea de que mi culo blanco fuese protagonista de alguna página para adultos, estaba poniendo mis nervios de punta.

—¿Y? —Cole alzó las cejas en modo expectante, mientras yo le pedía un segundo con mi índice.

El teléfono timbró, una, dos, tres, cuatro, cinco veces... y el buzón de voz saltó.

—Mierda. —Colgué y volví a marcar con insistencia. Si estuviese desarmado y siendo prostituido en el mercado negro de móviles, no tendría que sonar ¿cierto? Eso me daba algo de esperanza, por eso después de casi un día completo le seguía marcando con una devoción que mi madre habría tachado de incorrecta al ser dirigida hacia algo inanimado.

—Dimo, dale un descanso a eso. —Cole empujó mi vaso de cerveza más cerca de mi mano, pero lo ignoré—. Tómate esto y márcale más tarde, tal vez quien lo tenga está durmiendo.

—¿A las tres de la tarde? —pregunté, volviendo a suspirar cuando escuché mi propia voz diciéndome que me dejase un mensaje para que pudiera contactarme a la brevedad. Hice una pausa allí, incapaz de no admirar mi voz, porque sinceramente hasta podría ser locutor de radio o algo así—. Tal vez aquí sea de noche, pero allí es la tarde... lo revisé en internet.

—Bueno —masculló él, robándose mi cerveza—. Tal vez sólo no quiere interrumpir sus actividades delictivas, para charlar con el dueño del celular que intenta vender.

Solté un bufido, arrebatándole el vaso de la mano y me empiné el contenido con un solo trago.

—Tal vez voy a patear tu culo, si sigues diciendo eso.

—Es un estúpido móvil. —Le hizo una seña a una camarera, enseñándole nuestros vasos vacíos y ella rápidamente se acercó con una jarra de cerveza nueva. El trato en este lado del mundo siempre era excelente, sobre todo cuando se trataba de cerveza—. Date tiempo y en un mes, tendrás este tan lleno de porquerías como el anterior.

—No quiere este... —protesté, dándole al remarcar por tercera vez—. Quiero mi antiguo móvil.

No acababa de decir eso cuando el otro lado de la línea crujió y repentinamente, una voz algo vacilante rompió el silencio.

—¿Diga? —Era una mujer. ¿La mujer del taxista quizá?

—Hola... mira, soy el dueño del móvil que tienes. —Cole se irguió en su asiento al ver que teníamos algo de acción. Por fin, maldita sea, estuve a un intento fallido más de darle la razón—. Creo que me lo dejé en el taxi y...

—Oh, sí —me cortó la mujer, haciendo un sonido que no pareció dirigido a mí—. Claro, claro... lo tengo.

—¿Lo tienes? —¡Qué pregunta estúpida! Por supuesto que lo tenía—. Es decir, ¿crees que podría... no lo sé, regresármelo?

Frente a mí, Cole se dio un golpe en la frente y sacudió la cabeza. Lo sé, yo también me había dado cuenta de lo idiota que había sonado.

—Mira, no fui yo quien lo encontró. Simplemente respondí porque no dejaba de hacer ruido.

—¿Cómo? —Estaba algo confundido, ¿esto significaba que no iba a regresármelo?

—Mi prima Erin lo trajo, pero ella ahora está durmiendo y yo voy de salida. Tendrás que hablar con ella para acordar algún modo de que te lo devuelva.

—Está bien por mí —acepté, tratando de seguir su argumento—. ¿Cuándo puedo hablar con tu prima?

—¿Por qué no me dejas un número? Ella puede escribirte ahí o no sé...

—Claro, dile que me escriba o me llame a este número. Es del móvil que estoy usando ahora.

—Ok, yo le digo. —No puedo describir el alivio que sentí al oír aquellas cuatro palabras.

—Bien, gracias. Hasta luego. —Ella colgó en ese instante, pero no me importó que ni siquiera se hubiese despedido. Puede que la mujer del taxista o alguna mujer al azar hubiese encontrado mi móvil, pero al menos no estaba planeando venderlo por partes. Fuese quien fuese esa Erin, ya me gustaba bastante.

—Hijo de puta, no me digas que aún vive.

—Lo hace —aseguré, sonriendo ante la mirada estupefacta de Cole.

—¿Y quién lo tiene? ¿El taxista?

—No. —Me arrojé un puñado de maní en la boca—. Una irlandesa.

***

No tuve noticias de la tal Erin durante toda la noche ni la mañana siguiente; por lo que luego de usar las máquinas de correr que tenía el hotel durante un largo rato, comencé a pensar que tal vez me había apresurado al creer que las cosas se solucionarían tan fácilmente. Tenía menos de una hora para ir a una reunión, es decir, la razón que me había llevado a tomar ese avión de forma apresurada y estúpidamente dejar mi móvil abandonado. Tranquilos, casi puedo ver para dónde corren sus pensamientos: un tipo que toma un avión para asistir a una reunión sin duda no debería estar lamentándose por un móvil, incluso debe tener al menos diez iguales y nueve de ellos los responde su secretaria. Pues... no, lamento lanzarlos fuera de su nube literaria. No soy rico, ni tampoco un gran empresario, no viajo en mi propio jet privado y para como está la economía hoy en día, ni siquiera puedo costearme un buen lugar en clase turista.

Si bien mi trabajo me deja vivir de un modo algo holgado, sepan que no tengo la suerte de ser el heredero de algún imperio empresarial, ni tampoco fui bendecido con un cerebro capaz de sacarle millones a una roca. No, mucho me temo que soy un simple empleado más de una agencia que supo ver cierto potencial en mi actitud para los negocios. Me gusta vestir bien y comprarme cosas caras, soy ambicioso, carismático y muy tenaz. Cuando mi jefe vio que adornaba todos esos atributos con una cara atractivamente inocente, no le cupieron dudas de que yo atraería clientes como una jodida olla de oro en medio de la vía pública. Y tienen que saber que lo hago, cuando se refiere a vender un producto soy su hombre.

Lancé la toalla con la que me estaba secando sobre la cama y caminé desnudo hasta la cómoda, donde había dejado mi nuevo móvil. Esperaba tener al menos un mensaje de Erin que hubiese llegado mientras me duchaba, pero no había notificación de ningún tipo. Y por supuesto que no las habría, porque nadie tenía este estúpido número, mis cuentas no estaban configuradas en él y... oh, diablos, no recordaba mis contraseñas. Mis seguidores en Instagram sufrirían el abandono, podía presentirlo.

Suspiré, marcando el único número que me sabía de memoria, marcándole a la única persona que respondería a un desconocido.

—¿Diga?

—¿Evan? —Hubo una pausa, hasta que supongo que Evan hizo las conexiones necesarias.

—¿Dimitri? —No sabía si era bueno o malo que mi terapeuta reconociera mi voz tan fácilmente.

—Sí, soy yo —musité con disgusto—. Perdí mi móvil, así que estoy usando este de momento.

—Oh, lo siento —dijo en voz pausada, como casi todo lo que decía. Hablar con Evan era una forma rápida de bajar la intensidad y calmarse, tenía ese efecto sedante. Al menos en mí—. ¿Debo guardar este número entonces?

—Sí... digo, no. Espero poder recuperar el otro cuando regrese, aunque ahora no estoy del todo seguro y...—me silencié al darme cuenta que estaba divagando—. Es lunes.

—Me alegro que lo recordarás, pero aquí todavía sigue siendo domingo —me informó con tono de burla.

—¿Lo es? —Miré mi reloj de pulsera, estaban por ser las siete de la mañana lo que significaba que allí eran como las once de la noche. Ups—. Diablos, lo siento, olvidé todo lo del cambio horario.

—No te preocupes —murmuró sin darle mayor importancia—. Dime, ¿qué tal Alemania?

—El lugar está bien, pero no he salido del hotel aún. —Saqué un par de bóxers de mi maleta, mientras sostenía el móvil con el hombro y me contorsionaba para entrar en ellos—. He estado un poco ansioso con todo el tema del móvil, espero poder recuperarlo.

—¿Pudiste contactar a la persona que lo tiene?

—Oh, sí, es una irlandesa.

—¿Una irlandesa? —inquirió con aire confuso, me encogí de hombros aún cuando él no podía verme—. ¿Tanto así hablaron?

—No he hablado con ella, Doc. —Sacudí una camisa blanca y la lancé sobre la cama, pensando que quizá ese día tendría que usar gris. El blanco me haría ver demasiado prístino y no quería parecer un blanco fácil con los alemanes—. Su prima respondió cuando llamé, me dijo que la chica... Erin me llamaría luego.

—Ya entiendo lo de "irlandesa".

Por supuesto que lo haría, si había un motivo por el cual seguía hablando con Evan era porque en cierta forma admiraba su inteligencia. No soy muy aficionado a los loqueros, por eso cuando mi jefe me dijo que debía hablar con uno para tratar cuestiones sobre mi actitud casi presento mi dimisión. Pero luego me lo pensé con mayor detenimiento, tenía un buen lugar en la empresa y me había costado hacerme de mi grupo de clientes, lanzar todo eso a la borda sólo para no tener que psicoanalizarme me parecía un desperdicio. Así que acepté conferenciarme con el loquero de la empresa, obviamente que presentando mi actitud más irascible. Algo que poco le molestó a Evan, porque para nuestra segunda sesión me invitó a un bar para que jugáramos billar y entre cervezas, insultos y varios juegos perdidos —el desgraciado era bastante bueno en ello— logró sonsacarme más información que mi cura en toda una semana de confesión. Con eso el infeliz se ganó mi respeto. Y a partir de ese día, la relación terapeuta/paciente se desdibujó un poco.

—Entonces, estuve pensando en el ejercicio que me pediste hacer la semana pasada. Y creo que llegué a la conclusión de que estoy molesto con Dios.

—¿Con Dios? —inquirió con aire adusto.

—Sí, con Dios.

—¿Y por qué?

—Sabes cómo es mi madre, me ha tenido al servicio del todo poderoso desde que tengo uso de razón. Así que... piénsalo, tiene lógica que esté resentido con él. —Evan soltó un suspiro y creo que hasta pude verlo llevándose la mano al rostro para presionarse el puente de la nariz—. Escúchame, mamá no deja de recordarme que estoy condenando mi alma inmortal, al entregar mi vida al enorme negocio del capitalismo. He vivido demasiado tiempo temiendo irme al infierno, viviendo con el estigma de ofender al padre creador y creo que he desarrollado una especie de rechazo físico hacia todo tema espiritual. Lo que me vuelve un tanto autodestructivo y despiadado con el resto del mundo, ¿qué piensas?

—Pienso que podrías estar en lo correcto —aceptó, demasiado fácilmente para mi gusto—. Pero esa antipatía que desarrollaste hacia Dios, se puede originar en el mismo punto en donde encuentras satisfacción al ofender a tu madre y su religión.

Fruncí el ceño, deteniéndome a medio camino de lanzar un pantalón junto con el resto de ropa que había acumulado.

—No creo estar siguiéndote. —Evan hizo amago de explicarse, pero lo interrumpí al instante—. ¿Sabes? Es demasiado tarde allí, mejor te dejo dormir y hablamos el jueves, ¿bien?

—Dimitri... —comenzó, pero corté la llamada antes de que pudiera armar su regaño. Sabía lo que iba a decirme y no estaba interesado en escucharlo, aceptar tener un loquero no se traducía al instante en querer trabajar sobre su mierda psicológica.

El móvil se sacudió en mi mano y estuve a punto de abandonarlo sobre la cómoda, cuando noté que no se trataba de Evan. No, maldita sea, este número era el único que reconocería hasta con los ojos cerrados. ¡Era mi número!

Hola, soy Erin. Yo encontré tu móvil en un taxi, dime cómo te queda mejor y arreglamos para que te lo regrese.

Automáticamente mi humor de perros se iluminó como una jodida fuente al leer ese mensaje. Sí, esos cambios de humor son indicadores claves por los cuales necesito un loquero, no se fijen.

Hola, Erin, gracias por recoger mi teléfono

Evité agradecerle por no venderlo, ya que no quería darle ideas con las cuales entretenerse hasta mi regreso. La necesitaba de mi lado.

La cosa es que durante esta semana estoy fuera del país, así que me preguntaba si podrías tenerlo contigo hasta que regrese.

Claro, no hay problema.

Chicos, esta mujer cada vez me gustaba más. Sonreí.

Genial, estamos en contacto entonces. Espero estar regresando el viernes por la noche.

Perfecto, voy a procurar alimentarlo bien y sacarlo a pasear todas las tardes.

Solté una breve carcajada por eso, la irlandesa acababa de hacerme una broma.

Está en una dieta estricta, nada de dulces después de las nueve o se pondrá insoportable.

Lo sé, pasé una noche con él y no me ha dejado dormir de lo escandaloso que es. Tuve que echarlo a la sala.

Es cosa de familia, siempre terminan echándonos a la sala.

LOL!

Comencé a escribir un mensaje pero luego me detuve a mí mismo al ver lo que estaba haciendo. Dios, ni siquiera sabía quién era y casi pensé en lanzarme a un coqueteo con ella. A veces hasta yo me sorprendo de lo fácil que soy.

Hasta el viernes entonces, voy a mantenerlo con batería.

Gracias, Erin.

De nada... como te llames.

Una vez más logró robarme una sonrisa, así que antes de terminar de vestirme tecleé mi respuesta:

Dimitri. 

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En la imagen les dejo a Dimitri o al menos a mi idea de él. Cualquier apreciación sobre lo leído se agradece.

Saludos, como siempre es un gusto compartir otra idea con ustedes ;)

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