El caos se propagó mediante gritos y dolor. Las explosiones de energía transmutada sacudieron a los seis reinos al mismo tiempo. La conmoción ralentizó la respuesta de la Autoridad. El ejército alquímico llamó a las puertas de los clanes y las espirales de magia oscura consumieron la luz de los soles. Los neis se reencontraron con familiares que habían fallecido, con compatriotas caídos y amigos que jamás habían vuelto a ver. Sus seres queridos, sin embargo, ya no estaban entre ellos, pues bajo los ojos azabache y las venas ennegrecidas, no había nada más que maldad.
La líder del ejército esmeralda no dudó en infundirles valentía a sus tropas para defender la capital. La mujer no se dejó paralizar por el miedo y los soldados que la seguían, tampoco. Avanzaron juntos, sin detenerse a pensar en las decenas de neis que salían despedidos en todas las direcciones, atrapados por las hiedras de espinas que brotaban del suelo y los arrastraban hasta que esparcían sus entrañas sobre la hierba.
El bosque esmeralda fue destruido por orbes de humo alquímico que asfixiaron a los árboles y convirtieron las flores en especies que se rebelaron contra los neis. En Ámbar intentaron combatirlas con fuego; en Diamante, con espadas de cristal forjado en las minas; en Obsidiana, con abismos que buscaban enterrarlas en el corazón de Neibos. Pero nada funcionó. La magia oscura convirtió la arena en ceniza y las llamas en lodo. La naturaleza se transformó en un monstruo que buscaba consumir las almas de los neis. Los soldados se lanzaron a la batalla sin dudar, pues todos darían la vida por proteger las Fortalezas de sus reinos.
Pero no en Rubí.
El clan de las emociones no les debía lealtad a los tiranos que los habían sometido durante soles, por lo que el ejército de Vulcano no halló resistencia en la capital. Las calles empedradas fueron destruidas, al igual que los edificios y las vitrinas. Los neis alquímicos, sin embargo, no encontraron tropas a las que asesinar. Los Ixes se guarecían en la Fortaleza y fue allí donde concentraron sus fuerzas. Los gritos de las grandes familias del clan se convirtieron en una canción de horror y desgracia que no recibió auxilio alguno. La guardia de Emosi escondió a los consejeros que luchaban contra la corrupción de la Autoridad en la Colina de la Taumaturgia. Foyer y los rebeldes dirigieron las tropas del ejército y se prepararon para defender la Ciudad Gris en caso de que los enemigos descubriesen su paradero.
Por desgracia, los demás clanes no corrieron la misma suerte.
En Diamante derribaron puentes y murallas. En cuanto salieron volando por los aires, los pedazos de cristal se tiñeron de negro y se precipitaron hacia los cuerpos de los soldados. Los proyectiles atravesaron cráneos y corazones. Los habitantes del reino se desplomaron en oleadas azotadas por el viento de la muerte.
El sufrimiento de los obsidianas atravesó las fronteras del clan de la tierra y la fauna. El ejército alquímico hechizó a los cientos de especies que se refugiaban en las montañas. Sus estampidas destrozaron la ciudad. Los animales hundieron las garras en los cuerpos de los neis y los atravesaron con sus cuernos ebúrneos. Las calles se cubrieron de cuerpos desmembrados. La tierra se removió desolada.
Ámbar se consumió en llamas. La capital del reino de fuego fue atacada con una ferocidad que exclamaba venganza, pues las tropas enemigas se esforzaban por aniquilar la gran ciudad que un atardecer Vulcano había gobernado. El humo inundó el aire y las cenizas impidieron que los neis encontrasen refugio. El fuego que invocaban no podía hacerles frente a las llamas ennegrecidas de los neis alquímicos y el dolor de los ámbares se abrió paso a través de la niebla gris.
El ejército enemigo invocó nubes destructoras y lluvias alquímicas sobre todas las Fortalezas excepto la del clan Aquamarina. Mientras los demás reinos sucumbían a la perdición, la Ciudad Azul se mantenía en calma. La muralla de agua que protegía el castillo emitía un murmullo que lograba ocultar la desesperación del reino de mayor extensión de Neibos, pero su melodía no era más que una farsa.
El ejército de Vulcano no atacó la capital, sino que centró sus ofensivas en las aldeas y pequeñas urbes que se extendían por todo el territorio; allí donde no había soldados para proteger a los campesinos y artesanos. Las tropas aquamarinas se movilizaron de inmediato, pero ¿qué ocurriría si se trataba de una distracción? Si el ejército alquímico los atacaba cuando las tropas estaban divididas, aniquilaría el corazón del reino en un latido. Mientras la Fortaleza intentaba tomar una decisión, los ancianos que se ganaban la vida cultivando especies mágicas y los niños que jugaban a encontrar nuevos animales en el océano morían sin que nadie luchase por ellos.
—¡Killian! —exclamó Crystal en un intento por detenerlo.
La voz de la jefa del clan Diamante se propagó por toda la Fortaleza, pues las paredes interiores del edificio se habían levantado para acoger a los habitantes del reino que buscaban cobijo. El gran salón estaba atestado de neis, al igual que las demás estancias. Los Ix Regnix se reunían en la plataforma a doble altura que descansaba al fondo de la sala.
—Eres el Ix Realix —le recordó Oak—. No puedes irte. Tienes que permanecer a salvo para liderar a los supervivientes.
Los jefes y jefas de los clanes asintieron en acuerdo. Killian apretó los puños y tensó la mandíbula. La ley de Neibos era clara, pero ¿cómo esperaban que se quedase de brazos cruzados mientras su pueblo sufría?
—Bonitas palabras, aunque si no hacemos algo, pronto no quedará nadie a quien liderar —intervino Moira.
Killian sintió un alivio inmediato. El Ix Realix se topó con los ojos marrones de la joven y contuvo las ganas de sonreír. En medio de aquel caos comprendió que, siempre que contase con su apoyo, encontraría fuerzas para hacer lo correcto. Killian tomó a Moira de la mano antes de volverse hacia los Aylerix. Hacia los amigos que lo habían acompañado en cada paso del camino. Hacia su familia.
Había llegado el momento de dejarlos ir.
—Ha sido un verdadero honor servir junto a vosotros —les dijo con una sonrisa bañada por la tristeza—. Sois un símbolo de lealtad y orgullo para los seis reinos y la mejor guardia que cualquier Ix Realix podría desear. He tenido el placer de contar con vuestro apoyo en los soles más difíciles de mi vida y por ello os estaré siempre agradecido. Si el clan Aquamarina permanece en pie es gracias a vosotros. Lamento no saber recompensar todo lo que me habéis dado, pues lo único que puedo ofreceros tras helios de sacrificios y amistad es la libertad de regresar a casa para que luchéis allí donde residen vuestros corazones.
Los rostros de los soldados se desencajaron. A Moira le tembló el labio inferior por el dolor de la despedida. La joven se volvió para no tener que presenciar el brillo de discrepancia que se apoderó de las expresiones de sus amigos. Killian la miró con un cariño que apretó el nudo que tenía en la garganta. El jefe del clan asintió y la joven depositó un beso en sus dedos entrelazados antes de separarse. El pesar que le nublaba la visión aumentó cuando se dio la vuelta y estalló una lágrima de luna en el suelo para crear un portal. Killian hizo lo mismo al otro lado y, juntos, avanzaron en direcciones opuestas y sin mirar atrás.
—Sterk —demandó Moira.
El diamante se levantó de inmediato, lo que permitió que la joven lo encontrase entre la multitud. Pero el Ixe no fue el único que se puso en pie. Los Annorum Vitae se incorporaron uno a uno, con los rostros cargados de determinación, para ofrecer sus servicios a la causa.
—Será mejor que nos demos prisa —dijo Moira con orgullo—. Tenemos trabajo que hacer.
* * *
Bajo las órdenes del Ix Realix, Raen lideró las tropas que acudieron en auxilio de los aquas. Killian dejó a algunos de sus mejores soldados en la ciudad y se aseguró de que todos estuviesen preparados para alertarlo si se producía algún cambio en el corazón del reino. El verdadero horror, sin embargo, llegó en cuanto abandonó la Fortaleza, pues encontró aldeas sumidas en tinieblas, hogares calcinados y playas ennegrecidas por la magia oscura. Cadáveres aqua, sangre rubí y gritos esmeralda. Lágrimas ámbar, ruinas diamante y tumbas obsidiana.
El ejército alquímico era infinito. Por cada nei oscuro que caía, aparecían diez más. La magia transmutada se acumulaba sobre los clanes y formaba un manto que se volvía cada vez más tupido. Los enemigos levitaban sin agotar su energía y atacaban con una potencia que los soldados de los reinos no poseían. Con la debilidad de los soles, las hiedras de la noche cobraron vida y serpentearon sobre los cadáveres para atrapar a los neis que se mantenían en pie. Las enredaderas de espinas ahorcaron a las patrullas. Las espirales de energía alquímica aplacaron los hechizos del ejército. Los habitantes de los reinos se arrodillaron junto a los cadáveres de sus seres queridos y aguardaron la muerte entre sollozos.
Pero entonces llegaron los refuerzos.
Los Ix Regnix enviaron tropas a todos los reinos y los habitantes de Neibos se protegieron los unos a los otros. Los aquas apagaron las llamas alquímicas que incendiaban Ámbar. Los esmeraldas contuvieron a la fauna transmutada de Obsidiana en cárceles de hiedras y raíces. Los rubíes convirtieron los cristales que asesinaban a los diamantes en flechas que intensificaban su valentía. Los neis oscuros se resintieron bajo la entereza del ejército multiclan y la energía alquímica rugió con rabia.
A las hiedras les nacieron colmillos y los ataques de los enemigos se volvieron más despiadados, más feroces, más letales. Los batallones fueron diezmados y las Fortalezas se resintieron por la falta de protección. El antiguo castillo Rubí, que llevaba eras sin ser franqueado, fue el primero en caer. Nadie lloró las vidas que se perdieron en su interior, y cuando el último cuerpo dejó de respirar, las tropas de Vulcano se sumaron a los ejércitos que atacaban las demás capitales.
El miedo y el cansancio hicieron mella en los soldados, que veían cómo cada vez eran más los compañeros que perdían la batalla contra la muerte. Los cuerpos de los inocentes se amontonaban sobre el suelo, ya que las tropas, pese a sus esfuerzos, no lograban ponerlos a salvo. Los neis transmutados arrancaban árboles y destruían edificios para dar con ellos. Cayeron ancianos y bebés, adultos y niños, y la brutalidad de sus muertes despertó un incendio en el interior de los neis que les permitió seguir luchando a pesar de la desesperanza.
—¡¡Por Neibos!! —bramó un rubí que corría hacia la muerte.
El soldado sabía que no tenía escapatoria. Lo había derribado una diamante transmutada, que caminaba hacia él con una sonrisa perversa en el rostro. El rubí, sin embargo, se negó a rendirse. El hombre generó un orbe escarlata que iluminó su entorno. La alquímica lo miró con una arrogancia que lo hizo estremecerse. Sus ojos ennegrecidos brillaron con el poder de las sombras. De las manos de la mujer brotó un látigo de tinieblas que no logró alcanzarlo, ya que se desvaneció antes de atravesarle la carne. La diamante se desplomó con una flecha atravesándole la cuenca del ojo. Los soldados se sobresaltaron tras percibir decenas de destellos a su alrededor.
—¿Qué ocurre? —preguntaron los neis.
Y entonces los vieron.
Los elfos de Iderendil se incorporaron a la batalla protegidos por armaduras de plata. Los recién llegados avanzaron valerosos hacia a la masacre que se extendía ante sus ojos, maravillando a los neis con la belleza de sus rostros y el fulgor de sus arcos. Las flechas volaron desde todos los ángulos. Los elfos se deslizaron entre los enemigos con una gracilidad que mermó al ejército alquímico.
—¡Por Neibos! —exclamó una ámbar con lágrimas en los ojos tras calcinar a un niño transmutado.
—¡Por Neibos! —respondieron los soldados que luchaban junto a los elementales.
El ejército de Vulcano comenzó a caer con el anochecer. Los cadáveres de los neis que habían fallecido helios atrás se amontonaron a los pies de los soldados y la magia oscura abandonó sus cuerpos para unirse a las fuerzas enemigas que seguían luchando. Sus hechizos se volvieron más potentes y sus ataques, más fieros, pero los elfos y los neis coordinaron mejor sus ofensivas. Las primeras sonrisas iluminaron la oscuridad en la que se habían sumido los clanes y los batallones lograron ganarle territorio al enemigo.
Hasta que los cadáveres se pusieron en pie.
Los gritos resonaron contra las tinieblas. La magia alquímica envenenó el aire y se apoderó de los cuerpos de todos los neis y elementales que habían fallecido en aquella batalla. Las tropas de Vulcano se multiplicaron en latidos y los soldados, que se vieron obligados a luchar contra sus propios hermanos y hermanas, comprendieron que jamás regresarían a casa.
🏁 : 100👀, 60🌟 y 42 ✍
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