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Hetaliá

Muchas gracias por todos los comentarios del capítulo anterior  ❤

El reino que les rendía pleitesía a los océanos volvía a estar sumido en el caos. El ataque de Rivule, que había llegado al castillo para «apoyar» al Ix Realix tras la huida de su madre, puso el foco de atención en todas sus actividades. Las investigaciones analizaban cada uno de sus movimientos en busca de información. La Fortaleza todavía no lo sabía, pero el aqua llevaba helios siendo un aliado de Catnia. Habían empezado a trabajar juntos incluso antes de la muerte de Adaír, por lo que la antigua Ix Realix, como recompensa, le había prometido que le cedería la tiara de aquamarinas a su hija, otorgándole a la familia Rivule el mayor estatus de Neibos.

Pero la Sin Magia lo había estropeado todo.

Rivule maldijo en la soledad del bosque rubí y llevó una huella de plasma a la herida que le teñía el unüil de escarlata. Habían estado tan cerca de conseguirlo...

—¡La asesinaré con mis propias manos! —bramó furioso.

Tantos soles desarrollando estrategias, tantas lunas de mentiras y esfuerzos para nada. Rivule gritó por el dolor y la rabia. Después, se obligó a mantener la calma. Aquella no era la primera vez que tenían que volver a empezar de cero. Catnia estaba muerta, pero Elísabet seguía con vida. Ahora todo dependía de ella.

Una sombra se coló entre sus piernas y Rivule se volvió para enfrentarla.

—¿Has venido? —le preguntó aliviado.

Rivule separó la ropa que le cubría el abdomen y dejó sus heridas al descubierto. Una mano helada se acercó para curarlas y la preocupación que lo invadía se mitigó al instante.

Al menos, hasta que sintió el filo de una daga atravesándole la carne.

El cuerpo del Ixe se retorció en busca de ayuda. Rivule quiso gritar, pero la tranquilidad del bosque solo se vio interrumpida por el gorgoteo de la sangre que le brotaba de la garganta.

—Te han descubierto. Ya no me sirves para nada.

* * *

Killian quería matar a Rivule con sus propias manos. La confusión que siguió a lo ocurrido en la gran sala de reuniones se propagó por toda la Fortaleza. Los Ixes y los agentes del castillo iban de un lado a otro tratando de cumplir sus órdenes lo antes posible. Una vez conocida la traición de Rivule, el Consejo empezó a atar cabos. Ya comprendían por qué el enemigo había sorteado las defensas de la Fortaleza en tantas ocasiones, por qué habían sustituido a Alis por una impostora sin que nadie se diese cuenta y por qué, hiciesen lo que hiciesen, siempre iban un paso por detrás de su adversario.

Al jefe del clan le estaba resultando más difícil de lo esperado luchar contra el instinto que lo animaba a correr en busca de Rivule y condenarlo a una muerte lenta y dolorosa. Así habían perecido los cientos de inocentes que habían caído protegiendo al clan en los últimos ciclos. Así habían fallecido los neis que yacían sobre las briznas de hierba azul de los jardines. Así habría muerto Moira si el lobo no la hubiese protegido.

En cuanto Killian pensaba en lo que habría sucedido sin la ayuda del animal, la rabia le cubría los puños de astillas de hielo. No había podido protegerla y, en consecuencia, había estado a punto de volver a perderla.

Mateus era tan consciente de la situación como el Ix Realix, pero a lo largo de sus soles de vida, el padre de Moira había aprendido a analizar los conflictos sin dejarse influenciar por el peso de las emociones. El ámbar depositó una mano sobre el hombro de Killian y le dio un apretón antes de volverse hacia su hija. El consejero hacía todo lo posible para evitar ceder al poder del fuego, aunque si se la arrebataban a ella también, se aseguraría de reducir a cenizas hasta el último nei implicado en su muerte.

—¿Seguro que está bien? —cuestionó Moira mientras acariciaba la hierba que cubría las orejas de Mrïl.

El lobo descansaba sobre una mesa de estudio repleta de hologramas y enlaces que Moira no comprendía. Junto a ella se encontraban los dos grandes maestros que habían acudido a tratarlo, una obsidiana y un esmeralda que analizaban al animal con una admiración tan sincera que sería imposible de fingir.

—Perfectamente —respondió el Ixe sin dejar de alterar los diagramas que brillaban sobre el lobo.

—Es un hetaliá —les explicó la obsidiana—. Son muy escasos en la historia de Neibos, pues su origen es tan complejo como fascinante.

—Para que se produzca su nacimiento se tienen que dar una serie de condiciones inalterables —continuó el gran maestro—. ¿Dónde lo encontraste?

—Entre las Tierras Ardientes y el Baldío Prohibido.

La sala se llenó de asombro, pues no todos los Ixes conocían hasta dónde había tenido que huir Moira para sobrevivir. Los grandes maestros intercambiaron miradas incrédulas antes de volverse hacia ella.

—¿Estaba al borde de la muerte?

Moira asintió mientras el esmeralda arrojaba una brillante luz verde sobre el cuerpo del lobo.

—Imagino que, para mantenerlo con vida, tuviste que realizar un gran sacrificio.

La joven se encogió de hombros y la obsidiana sonrió ante su humildad.

—Ha tenido que ser así o, de lo contrario, no nos encontraríamos ante un hetaliá. Estos seres solo renacen cuando están a punto de alcanzar la muerte y alguien se sacrifica para ayudarlos, por eso son tan poco comunes. El lobo estaba condenado a fallecer y huyó a las Tierras Ardientes para despedirse en paz.

—Pero tú lo ayudaste —continuó el esmeralda—. El vínculo que compartís es inquebrantable. Su existencia había llegado a su fin y tú le regalaste una segunda oportunidad, por eso ahora vive para protegerte.

—¿Para protegerme? —repitió Moira disgustada—. No quiero que su vida me pertenezca. ¿No puede ser... libre?

Vayras y los Ixes intercambiaron una mirada desorientada por el razonamiento de la joven. Mateus, sin embargo, se limitó a sonreír. El ámbar conocía la mente de su hija al detalle y Killian, que también estaba empezando a acostumbrarse, se rio. Los grandes maestros la miraron con un orgullo que Moira no percibió, ya que estaba distraída intentando tranquilizar al lobo.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó la obsidiana—. ¿Por qué tratas de calmarlo?

—Porque está nervioso; no le gusta encontrarse tan cerca de los neis.

—Sí, pero ¿por qué te importa? —presionó el esmeralda.

Moira comprendió lo que intentaban decirle y observó a Mrïl con cariño.

—El animal goza de plena libertad y poder de decisión —explicó el gran maestro—, pero si estás en peligro, siempre querrá protegerte, al igual que tú a él.

—Pero protegerme le hace daño.

—No volverá a ocurrir —le aseguró la obsidiana—. Esta vez se ha debilitado porque ha necesitado toda su energía para completar el proceso de transformación. Las gemas le han concedido una segunda vida y ha dejado de ser un lobo corriente para convertirse en un hetaliá. Ahora que su esencia ha cambiado, no se resentirá por utilizar sus nuevas habilidades.

—¿Su esencia ha cambiado? —repitió Moira—. Se ha convertido en otro ser porque las gemas le han concedido una segunda vida... ¿Eso quiere decir que su energía también se ha transformado?

—¿Su energía? —cuestionó el gran maestro—. Supongo que podríamos decir que se ha renovado.

—Pero antes el lobo era un ser y ahora es otro. Tiene sentido pensar que, para convertirse en un hetaliá, su energía también se ha transformado, ¿no?

Los Ixes se miraron aturdidos antes de observar a Moira.

—Me temo que no la sigo, señorita —confesó la obsidiana—. La energía de las gemas es un poder único.

—Nuestros ancestros creían que existían varios tipos de energía dentro del poder elemental. ¿Te refieres a eso? —le preguntó Killian.

Moira se volvió hacia él y le posó una mano en el pecho en un intento por aferrarse a su conocimiento. El corazón le latía acelerado. Aquella era la primera vez que alguien hacía referencia a los siete tipos de energía sin que ella los mencionase primero.

—No sé mucho sobre ellos —reconoció Killian, que percibió el ritmo vertiginoso que habían tomado los pensamientos de la joven.

—Si hubiese distintos tipos, sería lógico pensar que en la esencia del lobo predominaba una forma de energía que, al transformarse en hetaliá, ha cambiado. La misma energía en una misma relación de equilibrio no podría originar dos seres tan distintos, ¿no?

—¿Imagino? —respondió el gran maestro cuando todas las miradas se posaron en ellos.

—El árbol del fénix —le dijo Mateus a su hija—. La madera arde tras completar un helios y se convierte en cenizas anaranjadas que se amontonan sobre la tierra. De ellas surge un pájaro de fuego y, cuando la energía de las gemas alcanza los restos de ceniza que se cuelan entre las grietas del planeta, brota otro árbol que crecerá durante un sol antes de ceder su vida para permitir el nacimiento de otro ser.

Moira sintió un hormigueo en los dedos que se extendió por todo su cuerpo. La joven se volvió hacia sus eternos acompañantes. Alya, Esen y Trasno asintieron con la misma expectación que le recorría las venas. Moira se encontró con los ojos ambarinos de su padre antes de susurrar:

—Tengo que irme.

La joven echó a correr como si su vida dependiese de ello. El lobo se incorporó de inmediato para ir tras ella.

—¡Gracias! —exclamó antes de alcanzar el pasillo.

Los Ixes se miraron aturdidos y Mateus no pudo evitar reír.

—Bienvenidos a mi vida —dijo para diversión de sus compañeros.

Moira sonrió en cuanto vio que el lobo corría junto a ella sin mostrar signos de debilidad. La vegetación que cubría al animal se meció con el viento y el aroma a flores silvestres la ayudó a calmarse.

—Ya sé que a veces te falla algún enlace —le dijo Trasno—, pero ¿no sería mejor que utilizases una lágrima para llegar a Slusonia antes de que termine esta edad?

Moira frenó en seco y creó un portal que la llevó a la guarida de los Annorum Vitae. La joven había dejado de prestarle atención al mundo, pues en lo único en lo que podía pensar era en la teoría que cobraba forma en su mente con cada latido. Quizá por eso no percibió a Elísabet en la ventana, que la vio atravesar el rectángulo de humo granate seguida por el animal que los había salvado a todos.

La aqua no había logrado desprenderse del miedo que le entumeció las entrañas cuando vio que la magia oscura brotaba de su padre como una segunda naturaleza. Una parte de sus recuerdos se tiñeron con el color del odio.

—¡Ix Rivule! —exclamó un Aylerix para llamar su atención.

Elísabet se encontraba en una sala sellada a cal y canto por decenas de hechizos. Sobre ella se posaban los ojos de decenas de Ixes y centinelas que tenían como objetivo descubrir todos sus secretos y condenarla por las acciones cometidas en contra de la Fortaleza.

Pero lo que nadie sabía, era que a ella también la habían traicionado.

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