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16.- Una falsa esperanza

Una vez que el diario de la señora Carmelina fue entregado, Ram les explicó que todas las cosas del bazar fueron enviadas a una subasta en Inglaterra y el motivo por el que permanecía en ese lugar era debido a que en el testamento la señora condicionó que si en un lapso de 72 horas después de su muerte, nadie fuese al bazar a reclamar el diario, o si Ram decidiese poner un pie fuera de la tienda (durante el transcurso del tiempo) las ganancias de los artículos serían donadas a una fundación para adultos de la tercera edad; pero en el debido caso de que alguien apareciese, todo lo recaudado pasaría a manos de Ram.

―Parecería ilógico pero es cierto ―comentó Ram―. Esa señora resultó ser más generosa de lo que imaginé. Además ya me hice millonario, en Inglaterra muchos mercenarios están pagando millones de dólares por esa basura. Y ahora lo que no dejo de imaginar es lo que haré con todo ese dinero.

―Muy probablemente podrás pagar una buena fianza —contestó Billy—, , digo por con esas cosas que tienes en la cocina

―Solo las consumo. Además eso no debe de...

―Señoritas tranquilícense —interrumpió Marcela—, luego resuelven sus problemas, ahora lo importante es saber qué era lo que esa señora trató de decirnos.

Marcela no se veía dispuesta a escuchar debates de drogas y abogados cuando tenía cosas más importantes de qué preocuparse; en sus manos estaba la respuesta de todo lo ocurrido. Los secretos de su pasado y el motivo de la reacción que mostró esa mujer cuando mencionó la palabra "Sisy", incluso lograría saber el porqué ese día fueron atendidas por un supuesto muchacho llamado Erick. Lo único que tenía que hacer era levantar la cubierta que decía:

La historia de cómo una muñeca arruinó mi vida 

4 de noviembre de 1943

Querido diario:

No tengo palabras para explicar que hoy ha sido uno de los peores días de mi vida: mis padres me obligaron a levantarme a las 3:00 AM a prepararles el desayuno, lavar la ropa y separar los frijoles de la comida.

Aparte tenía que ir a la escuela y caminar treinta kilómetros de puro campo abierto con unos zapatos que parecían estar hablando y, para el colmo, ese hipócrita al que debo llamar "profesor" se rehusó a aceptar mi tarea de matemáticas porque decía que era una niña pobre y apestosa que debería de estar trabajar como sirvienta.

"¿En donde ***** estabas?", me gritó mi padre cuando regresé a casa; "debiste de llegar hacer hace una hora, tu madre tuvo que hacer la comida sola. ¿Y en dónde están las cervezas que te pedí que trajeras?".

Desde que lo conozco, mi padre siempre ha ejercido su papel como el típico macho que pone sus reglas en cualquier lugar que catalogue como "suyo", aunque tenga que recurrir a la violencia. "Tuve problemas en el camino", le contesté. "Un camión se derrumbó y tuve que tomar otro camino porque un carretonero me...".

"Eso no me importa, ya te dije que la autoridad aquí soy yo. Y si digo que tu hora de llegada es a las 3:30 es a las 3:30..., ¿y en donde están mis cervezas?".

"Pero papá, la escuela está a casi 30 kilómetros de aquí. No puedo hacer nada si un tráiler se detiene, o si los borrachos del pueblo me miran feo; y ¿cuáles cervezas, si tú mismo dijiste que yo...?".

"No es una excusa. Además qué importa si te ve un borracho, mejor para ti. Así conseguirás a un marido que te mantenga y te haga entender que en la vida no se necesita saber leer, se necesita trabajar". Y no lo culpo. Él apenas sabía leer, nunca supe si terminó el kinder y siempre me gritaba que debía de salirme de la escuela para irme a trabajar o a cuidar a mis primos.

¿Por qué nadie quiere entender que mi deseo es estudiar y progresar para ser alguien en la vida? Quiero ser una gran doctora, ¿qué tan difícil es entender eso?

"Y eso no es nada, todavía falta que vayas al pueblo a traer un costal de frijoles para la cena".

"Pero papá, si vengo de ahí, ¿por qué no me lo pediste antes de que fuera a la escuela?".

"Porque a la inútil de tu madre se le ocurrió tirar la olla en el piso".

"Pero papá, el pueblo está al otro lado del campo. Es casi la mitad del camino a mi escuela".

"Entonces debes apresurarte, porque si a la buena para nada de tu madre se le ocurre volver a quemar tortillas tendrás que ir al pueblo por un costal de harina".

"Pero debo de hacer mi tarea... y mañana va a ver un examen, ¿no puedo hacerlo en otro momento...?".

"Ahorita mismo. Es más, te voy a dar un cinturonazo para que te des una idea de quién manda en esta casa".

"No, papá... no...", era demasiado tarde para pedir perdón, él estaba tan desesperado porque fuera al pueblo que tuvo que darme una cachetada y concluyó su ataque tirándome al piso y golpeándome con su cinturón tres veces.

"Ahora vas a ir por los frijoles, ¿o quieres que te dé otro cinturonazo?".

"No, está bien. Iré, pero... por favor, ¡ya no me pegues!".

"Así es como me gusta".

Me dolía todo el cuerpo; incluso llegué a imaginar que mi espalda estaba manchada de sangre. Y lo peor de todo fue no pude hacer otra cosa más que levantarme, mirarlo a los ojos y contemplar su cruel mirada posesiva.

11:45 PM

Muy apenas lograba soportar el peso del costal sobre mi espalda; no lograba recordar la razón por la que mi padre me había golpeado y tanto mi boca, como mis pies y brazos, estaban exhaustos. Me sentía tan cansada que no pude darme cuenta cómo la bolsa se me estaba resbalando de las manos.

"No, no", pensé, "por favor, no. Si ese loco se da cuenta de que faltan frijoles me lo hará pagar". No quería meterme en problemas con mi padre, por eso tuve que colocar el costal sobre la tierra y revisé que no tuviese fallas, pero al momento de hacerlo vi que dentro de la bolsa había una especie de piedra dura; la saqué y en solo dos segundos pude ver lo que en realidad era... "Pero ¿qué es ésto?", me pregunté, "¿cómo rayos llegó esto aquí?".

Parecía ser una simple muñeca, solo que hecha de materiales que había visto en las imágenes de los libros de mi escuela.

"Pero qué bonita eres, ¿quién te habría dejado ahí?". Si tan solo hubiese tenido una idea de lo que en realidad era, nada malo hubiese ocurrido. Desgraciadamente yo no estaba informada...

5 de Noviembre de 1943

Durante un solo segundo había sentido que de la noche a la mañana mi vida iría a tomar un curso diferente; me levanté temprano, hice el desayuno, tomé una taza de ese atole de avena y salí de mi casa sin tener que escuchar las quejas de papá.

El trayecto del camino fue normal, no hubo borrachos ni tráileres sucios o el rastro de ningún gramo de estiércol de vaca en la tierra sino todo lo contrario. El cielo estaba despejado, las plantas de maíz y tomate florecían y el fresco aire del amanecer inundaba mi nariz. "Qué raras son las cosas", pensé, "creo que así luce el mundo cuando despiertas con el pie derecho..." aunque mi pensamiento fuese profundo, no lo pude concluir debido a que me dejó llevar una voz que se escuchaba de entre los campos, una voz que no me dejaba de decir: "¡Oye, tú, niña..., espera!".

"¿Me hablas a mí?".

"Sí... te hablo a ti... espérame ahí..., tengo algo que darte", me quedé quieta entre la tierra y el maizal, esperando que el dueño de esa hermosa voz apareciese en la forma humana.

Volteé a ver hacia atrás y contemplé la figura de un joven vestido con camisa de manga larga color blanco y unos pantalones del mismo.

"¡Se te cayó esto!".

"Mi libreta, gracias, pero ¿cómo fue que...?".

"Te vi caminando por los campos y noté que estabas muy distraída. Se te debió de haber caído cuando pasabas por ahí".

"Muchas gracias, tú er...".

"Misael... me llamo Misael".

"Mucho gusto, soy Carmelina".

Durante casi quince años de vivir a las expensas de un loco como mi padre, nunca había tenido la oportunidad de conocer a un joven que no cumpliese con las típicas características de un borracho de cantina. Misael parecía ser un joven diferente. No tenía un solo pelo entre las mejillas, sus dientes eran de color blanco y tanto la piel como los ojos poseían unos hermosos tonos. Era raro ver a alguien como él en un lugar como éste.

"¿Y para dónde vas?".

"A la escuela, y creo que ya voy tarde".

"¡Qué mal!, ¿y en dónde estudias?".

"En la secundaria del campo".

"¿Te refieres a la que está al otro lado del pueblo?".

"Sí; normalmente hago tres horas en llegar".

"¡Qué mal!, ¿sabes algo?, conozco un atajo, no muy lejos de aquí. Si quieres te llevo, sirve de paso para que vaya al taller de alfarería".

Sin tener una idea del riesgo que implicaba confiarle mi seguridad a un extraño, decidí irme con él. Durante el trayecto pude conocerlo mejor: él nació en una familia indígena de artesanos y el grado máximo de estudios que alcanzó fue el tercer año de primaria; incluso me dijo que lo mejor para mí sería seguir estudiando para convertirme en alguien de provecho y salir de este humilde pueblo.

Nunca me imaginé que llegaría el día en el que yo hablara con alguien así. Pero lo mejor no ocurrió en el camino, sino al final.

"Ahí está..., como te lo prometí".

"Es mi escuela", no lo podía creer, ni mucho menos que llegase con una hora de anticipo y con el vestido libre de toda mancha.

"Bueno, creo que ya me voy".

"Gracias, en serio, no sé cómo agradecerte".

"Puedes hacerlo preparándote, poniendo atención y convirtiéndote en un ejemplo para el pueblo".

"Te prometo que lo haré". Como gesto de agradecimiento abracé su cuerpo, como nunca antes lo había hecho con un hombre, y me despedí con un simple adiós de mano.

10 de noviembre de 1943

Sin darme cuenta, los días siguieron transcurriendo y las cosas no dejaban de mejorar; mi padre ya no me exigía demasiado trabajo en la casa; en la escuela no tenía tantas presiones, por parte de los maestros, y cada vez que tomaba el atajo que Misael me enseñó, llegaba a la secundaria antes que todo el salón. No sabía qué era lo que estaba pasando..., pero me encantaba.

"Y entre las obras que escribió Sor Juana Inés de la Cruz tenemos...", comentó el maestro de español: "'Los empeños de una Casa, Amor es más Laberinto y el Divino Narciso; de tarea quiero que lean cualquiera de estos libros y me hagan un leve resumen de cuáles fueron sus partes favoritas y lo que comprendieron de ello".

"¿Y para cuándo profe?", preguntó uno de mis compañeros.

"Para el Lunes; pueden elegir entre ir a la biblioteca escolar o la municipal. El ejemplar no es difícil de encontrar y los pude ayudar a conocer mejor lo que es la poesía de una mujer fuerte."; para muchos esa tarea era una pesadilla, pero para mí no. El único detalle era encontrar el libro.

La buena noticia era que se trataba de algo fácil de encontrar, la mala era que debía de hacerlo en un lugar tan sucio y caliente como la biblioteca de la secu. "Velo de esta forma...", me dije, "por lo menos ahí los libros son gratis".

11:45 AM

Tuve el cuidado necesario para abrir la puerta de la biblioteca, me aseguré de no entrar con los pies descalzos y cuidé mis espaldas de cualquier bicho raro que me pudiera picar; desafortunadamente ese día me di cuenta de que la peor parte de ese trabajo no sería hacerlo en un lugar donde la temperatura pasaba de los cuarenta grados sino la persona que encontraba a cargo. No era ese anciano gruñón que no toleraba a los estudiantes, sino un joven de casi la misma edad que yo.

Caminé despacio y toqué el timbre de la mesa, cuidando de no tocar los papeles del escritorio. "Disculpe, necesito el libro de..." en el momento que el joven elevó su rostro, mis propios ojos no podían creer lo que contemplaban. Ese joven era idéntico a Misael.

"¿Cuál?", me contestó el muchacho de una forma seria y descortés. "¿Don Quijote de la Mancha?, ¿las obras de Edgar Allan Poe?, ¿El libro de cuentos de los Hermanos Grimm?"

"No, solo busco un libro de Sor Juana Inés de la Cruz".

"¿Cuál?"

"Amor es más Laberinto".

Una vez dicho el titulo el muchacho se levantó de su asiento y se dirigió a los anaqueles de la esquina por el ejemplar que buscaba. Tardó menos de dos segundos en encontrarlo.

"Aquí tienes. Y por favor cuídalo mucho. Este pequeño ha estado más tiempo en esta biblioteca del que te imaginas. Es primera edición, así que no lo dobles o rayes, ¿ok?"

"Sí..., está bien".

"Y procura guardar silencio, que aquí se viene a estudiar; Las mesas están allá".

No quería meterme en problemas con ese muchacho así que tomé asiento y comencé a leer el ejemplar, sin dirigirle la mirada. No entendía qué era lo que pasaba; pero un hecho seguro es que ese joven no es Misael.

17 de noviembre de 1943

"Muy bien Roberto, tienes siete", comentó el maestro". "Hiciste un pésimo trabajo, necesitas esforzarte más, Daniel tienes cinco. Te recomendaría que pasarás más tiempo estudiando y menos pateando balones; y por último, Carmelina tienes ocho, fue un excelente trabajo, aunque te faltaron algunos detalles; ahora para la siguiente semana me van a traer las biografías de cinco autores reconocidos y les pido que por lo menos uno de ellos sea mexicano."

"¿Y para qué nos va a servir eso?" contestó uno de los muchachos.

"Para recuperar una parte de la calificación. El proyecto me lo tienen que traer el viernes. Y les recuerdo que los que no logren obtener los puntos necesarios para acreditar esta materia, tendrán que repetir el año, ¿me entendieron?".

"Sí maestro".

Eso era lo que no quería escuchar... tener que hacer un trabajo que me obligase a volver a esa biblioteca...

12:30 PM

No quise verme como una tonta, pero tampoco quería ir a la biblioteca del pueblo a hacer el trabajo, por eso tuve que ir a ese cálido lugar, abrir la puerta y dirigirme al escritorio del bibliotecario, quien, al igual que el otro día, me trató mal.

Esta vez me tardé dos horas más de lo normal, ya que tuve que buscar la información en casi tres libros, y durante todo ese tiempo me pude dar cuenta de que el bibliotecario no hacía otra cosa más que leer.

Terminaba un libro y empezaba otro; no hablaba con muchas personas, incluso lo vi tratar mal a algunos profesores cuando preguntaban en dónde tenía las fichas que bibliográficas. Supuse que debía de estar emparentado con el bibliotecario anterior por su carácter y forma de hablar, aunque su rostro me figuraba la viva imagen del muchacho que conocí el otro día. Cuando terminé, guardé mis libretas en mi bolsa, coloqué los libros en el escritorio del muchacho. Desafortunadamente no me di cuenta del tiempo que pasé estudiando por lo concentrada que estaba en los libros.

Ya era muy tarde.

Toda la biblioteca estaba vacía.

"Por fin, hasta que terminas; ¿tienes al menos una idea de la hora que es, o es que todavía te falta algo por hacer..., porque si piensas que te voy a seguir esperando voy a tener que...?".

"Oye, ya basta, ¿sí? Ya fue suficiente; no se qué es lo que sucede contigo, Misael, pero me gustaría saber qué es lo que...".

"Un momento, ¿cómo me llamaste?"

"Misael".

"¿Y quién rayos es Misael...?"

"Pues tú, quién más... ¿o qué no te acuerdas que nos conocimos en el campo...?, hasta me ayudaste a encontrar un atajo para la escuela. ¿Qué no te acuerdas?"

"Creo que me estás confundiendo. Mi nombre es Rafael, nunca te he visto, con excepción del otro día que entraste a la biblioteca, y si no te vas de aquí ahora, iré con el director a reportarte y a convencerlo de que no te vuelva a permitir entrar aquí. ¿Entendiste?".

"Sí".

"Perfecto, ahora ¡largo!".

19 de noviembre de 1943

Hacía apenas unos días pensé que mi vida había cambiado, por las excelentes cosas que me estaban ocurriendo; pero ahora pienso que todo lo que sube tiene que bajar y que toda la suerte se tiene que terminar.

Mi despertador no sonó, mi padre se rehusó a echarme un vaso con agua y para acabarla de amolar, me tuve que ir corriendo a la secu sin desayunar y sin la tarea de comunicación.

"¿Cómo pude ser tan tonta?", me dije a mí misma, "¿no pudiste pensar en otro momento para olvidarla...?, tu padre es un borracho y tu madre una mantenida..., ¿porqué no pudiste hacer algo tan sencillo como colocar el trabajo en el marco de la puerta...?", era igual que decir: "he vuelto", ya que en todo el trayecto me vi obligada a maldecirme y a herirme, sin poner atención en lo que ocurría con el mundo o a la voz que mencionaba mi nombre...

"Oye, Carmelina... ¡Carmelina espera...!".

Me dejé llevar por el impulso y olvidé de todo aquello que vi en la imagen de ese tal Rafael; no me importaba si el sujeto que me hablara resultase ser el mismo idiota del otro día, solo quería hablar con él.

"Casi no me oías, ¿cómo has estado?"

"Bien, pero creo que hay algo que no me has dicho", no podía ignorar la oportunidad de obtener las respuestas que necesitaba. Quería saber si él sabía algo del nuevo muchacho que había entrado a trabajar en la escuela como bibliotecario, y del parentesco que tenía con él, o por lo menos que me dijera porqué no había aparecido en los campos las últimas semanas. Durante el transcurso del camino me comentó que ese muchacho era su hermano gemelo llamado Rafael, una persona con serios problemas de carácter; también me comentó que el motivo de su ausencia se debía a que su abuela se encontraba en la fase terminal de un cáncer en el hígado.

El tenía que cuidarla, mientras que Rafael se encargaba de conseguir el dinero para pagar las medicinas trabajando en la biblioteca de mi escuela (debido a que el bibliotecario anterior ya se había retirado)

Una vez que Misael terminó su historia, yo quedé consternada; nunca imaginé que Rafael estuviese pasando por una situación difícil. Misael y yo nos separamos en el mismo camino, solo que en esta ocasión él se despidió dándome un abrazo y un pequeño beso en la mejilla.

"Cuídate y trata de no hablarle mucho del tema que te dije..., todavía está muy dolido".

"Lo tomaré en cuenta"; hasta la fecha no he podido olvidar ese día: obtuve las respuestas que tanto necesitaba y recibí un pequeño beso. Ese día me sentí comprometida conmigo misma a tener una iniciativa positiva y a enfocarme en las cosas buenas de la vida. Pero eso ni iba a significar que el resto del día iría a ser diferente; en especial cuando uno siente que en lo más profundo de su interior se escucha el sonido de una voz diciendo:

Ayúdame, por favor, Carmelina... Ayúdame...

Volteé a ver los campos y pregunté por ese alguien que me estaba hablando, pero en su lugar escuché el sonido del viento corriendo por mi cuerpo; no puedo decir mucho de ese extraño momento, solo que lo último que vi fue el cuerpo de un gato negro caminando por los campos.

25 de noviembre de 1943

En el trayecto de mi vida siempre había escuchado, por parte de la iglesia, el dicho: "Todo aquel que comete un error tiene derecho a una segunda oportunidad", aunque no siempre lo merezca; eso fue lo que me hizo pensar en Rafael y en la forma en la que lo había juzgado por su mal carácter. Quería demostrarle que yo también sabía lo que era batallar en un momento como ese, pero lo que en realidad estaba mostrando era una forma de probar que yo era pobre.

Llevaba en mis manos un saco de frijoles viejo y sucio como ofrenda de paz, en lugar de llevar algo valioso, como dinero o una sábana. "Pero ¿en qué rayos estabas pensando?, ¿cómo pude ser posible que le quieras regalar eso?, mejor le hubieses dado una flor, o una varita de canela. O al menos se los hubieses dado cocidos. ¿Qué clase de tonta eres?".

Era un debate entre la vida y la muerte; podría darle a ese idiota mi regalo como ofrenda de paz, o solo imaginar que esto nunca pasó, preguntarle al maestro de comunicación si conocía algún atajo para llegar a la biblioteca municipal. Pero ya no tenía otra opción, me encontraba delante de la puerta prohibida, sintiendo la cálida esencia del lugar. "Muy bien, solo sigue los pasos", era lo único en lo que podía pensar. "Se lo entregas, te disculpas y te vas, muy bien; se lo entregas, te disculpas y te vas; se lo entregas, te disculpas y te vas...", di un leve respiro y coloqué todas mis ideas en orden. Lo último que quería era tener más problemas con un idiota como él.

Abrí la puerta y encontré a Rafael en el estante de enfrente leyendo un libro del tamaño de su cabeza y teniendo un vaso de agua como compañía.

"¿Qué rayos le pasa a este sujeto?", me pregunté, "¿qué acaso no siente el calor que invade en este lugar?

"¿Qué es esto?," me preguntó en un tono descortés, "¿tu almuerzo?"

"Es una muestra de paz".

"Entonces perdóname por malentenderlo, pero normalmente los frijoles se comen cuando están cocidos".

"Es una pequeña ayuda para tu familia; ¿acaso no tienes idea del castigo que tendré cuando mi papá se entere de lo que hice?".

"¿Y nosotros para qué querríamos una bolsa vieja repleta de piedras viejas?".

Con eso ya había sido suficiente. Yo intenté llevarme bien con él y a cambio él me estaba tratando mal.

"Oye, no se qué demonios te pasa, pero ya fue suficiente; no haces otra cosa que no sea insultarme y tratarme mal. Sé que tu abuela falleció pero eso no es excusa para...".

"A ver, a ver, ¿qué dijiste?".

"Que sé lo de tu abuela; sí, entiendo que estés dolido pero no justifica que trates mal a la gente".

"¿Y quién te lo dijo?".

"Misael".

"¿Y quién ******* es Misael?"

"Tu hermano".

"¿Cuál hermano, si yo no tengo ningún hermano?; soy el único varón de una familia de siete hijos... solo tengo hermanas".

"Pero si hace poco me topé con él en...".

"Mira, no sé lo que te está ocurriendo, pero será mejor que te alejes de ese tal Misael y de mí. y no hagas nada estúpido..., enfócate en tus estudios y por nada del mundo te acerques a él, sin importar cómo se llame o lo que te diga".

"Pero, ¿por qué no?".

"No te lo puedo decir, solo te diré que si lo haces, Sisy obtendrá lo que quiere y no me liberará".

"Pero lo que dices no tiene sentido, qué es lo que...", sin poder concluir mi frase, Rafael se levantó de su silla, me tomó de los brazos y me llevó directo a la salida, rogándome que no le dijera a nadie sobre lo ocurrido y que por nada del mundo llegase a pronunciar la palabra Sisy.

1 de diciembre de 1973 

Ya habían pasado varios días desde que Rafael me echó de la biblioteca por medio de amenazas, y ahora tengo que caminar otros cinco kilómetros más para ir al pueblo a hacer mis tareas y además tenía que llegar a casa hambrienta, cansada y acalorada.

Lo único positivo era que durante casi diez días no escuché a mi papá decir una sola grosería y en la escuela no había un solo maestro que se rehusase a recibir mis trabajos o a juzgarme por ser mujer Todo estaba sucediendo como yo quería. Por fin iría a terminar la secundaria y no había nadie que se interpusiese en mi camino. Pero en ese entonces todavía existía una última duda que habitaba en mi cabeza:

"¿qué sería lo correcto que hacer después de terminar el grado máximo de estudios que mi pueblo ofrece? Podría irme del pueblo y seguir estudiando...". "Pero aunque quisieses, tú nunca borrarás tu pasado", me decía a mí misma, "sabes muy bien quién eres, dónde naciste, cómo son tus padres, y ni siquiera tienes una idea de en dónde están tus hermanos".

Y no era una mentira. No había recibido una noticia de mi hermana Altagracia desde que huyó a la ciudad. Y, ni hablar de mi otro hermano mayor, lo único que sabía de él era que se llamaba Bacilo. Afortunadamente no tuve de qué preocuparme ese día; la escuela nos dejó salir temprano debido a que el maestro de algebra faltó porque sufrió un ataque cardíaco. Por mi parte fue una oportunidad para llegar temprano a casa, prepararme un té de canela y de relajarme en el sillón de papá mientras contemplaba la luz del atardecer.

"¡Qué bello cielo!", pensé, "ojalá nunca se acabe".

"Y si tú haces lo que yo te digo", comentó una voz desconocida en mi cabeza, "recibirás a cambio mejores días que éste, y muchísimas oportunidades". Un escalofrío me mantuvo quieta al mismo tiempo que mi mente se veía enfocaba en ver cómo las nubes del cielo cambiaron su color de blanco a un tono opaco y el clima del campo empezaba a helarse. "Solo piénsalo, Carmelina, podrías obtener lo que quisieras: una casa, dinero, un marido que te sepa respetar y, ¿quién sabe?, podrías salir en eso que llaman televisión..., ¿sabes lo famosa que te volverías si salieras ahí?".

El viento apagó el fuego de la estufa de leña al igual que la flama de todas las velas que encendí, la temperatura de mi casa se redujo y de entre las sombras se comenzó a formar la figura de una diminuta creatura que medía casi lo mismo que una botella de cerveza. El objeto tomó color y la forma de una pequeña muñeca que reconocí al instante... "No puede ser", dije, "pero si eres la muñeca que encontré en el saco la otra noche...".

"Muy bien Carmelina, ahora quiero que te relajes, es tiempo de hablar..."


―¿Y qué más dice? —preguntó Billy.

―No lo sé —contestó Marcela—, aquí es hasta donde llega, le faltan páginas; el diario está incompleto.

―Eso no puede ser posible..., muy apenas logré entender lo que estaba diciendo.

―Yo también Billy, pero según lo que leí, todo lo que le ocurrió a la señora Carmelina es lo que Jessy está viviendo: buena suerte, amigos y pocos obstáculos. Lo que no entiendo es qué tuvieron que ver los accidentes con todo...

RING... RING... RING...

Billy no contó con que su celular tuviese que sonar de manera inesperada en el preciso momento que Marcela estuviese a punto de aclararlo todo; era Rebecca diciendo que tenía regresar a la delegación a hablar con un hombre que sufrió un accidente reciente y explicarle la gravedad del asunto.

―No puede ser —comentó Billy.

―¿Qué sucede? —preguntó Marcela.

―Me tengo que ir, surgió un problema y me necesitan.

―Si quieres, puedes irte.

―¿Estás segura?

―Sí, se cuidarme sola. Además, por ésta calle transcurren las rutas urbanas que conozco. Puedo regresar a casa sin ningún problema.

―Entonces lo único que te pediré es que nos mantengamos en contacto. —Billy le obsequió a Marcela una pequeña tarjeta de presentación y un pequeño frasco de gas pimienta—. Repórtate cuando llegues a tu casa, y si tienes problemas solo envíame un mensaje y en segundos enviaré a toda la policía federal a ayudarte.

―Gracias.

Billy tuvo que retirarse antes de tiempo y confiar en la palabra de Marcela. Pero aún así su mayor preocupación no era abandonar a una muchacha de 17 años sola en una escena peligrosa, sino el tener que dejarla con un drogadicto como compañía. En cambio, Marcela no parecía afectada en lo más mínimo por la partida de Billy siendo que ese dichoso diario no la ayudó en todo lo que necesitaba. ¿Qué era lo que había querido decir Rafael con liberar y quién era ese tal Misael?;

¿De dónde salió y porqué había inventado ser el hermano de alguien quien no lo reconocía...?, ¿o cómo supo que la abuela de Rafael estaba enferma?

Por otra parte, el diario le había aclarado una que otra duda ligera: una muchacha encuentra una muñeca bonita, pasan los días y todo comienza a cambiar, pero lo que no aclaró era el porqué..., ¿por qué irían a ocurrir esas muertes y accidentes si hasta lo que leyó ningún familiar o amigo falleció en el transcurso de la historia?

"Algo no anda bien..., a mi se me hace que este diario está incompleto por una razón; alguien debió de haberlo roto, pero... ¿quién?", sus pensamientos eran extensos, al igual que su deseo por aclarar una duda: "¿porqué el diario estaba incompleto...?"

Marcela pasó demasiado tiempo enfocada en sus preguntas, tanto que no se había dado cuenta de que la figura de Ram apareció delante de ella sujetando una charola de plata con un par de tazas de té y un plato de galletas. Su excusa fue que él había ido a la cocina durante el tiempo que ella leía el cuaderno a prepararle algo que la ayudase a pensar de una manera detallada las cosas.

―Anda —comentó Ram—, toma un poco, te hará sentir mejor.

Su cuerpo se veía desesperado por recibir algo de alimento.

Sus papilas estaban deseosas por probar las galletas y su estómago rugía igual que el de un león antes de atacar a su presa. Marcela no lo pensó dos veces y se dejó llevar por su sentimiento de cortesía. Le dio un sorbo al té y tomó una galleta, sin pensar en los riesgos que recibiría por aceptar un dulce de un extraño, como el desmayo que experimentó su cuerpo.

―Buenas noches, Marcela...     

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