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Una condena eterna

Junto al árbol de cristal hueco que brillaba sobre el acantilado se formó una puerta de luz anaranjada. Mateus supo lo que había interrumpido en cuanto vio a su hija tan cerca del Ix Realix. Se sintió culpable, pero en aquel momento, tenían cosas más importantes en las que pensar. Los jóvenes se volvieron hacia el consejero, que les hizo una seña para que lo siguiesen a través del portal.

Killian ayudó a Moira a estabilizarse cuando llegaron al otro lado, pues la magia que albergaba la sala de los eruditos probó ser demasiado para ella. La joven apretó la piedra blanca que le colgaba del cuello y analizó la estancia con curiosidad. Las estanterías estaban repletas de libros que brillaban con luz propia debido al poder que contenían, y en el aire flotaban enlaces en distintos tonos de azul que le acariciaron la piel con su energía.

Los ojos de la joven sin magia se toparon con los eruditos, que le dedicaron un gesto de respeto al Ix Realix. Mientras tanto, la Guardia Aylerix observaba a Duacro. La criatura se sentaba sobre la gran mesa que descansaba en el centro de la estancia. Aidan no le quitaba ojo de encima. Junto a él se encontraban Cruz y Quentin, ambos ocupados repasando los símbolos elementales que habían trazado sobre un libro de hechizos. Mateus se acercó a ellos y les dedicó un asentimiento.

Cruz generó una nebulosa turquesa que sacudió el cabello de los presentes y Quentin trazó un enlace carmesí entre la magia del aqua. El padre de Moira intercambió miradas con los eruditos y juntos inclinaron las manos sobre Duacro. Los rayos que brotaron de sus dedos atravesaron el cuerpo de la criatura, cuyos gritos rebotaron en las paredes.

Aidan se removió nervioso y Mónica se acercó a él en una muestra de apoyo. Mateus se posicionó ante Duacro. La luz anaranjada que iluminó a la criatura inundó la sala con el poder de los soles. Quentin y Cruz posaron una mano en los hombros del ámbar, haciendo que la energía de Ixe Flame se tiñese con los colores de sus gemas afines. El cuerpo de Duacro convulsionó: el hechizo de los neis le había alcanzado los huesos.

Moira escondió el rostro tras el omóplato de Killian, buscando aliviar el dolor que le causaba la magia. Trasno la distrajo haciendo virguerías sobre el suelo. La joven sonrió mientras Duacro gritaba con cientos de voces que no le pertenecían, pues eran las almas que había consumido durante los últimos tres lustros encerrada en el Laberinto del Olvido.

El sudor se acumuló sobre las frentes de los eruditos, una muestra del gasto energético que suponía realizar semejante hechizo. Moira sintió cómo la magia alquímica se resistía contra la fuerza que buscaba doblegarla. La joven se esforzó por identificar los distintos tipos de energía que acudían a la llamada de los neis. Cuando la niebla amenazó con sobrepasar el límite de su mente, la luz remitió. La sala se llenó de jadeos y los eruditos que se desplomaron sobre el suelo, ayudados por sus compañeros, llevaron las manos a los tallos de udela. Su primer instinto fue buscar el nögle que los ayudaría a recuperar fuerzas. El desconcierto que les transformó los rostros, sin embargo, los detuvo a medio camino.

—¿Dana? —cuestionó un Ixe alarmado.

Los cuernos y las garras doradas de Duacro desaparecieron para dejar al descubierto a la mujer que llevaba helios oculta tras la magia transmutada. Sus iris recuperaron el color azul y la pureza de su esencia, que se reflejó en un rostro de rasgos dulces y sonrisa amable. Dana tenía el cabello tan oscuro como el de su hijo y la melena lacia le caía por la espalda en una cascada de brillos añiles. Su tez escarchada, que probaba su naturaleza aqua, recuperó la vida al toparse con el rostro de Aidan.

—Mamá —susurró el joven con los ojos anegados en lágrimas.

El Aylerix la envolvió en un abrazo que su madre no pudo corresponder debido a los grilletes que todavía le aprisionaban las manos. Dana acarició el rostro de Aidan con las mejillas humedecidas por el llanto.

—Cómo has crecido —le dijo con la voz rota.

Aidan se rio y la apretó contra su pecho. El corazón le latía pleno, incapaz de creer que, después de haber vivido con su ausencia durante la mayor parte de su vida, pudiese volver a sostener a su madre entre los brazos.

—Te he echado tanto de menos...

Dana le besó la mejilla antes de observar al grupo de personas que se reunía a su alrededor. Reconoció a algunos de sus antiguos compañeros y sonrió. Sus ojos se toparon con los de Moira y la mujer se llevó una mano a la boca con un jadeo. La recordaba. Recordaba el laberinto. Recordaba lo que había ocurrido en las últimas lunas. Recordaba todo lo que había hecho en los últimos soles.

—Oh, océanos —susurró agravada.

La mujer parpadeó tras ver a Killian y las lágrimas brotaron de sus ojos a mayor velocidad. El jefe del clan se acercó a ella y le dedicó una sonrisa.

—Ixe Loch —le dijo mientras le rodeaba la mano con una calidez que iluminó el rostro de Dana.

—Tienes la esencia de tu padre, muchacho.

Killian asintió agradecido. Dana desvió la mirada hacia Aidan y el joven le depositó un beso en la frente.

—¿Recuerdas lo que ocurrió, mamá?

La erudita cerró los ojos y cogió aire, preparándose para visitar un pasado atormentado por el dolor.

—Mis padres pertenecían a uno de los pueblos marítimos que se ocultan más allá de la costa sur del reino —le dijo a su hijo—. Cuando demostré grandes aptitudes en el campo de la erudición, me mudé a la Ciudad Azul para asistir a Slusonia. Estaba sola y aterrada, pero entonces conocí a Odiel.

Aidan sonrió ante la mención de su padre y Dana negó con el semblante cargado de nostalgia.

—Loch era un soñador empedernido y nos hicimos amigos en cuestión de atardeceres. Él entrenaba para formar parte de la guardia de la Fortaleza y me presentó a Adaír cuando todavía no estaba al mando del reino. Nos volvimos inseparables, como vosotros —dijo mientras observaba a los jóvenes que la rodeaban—. Los helios transcurrieron sin descanso, y cuando fui asignada al grupo de eruditos del castillo, me mudé a la Fortaleza. Odiel pasó a formar parte de la guardia personal del jefe del clan y Adaír se convirtió en un Ix Realix justo que lideraba a su pueblo con armonía y benevolencia.

»Me enamoré de él —confesó con un sollozo que le humedeció las mejillas—. Y él se enamoró de mí.

El desconcierto se convirtió en una corriente que transformó los rostros de los presentes. Aidan y Killian se miraron aturdidos.

—Yo no era más que la hija de unos navegantes de mareas de Isla Salina y los antiguos Ix Realix ya habían acordado la unión de su descendencia con una de las familias más importantes del clan. Catnia se convirtió en Ix Realix y Adaír y yo mantuvimos la distancia. Funcionó durante helios, hasta que descubrimos que éramos nywïth.

Los gemidos que inundaron la sala agravaron el dolor de Dana.

—Una noche cometimos un error —dijo mientras acariciaba el rostro de Aidan—, y a cambio recibí el mejor regalo de mi vida. Cuando Adaír descubrió que estaba embarazada quiso desvelarlo, pero él ya había tenido dos hijos maravillosos con Catnia y yo tenía miedo de lo que haría la Ix Realix si se enteraba.

El dolor nubló la visión de Killian y la mujer le apretó los dedos con afecto.

—Adaír y yo acordamos mantenerlo en secreto —le dijo a Aidan—. Odiel nos había brindado su amistad desde el principio y se ofreció a hacerse pasar por tu padre para protegernos. Te quiso tanto...

La voz de Dana se perdió entre el dolor. Aidan la arropó con un nudo en la garganta, pues sabía que estaba en lo cierto. Todavía sentía el amor de su padre en cada uno de sus huesos.

—Adaír se centró en ser el mejor padre para vosotros —le dijo a Killian—. Odiel y yo creamos una familia maravillosa y encontramos la forma de ser felices. Hasta que las gemas nos lo arrebataron —se lamentó con pesar—. Aceptar su muerte se convirtió en la peor de las tormentas y Adaír se preocupó porque no nos faltase de nada. Siempre que tenía un momento libre venía a ver cómo te encontrabas...

—Y me contaba historias sobre papá —la interrumpió Aidan con los ojos llenos de lágrimas.

—Su amistad no conocía límites —confirmó Dana orgullosa—. No sé cómo, pero Catnia descubrió que éramos nywïth. Un anochecer me acorraló en el castillo y me atrapó con un hechizo que anuló mi poder afín. No pude hacer nada para defenderme. Su magia me desterró de la Fortaleza y me encerró en...

—El laberinto —murmuró Killian furioso.

Dana asintió y el jefe del clan apretó los puños hasta que los nudillos se le tornaron blancos.

—¿Mi padre no intentó liberarte?

—No lo sé —respondió Dana—, desde ese momento me convertí en algo...

—Sí que lo intentó —la interrumpió Moira—. Su despacho, la sala de preservación, el laberinto... Todos los lugares importantes para Adaír están iluminados por el mismo hechizo.

—Las antorchas —susurró Dana—. Decía que lo ayudaban a...

—Estar en contacto con sus ancestros —recitó Killian al unísono.

Los aquas se miraron en silencio, unidos por un dolor que no sabían que compartían.

—Catnia utilizó la magia alquímica para vincularte al laberinto —explicó Moira.

La joven abrió el diario de cuero azul que guardaba en el interior de la capa. Había memorizado cada página, por lo que no tardó en dar con la que buscaba antes de tendérselo a Dana.

—Te condenó a olvidar quién eras y a quién amabas. Utilizó un hechizo especular para que te vieses obligada a reflejar las emociones de otros como castigo por experimentar el vínculo nywïth.

El silencio reinó en la sala. Las lágrimas de Dana humedecieron las hojas de algodón que contenían las investigaciones del antiguo Ix Realix.

—Adaír nunca dejó de intentar liberarte —le prometió Moira—. Encontré la forma de sacarte del laberinto gracias a sus estudios. Si hubiese tenido un poco más de tiempo, estoy segura de que lo habría conseguido.

Moira tomó una de las hojas que sobresalían del diario y se la entregó a Dana. La mujer sollozó tras ver su rostro, el de Adaír y el de su hijo retratados en el papel.

—Lo siento tanto, Aidan... —se lamentó—. No quería dejarte solo, pero no pude luchar contra...

—No tuviste alternativa, mamá —la calmó el joven—, no te culpes. Tras tu muerte, Adaír me adoptó y me trajo al castillo. Me crio junto a sus hijos...

—Tus hermanos —corrigió Killian mientras le posaba una mano sobre el hombro.

Aidan se rio nervioso y apoyó la cabeza contra la frente de su madre.

—Ojalá pudiese contaros más —susurró Dana mientras le acariciaba la mejilla.

—Tenemos todo el tiempo del mundo, mamá.

El rostro de la mujer se torció con dolor. Moira se volvió hacia Cruz, que negó entristecido. Los Aylerix intercambiaron miradas de dolor y Aidan y Killian cuestionaron a los eruditos en busca de una explicación.

—Estos hechizos... —dijo Dana mientras señalaba las notas de Adaír—, lo único que me mantiene aquí es la magia oscura, hijo. Los grilletes impiden que mi energía regrese a la fuente, pero ya no queda nada de mí en esta vida.

El rostro de Aidan se transformó con pánico. Killian se volvió hacia Mateus en busca de ayuda.

—¿No existe la forma de liberarla? —le preguntó.

—Me temo que esto solo ha sido una solución temporal, Ix Realix.

Las palabras del ámbar los obligaron a reparar en el aspecto de Dana. El color azul de sus ojos se desvanecía con cada latido. Su piel empezó a teñirse de sombras púrpuras y sus uñas reflejaron un brillo dorado que encogió el corazón de Moira. La mujer la miró con emoción.

—Jamás podré agradecértelo, mocosa —le dijo con lágrimas en los ojos.

—Si no recuerdo mal, me salvaste la vida en más de una ocasión —respondió Moira con una sonrisa triste.

—Y, a cambio, tú me has librado de una condena eterna.

Moira aceptó la mano que le ofreció Dana y le dio un abrazo de despedida. La mujer se volvió hacia su hijo y le acunó el rostro con un gesto cargado de amor.

—Estoy muy orgullosa de ti —le dijo con la voz rota—. Para Odiel y Adaír sería un honor ver el nei en el que te has convertido.

—Mamá, no...

Dana lo atrajo hacia ella y compartió con él todos los recuerdos que pudo hasta que su ropa se convirtió en una sombra oscura y de su cabello blanco brotaron dos cuernos dorados que reflejaban la superficie del mar.

—Sé que Adaír, donde quiera que esté, observa el horizonte con el corazón en calma porque sabe que te has convertido en todo lo que él no logró ser —le dijo a Killian orgullosa.

—Ojalá te reúnas con él al otro lado —deseó el aqua tras depositarle un beso en las manos.

—Mamá —se lamentó Aidan con el corazón destrozado—, pero si acabo de recuperarte...

—Y le doy las gracias a las gemas por haberme concedido el regalo de volver a verte, mi vida, pero no puedo volver a convertirme en este monstruo.

Aidan la miró con el alma rota. Vio las zonas en las que su piel se había teñido de un azul grisáceo repleto de líneas púrpuras. Vio las garras que la obligaban a atormentar las mentes de quienes la rodeaban. Vio sus ojos blancos, que se aferraban al último destello azul que la mantenía en control. Y supo que había llegado el momento de dejarla ir.

—Te quiero —sollozó mientras llevaba las manos a los grilletes que la mantenían prisionera.

Duacro sonrió y se apoyó contra su pecho. La magia de Aidan le atravesó las entrañas.

—Te quiero, hijo mío, y siempre te querré.

🏁 : 100👀, 58🌟 y 42 ✍

Nos vamos a la sala de los eruditos, donde Duacro recupera su antiguo aspecto ✨

¿Qué os ha parecido su historia? 🥺

¿La esperábais? 🤨

¿Y la relación entre Odiel y Adaír? 🤔

¿Y qué me decís de esa despedida? 💔

*Se va llorando* 😭

Espero que os haya gustado ❤

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