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Capítulo 1

Corría con sus hermanos por las verdes praderas a la luz del sol de primavera, aún eran niños regordetes. Zarek y Emir jugaban con espadas de palos y ella y Clarisse giraban tomadas de las manos; la hierba era suave y los rayos del sol tibios al contacto de la piel. Todos eran felices, todos reían, todos gritaban...

En algún momento de la noche se había dormido. No le preocupó la llegada de los invasores, no atacaron al pueblo y muchos anteriormente habían intentado sitiar la ciudad sin efecto. Pero esta vez era diferente, esta vez el enemigo era alguien conocido. Los gritos la sacaron de su sueño. Su dama de compañía ya se encontraba vestida y buscando sus ropas para tendérselas. Podía escuchar gritos de soldados y de las criadas, veía las sombras de los hombres y las luces de las antorchas ir de un lado al otro, creciendo y disminuyendo en tamaño, finalmente miró a Danae a los ojos y vio temor en ella.

—Señorita Sibilia, están sitiando el castillo, debemos irnos. Son órdenes de su Majestad. La reina y sus hermanos la esperan para marcharse. Tomé, —dijo la joven mientras le daba un vestido una capa —vístase rápido, yo le recogeré el pelo.

La princesa, aturdida, tomó la ropa e hizo lo que esta le indicaba. Una vez lista, Danae la condujo por uno de los corredores del ala este del castillo evitando chocarse con arqueros que subían para tomar su posición y otros tantos soldados que bajan para encontrar su lugar en la vanguardia. El resto de la familia real se encontraba en el gran salón en compañía de unos cuantos sirvientes.

—Son el futuro de este reino y es por eso que deben irse, les he dado hombres suficientes para que puedan marchar y defenderse si es necesario —escuchó Sibilia decir a su padre al llegar. —Cuiden a su madre y a su hermana, cuando esto acabe los mandaré a buscar.

—Padre, ven con nosotros —le suplicó Sibilia sabiendo cual sería la respuesta.

—No puedo hacer eso aunque es lo que más quiero. Este es mi reino y esta es mi gente, mi deber como su rey es protegerlos. Volveremos a vernos, mi estrella dorada.

Estruendos comenzaron a sentirse a las afueras del castillo. Arednet se acercó a uno de los grandes ventanales. Hombres vestidos con armaduras y cotas de malla luchaban entre sí haciendo chirriar los metales de sus armas, otros cuantos intentaban derribar las puertas de su hogar. El Rey miró a su familia una última vez, deseando por un instante que su otra hija también estuviera allí, aunque al menos ella estaba a salvo en Neliora.

—Deben irse ahora, mis hombres los esperan afuera. No quiero que estén aquí cuando entren.

—Prométeme que volverás a mí.

—Lo intentaré, mi reina —le dijo a su esposa.

La mujer siguió a sus hijos hasta llegar al corredor que llevaba a la parte trasera del castillo a una salida secreta. Al salir, alrededor de unos mil hombres los esperaban junto un grupo de criadas y las damas de compañía de ella y de su hija.

—Majestad, el Rey nos ha ordenado que los resguardemos en la torre de las ruinas de Gladen, más allá del Bosque de Cobre. Usted solo díganos cuándo, estamos a su disposición.

Emeliza subió a su caballo con ayuda de los abanderados, buscó con la mirada a sus hijos que ya estaban montando y por último echó un rápido vistazo al castillo esperando que esa no fuera la última vez que lo viera.

—De la señal, Sir Blerent. Es mejor que nos vayamos ahora.

Cabalgaron alrededor de un kilómetro y medio hasta llegar al Bosque de Cobre. El cielo comenzaba a aclararse haciendo que el color rojizo metálico de las hojas de las arboledas contrastara con la verde hierba. Para la sorpresa de los Manson, un número considerable de guerreros del Rey se encontraban ya allí y había desplegado todo un campamento. Varios de los hombres que los condujeron hasta el bosque desmontaron sus caballos para poder estirarse, otros sacaron sus cantimploras y bebieron agua o vino.

—Es increíble que todos estos hombres estén aquí y no peleando con nuestro padre. El ejército de nuestro tío lo dobla en números. No podrá vencer estando ellos aquí.

—Tu pesimismo no es requerido en este momento, Emir.

—No es pesimismo, Zarek, es la verdad. Quizás a ti no te importe por ser el heredero a la corona, qué mejor para ti que nuestro padre pereciera...

—No te atrevas a siquiera suponerlo.

— ¿O qué harás? ¿Vas a atacarme como nuestro tío lo está haciendo ahora?

Emir tomó las riendas de su caballo y empezó a avanzar hacia el resto de los soldados.

— ¿Qué harás? —quiso saber Zarek.

—Reuniré algunos hombres y regresaré a la capital. No voy a quedarme sin hacer nada. Tú ve con nuestra madre y Sibilia a las ruinas de Gladen. Ahí estarán seguros.

—No voy a hacerte cambiar de opinión, supongo.

—No lo harás.

Zarek se quedó observando como su hermano desaparecía entre el tumulto. Sabía que tenía razón; el ejército de su tío era amplio y su padre necesitaría ayuda pero tampoco le parecía una buena idea exponerse. Eran el futuro del reino, los nuevos soles que se alzarían cuando el reinado de Arednet llegara a su ocaso.

— ¿En qué piensas? —la voz repentina de su hermana hizo que se sobresaltara. No la había escuchado aproximarse.

—Pienso en todo lo que está pasando y en qué debemos hacer. Emir reclutará un grupo y regresaran a Lithiaj, papá ordenó que fuéramos a Gladen...

— ¿Y tú no crees que eso sea buena idea?

—Les hará falta ayuda, Sibilia, y si estamos allí no podremos regresar a tiempo. Si nos quedamos aquí también las expongo a ustedes.

—Mamá y yo podríamos ir Neliora acompañadas de algunos escoltas y nuestras damas. Clarisse nos recibirá.

—Deberán el tomar el camino largo, no pueden arriesgarse pasando cerca de Lithiaj.

— ¿Eso quiere decir que estás de acuerdo con mi idea?

—No tengo otra mejor opción. Escribiré una carta para que se la entregues a Lord Markus en cuanto llegue. Le pediré que envié parte de sus hombres para que luche con nosotros si hace falta. Avísale a nuestra madre y dile que es por asuntos diplomáticos, no querrá ir contigo de lo contrario. Les preparare un grupo para que las escolten y veré que les den todo lo necesario para partir lo más pronto posible.

Sibilia miró a su hermano con preocupación.

— ¿Seguro estarás bien aquí?

—Lo estaré, cada persona de este pueblo nos ha jurado lealtad, nadie va a lastimarme. En cuanto Emir regrese de ayudar a nuestro padre haremos que vuelvan a Lithiaj, lo prometo.

—Está bien. Haré lo posible para convencer a nuestra madre de irnos y también para convencer a Lord Markus.

Cuando el sol se posicionó marcando la media mañana tanto Sibilia como Emeliza se encontraba ya en el carruaje camino a Neliora en medio de una pequeña caravana. La ansiedad que tenía por ver a su hermana hacía que el viaje se volviera aún más extenso. No la había vuelto a ver desde su casamiento tres años atrás y todavía no conocía a su pequeño sobrino Thaiel. Solo esperaba que el viaje no fuera en vano, eso y poder volver a ver al resto de su familia al regresar.


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