Erin con "e"
Ustedes saben que estoy ausente por ciertos motivos, pero bueno... hoy sentí ganas de escribir y tengo el tercer capítulo. Desde que escribí las historias de Marín, siempre quise regresar sobre un tema y finalmente me decidí a hacerlo con esta historia. Espero les guste y gracias por su apoyo y paciencia.
Capítulo III: Erin con "e"
Está bien, te lo has ganado... voy a demostrar mi generosidad y darte el 3%. ¿Qué te parece?
¿Quieres decir que el negocio salió bien? ¿Los alemanes depusieron las armas?
¡Fue una completa victoria ruso-americana!
OPD!
Reí ante su reacción tan efusiva, ella tenía una jodida facilidad para hacerme carcajear en los lugares menos apropiados.
Estoy tan feliz, parece como si yo acabara de cerrar el trato. No lo entiendo!
Bueno, somos socios... mis victorias son las tuyas.
Dimitri, deja de coquetear conmigo, ¿quieres?
Oh, vamos, secretamente lo disfrutas.
Ja ja ja ja (esa es una risa sarcástica)
No era necesario que lo aclarases.
Al ver que no respondía me serví dos dedos de whisky y decidí sentarme un rato en la silla de acero que había en mi pequeño balcón de hotel. La noche había caído hacía pocas horas, pero no había sido capaz de adaptar mi sueño al horario alemán así que decidí molestar a la irlandesa un poco hasta que fuera momento de ir al aeropuerto. Habíamos estado intercambiado algunos mensajes desde el martes, y no estaba seguro de cómo pero terminé contándole el motivo por el cual estaba en Alemania. A partir de eso la conversación simplemente fluyó entre ambos, era demasiado fácil hablar con ella y me encontré en más de una ocasión, diciéndole lo primero que cruzaba mi mente con el simple motivo de extender la platica.
¿Qué? ¿Acaso pensaban que sólo las mujeres hacen tonterías como esas? Claro que no, señoritas, cuando yo disfruto de algo tiendo a hacerlo prevalecer y me entrego a ello por completo... al menos por el tiempo que dure la novedad. La cual nunca duraba mucho, si tengo que ser honesto.
Oh, lo siento, no quise matar el romanticismo de una forma tan atroz. ¡Aguarden! ¿A quién quiero engañar? Sí quise matar el romanticismo, ¿qué historia creen que están leyendo? Si quieren reflexiones de amor y cursis demostraciones sensibleras al final de todo el drama, lean a Austen. Yo no soy ninguna jodida versión moderna de Mr. Darcy. Lo que les voy a contar es la realidad y como tal, ésta se presenta ante nosotros tan edulcorada como el culo de un mono, tomen nota de ello.
Pero para poner las cartas sobre la mesa desde ya, chicas, permítanme aclararles aquí y ahora que el 90% de los pensamientos que acontecen en la mente de un hombre están relacionados con el sexo y no con el idílico romance que muchas quieren. Aun así en el fortuito caso de que no estemos pensando en sexo, siempre vamos a buscar hacer esa relación porque al fin y al cabo es nuestro puerto seguro. No importa el tema del que se nos hable, sólo llega a tener sentido para nosotros cuando podemos llevarlo a un nivel de comprensión básico macho/hembra —o macho/macho según estilen—. Así que para estar claros; si nos hablan de comida vamos a pensar en follarlas en la cocina. ¿Nos hablan de decorar? Follarlas contra la pared. ¿Arreglos florales? Follarlas en el jardín o cualquier lugar con flores. ¿El perro? Bueno, no voy a perder el estilo diciéndoles qué postura imaginamos con eso, ¿verdad? El punto es que sí podemos escucharlas, y lo hacemos de tanto en tanto. Pero hay cierta cantidad de palabras que los hombres podemos escuchar, antes de imaginarlas con su boca siendo ocupada por alguna parte de nuestra anatomía, de preferencia con ustedes vestidas con nada más que su traje de Eva. Somos así, la última cosa evolucionada que hemos aprendido terminó con nosotros orinando de parados y no siempre tenemos el mejor desempeño en ese campo tampoco. Pedir algo más allá de eso, sería como pedir a una amiga ¿de acuerdo?
Pero regresando al tema que nos compete ahora. Podía admitir sin tapujos que me gustaba interactuar con la irlandesa, que tenía algo que llamaba mi atención aun cuando ni siquiera había visto una mísera fotografía de ella. El Dimitri primitivo sabía que era una hembra cualificada para cubrir mis necesidades y no había mucho que me importara más allá de eso. Pero no se apuren, me gustaron muchas cosas en el pasado. Soy algo así como un aficionado a tener intereses pasajeros, tuve una época en que fui vegetariano y también pintor, incluso logré convencer a mi vecina de posar desnuda para mí un par de veces. Pero aquello no prosperó, la pintura, digo, no el tema de mi vecina. Aquello sí prosperó, prosperó por alrededor de un mes y en cada habitación de mi departamento y el suyo. ¡Qué recuerdos! Nadie como Nadia para hacer que Dimitri se inspirara.
En fin...
De niño tuve intereses más complejos, hubo un tiempo en que realmente me apasioné con la idea de ser acróbata de circo. Culpen al Cirque du Soleil por eso. También se me dio por ser jugador de ping pong profesional —maldito Forrest Gump—, cocinero, pastelero, carnívoro, vegano, planta... y muchas otras cosas que me gustaron pero que no lograron calar en mí. Nada más que las guerras calaban en mí, y los nombres, yo tenía una jodida y extraña obsesión por la procedencia y significado de los nombres. Sepan que estos atributos nunca me hicieron muy popular en mi comunidad, por eso mamá se había empecinado tanto en encontrarme una actividad menos "llamativa" a los ojos del Señor y la sociedad en general. Siendo pequeño, no podía hablar con alguien que acababan de presentarme sin notificarle todo lo que sabía sobre su nombre. Era una costumbre bastante molesta, lo comprendo ahora, pero para el joven mí era normal y tenía que hacerlo como una obligación moral, ¿entienden? Con el tiempo y psicólogos, aprendí que a las personas generalmente les importa un cuerno ese tipo de cosas y dejé de hacerlo. Aunque en mi fuero interno sigo enumerando los datos y guardándolos en una lista mental, por si algún día alguien siente curiosidad al respecto. Nunca se sabe, ¿verdad?
Ese era el comportamiento más asperger que tenía, ¿ya ven por qué fue una opción por tanto tiempo? Lo peor es que lo reconocía, pero no podía hacer nada para evitarlo. Aún no puedo hacer nada.
Hablé con tu madre hoy.
Eso automáticamente logró reenfocar mi mente dispersa.
Oh, Dios...
Sí, eso fue lo que ella dijo cuando se dio cuenta que una mujer tenía tu móvil.
Puse los ojos en blanco, si mamá hablaba con la irlandesa mataría cualquier posibilidad de avanzar sobre ella luego. No me permitiría acercarme a la chica hasta que ambos hubiésemos tomado juntos todos los sacramentos.
¿Qué tan malo fue?
Admito que pregunté con algo de recelo, la verdad es que no quería saber.
No fue tan malo, ella es muy agradable y amable. Sólo quería saber por qué no respondías sus llamadas y mensajes, estaba preocupada por ti.
Seguramente. Mamá tiene un máster en preocupación y se ha licenciado en "Poner a prueba la paciencia de Dimitri"
¿O sea que ya la dictan en la universidad? Me gustaría apuntarme a unas clases.
Sonreí, sacudiendo la cabeza y me empiné de un solo trago el contenido de mi vaso. Hora de dejar de hablar de mi madre, a los negocios, Dimo.
Así que mañana llego bastante tarde, pero tengo un plan.
¿Quieres que pregunte cuál es tu plan?
Sería muy amable que lo hicieras, porque sino siento que no te interesa y me cohíbo.
Eso sí que no me lo creo. ¿Cuál es tu plan, Dimitri?
Bastante simple. Tú, yo, mi móvil y cualquier restaurante que escojas.
Ella no respondió, por lo que supe que iba a tener que ser un poco más persuasivo. Sin opciones, ella y yo teníamos que vernos y la vería ese viernes.
Te voy a llevar a cenar, como parte de pago por haber cuidado de mi móvil y ser de vital ayuda para cerrar el trato con los alemanes. Debes, no, me corrijo. Estás obligada a aceptar mi invitación, porque de lo contrario estarías golpeando mi honor ruso. Y los rusos tenemos en alta estima nuestro honor.
Sabrá Dios si eso era cierto o no, lo importante era que ella no lo supiera. Yo tenía de ruso el apellido y la sangre, por supuesto, pero no sabía nada de costumbres rusas. Dejé mi país natal teniendo menos de cuatro años, había aprendido el idioma por mis padres, pero nada más que eso. Y a decir verdad, ni siquiera luzco como el ruso que la mayoría imagina cuando piensa en rusos. Incluso cuando yo pienso en rusos, me viene a la cabeza alguien rubio, pálido, delgado con ojos claros y un gorro peludo alto. O sea, todo lo contrario a mí.
Bueno... tratándose de tu honor, supongo que cenaré contigo.
¡Vamos, irlandesa! Finge un poco de entusiasmo, el honor ruso se empieza a tambalear frente a tu falta de disimulo.
¿El honor o tu ego ruso?
Honor, ego... erección. Llámalo como quieras, nena, estás acabando con todo ello.
OPD! No puedo creer que hayas dicho eso!
Eres toda una santurrona, ¿nos vemos mañana?
Mañana.
Curiosamente, por un segundo no pude evitar dudar de su respuesta. ¿Por qué estaba tan reacia a reunirse conmigo? Sólo estaba invitándola a cenar, no a una jodida orgía. Eso normalmente me lo reservo para la tercera cita.
Es broma, mentes perversas, es broma.
***
Cole y yo corrimos al aeropuerto una hora después de aquella conversación, nuestro avión salía en plena madrugada y Cole no podía salir a la calle sin hacer su tratamiento de belleza antes. Por lo que, obviamente, estábamos con el tiempo justo.
—¡Oye! —Su mano se precipitó a mi brazo, haciendo que mi laptop se desplazara peligrosamente hacia adelante—. No es un tratamiento de belleza, me gusta afeitar con cuidado mi piel...
—Y luego ponerle tres tipos de cremas distintas.
—Pues lo siento, no a todos nos agrada raspar como una lija. —Pasó su índice por mi mejilla, ganándose una mirada irritada por mi parte—. Deberías humectar tu piel después de afeitarte, sólo digo que tus poros lo agradecerán el día de mañana.
—Y yo sólo digo que deberías de arreglarte el tanga, porque sin duda está cortando la circulación a tus huevos.
Él soltó un bufido alejándose de mi asiento, pero no sin antes voltearse y hacerme un gesto con las manos sobre su rostro con el que supuse quería demostrarme cómo sus poros respiraban.
Jamás he tenido nada contra los homosexuales, pero los hombres y mujeres que no terminaban de definir qué rayos eran me confundían un poco. Para mí o eres heterosexual, o eres homosexual y hasta allí todo bien. Pero entonces el mundo se jodió cuando comenzaron a lanzar opciones ambiguas, hoy en día se podía ser de todo e incluso se podía tomar turnos para cada opción. Los había heterosexuales con ansias homosexuales que preferían definirse como bisexuales, pero que a decir verdad no querían tocar mujeres. Al menos que fuesen mujeres transexuales, que son algo así como mujeres atrapadas en cuerpos de hombres, los que a su vez quieren hombres heteros porque no son gays, sólo les gusta ser mujeres a las que les gustan los hombres que le gustan a las mujeres que en realidad disfrutan del sexo con hombres y que en su fuero interno tienen una pequeña e indecisa atracción por su amiga y en la soledad de su cuarto, mientras son tocadas por sus novios se imaginan las manos de otra mujer.
¿Lo ven? Es un jodido caos y eso es sólo por citar un ejemplo. Me sorprende que aún sepamos distinguir a las personas por las cuales debemos sentirnos atraídos, me sorprende sobre todo porque la gente sigue encontrando más fácil esconder quien es, que lanzarse a decirlo claro y conciso de una maldita vez. Tal vez yo tenía un problema al necesitar que todo fuese lo más literal posible, pero creo que el mundo en general viviría mejor si tan sólo se arriesgara a ser un poco más literal.
Sacudí la cabeza cuando mi nuevo y despreciado teléfono comenzó a vibrar dentro de mis pantalones, obligándome a hacer a un lado mi laptop para responder. Fue cuestión de dar una sola mirada a la pantalla para reconocer el número, incluso aunque mi memoria se negaba a almacenarlo mi cuerpo reaccionaba de forma instintiva.
—Hola, madre —contesté en tono apagado. Maldita irlandesa traidora, le había dado mi nuevo número. Sólo como castigo, la llevaría a una orgía y al demonio la cena y la sutileza. Y yo que pensaba ser caballero con ella.
—¿Por qué no me llamaste para decirme lo de tu móvil? He estado terriblemente preocupada por ti, Dimitri, estás en otro país y con ese chudak... —"Tipo raro" en ruso, así llama mamá a Cole y estoy inclinado a darle la razón—. Que sólo sabe meterte en problemas.
—Tranquilícese, hermosa progenitora, el chudak se comportó y ya estamos por volver.
—No me importa nada de eso, ¿por qué no me hablaste apenas tuviste tu aparatito nuevo? —Cualquier cosa tecnológica para ella era un "aparatito", maldigo aquel día de las madres en el que pensé que sería divertido darle un aparatito para que se entretuviera. Lo maldigo cada segundo de mi vida—. Gracias a Dios, esa muchachita dulce me ayudó a localizarte.
Rodé los ojos, ya que decir cualquier cosa sobre Erin sería alentarla en su locura y no me veía a mí mismo pisando el altar en ningún momento pronto. En ningún momento, para ser exacto.
—¿Cómo está Azrael?
—Oh, ese bicho... —resopló ella, indignada. El cambio de tema fue perfecto, casi y estuve tentado de palmear mi espalda—. Está vivo, me encargué de alimentarlo... pero no pienso sacarlo de su habitad.
—Madre —dije a modo de regaño—. Azra necesita hacer sus ejercicios, no puede mantenerlo en el terrario por una semana, tiene que hacerlo tomar el sol.
—Pues hazlo tomar el sol cuando vengas, no pienso tocar ese bicho con mis manos. Lo alimenté como prometí y está vivo, es más de lo que puedes exigirme, jovencito.
Siempre me he preguntado por cuánto tiempo duraba el estatus de "jovencito" para una madre. Los años me seguían pasando y me acercaba cada vez más a mis treinta, así que se me hacía complicado sentirme como un jovencito. Sobre todo en las mañanas, diablos, en esos momentos soy como un anciano listo para la extremaunción, luchando por salir de mi cama, suspirando, gruñendo, tosiendo y maldiciendo al inventor de los despertadores. ¿Quién era ese tío? Ah, sí, Levi Hutchins. Me aprendí su nombre, sólo para saber a ciencia cierta a quién mandaba al infierno cada mañana.
—Mi avión ya está abordando, madre, ¿tiene algo más para decirme? —pregunté, solícito.
Una de mis reglas de infancia había quedado muy arraigada en mí, nunca trataba mal a mi madre por mucho que me importunara y jamás, jamás le hablaba de tú. Era uno de los modos en que uno de mis psiquiatras me enseñó disciplina, ya que uno de mis rasgos más característicos era querer saltar por sobre la autoridad. Aún soy de ese modo, pero no tanto como antes, simplemente mantengo mi formalismo a rajatabla con todo aquel que sea símbolo de autoridad para mí. Eso evita que me meta en problemas.
—Bueno, en realidad quería comentarte algo pero si ya tienes que subir al avión es mejor que te vayas alistando. Apaga todos tus aparatitos, ¿tienes tu pasaporte y boleto en mano? ¿Ya orinaste? —Sí, así o peor que eso podía ser ella—. ¿Llevas una botella de agua? ¿Algo para comer cuando aterrizas? ¿Tomaste tus gotas para dormir? ¿Te encuentras relajado?
—Lo estaba... —murmuré, más para mí que para ella.
—¿Cómo dices?
—Nada, madre. Ya hice todo, sólo me falta subir al avión.
—Entonces te dejo, llama cuando llegas y ven a buscar a tu bicho. —Ella jamás diría el nombre de Azrael en voz alta, y precisamente por ese motivo lo llamé así—. Te amo, Dimitri.
—Bueno —acepté, mientras que con mi mano libre empujaba mi laptop dentro de mi bolso. Colgué la llamada y rápidamente me trasladé hacia los mensajes, para tipiar uno de vital importancia.
Tú, irlandesa, eres una mujer vil. Y me las vas a pagar.
Dado que tenía que apagar mi aparatito, en ese mismo segundo decidí que iba a obtener una disculpa directamente de su boca. No más textos, ella y yo teníamos un asunto pendiente. Y ahora, era personal.
***
Supongo que el mensaje intimidatorio surtió su efecto, porque al bajar del avión me encontré con uno de ella donde me daba las instrucciones para encontrarnos en un restaurante. Y estaba llegando tarde.
Maldición, no me gustaba llegar retrasado a ningún tipo de reunión, me jactaba de decir que dispensaba el trato que esperaba obtener de los demás. Esto no hablaba bien de mí. Pero teniendo en cuenta que cargaba sobre mis hombros un pesado jet lag, esperaba que ella me tuviese algo de compasión. Al llegar me detuve en la acera y escaneé una a una a las personas presentes; era viernes así que por supuesto había un buen número de comensales listos para tomar su cena. No tenía idea cómo se veía la irlandesa, por lo que fui sobre sus instrucciones nuevamente. Debía buscar a una joven de veintitantos —no quiso decir exactamente cuántos— con un vestido negro simple sin mangas y una faja debajo del busto color granate. Es decir, básicamente, tenía que mirarles el busto a todas las mujeres con vestido negro. Un juego de niños.
Después del primer minuto de observación, saqué una conclusión muy científica acerca de las mujeres y su elección de vestuario. ¡Todas vestían de negro! No lo entendía, ¿acaso planeaban ir a un funeral al terminar aquí? Debía de ser algún artilugio femenino que escapaba de mi conocimiento, el negro como regla general para confundir e intimidar hombres o algo así. Estaba casi listo para postular una hipótesis de mi excelente trabajo de investigación, cuando la vi.
Para mi grata sorpresa, el negro lucía bastante distinto en ella que en el resto de las mujeres. Podía ser la faja granate que le había añadido a su vestido o quizá el modo en que había alzado su cabello oscuro en un desordenado moño, dejando que gran parte de su cuello se expusiera en su pálida y delicada gloria. No estaba seguro de lo que era, pero ella se destacaba casi sin esfuerzo. ¡Y ni siquiera estaba viendo su frente! Todo lo que obtenía de ella era una deliciosa espalda, piernas largas, tacones sutiles y el culo más respingado que había tenido el gusto de contemplar en largo tiempo.
Estaba de brazos cruzados, parada casi en el bordillo y lanzando furtivas miradas hacia el final de la calle. Ella estaba esperándome del lado equivocado, pero eso resultó ser una ventaja para mí. Me acerqué con paso ligero, situándome a escasos diez centímetros de su cuerpo y me incliné levemente sobre su hombro.
—¿Irlandesa? —murmuré, esperando que no le importara mi pequeña invasión de su espacio. Pero curiosamente ella no se volteó, sino que giró el rostro en la otra dirección de la calle y medio se balanceó sobre sus talones en gesto de impaciencia.
Fruncí el ceño, dando un paso atrás para mirar la faja que tenía su vestido. Era granate, al menos que la oscuridad estuviese jugándome una mala pasada. Pero no. Entonces, ¿qué? ¿Había dos mujeres vistiendo de negro y granate esa noche y yo me había acercado a la equivocada?
—¿Erin? —dije, comprendiendo que el hecho de que la hubiese estado llamando irlandesa por mensajes, no la haría automáticamente asociarlo a su persona. Extendí una mano para rozar su codo y la muchacha dio un respingo, volviéndose con tanta brusquedad que terminó por perder el equilibrio y resbalar del bordillo. Tuvo suerte de que mis manos actuaran más rápido que mi cerebro, porque la atrapé instantáneamente del brazo con una mientras que la otra se instalaba en su cintura con firmeza—. Wau, cariño, eso sí que es dar una bienvenida.
Su pequeño cuerpo se tensó dentro de mi amarre, al mismo tiempo que sentía sus manos posándose en mi pecho como si acabara de darse cuenta que estaba bien apretada contra mí. Me apartó lo suficiente para observar mi rostro y fueron alrededor de dos segundos de reconocimiento facial antes de que me sonriera. Una sonrisa tímida, casi tirada por los pelos, pero sonrisa al fin.
—Hola —masculló, bajando la mirada y subiéndola al instante. Sus mejillas estaban tan rosas que no pude evitar reír y ella me frunció el ceño.
—Eres Erin, ¿verdad? —pregunté, porque esa noche no quería llevarme a la chica equivocada a casa. ¡Vamos! No me juzguen tan pronto, ella era linda y si los mensajes que nos enviamos podían servir de indicativos, nosotros seríamos muy buenos creando algo de magia—. ¿Mi Erin?
Estrechó los ojos un momento, sin apartar su atención de mi boca. Y tengo que decirles, en ese mismo segundo yo estaba listo para saltarme la cena e ir directo al postre. Malditos ojos azules, tengo una seria debilidad por los ojos azules en mujeres pequeñas y de rostro delicado. Era como mirar una muñeca de porcelana.
—Dimitri —musitó, haciendo que mi cerebro saliera de mis pantalones y regresara a mi cabeza.
Asentí, echando una ausente mirada hacia el restaurante que había escogido. Mi nivel de concentración cuando se trataba de personas, comenzaba a flaquear pasado los tres primeros minutos.
—Oye, no he comido nunca en este restaurante, pero se ve... —Me vi obligado a cortar la frase, cuando sentí sus dedos presionando mi barbilla y llevando mi mirada de regreso a sus ojos. Al notar lo que había hecho, Erin apartó rápidamente su mano de mi rostro y se encogió de hombros, avergonzada.
—Lo siento. —Las palabras patinaron fuera de su boca de un modo algo incomprensible—. Pero... debes mirarme.
—¿Discúlpame? —la increpé, colocando la cabeza de lado para equiparar su altura.
Erin se apartó un mechón de cabello detrás de su oreja, haciendo que mi mirada siguiera la acción al igual que un cachorro sigue las instrucciones de su amo. Abrí la boca, confuso, y a decir verdad, no hice nada más que eso.
—Cuando hables... —me indicó con mayor firmeza que antes—. Mírame, así puedo... leer tus labios.
Parpadeé, sobre todo porque quería dejar de mirar su oreja de un modo tan obvio, así como también dejar de ver al aparato auditivo que llevaba medio oculto entre las hebras de cabello. Pero esto era nuevo para mí, por lo que me costó dos intentos fallidos deslizar mi atención de regreso a sus ojos y ella lucía... no estaba seguro de cómo lucía. Pero en vista del ligero suspiro que dejó escapar por entre sus labios, supe que no le había gustado del todo mi reacción.
—Am... ok —musité encogiéndome de hombros como si en verdad me diera igual. Y a decir verdad me daba igual, sólo era... diferente. Me giré para encarar la puerta del restaurante y pude oír sus pasos acompasarse a los míos por detrás—. Debo... —comencé, pero luego me detuve y le eché una mirada por sobre el hombro. Sus ojos una vez más se clavaron en mi boca, suspiré. Cristo, esto no iba a ser fácil, no si en cada ocasión que le hablara ella iba a estar viéndome como si me reclamara un beso—. ¿Hablas con señas? —Articulé la frase como si estuviese enseñándole a hablar a un crío y creo que eso a ella le fastidió un poco, porque presionó los labios y sólo asintió—. ¿Y con palabras?
—No, hablo con números.
En realidad me sorprendió lo bien que pronunciaba, había un leve arrastre en su entonación pero era jodidamente claro. Me reí.
—Esto no va a resultar fácil —le dije, haciéndome a un lado para dejar salir a una pareja. Erin se apartó también, aunque finalmente quedamos medio apretados de nuevo el uno con el otro entre una planta y la puerta abierta.
—Si va a ser un problema, podemos... —Agitó una mano en el aire y yo la atrapé en pleno vuelo, presionando sus dedos con suavidad dentro de mi palma.
—No, no —la acallé, dándole una rápida sonrisa—. Tengo como objetivo de año nuevo, el comenzar a mirar a las personas al hablar.
—¿En serio? —inquirió, claramente escéptica.
—Sí. —Tirando de su mano, la obligué a caminar por delante de mí en busca de una mesa y afortunadamente se dejó llevar sin protestas—. Llevo posponiéndolo veinte años, será mejor que empiece tarde o temprano.
Su índice se posó en mi barbilla forzando mi rostro en su dirección de nuevo, a tiempo que sonreía y sacudía la cabeza en una negación.
—No tienes que hacer esto —me indicó sin dejar de sonreír, aunque la leve vibración en su voz le quitó peso a su intento de mostrarse indiferente.
Fruncí el ceño, más confuso que molesto y luego solté un bufido.
—Es una cena, irlandesa, no una propuesta de matrimonio. —Coloqué mis manos en sus hombros y los froté con suavidad—. Relájate.
—Bueno, si insistes. —Con una sacudida se liberó de mi agarre, poniendo los brazos en jarra como toda una sargento en miniatura.
—Insisto, yo malditamente te estoy insistiendo.
Ella hizo una muequita con sus labios rosados, mirando de soslayo a la gente que pasaba por nuestro lado. Entonces metió la mano dentro de su bolso y tras rebuscar por unos segundos, extrajo mi móvil y me lo tendió.
—Aquí tienes. —Lo tomé porque estaba casi pegándole a mi mano con él y lo empujé dentro de mi bolsillo—. ¿Todavía... quieres cenar?
¿Era esto una especie de prueba? La miré enarcando una ceja y luego me reí entre dientes.
—¿Recuerdas lo que te pregunté sobre las edades y estado civil? —Asintió—. Bueno, lo mantengo. Sigues estando dentro de mi rango de edad y si en las últimas horas no haz contraído matrimonio, ten por seguro que voy a cenar contigo y aprovechar cualquier oportunidad para coquetearte.
—Dimitri... —comenzó a protestar, pero la silencié del único modo que se me ocurrió. A saber, cubriéndole la boca con mi mano.
—Tranquila, irlandesa. —Me acerqué, hasta que no hubo más que cinco milímetros entre nuestros pechos—. Para lo que tengo planeado... —Deslicé lentamente mi mano, no sin antes presionar con mi pulgar su labio inferior. Su respiración vaciló notoriamente ante eso y mi ego se frotó las manos con regocijo—. Esta noche no necesitas escucharme, todo será sobre el sentir. Te prometo que tendrás un orgasmo.
Ella miró mi boca por tanto tiempo que por un segundo pareció estar en un trance, pero luego sacudió la cabeza y enfrentó mis ojos con determinación y enfado.
—No voy a acostarme contigo. —Dio un paso hacia atrás con cautela y yo tuve que hacer un titánico esfuerzo para mantenerme serio.
—No recuerdo habértelo pedido —le espeté, cruzándome de brazos en gesto analítico—. Tal vez leíste mal mis labios, me refería a que esta noche quiero llevar a tus papilas gustativas a un orgasmo. En pago por devolverme el móvil, quiero que escojas cualquier cosa del menú y aceptes tomar un vino conmigo, ¿en qué pensabas, irlandesa?
—Tú... —masculló, apuntándome acusadoramente con su índice. Finalmente resopló algo que no llegué a comprender y me observó con los ojos en rendijas—. Mejor vamos. —Se detuvo incluso antes de dar dos pasos—. Y no es "irlandesa". Es Erin... —aclaró, altiva, moviendo su mano derecha frente a mi rostro como si fuese una especie de garra—. Con "E".
Sonreí, haciendo mi propia garra y colocándola delante de sus ojos.
—Entendido, Erin con E. —Un empleado del restaurante se nos acercó entonces para guiarnos correctamente a una mesa libre—. ¿Cómo es la seña para mandona? —pregunté, a tiempo que nos colocábamos detrás del camarero.
Erin alzó su mano derecha primero y luego la izquierda, ejecutando un rápido movimiento solo para mis ojos. Puede que yo no sepa nada de señas, pero estaba casi seguro de que acababa de mandarme al diablo. Y a una parte de mí en verdad le gustó eso, la chica podía ser sorda, delicada y deliciosamente femenina en su vestido negro, pero tenía los pantalones bien puestos.
—Ya me gustas Erin con E —murmuré a sus espaldas, algo que ella obviamente no escuchó.
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Bueno así y con todas sus demoras, ¿les gustó? En el multimedia les dejo una imagen de Erin o algo así. Ya saben que son libres de imaginarlos como quieran. Un saludo, es bueno estar de vuelta ;)
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