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14.- La última pieza del rompecabezas

Para algunas personas el término "una noche en la cárcel" puede tratarse de un momento de vida que pudiese ser rápido o eterno..., incluso muchos han llegado a decir que es igual que pasar un día en la casa de su abuela viendo las telenovelas, pero para otros solo es sentir una gran decepción de sí mismos. Estar dentro de esa celda oscura y repleta de mujeres de la calle que habían sido detenidas por ejercer actos de prostitución, robo o narcotráfico era algo alarmante para Marcela.

Simplemente no podía entenderlo.

Ella siempre fue una buena persona; nunca faltó a la escuela, hizo todo lo que le decían y cada vez que alguien intentaba meter en su cabeza palabras como "chupar" o "pistear", ella siempre decía que no.

Y ahora estaba atrapada dentro de una celda esperando a ser liberada, mientras que su padre seguía siendo interrogado.

"No puede pasar mucho tiempo...", pensó, "son solo 24 horas... Será igual que esperar los resultados del examen de álgebra...Pero esta hambre me tiene en pura agonía y ya no aguanto las ganas de ir al baño..., ¿por qué no instalan un inodoro en estos cuartos, o por lo menos nos sirven algo de comer...?"

El tiempo seguía transcurriendo y su cuerpo ya no lo soportaba; ella quería salir a la calle, tomar un café y dejarse llevar por el deseo de la agonía y el receso. Pero para que eso ocurriera primero tenía que salir de ese agujero del demonio.

―Oye tú, güerita ―comentó la voz de una mujer adulta con ropa reveladora―. ¿Qué te trae por aquí?

―¿Disculpe?

―¡No me digas!, ¿es tu primera vez...? ¡No lo puedo creer, por fin! ¡hey chicas!, ¿adivinen qué?, ¡tenemos carne fresca!

―¿En serio? -dijo una de las presidiarias.

―No te creo -continuó otra.

―Uy sí... -repitió la anciana-, ¡no sabes lo bien que me siento!, la primera vez que me detuvieron yo tenía quince años..., ¿qué edad tienes?

―Diecisiete.

―Dieci... ¡Diecisiete años...!, pero qué joven eres. Y dime, ¿cuánto es lo que cobras?

―¿De qué está usted hablan...?

―Ah, ¿no eres prostituta?, entonces ¿a qué te dedicas...? ¿robo?, ¿grafiti? ¿o tal vez...? Déjame adivinar... ¡Trabajas de dealer, oh, my God! ¡Adivinen, tenemos una dealer...! No lo puedo creer, casi siempre se dedican a eso las nuevas. Entonces ¿qué es lo que manejas?, ¿coca, tachas, churros...?

―Creo que usted me está confundiendo, yo no hago nada de eso, soy una estudiante de preparatoria.

Sin importar lo que Marcela dijera esa mujer iría a malentenderlo; lo que convirtió el transcurso de su estadía en un momento lento. "Por el amor de Dios...", repitió en su mente, "¿cuánto tiempo falta?, ya no aguanto más la desesperación ni tener que estar con esta vieja loca... ¡tiene la edad de mi abuela y todavía se prostituye...! ¿qué será lo que...?".

―Marcela Esperanto -comentó un oficial desde la salida.

―Sí.

―Ya puedes salir, pagaron tu fianza.

―Pero quién.

―No dijo su nombre, solo sé que nos mando el dinero por medio de una transferencia electrónica.

―¿Entonces ya me puedo ir?

―Todavía no, hay un agente federal que quiere hablar contigo, dice que es importante. Por eso debes acudir a la oficina del agente Chávez.

Sin tener una idea de quién era su informante anónimo Marcela abandonó la celda, pensando solamente en salir de ahí y en ya no estar escuchando a esa vieja loca diciendo: "¿Me consigues un par de tachas para el sábado?".

La muerte de Cristian se convirtió en un gran escándalo que impactó en muchos de los jóvenes del club de teatro.

Recordar cómo esas vigas se estrellaron sobre el estómago de Cristina provocó mucha intriga. ¿Acaso sería una broma o solo un accidente? Nadie lo sabía, aunque no todos estaban enfocados en eso; ahora ellos no contaban con un escenario para la obra ni con un Romeo.

―No puedo creer que tengamos que cancelar la función -dijo Erasmo.

―Yo tampoco -continuó Vale-, y aun no logro entender cómo fue que sucedió... esa viga cayó sobre Cristian así nada más; Erasmo, tú las habías revisado y dijiste que no estaban oxidadas.

―Pudieron haberse corroído, Vale, acuérdate que por ahí había muchas goteras.

―Sí Erasmo, pero no debes de olvidar que todos los días iba don Pepe a darle mantenimiento...

―¿Y que tal si ese anciano hizo algo tonto como golpear las tuberías o recargar una cubeta sobre ellas?; ese hombre lleva más de veinte años trabajando en esta escuela... incluso mi padre lo vio cometer su primer error de trabajo cuando cursó la preparatoria.

¿Quién era el culpable? ¿Por qué había ocurrido? ¿Cuál era el defecto que tenía esa viga...? Las preguntas y los sospechosos eran demasiados, al igual que el suspenso, pero solo había una duda que invadió las mentes de los alumnos: "¿quién habría sido el culpable?".

Durante casi dos horas los oficiales estuvieron revisando la escena, tomando rastros de huellas digitales y retirando con mucho cuidado los pocos pedazos que quedaban intactos del cuerpo de Cristian. Al final del día todo el auditorio había sido clausurado por los agentes de la policía; los estudiantes que se encontraron sospechosos del homicidio fueron llevados a una delegación para ser interrogados y los que no, tuvieron que ir al único lugar de la escuela en el que pudiese dedicarle un minuto de silencio a Cristian: la cafetería.

Y no solo ellos, también se encontraban todos los amigos, vecinos y familiares de la víctima, quienes fueron invitados por parte de la directora para rendirle un pequeño homenaje a Cristian en lo que la policía se encargaba de terminar de analizar el cadáver; era como un pequeño velorio en donde toda la escuela se vio involucrada por el accidente. Incluso la profesora Sandra.

―¡Mi hijo! -era lo que gritaba la madre de Cristian, con mucha desesperación-, ¡mi pobre bebé...! ¡No, no puede ser...!

―Lo lamento Nora -comentó el padre de Cristian-, y créeme que a mí también me duele.

―Pero no lo comprendo... ¿Cómo pudo ocurrir algo así?

―Créame que es lo que estamos averiguando, señora -intervino Sandra-, y si le sirve de consuelo yo...

―Usted no me hable, vieja loca; si de por sí no hizo nada para evitar que ésto ocurriera.

―¿A qué se refiere con eso?

―Usted lo sabe mejor que nadie; fue su alumna, sí, su querida y bien respetada "Julieta" la que no dejaba de comportarse como la última flor del desierto; y usted lo permitió.

―¿Y usted cómo se...?

―¡Soy la presidenta del comité de padres y maestros! ¡Sé todo lo que pasa aquí...!

―Mire señora, admito que la conducta de Jessy fue algo tensa, pero eso no significa que yo haya tenido algo que ver; intentamos tranquilizarla pero ella no dejó de...

―¿Actuar así?, pues fíjese que no le sirvió de nada.

Mi hijo está muerto gracias a la forma en que su alumna reaccionó; usted lo permitió, porque según me informaron, nunca dejó de alagar a esa mocosa ni de decirle elogios, y cuando empezó a comportarse como toda una estrella usted se sintió honrada e identificada con ella misma.

―Pero señora, le juro que yo no tuve nada que ver con eso.

―¡No me diga nada!, mejor dígaselo al juez... Porque así como lo oye, mi esposo es abogado y le juro por la vida de mi hijo muerto que, tanto él como yo, nos encargaremos de que usted y esa mocosa pasen el resto de sus días en la cárcel por matar a mi Cristian... ¡Se lo juro!

Los gritos de Nora se escuchaban con tal intensidad que Sandra ya no sabía en qué creer. Era como si la muerte de su hijo la hubiese convertido en una lunática adicta a la ira y al deseo de culpar al primer idiota que se encontrara, pero Sandra solo quería calmar el asunto, decirle a esa mujer que había sido solo un accidente y que ni ella ni Jessica habían tenido nada que ver en todo eso.

Desafortunadamente Nora no quería escucharla; tenía claro que las culpables habían sido ese par de fanáticas.

"No puede ser que esta mujer me esté culpando de esto", pensaba Sandra, "si yo no tuve nada que ver con eso; es más, yo misma revisé esas vigas, junto con Erasmo y don Pepe... Estaban en buen estado y habían sido instaladas hacía solo unos meses, es imposible que se hubiesen caído con ese tiempo".

Por cada paso que Marcela daba hacia la oficina del agente Chávez, vagaba una pregunta más en su cabeza: ¿Acaso el agente la había llamado por haber recibido mensajes de texto en su celular de ese extraño? ¿o a esa tal Rebeca, de pura casualidad, se le ocurrió decirle al agente lo que había sucedido?.

"¿Qué será lo que me hará ese hombre...?", pensó. "¿Me enviará a un reclusorio para mujeres o solo me pedirá que pague una multa?, ¿y sí revisan el celular?, ¿y si piensan que los mensajes son falsos?, ¿y si no encuentran al remitente de esos textos?"

... Las ideas seguían vagando por su mente, al igual que el suspenso y la confusión. Lo único que ella deseaba saber era quién era el agente Chávez o de qué sería capaz.

―Aquí está la muchacha, señor -comentó el oficial que la acortejó a la puerta.

―Muy bien, Melquiades, déjala pasar.

―Sí señor.

La figura del agente Chávez no correspondía con las características de cualquiera de los personajes que Marcela había visto en series de televisión policíacas, debido a que era un señor alto de traje gris y con la cabeza calva y portaba un bigote conectado a una barba, en forma de candado.

―Tú debes de ser Marcela Esperanto, ¿cierto?

―Sí.

―He oído sobre ti. Mis oficiales me dijeron que querías hablar conmigo, ¿no es así?

―Sí, pero le juro que no hice nada malo, solo...

―Tranquila, ¿sí?; por favor no pienses que soy de esa clase de oficiales, yo sí respeto la ley, pero bueno ¿gustas algo de tomar?, ¿un té o un café?

―No, gracias.

―¿En serio?, porque yo sí; no sabes lo mal que saben las bebidas aquí. Casi siempre le termino pidiendo a un policía que vaya a la tienda de la esquina a comprarme una botella de agua. Pero, cambiando el tema, ¿sabes por qué estás aquí?

―No estoy muy segura de eso pero creo que alguien me está...

―Buscando... te creo.

―¿Y usted cómo lo sabe?

―Solo te diré que tenemos un "pequeño amigo" en común. -Billy abrió el cajón de su escritorio y sacó un folder que contenía un par de fotografías impresas en papel-. Esta foto me fue enviada a mi teléfono móvil hace unas horas por un informante llamado "Pedro 5:8"; y esta otra la encontramos en tu celular, ¿notas alguna similitud?

―Son diferentes escenas, pero ambas tienen una mancha similar. ¿Pero cómo consiguió la mía?

―Hice que mis hombres le hicieran un análisis a tu teléfono para averiguar qué encontrábamos.

―¿Así que lo que me quiere decir es que a usted también...?

―Por eso te pregunté que si querías algo de tomar; porque como te darás cuenta, esta va a ser una noche muy larga...

Eran casi las cinco de la tarde y el nivel de tensión por parte del alumnado se había reducido. Ya no había policías, la señora Nora por fin se había ido y la profe Sandra ya no se veía tan preocupada por la idea de tener que lidiar con una denuncia injusta.

El elenco de la obra escolar continuaba en estado shock; estaban desesperados por saber qué era lo que iría a decidir Sandra. Después de la muerte de una persona sería lógico que ellos debiesen de continuar con la obra.

―¿Y bien? -comentó Vale, rompiendo el silencio- ¿qué se supone que hagamos?

―Supongo -contestó Sandra-, que lo correcto sería cancelar la obra.

―¿Qué...? -dijo uno de los alumnos.

―No... -continuó otro.

―Por fa...

―¡No se preocupen! -interrumpió Sandra-, que a partir de hoy los dejaré todos exentos en mi materia. No tomarán ningún curso en el verano y les autorizo que usen el tiempo de mi clase para irse a su casa o a la cafetería hasta que termine el semestre escolar.

―Pero profe -dijo Vale-, hemos estado trabajando en esto durante mucho tiempo.

―Sí Vale, pero a qué precio. No tenemos un Romeo, la obra se estrena mañana y aunque lo intentáramos, ¿de dónde vamos a encontrar a alguien que se pueda aprender un libreto de noventa páginas y logre darle a ese personaje como lo hacía Cristian?

―Yo sé de alguien que puede ayudarnos -comentó una persona.

Sin pensar en la incoherencia de presentarse después de haber hecho lo que hizo, Jessica ingresó en la cafetería con el fin de arreglar las cosas entre sus compañeros. Comentó que, de todas las personas presentes, ella era la más afectada por el disturbio que ocasionaron sus gritos y también admitió que se dejó llevar por su obsesión de grandeza, que no tomó en cuenta las palabras crueles que mencionó a Cristian.

Ella solo quería que la obra fuese perfecta, pero nadie estaba interesado en escucharla; de hecho la mayoría del alumnado estaba pensando seriamente en votar para expulsarla de la escuela, aunque tuviesen que sacrificar la obra a cambio. Pero Sandra no. Ella quería que el esfuerzo suyo y el de sus alumnos llegase a ser valorado.

-No lo sabía -murmuraban los muchachos.

-Puede que solo esté fingiendo.

-Si puso en riesgo la vida de una persona en un ensayo, no me podría imaginar lo que haría con nosotros si llegamos a cometer un error en el día del estreno.

―¿Y a qué quieres llegar con eso Jessica? -preguntó Sandra.

―A que deberíamos terminar esta obra y dedicarla en honor a la muerte de Cristian para que todos recuerden al Romeo que alguna vez pudo ser.

―No parece ser una mala idea, Jessica. Pero aunque pudiéramos hacerla, ¿de dónde sacaremos a un Romeo?

―Esa es la mejor parte, conozco a alguien que se sabe de memoria los textos de Shakespeare.

―¿Quién?

―Mi amigo Rody.

Rody entró en la cafetería por las puertas principales y se mostró ante Sandra, bajo la imagen del típico motociclista rebelde y pre juicioso como algunos de sus alumnos, solo que este muchacho actuó de un modo diferente; una forma en la que él se viera obligado a entregarle a la maestra un ramo de flores y recitarle algunos de los textos originales de Shakespeare en francés.

No pasaron ni cinco segundos para que Sandra quedara convencida. La obra iba a continuar y el nuevo Romeo se llamaría Rody Sandoval.

― Y así fue como empezaron a llegarme los mensajes de texto -comentó Marcela.

―A mí también, solo que tu nombre apareció en el último. Y lo que sigo sin entender es ¿quién los envía?

―Pudiera tratarse de un fisgón astuto.

―Quizá use un radio o tenga algún número privado.

―Pero ¿quién es la persona?

―No lo sé, pero debe de ser alguien que nos necesita para algo.

Era muy difícil de esperar algún resultado debido a que sus únicas pistas eran esos mensajes de texto en los que solo mencionaban desastres y fotografías impactantes; y en cada uno se mencionaba los nombres de Marcela o de Billy y firmaban con el versículo de la Biblia: Pedro 5:8.

Transcurrieron treinta minutos y la única idea que llegó a la mente de Marcela era que ella había estado presente en el día que Amanda murió, la noche que se incendió la pizzería de su padre y el día que Alan se paró en medio de una avenida rápida para que un camión lo matara; era como un testigo ocular sin valor.

Era evidente que Marcela había estado presente en tres de las cuatro escenas del crimen que habían ocurrido y que en una de ellas estuvo a punto morir.

Parecía indicar que la persona responsable de cada incidente tuviese algo en contra de Marcela, al igual que con cada una de las víctimas fallecidas, pero Marcela no lograba comprender su posición en todo eso; Amanda siempre fue una muchacha presumida y agresiva que atacaba a Jessica con tal de probar que ella era la mejor en todo, y Cristian era un idiota que solo pensaba en lo que le ocurriese al corazón de su pobre e indefensa novia, sin importarle lo que le llegase a pasar a sus amigos o las personas inocentes, en este caso a Jessica. Y Alan, a pesar de no haber muerto, jugaba el papel del típico hermanito mal portado. Era como si algo o alguien intentase eliminar todo aquello que pudiese ser un estorbo en la felicidad de Jessica, sin importar las medidas que tuviese que tomar; pero, ¿y ella qué tenía que ver con todo eso? Siempre fue la mejor amiga de Jessica, nunca la molestó ni la abandonó y siempre estuvo en los momentos tristes... Prácticamente eran hermanas. ¿Por qué ella estaría involucrada en algo como eso?

"No lo entiendo, ¿qué tengo que ver en todo esto?", eran las únicas palabras que vagaban por su mente. El solo recordar el rostro de Amanda, la cara de decepción de su padre o tener que imaginar el cuerpo de Cristian siendo destruido por esos materiales le hicieron recordar aquel momento en el que ella contempló cómo Alan estuvo a punto de ser arrollado por un camión y que, de no haber sido por la ayuda de su papá, Alan se hubiese muerto.

El comportamiento de Alan iba de mal en peor debido a que pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en su habitación, sin comer y mencionando gritos espeluznantes.

No permitía que nadie entrara en ese cuarto, ni siquiera Willy, y cada vez que Miriam se enteraba del bajo rendimiento del niño ella se sentía obligada a tener que tomar medidas extremas.

―Ese niño no está mejorando en nada ―comentó Miriam―, y si sigue así ,vamos a tener que sacarlo del cuarto.

―¿Y qué quiere haga?; cada vez que he tratado de abrir esa puerta solo escucho gritos diciendo: "¡Lárgate!", o "¡no puedes ayudarme, nadie puede!".

―En ese caso tendremos que tumbar la puerta. Y si no lo haces tú, le hablaré al sujeto de mantenimiento para que lo haga.

―¿Y a dónde lo piensa llevar?, es solo un niño.

―A una habitación especial, para gente especial. Si Alan no nos permite entrar vamos a tener que monitorearlo.

―¿Y qué cree que opine la madre del chico de ésto?, ¿acaso irá a permitir que su hijo esté...?

―No va a ocurrir nada, según me lo que dijeron los padres van a salir de vacaciones a Miami esta misma noche y me pidieron que hiciésemos todo lo que esté en nuestras manos para ayudarlo, aunque tuviésemos que tomar métodos poco convencionales.

―Usted está loca, una madre no puede hacer eso.

―Puede y lo hizo, justamente hoy me lo comentó por teléfono y me envió una autorización firmada por fax diciendo que si el niño no mejoraba nosotros tendríamos su autorización para realizar una terapia con electroshocks

Los últimos recuerdos que vagaron por la mente de Marcela fueron los que ocurrieron el día en que ella y Jessica estuvieron en el bazar de antigüedades y fueron atendidas por una anciana decrepita que les dijo: La muñeca... la muñeca...

destruirá tu vida...

―Para Sisy... para alguien como Sisy. ¡Eso fue lo que nos quiso decir la anciana! La muñeca te destruirá.

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