Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Inocentes

Capítulo largoooo 😍

La gran sala de reuniones se sumía en un silencio sepulcral. Los aquas les habían cedido sus butacas azules a los consejeros de mayor relevancia de los reinos. En el hemiciclo se formaban seis triángulos de color que se extendían hasta los asientos más altos de la plataforma. En la primera fila se encontraban los cinco Ix Regnix y, tras ellos, ataviados con la vestimenta propia de cada clan, los Ixes que representaban a cada gremio de la Autoridad.

El grupo aquamarina era el único que no contaba con la presencia de su Ix Regnix a la cabeza. La responsabilidad de aquel puesto le fue encomendada a Vayras, que ya no miraba a los demás por encima del hombro, sino que se mantenía sereno y agradecido por la confianza depositada en él. La Fortaleza había cambiado en las últimas lunas y el consejero no se había mantenido ajeno a dicha evolución.

El verdadero líder Aquamarina se encontraba frente al hemiciclo, en el asiento más alto de la tribuna, pues la potestad del Ix Realix era superior a la de los Ix Regnix. El asiento de cristal que había junto a Killian, sin embargo, estaba vacío. En el pasado lo habían ocupado Elísabet y su madre, pero ambas habían resultado ser una compañía pasajera.

Las puertas se abrieron para permitir la entrada de Moira y Mrïl y el rostro de Killian se suavizó. La joven se disculpó por el retraso sin darle demasiada importancia. Por su gesto trivial, casi parecía que no había hecho esperar a los líderes de los seis reinos con su demora. Crystal sonrió desde la soberanía del clan Diamante. A la Ix Regnix le gustó Moira desde la primera vez que se cruzó con su mirada desafiante. Tras descubrir lo que se ocultaba en aquel corazón sin magia, sus sentimientos no habían cambiado.

Moira se tensó conforme se adentraba en la estancia. A su alrededor se congregaban los neis de mayor rango de la Autoridad; su instinto de supervivencia le suplicaba que saliese de allí lo antes posible. La joven había aprendido a evitar a los neis desde que era una niña, por lo que entrar en aquel lugar por voluntad propia iba contra la base misma de su naturaleza. Por suerte, no estaba sola. La vegetación que crecía en el lomo de Mrïl se sacudió con una brisa que estabilizó las pulsaciones de Moira, aunque no por mucho tiempo. Killian la miró desde lo alto de la tribuna y le hizo un gesto para que se uniese a él. Moira arqueó las cejas con una incredulidad que se vio obligada a disimular.

—¿Vas a rechazar la invitación? —cuestionó Trasno tras materializarse sobre la superficie aquamarina.

—¿No te parece bien?

—¿Que sufra un poco? ¡Me parece maravilloso! —exclamó el duende con una malicia que la hizo sonreír—. Quizá así le nazca la aleta que le falta.

Moira subió las escaleras de la tribuna sin ser consciente del nerviosismo que se apoderó de los neis. Durante la lucha con los humanos, los elementales habían desarrollado la capacidad de escoger ante quién se hacían visibles. En aquel momento, Moira era la única que podía ver a Trasno, como había sido desde la llegada de los habitantes de Tirnanög a su vida. La conversación entre ambos probó que había algo en la sala que los Ixes no podían percibir, y la inquietud que tiñó el ambiente dibujó una sonrisa en el rostro del duende.

—Humanos... —se burló—, siempre pensando que pueden controlarlo todo.

Moira posó la mirada en los asientos que descansaban en la parte inferior de la tribuna. Correspondían a los Ixes que lideraban las distintas disciplinas del reino, quienes, en aquella ocasión, se sentaban detrás de Vayras representando al clan. Mateus también se encontraba entre ellos, ya que, además de ser uno de los consejeros más valiosos del reino —incluso sin ostentar el título de gran maestro que le correspondía—, había estado presente durante la aparición de los elementales.

Detrás de Lumbre, Moira reconoció a Ícarus y a su compañera: los ámbares que habían estudiado su huella energética tras el incidente con el jabalí de fuego. Escoltando a Emosi, entre los Ixes del clan de las emociones, se ocultaba Foyer, que había ascendido de líder de los rebeldes a consejero rubí durante la ausencia de la joven. Bajo Killian, en la tribuna, se sentaba la Guardia Aylerix. Moira alcanzó la mitad de las escaleras y Aidan disimuló una carcajada en cuanto se dirigió a él. El asiento adyacente al soldado estaba vacío, pues correspondía a Raen, el líder del ejército. El compañero de Lara se encontraba en el hemiciclo, así que Moira decidió ocupar su puesto y sentarse junto a sus amigos.

—Eres una aguafiestas —protestó Trasno.

—No nos desviemos de nuestro objetivo principal —respondió la joven mientras dirigía la mirada al frente.

El centro del semicírculo de los Ixes estaba vacío. Los triángulos de colores que formaban los neis de cada reino se extendían a ambos lados, dejando libre el espacio que ocuparían los últimos invitados a aquella reunión. Moira, que se volvía cada vez más sensible a la fluctuación que producía la magia de los elementales en la energía, sintió su presencia antes de verlos. Trasno se sentó en el reposabrazos de cristal de la butaca de la joven. Moira se esforzó por contener una carcajada cuando sintió el cuerpo de Aidan vibrar por el sobresalto.

—Avísame la próxima vez, ¿quieres? —le susurró el soldado.

Las butacas centellearon bajo la luz dorada que se reflejó en la estancia. Los jadeos de asombro de los neis inundaron la sala mientras Moira y Killian analizaban sus reacciones en silencio. El Ix Realix estaba molesto porque la joven no se había sentado junto a él. No por lo que implicaría verla a su lado, sino porque la altura les dificultaba la comunicación. Moira se volvió para mirarlo y él asintió antes de aclararse la garganta.

—Reina Niamh, elementales —los recibió—, gracias por asistir a la reunión.

Los habitantes de Tirnanög asintieron con respeto, aunque sus miradas se centraron en Moira. Las edades habían mitigado el odio que sentían hacia los humanos, pero el dolor de lo sucedido impediría que confiasen en ellos jamás. En Moira, sin embargo, los elementales veían a un ser distinto a los neis, a una joven que, al igual que ellos, había sufrido a manos de los humanos debido a sus diferencias.

Alya y Esen le dedicaron una sonrisa afectuosa y el ereäm dhu y la ninfa del océano dirigieron un asentimiento en su dirección. Por supuesto, había más criaturas ocultas entre la luz, decenas que habían acudido para proteger a la reina y a algunos de sus mejores estrategas. Los humanos no podían verlas, aunque ya tenían bastante con la reina y su séquito de elementales. Ante su presencia, los Ixes palidecieron. Algunos generaron pequeñas corrientes de aire con las que aliviar su asombro. Otros convirtieron la energía de las gemas en descargas que les devolviesen la claridad de pensamiento.

Los Ix Regnix ansiaban admirar a aquellas magníficas criaturas, pero debían predicar con el ejemplo, así que mantuvieron las miradas dirigidas al frente. Moira se encontró con el rostro de Emosi, que le dedicó una sonrisa alentadora, y suspiró antes de enfrentarse a los elementales.

—A cada latido que pasa, el enemigo está más cerca —le dijo el elfo que protegía a la reina.

—Directo a los negocios, como siempre —desaprobó Trasno.

—Todavía desconocemos los planes de Vulcano —argumentó Moira.

—Su intención es acabar con la Autoridad de los seis reinos para proclamarse soberano —explicó el elfo—. Así ha sido desde que forjó la alianza entre los Ix Regnix y la alquimia.

—Tú mejor que nadie conoces de lo que es capaz, joven Moira. —La voz de la reina se propagó por la sala como una canción que logró aplacar sus emociones. Moira se removió incómoda—. Debéis detenerlo antes de que sea demasiado tarde.

—¿Dónde se oculta? —le preguntó la joven.

—En el clan Ámbar.

Lumbre se tensó bajo la mirada de los neis y las llamas que escaparon a sus manos le quemaron la tela del unüil. La Ix Regnix moriría antes de dejar que aquel asesino volviese a controlar el reino de fuego.

—¿Dónde? —presionó Moira tras ver que Niamh y el elfo intercambiaban una mirada disimulada.

—No lo sabemos —confesó el lugarteniente de la reina—. La magia oscura lo mantiene oculto a nuestros ojos.

—¿Dónde están los elementales cautivos?

—No compartiremos esa información hasta que sea imprescindible, joven Moira —respondió la reina con suavidad.

Moira sintió un hormigueo en la piel y los şihïres de los aquas se iluminaron en el mismo latido. Las puertas de la gran sala se abrieron con un estallido de poder que sobresaltó al lobo.

—¡Ix Realix! —exclamó el erudito que entró corriendo en la estancia—. ¡Ixe Sterk ha descubierto lo que se esconde tras la energía alquímica de Rubí!

El aqua estaba tan alterado que trastabilló y necesitó hacer uso de la magia para no darse de bruces contra el suelo. El poder de las gemas activó el prisma de la información que sostenía y, en el centro de la sala, se proyectó un holograma celeste que silenció a los Ixes.

Más allá de las puertas, oculto en las tinieblas, se encontraba Sterk. El diamante no avanzó para recibir la gloria de los Ix ni se interesó por lo que ocurría en la reunión. En lugar de acompañar al erudito, como le habían ordenado, se dio media vuelta y desapareció tras el portal que brillaba a su espalda.

Las puertas de la sala se cerraron y contuvieron el horror que atravesó las entrañas de los neis. El erudito se quedó sin palabras ante la presencia de los elementales, aunque los Ixes no necesitaron su intervención para comprender el mensaje que transmitía aquel holograma. En él, entre enlaces y documentos, se mostraba una representación del bosque rubí visto desde el aire. La mancha negra de la energía alquímica cubría la totalidad del claro y, a través de ella, se distinguían los cientos de cadáveres erguidos que aguardaban las órdenes de Vulcano.

«¿Cuál es el problema?», se preguntó Moira, aturdida por el pánico que reflejaban los rostros desencajados de los Ix.

Y entonces lo comprendió: la magia oscura ocultaba la entrada a una cueva subterránea. Los estudios de los eruditos mostraban que las galerías que se abrían paso entre la tierra estaban repletas de neis alquímicos. Según los mapas, los túneles se extendían por el bosque y atravesaban las fronteras de los distintos territorios del reino. Eran miles, decenas de miles de cadáveres los que habían sido almacenados bajo tierra durante quién sabía cuántos helios, esperando el momento apropiado para que las tinieblas los devolviesen a la vida.

Moira sintió que se le helaba la sangre. La joven se estremeció mientras analizaba la información que contenían aquellos estudios. Por desgracia, los eruditos todavía no habían encontrado la forma de asediar al ejército oscuro sin activar el poder de la energía transmutada.

En la sala resonaron gemidos de horror y los neis se encogieron por la desesperanza. Los reinos no contaban con tantos soldados, e incluso si lograban igualar el número de las tropas enemigas, no podrían hacerle frente a sus ataques de magia alquímica.

Moira miró hacia arriba. Los ojos de Killian se encontraron con los suyos antes de perderse en los rostros de la Guardia. Eran escasos los neis que lograban mantener la compostura, y aunque los Aylerix se encontraban entre ellos, hacía soles que habían aprendido a identificar el pánico en los corazones de sus amigos.

—Es peor de lo que temíamos —advirtió la reina Niamh—. Debéis daros prisa y armar a vuestros soldados. Además de ese ejército, no sabemos a cuántos elementales tiene bajo su control.

—¿A qué nos enfrentamos? —le preguntó Moira—. Vulcano puede materializarse como vosotros, sin necesidad de portales, ¿verdad? ¿Sus topas también tendrán habilidades obtenidas de los elementales?

—Es posible —murmuró el lugarteniente mientras se pasaba una mano por el rostro—. Debéis preparar a vuestros soldados.

—Serán informados y organizados para la batalla —anunció Killian con gravedad—. Los ejércitos de los seis reinos esperan instrucciones desde hace atardeceres.

—Pero ¿a dónde los dirigiremos? —preguntó Geo—. No podemos atacar al ejército alquímico hasta que él mismo se ponga en marcha.

—Quizá deberíamos dividir nuestras tropas para proteger las ciudades —propuso Oak.

—Puede que eso sea precisamente lo que buscan —especuló Crystal—. Si su ejército se dirige a un solo lugar mientras el nuestro se encuentra fragmentado, no podremos hacer nada para detenerlos.

—Necesitáis más soldados —determinó el elfo—. Vuestra única esperanza reside en enviar a cualquiera que sea lo bastante fuerte como para sostener un arma al campo de batalla.

Los Ix Regnix se miraron consternados. Sus şihïres se iluminaron para tomar una decisión. Ninguno quería enviar a los jóvenes al frente, pero ¿qué otra opción tenían? ¿Permitir que los masacrasen? ¿Esperar a que el enemigo se apoderase de la voluntad de los neis con la energía transmutada? Los latidos se sucedieron como las estaciones de una eternidad infinita. El silencio se convirtió en la peor de las torturas.

Finalmente, los Ix Regnix llegaron a un acuerdo.

—Así será —anunció Killian con voz de hielo desde lo alto de la tribuna.

—¿Así será? —repitió Moira hecha una furia—. ¿Y qué haréis vosotros?

—Esta no es nuestra lucha, humana —le respondió el lugarteniente.

La joven descendió las escaleras con el rostro enrojecido por la rabia. Mrïl la siguió. La vegetación que brotaba del cuerpo del hetaliá adquirió un brillo esmeralda que lo preparó para protegerse de cualquier ataque.

—Entonces ¿a qué habéis venido?

—A advertiros —respondió la reina con voz aplacadora.

—¿A advertirnos? —repitió Moira—. Lleváis edades presenciando cómo morían neis inocentes sin mostraros ante nosotros. Hace helios que Catnia, Vulcano y Erasmo idearon esta masacre y no se os ocurrió venir a advertirnos entonces. Os mostráis ahora, cuando ya es tarde. Cuando el enemigo triplica nuestras fuerzas y planea arrasar con las vidas de los habitantes de los seis reinos. Venís aquí en nombre de la paz, proclamando poseer información que nos ayudará a vencer, y sin embargo os mantenéis al margen mientras me utilizáis para convencer a los neis de que sean ellos quienes lideren la batalla contra un enemigo que tenemos en común.

Moira se detuvo ante los elementales con llamas en los ojos. Las criaturas se acercaron a la reina para protegerla. Los Ix Regnix se prepararon para defender a la joven.

—Contrólate, humana —escupió el lugarteniente.

—He visto a los elementales luchar —continuó la joven—. A pesar de vuestra aversión por la guerra, no habéis abandonado las armas. Habláis de cómo los humanos masacraron Tirnanög. Contáis historias sobre la tortura y el horror que sufrieron vuestros hermanos y hermanas a manos de mis antepasados. Os presentáis ante mí para convencernos de que enviemos a niños armados a la muerte para protegeros, y tenéis el valor de creeros mejores que nosotros.

—¡Nuestro pueblo es inocente! —bramó la reina.

—¡Dejasteis de ser inocentes cuando descubristeis que planeaban masacrarnos y no hicisteis nada por evitarlo! —exclamó Moira—. Nuestros niños son inocentes. Nuestros adultos y nuestros ancianos son inocentes. Hace eras que los neis desconocen vuestra existencia, y a pesar de todo pretendéis condenarlos como castigo por el sufrimiento infligido sobre el pueblo de Tirnanög. Vuestra guerra comenzó porque un grupo de humanos creyó que era superior a vosotros y decidió someteros para aumentar su poder. La nuestra comenzará porque un grupo de elementales decidió sacrificar nuestras vidas porque consideraron que eran menos valiosas que las suyas.

Las palabras de Moira atravesaron almas. Los habitantes de Tirnanög retrocedieron y, tras ser comparados con los humanos, su rabia se convirtió en horror. La reina y su lugarteniente palidecieron. Ambos buscaron los ojos del duende, que se posicionó junto a Moira y Mrïl antes de encogerse de hombros.

—Os dije que era la indicada —declaró con una sonrisa de orgullo.

—¿Dónde está Àrelun? —preguntó Moira.

El corazón de Alya se aceleró con la mención del elfo. Los elementales, sin embargo, fruncieron el ceño.

—¿Quién? —preguntó la reina bajo una máscara que hizo sonreír a Moira.

—Enviasteis a la ninfa y al ereäm dhu para salvarme —dijo mientras los señalaba—, porque, si moría, vuestro plan fracasaría incluso antes de empezar. Luego mandasteis a Trasno, a Esen y a Alya para que me vigilasen, para que se metiesen en mi mente y me pusieran a prueba. Pero Àrelun no formaba parte de vuestro séquito, solo estaba en el lugar y en el momento equivocados. Alya tenía órdenes de esperarnos en el bosque, por eso le gritaba a Àrelun que se marchase. Nadie quería que el elfo se quedase con nosotros. Los oí discutir en lenguas que no llegué a comprender, pero ahora ya lo entiendo todo: los elementales tenían la orden de no intervenir. Impedisteis que me ayudasen porque, si lo hacían, no podríais descubrir si mi alma era lo bastante pura para vosotros.

»Caminé hasta que me salieron yagas en los pies y se me gastó la suela de los zapatos. Atravesé el desierto bajo un calor que me quemó la piel y me arrebató la energía. Pasé tantos atardeceres sin comer que nunca logré llevar la cuenta y me atacaron animales que jamás creí llegar a encontrar. Me quedé sin agua, sin abrigo y sin ganas de vivir, y durante todas esas lunas, el único que me ayudó fue Àrelun. Me enseñó a fabricar un arco con el que obtener comida y protección y fue el único que se molestó en responder a alguna de mis preguntas para evitar que perdiese la cordura. En el Bosque de Hielo Errante me ofreció su calor para evitar que muriese congelada, y luego tardó atardeceres en regresar a nosotros ¡porque lo castigasteis por incumplir vuestras estúpidas órdenes!

—Àrelun no forma parte de nuestro gobierno —replicó el lugarteniente.

—Me es indiferente.

—No podremos dar con-

—¡No me tomes por estúpida, elfo! —lo interrumpió furiosa—. Me habéis mantenido en la sombra durante lunas, pero esto termina aquí.

—Tu vida sigue vinculada al delâhtiel, humana, recuerda a quién te diriges.

—¿O qué? ¿Lo usarás en mi contra?

—Moira... —susurró Killian con el corazón desbocado desde lo alto de la tribuna.

—Pasasteis eras escondiéndoos de los humanos, disfrutando de una paz que os arrebataron de manera injusta y tratando de reconstruir vuestro pueblo. ¿Por qué ibais a mostraros ante nosotros si no estuvieseis en peligro? Queréis hacernos creer que la amenaza de Vulcano no os afecta, pero si no fuese así, jamás arriesgaríais el bienestar de Tirnanög. Hay algo contra lo que no podéis luchar solos y por eso habéis pasado ciclos espiándome entre las sombras. Tenemos un enemigo en común, pero en lugar de unir fuerzas, tratasteis de manipularnos para que los habitantes de nuestros reinos ofreciesen su vida por la vuestra.

—El acuerdo de-

—Os recomiendo que encontréis a Àrelun —dijo Moira con la mirada fija en los ojos de la reina—, porque no habrá acuerdo, no habrá ejército y no habrá paz hasta que hable con ese maldito elfo.

🏁: 100 👀, 62 ⭐, 42 ⌨

🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥

Sé que dije que esta semana haría un anuncio, pero me temo que va a tener que esperar unos días porque 😭💀🐼💻🖨⚰💰📑📧💼⏰🗃😵

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro