Ruinas
Noventa y nueve atardeceres atrás
El Hrath guardaba silencio. La noticia del asesinato de Alis había alcanzado hasta el último rincón de Neibos, incluida la Cumbre Solitaria. Eran muchos los hrathnis que conocían a la joven de rostro amable y mirada salvaje, pues tras la batalla contra los hombres de Júpiter, la Ix les había agradecido la ayuda prestada personalmente.
Alis era una muchacha muy querida en el reino. Los habitantes del clan Aquamarina la adoraban por lo que era, una joven valiente y sensata que anteponía los intereses del pueblo a sus propios deseos. A pesar de su inexperiencia, Alis había demostrado ser una gran líder en los momentos más críticos para el reino. Sin embargo, ahora que la habían asesinado, nadie tendría el placer de ver cómo se convertía en la gran mujer que estaba destinada a ser.
Lion abandonó la oquedad, donde se encontraban dos de los tres líderes del Hrath, con el rostro serio y la mirada nublada. El cazador conocía a Moira desde hacía tantos helios que ya había perdido la cuenta. Lion admiraba a la joven como a muy pocas personas en Neibos. Le encantaba la habilidad que tenía para convertir sus carencias en armas, cómo ponía la voz en grito cada vez que presenciaba una injusticia y luchaba hasta el final por una causa honrada. Los hrathnis habían crecido junto a ella y hasta la última alma de la colonia sabía que Moira jamás habría asesinado a Alis a sangre fría.
—Ella no ha podido hacer algo así —dijo Marco, el líder esmeralda, en el interior de la oquedad.
—La tierra se remueve bajo las raíces de los árboles, amigo. La montaña tiembla y se prepara para lo que está por venir.
—Moira jamás haría algo así, Ixeia.
—No, no lo haría —coincidió la obsidiana con la voz serena y el pecho en ruinas.
—¿Crees que le están tendiendo una trampa? Quizá por eso la obligaron a quedarse en la Fortaleza.
—El ataque del jabalí de fuego sigue sin tener explicación —murmuró la líder mientras removía el eldavá.
—Ella jamás haría algo así —repitió Marco.
—No, no lo haría.
La voz de Ixeia quedó opacada por el graznido que resonó en la cueva. Una lechuza de iris amarillos y plumas blancas como la nieve voló hasta posarse sobre el hombro de la obsidiana. Los líderes hrathnis intercambiaron una mirada de preocupación antes de echar a correr. Si Baloo estaba allí, la Guardia Aylerix no debería andar muy lejos.
Un cuerno sonó en la inmensidad de la Región Nívea. Los guerreros se movilizaron de inmediato, pues el aviso informaba de una visita inesperada. Musa atravesó las galerías de la montaña hasta que alcanzó la entrada de la Cumbre Solitaria, donde descubrió a cuatro Aylerix con los ojos hinchados y el rostro enrojecido por el llanto. Aidan era quien peor aspecto presentaba. La mirada gris del soldado estaba empañada por un dolor crudo y visceral. Entre los dedos portaba una cinta aquamarina que había pertenecido a la fallecida.
—Aylerix —saludó Ixeia con voz solemne—, lamentamos vuestra pérdida. Por favor, aceptad esta ofrenda en nombre de toda la colonia.
La obsidiana se acercó a Aidan y posó sobre la cinta azul el amuleto de musgo, hueso y cristal que los hrathnis habían elaborado la noche anterior, tras el atardecer, junto a la piedra en la que encendieron la llama con la que despidieron a Alis de aquel mundo.
La furia que reflejaban los ojos del soldado centelleó antes de apaciguarse. El Aylerix apretó el talismán y parte del dolor que lo consumía fue absorbido por los cristales. Las lágrimas de alivio le humedecieron las mejillas y en su rostro reinó la paz.
—Gracias —susurró.
—Os ayudaremos en todo cuanto esté a nuestro alcance —prometió Marco, afligido por el sufrimiento de aquellos a quienes había empezado a considerar amigos.
—¿Dónde está Elyon? —preguntó Mónica, pues aunque en el Hrath había tres líderes con la misma potestad, todos evitaban tomar decisiones importantes sin un consenso.
—No se encuentra entre nosotros en este momento.
Los Aylerix intercambiaron miradas de sospecha que tensaron a los hrathnis.
—Hemos venido a registrar la montaña y sus inmediaciones —anunció Quentin.
El silencio fue ensordecedor.
Ixeia entrecerró los ojos y Marco apretó los labios para contener la retahíla de palabras que amenazaban con brotar de su boca.
—Por supuesto, Ix Aylerix —respondió con la voz contenida.
—Estoy segura de que vuestra magia os ayudará con la labor —añadió Ixeia.
Las palabras tensas de la obsidiana provocaron que Baloo la abandonase para refugiarse en la energía de Mónica.
—Si no necesitáis nada más de nosotros —se despidió el líder esmeralda antes de volverse hacia los túneles, seguido por Ixeia.
—Marco, por favor —suplicó Max en un intento por detenerlo—. No hemos venido a discutir.
—Jamás pondría en peligro a la colonia enfrentándome a la Guardia Aylerix, soldado.
Max dio un paso atrás, golpeado por la dureza de aquel con quien había compartido besos y secretos. La ponzoña le atravesó la piel con la fuerza de cien rayos. Marco se cruzó de brazos y lo miró furioso.
—Ella jamás haría algo así.
—¡Por las barbas de Glikius! —exclamó Max—. ¡La vimos hacerlo!
—A ti también te vieron morir —le reprochó Marco—, y sin embargo sigues ante mí, propagando acusaciones.
—Solo hacemos nuestro trabajo —explicó Quentin con voz conciliadora.
—¿Y cuáles son las órdenes, Ix Aylerix? —le preguntó Musa—. ¿Capturar o matar?
El viento silbó entre los pasadizos de roca. Los soldados apretaron las mandíbulas en una respuesta silenciosa. Ixeia negó decepcionada.
—Moira esperaba más de vosotros.
—¡Moira asesinó a Alis ante nuestros propios ojos! —gritó Aidan con el pecho en carne viva.
—Pregúntale por qué lo hizo, entonces —escupió Musa.
—¿¡Crees que no lo hemos hecho!? —bramó Mónica con los ojos anegados en lágrimas de rabia—. Su respuesta fue una carcajada. ¡Una carcajada! Vimos cómo la apuñalaba y los sanadores probaron que no se encontraba bajo la influencia de ningún hechizos. ¿Qué más pruebas necesitáis?
—Si vosotros os encontraseis en su situación, Moira jamás os abandonaría.
Las palabras de Marco se convirtieron en dagas, y su mirada, en hielo que atravesó la carne de los presentes.
—Será mejor que los dejemos trabajar —murmuró Musa con desprecio—, los vasallos de la Autoridad deben cumplir sus órdenes antes de poder regresar junto a sus amos.
Quentin se encogió, dolido por las palabras de su nywïth, y Aidan apretó los dientes para evitar un conflicto.
—Cerrad la puerta cuando os marchéis, no queremos que entren más monstruos en nuestra montaña.
BUENO BUENO EL SALSEOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO.
¿Qué pensáis de todo esto?
¿Habéis elegido bando?
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