Estelas del desierto
Faltarán tres capítulos para el final del libro cuando termine de subir el maratón.
Recordad que hay que cumplir la meta de los capítulos para que los suba.
¡Arrancamos!
Las tropas de Vulcano avanzaban sin descanso. Los neis alquímicos estaban cada vez más cerca de conquistar las montañas y, con ellas, la victoria. Los elfos y los Ixes lanzaban ataques desde las cimas que no lograban detener a los enemigos, pues con los elementales transmutados, tenían una ventaja que sobrepasaba las fuerzas del ejército de Neibos. Los soldados miraban al cielo con la esperanza de que llegasen más tropas de Tirnanög, pero Àrelun sabía que la reina no lo permitiría. Niamh preferiría arriesgar la vida de toda una raza a poner en peligro su bienestar y el de su séquito.
—¡Lïdyllel! —maldijo el elfo mientras se colgaba el arco a la espalda.
Las flechas ya no bastaban para contener a las masas alquímicas. Àrelun renunció a la idea de conservar la energía elemental para el final de la batalla, ya que si no utilizaba la magia para frenarlas, ninguno de sus hermanos llegaría vivo al amanecer. Una ámbar atrapó a un sátiro con un túnel de fuego y los gritos del poder oscuro le retumbaron en los oídos. Las tinieblas serpentearon a su alrededor. Una hiedra de la noche hundió los colmillos en el hombro de un elfo que no logró apartarse a tiempo. Àrelun se encontró con los ojos de su hermano, que asintió y regresó a la batalla sin importarle que la energía transmutada le estuviese arrebatando la vida con cada latido.
Musa gritó tras colisionar contra el suelo y Killian creó un escudo de hielo que la protegió mientras se recuperaba. Quentin generó un látigo de horror paralizante con el que atrapó a un elemental de fuego oscuro. La criatura lo miró furiosa, pero antes de que pudiese atacarlo, Marco la decapitó con un haz de luz blanca que los impresionó a ambos.
—¡Si también guarda estas sorpresas en el dormitorio, no me extraña que no necesites hacer excursiones al bosque, Max! —exclamó Mónica con malicia.
La obsidiana oyó las risas de sus amigos entre los gritos de pavor de los neis. La derrota se aproximaba, aumentando la angustia de las tropas, y la Aylerix no estaba dispuesta a permitir que la situación continuase empeorando.
—¡Recibió el honor del Árbol de la Vida por algo! —respondió Max desde el interior de una jaula de raíces con la que se protegió de tres neis alquímicos.
Mónica soltó una carcajada y hundió las manos en la arena. Su cuerpo se estremeció por el sufrimiento que sintió en cuanto se vinculó a la energía del desierto. El dolor de las montañas la paralizó y le estranguló el alma. La esencia de la obsidiana se retorció, pero su cuerpo se mantuvo inmóvil.
—¡Lelïlem lô ehï! —le gritó un elfo alterado. Mónica vio a las sílfides oscuras que volaban hacia ella, pero por mucho que lo intentó, no logró moverse—. ¡Lellïtei ërie!
La obsidiana luchó contra el veneno que contaminaba el corazón de la tierra. La joven utilizó la energía de las gemas para sanar las heridas provocadas por la magia alquímica en la estructura de la naturaleza, pero no fue lo bastante rápida. Las alas negras de las sílfides removieron granos de arena que le bloquearon la visión. El miedo le atravesó las entrañas hasta hacerla gritar, aunque de su boca no brotó ningún sonido. El elfo corrió hacia ella. Una sílfide le clavó las garras en el rostro. Mónica sintió cómo le surcaban la piel, aunque el dolor cesó en cuanto una flecha plateada atravesó el pecho de su enemiga. La segunda sílfide emitió un chillido vengativo y un orbe de energía aquamarina la redujo a polvo entre las dunas.
Killian apareció ante Mónica con el rostro teñido por la preocupación. El Ix Realix le cubrió los arañazos de la mejilla con escarcha y su expresión se llenó de alivio tras comprobar que no había sido envenenada por la magia oscura. El elfo acabó con un enano transmutado que se dirigía a ellos y a sus pies se formó un agujero que se tragó la arena y a varios enemigos de golpe. De su interior nacieron arañas del tamaño de los neis, con ojos del color de los soles y el cuerpo cubierto por pardos caparazones de roca aterciopelada. El elfo sonrió maravillado. Mónica se levantó para ver cómo los animales atrapaban a sus adversarios en telas doradas que los dejaban inmóviles, aguardando la ejecución.
—¡Yujuuuuu! —exclamó Trasno, que se subió al abdomen de una de ellas para hacer una pirueta y clavarle la daga a un aqua alquímico en el pescuezo.
Aunque el ejército de Neibos luchaba con arrojo, todos sabían que sus esfuerzos no eran suficientes. La muerte los esperaba en las cumbres de las montañas, desde donde observaba el transcurso de la batalla con ojos omnipresentes. La Guardia Aylerix, el dúo hrathni y el trío de elementales mantenían a las tropas que los rodeaban con la moral alta, pero a la muerte no podían engañarla. Ella veía más allá de las máscaras que ocultaban su horror, sentía su cansancio y sabía que, cada vez, contaban con menos soldados.
—Jamás creí vivir para presenciar esto —susurró Vayras abatido.
Los Annorum Vitae se reunieron con los Ixes en la cima de la montaña, donde Mateus intercambiaba susurros tensos con Cruz. El ámbar y el aqua asintieron antes de volverse hacia Sterk, que terminaba de dibujar los enlaces que los vincularon a través de la roca. La magia que contenían las líneas brilló con el color de los océanos y la energía alquímica se retorció en su interior. Elísabet depositó un prisma hexagonal hueco en el centro de los símbolos elementales. El cristal centelleó bajo los estallidos de poder de las tropas.
—Si sale mal...
—No va a salir mal —la interrumpió Zeri con determinación.
Los Ixes y los Annorum Vitae se miraron durante un latido antes de invocar el poder de las gemas. De las palmas de sus manos brotaron espirales de luces anaranjadas, escarlatas, celestes y blancas. La magia de los neis recorrió los surcos de la piedra hasta alcanzar el prisma hexagonal.
—¡Dlúyïddym ôlúl! —exclamó la líder de los arqueros que se encontraban en las montañas.
Las flechas de los elfos contuvieron a los alquímicos. La luz del hechizo de los Vitae iluminó las cumbres de la sierra. El prisma flotó en el corazón del enlace y estalló en una columna de poder que se dirigió al cielo. Las tinieblas se removieron a su alrededor antes de ser absorbidas por el conjuro. En cuanto el cristal se volvió a posar sobre la piedra, sin embargo, la magia se apagó.
Los Ixes se miraron alterados. Las sombras se lanzaron contra ellos para aniquilar a la amenaza. Alis activó el cristal con el poder de la Aquamarina, pero no recibió respuesta alguna. Cruz y Elísabet se arrodillaron sobre las piedras en busca del error. Mateus se volvió con angustia hacia el campo de batalla en el que se encontraba su hija. Sterk se levantó para lanzar dagas de cristal contra la roca. Kala acarició el dorso de la mano de Alis y la Ix se refugió en sus dedos entrelazados mientras trataba de encontrar a sus hermanos.
—¿Qué es eso? —cuestionó Zephyr mientras se levantaba, acompañado por Saraiba y Aster.
—¿Oís ese silbido? —preguntó Coral.
—¡Lïlem! —exclamó un arquero desde la parte más elevada de la montaña.
Los elfos y los neis se volvieron hacia los enemigos que se acercaban a la cumbre, que parecían aturdidos. El prisma emitió un pulso que se propagó por la tierra y desestabilizó a la energía transmutada. Las sombras se desvanecieron. Las hiedras de la noche perdieron la forma y las tropas de Vulcano se volvieron vulnerables durante un latido que sirvió para que los elfos los aniquilasen y sus cadáveres cayesen al vacío.
—¡Funciona! —exclamó Eirwen cuando el prisma volvió a transmitir el pulso a través de la roca.
Las sombras recuperaron la forma antes de volver a disiparse, afectadas por las pulsaciones del hechizo. Las sonrisas victoriosas que iluminaron los rostros de los neis se apagaron en cuanto desviaron la atención al campo de batalla.
—Estamos demasiado lejos —susurró Sterk—. El hechizo pierde fuerza cuando llega a la base de la montaña.
—¡No! —exclamó Vayras.
Pero ninguno logró detener a Sterk a tiempo. El diamante tomó el prisma hexagonal y atravesó el espejo líquido que se materializó ante él para alcanzar el centro del valle. La voz de la energía transmutada cobró fuerza en su mente. Atrapado entre cientos de combates simultáneos, el Ixe se desorientó.
—¡Sterk!
La voz del Ix Realix lo sacó de la conmoción. El diamante reaccionó para ver que los seres alquímicos se lanzaban contra él, atraídos por la amenaza del hechizo. El Ixe posó el prisma hexagonal sobre la arena con un golpe que cristalizó estelas a su alrededor. La magia de su reino activó el hechizo del prisma, que sacudió el valle con la luz de cientos de estrellas.
—¡¡Sterk!!
Las tropas alquímicas se paralizaron durante un instante en el que cayeron decenas de enemigos. El ejército de Neibos agradeció la gran ayuda que le brindaron los Ixes. Killian emitió una tromba de agua con la que alejó a los alquímicos de Sterk. El diamante sintió el sabor de la sangre en la boca. La Guardia Aylerix y los hrathnis los rodearon y Killian se dejó caer junto al Ixe. La energía curativa que invocó no hizo nada contra el tentáculo de oscuridad que le atravesaba el abdomen. Sterk se desplomó sobre las dunas.
—He ayudado, Ix Realix —susurró a pesar de la sangre que le brotaba de la garganta—. No estoy loco. Mis estudios han servido para algo.
—Su sabiduría ha salvado a los seis reinos, Ixe Sterk —le dijo Killian mientras intentaba contener la hemorragia—. Sin usted, jamás habríamos llegado tan lejos.
Los ojos del diamante centellearon. Su sonrisa escarlata brilló bajo la magia del ejército de Neibos. El Ixe frunció el ceño cuando sintió la masa de tinieblas desplazándose bajo los primeros rayos de los soles. Sterk jadeó para llamar la atención del Ix Realix. Ambos se estremecieron cuando un trueno resonó en la inmensidad. Un rayo iluminó el campo de batalla, pero no aterrizó en el desierto, sino en el cuerpo titilante que sobrevolaba las sombras. Más rayos brotaron de un cielo sin nubes y las líneas de electricidad se propagaron por miles de escamas en forma de medialuna.
El cuerpo del último dragón de cristal de Neibos brilló con una lluvia de destellos púrpuras que fulguraron bajo el amanecer. Su inmenso tamaño, que era tan imponente como las dunas más antiguas, impresionó a los soldados. El rugido que emitió la criatura resonó en el desierto y el dragón estiró las alas para planear sobre el valle. Kyros atrapó a los seres alquímicos que levitaban sobre las tropas entre sus garras. Los cadáveres se precipitaron al vacío dejando estelas de humo blanco en el aire. Los ojos del dragón refulgieron con el violeta de los relámpagos que iluminaron la hondonada y su cola de cristal recordó lo que era la libertad por primera vez en eras.
—Sterk... —susurró Moira tras atravesar el portal turquesa de Aidan.
La joven se arrodilló junto a Killian, que la observó con la misma fascinación con la que miraba al dragón, y sostuvo las manos de Sterk entre las suyas. En el pulso que atravesaba el desierto, Moira reconoció la energía de sus seres queridos. Sterk le sonrió con agradecimiento antes de devolverle la atención a la criatura legendaria que surcaba los cielos.
—Lo conseguiste —le dijo Moira orgullosa—. Encontraste la forma de derrotar a la energía alquímica.
—Son reales —susurró el diamante—. Son... reales.
Kyros emitió un rugido que removió las tinieblas y el dragón abrió la boca para mostrar dientes de mayor tamaño que el más grande de los enanos. En su cuello brilló la energía de las tormentas y de su pecho brotó una lluvia de cristales ardientes que dirigió al campo de batalla.
—¡Nuestro ejército! —exclamó Casiopea alterada.
Pero no tenía nada de lo que preocuparse, pues hasta la última gota de cristal aterrizó sobre sus enemigos. Cientos de neis alquímicos cayeron en el mismo latido y Kyros le dedicó una mirada satisfecha a la hrathni que viajaba sobre su lomo.
—Impresionante...
«Mi especie agradece el cumplido» —respondió la criatura con una voz que destilaba diversión.
Los elementales fueron los primeros en recuperarse del asombro y su magia acabó con batallones enteros. Los elfos siguieron el pulso del hechizo para lanzar lluvias de plata cada vez que los enemigos perdían el control y los neis atacaron con una energía que pedía la victoria. Sterk falleció con una sonrisa en el rostro, al igual que los neis que exhalaron su último suspiro con la mirada perdida en el cielo. Entre las dunas aparecieron centenares de alquímicos que buscaban restaurar los números de su ejército, pero Kyros volvió a rugir y de su boca brotaron hermosos cristales que abatieron enemigos a lo largo de todo el valle.
—Lo conseguimos, papá —susurró Aidan con los ojos empañados—. Encontramos a los dragones de cristal.
🏁 : 100👀, 60🌟 y 42 ✍
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