Orgullo
Kira fue la primera en actuar. La sanadora utilizó su poder para contener las llamas y los demás ámbares la ayudaron en cuanto comprendieron que Ígnea no los estaba atacando de forma consciente. La joven había perdido el control de su magia y el resultado había sido catastrófico. Celeste intentó hacer que recuperase el sentido, pero su compañera se había convertido en un vehículo del poder elemental que no tenía capacidad de decisión.
Aquellos episodios solían ocurrirles a los neis más jóvenes de Neibos. Las emociones eran un detonante de la magia, y hasta que no aprendían a canalizar la energía de las gemas, solían producirse accidentes. Ígnea había perfeccionado el uso de su poder afín hacía edades, pero como la mayoría de hrathnis, había perdido la práctica después de tantos helios sin poder acceder a su elemento.
Ixeia y Lion contuvieron las llamas con paredes de tierra y piedra y Celeste se encargó de reducir la elevada temperatura de la galería con su magia aquamarina. El fuego se consumió y la cueva desapareció tras la oscuridad. Ígnea se desplomó sobre el suelo. Los hrathnis generaron gotas de luz que se convirtieron en estrellas multicolores en el aire. Terrance y Moira levantaron a Ígnea y Kira los llevó a la oquedad en la que guardaba las hierbas medicinales. Mientras Marco y Lion se quedaban atrás para calmar a la colonia, Celeste avanzó junto a su compañera con el corazón desbocado.
—Se pondrá bien —le aseguró Kira—. Solo ha sido un accidente.
Celeste se repitió esas palabras una y otra vez. Las posiciones de los astros avanzaron sin que fuese consciente del cambio de luz, pues la joven solo tenía ojos para Ígnea, que seguía sin despertarse. La aqua estaba empezando a desesperarse, aunque las visitas de los hrathnis, que acudían a regalarle caricias y palabras de paz, lograron mantenerla en calma.
—¿Cómo está? —cuestionó Ixeia en cuanto regresó a la oquedad.
—Su cuerpo ha tenido que soportar una gran cantidad de energía en escasos latidos —explicó Kira—. Estará agotada durante varios atardeceres, aunque el fuego no la ha herido, sino todo lo contrario.
—¿A qué te refieres? —le preguntó la obsidiana.
—La conmoción ha sido grave, pero gracias a ella, su poder afín ha resurgido por completo.
—¿Fue eso lo que provocó que perdiese el control?
—No —respondió Celeste—. Lo que nos contó Moira le afectó a un nivel personal.
Kira e Ixeia intercambiaron una mirada inquieta, pero no dijeron nada más. Mrïl, que no se había despegado de ellas tras lo sucedido, se restregó contra Celeste en un intento por calmarla. La aqua le dedicó una sonrisa humedecida por las lágrimas y el lobo se mantuvo junto a ella hasta que el atardecer se consumió y las estrellas brillaron en el cielo.
El animal sintió la presencia de Moira en la montaña y agitó la cola. La joven había partido a media tarde para asistir a reuniones con los elementales y ayudar a Killian, ya que no quería dejarlo solo. Por desgracia, los problemas para el Ix Realix aparecieron en el momento en que la joven regresó al Hrath.
* * *
Killian se sentía tan agotado que le costaba mantener los ojos abiertos, pero el reino estaba al borde del colapso; no había tiempo para descansos. El jefe del clan iba de reunión en reunión, de orden en orden, de problema en problema. Además de coordinar las fuerzas de los seis reinos, debía considerar las noticias que traían los cinco Ix Regnix y responder a sus dudas, incluso si no conocía respuesta alguna. Los comandantes de las tropas, que buscaban soldados debajo de las olas, acudían a él en busca de consejo, al igual que los eruditos, que no encontraban soluciones. Y, por si fuera poco, también tenían que lidiar con Sterk. El miedo había empezado a oscurecer las paredes del castillo y la presencia del diamante no hacía más que inquietar a los habitantes de la Fortaleza.
Las calles del reino estaban vacías. Desde que los habían informado de la situación, los habitantes del clan del agua se recluían en sus hogares. El horror de la batalla contra Júpiter todavía latía en sus corazones y los aquas no estaban preparados para otro castigo. El pánico era tal que los neis habían empezado a rezarles a los dioses antiguos, pues nadie sabía de qué otra forma enfrentarse al ejército alquímico que les traería la muerte.
Killian se sentía un líder pésimo. Le habría encantado visitar la ciudad y las aldeas más próximas para calmar a los habitantes del reino. Tenía la sensación de que los estaba defraudando, de que en lugar de escondido en la Fortaleza, debía estar en el exterior, dando la cara por sus hermanos y hermanas.
Quizá fue aquello lo que lo motivó a acudir al comedor. La estancia rebosaba vida y las conversaciones de las centenas de neis que se reunían para cenar lograron distraerlo del futuro incierto que se avecinaba. Hacía atardeceres que no compartía una comida con los habitantes del reino y sabía que para ellos era importante ver que el Ix Realix tenía la situación bajo control, aunque nada estuviese más lejos de la verdad.
Los Ixes que pudieron alejarse de sus responsabilidades durante unos latidos acompañaron al jefe del clan en la mesa regia. Su presencia fue agradecida por los demás comensales y el humor mejoró notablemente. De vez en cuando, Killian y los Aylerix intercambiaban miradas de tensión bien disimuladas. Todos deseaban estar en otra parte, pues había mil cosas que hacer para proteger al reino, pero con los soles habían aprendido que mantener la esperanza entre la población era tan importante como liderar al batallón más experimentado.
Los amigos se encontraron riendo y disfrutando de un merecido instante de paz. La dinámica bromista que compartían alivió la tensión de los aquas, y aunque su visita fue un respiro de aire fresco que calmó las preocupaciones del clan, no logró ser tan sorprendente como la aparición de Alis. La joven Ix recorrió las mesas sonriente y en calma. Su vestido turquesa emitía destellos de agua con los movimientos y los rizos que le caían por la espalda brillaban con un reflejo del color de los océanos.
«Te prometo que esto no va a poder contigo, solo tienes que intentarlo».
La voz de Moira resonaba una y otra vez en la mente de Alis. Sus palabras se habían convertido en un mantra del que extraía el valor necesario para caminar entre los Ixes como si nada hubiese ocurrido. Como si no hubiese pasado lunas secuestrada por su madre. Como si su padre no fuese un asesino que pretendía acabar con todo lo que amaba en Neibos. Como si su vida no estuviese basada en una absoluta mentira.
El corazón de Alis se calmó en cuanto se topó con las sonrisas de sus hermanos. Aidan y Killian la observaron con un orgullo que casi le empañó los ojos. La joven logró mantener la compostura y se rio cuando Max le ofreció el puño con complicidad. Alis se sentó junto a Killian y le apretó la mano para hacerle saber que no iba a permitir que se enfrentase solo a lo que estaba por venir. El peso del reino recaía sobre los hombros de ambos y no estaba dispuesta a descuidar sus obligaciones durante más tiempo.
Alis observó a Killian con atención. Estudió la manera en la que disimulaba sus preocupaciones para proyectar una imagen de calma que lograse satisfacer a las miradas inquietas. Vio cómo mantenía la postura regia pero se dirigía con voz cercana a quienes compartían sus inquietudes sobre el estado del reino. Admiró la afabilidad que reflejó su rostro incluso después de pasar varias posiciones respondiendo las preguntas de los habitantes del clan.
La estancia se había sumido en un completo silencio, pues todos querían escuchar lo que tenía que decir el Ix Realix, incluso los recién llegados que se encontraban de pie entre las mesas y en los corredores. La dinámica siempre era la misma. Alguien hacía una pregunta que reflejaba miedo e incertidumbre. La sala emulaba las emociones del interlocutor y se sumía en murmuraciones. Killian dejaba pasar unos latidos de pánico y respondía con determinación y arrojo.
—¿Cómo venceremos al ejército alquímico?
—Las tropas de los reinos han entrenado durante helios para este momento, y con la inestimable ayuda de los eruditos y los grandes maestros, lograrán hacerle frente a cualquier amenaza.
—¿Qué quieren los elementales de nosotros?
—Son criaturas pacíficas y generosas que, a pesar de los errores de nuestros ancestros, se han arriesgado para advertirnos del peligro que corremos. Considero que, como mínimo, les debemos todo nuestro agradecimiento.
—¿Dónde se refugiarán aquellos que no puedan participar en la batalla?
—Hemos desarrollado un plan de acción que se pondrá en marcha en cuanto se dé la alarma. La Fortaleza cuenta con espacios hechizados que lograrán ocultar a todos los neis que busquen abrigo y provisiones. No se preocupen, lo tenemos todo bajo control.
—¿De verdad es tan necio como para hacer que el clan renuncie al poder de su nywïth por una Sin Magia?
La voz de Ixe Seaton se propagó por la sala como un veneno que sumió a todo el mundo en un silencio sepulcral. Los Aylerix se levantaron de inmediato, preparados para defender a Moira. Killian le posó una mano sobre el hombro a Quentin antes de que se dejase llevar. A Alis le molestó que su hermano mantuviese la calma ante aquella falta de respeto, pero entonces vio que bajo la mesa, más allá del rostro sereno y la postura en calma, se escondía una mano cubierta por esquirlas de hielo.
—¿Qué le hace pensar que renuncio a algo, Ixe Seaton? —preguntó Killian con voz aterciopelada.
—Los he visto caminar juntos por la Fortaleza —respondió con desprecio—. Todos somos conscientes de la forma en la que se miran.
En el rostro de Killian brilló una sonrisa que no logró contener. El jefe del clan se deshizo de la escarcha que le cubría los dedos antes de levantarse.
—No me ha entendido, Ixe; le preguntaba de qué cree que carece para ser una buena Ix Realix —aclaró mientras caminaba hacia él—. Me disponía a sacarlo de su error, a explicarle por qué sería todo un orgullo que la señorita Stone decidiese pasar el resto de su vida junto a mí, pero acabo de comprender que me resultará más placentero ver cómo es ella misma quien le demuestra lo mucho que se equivoca.
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