Enséñame a pescar
El Hrath se preparaba para la bajada de las temperaturas y la capa de hielo que se formaría sobre la montaña en la próxima luna. El fin de la temporada estival iba acompañado de un estado de alerta constante, ya que las condiciones de la Cumbre Solitaria se volvían más difíciles con cada posición de los astros. En aquella ocasión, sin embargo, la colonia se encontraba más feliz que nunca.
Los invernaderos repletos de comida ayudaban a calmar la intranquilidad que helaba los corazones de los hrathnis durante el invierno, y gracias a las raíces del árbol de estalactita, la magia fluía sin límites por la montaña. La mayoría de los habitantes de la Cumbre Solitaria habían despertado sus poderes afines, y aunque nadie los dominaba como Marco y Musa, todos notaban el progreso que les brindaban los entrenamientos diarios.
Como no sabían si aquella situación sería permanente, los hrathnis se esforzaban por realizar todas las mejoras que se les ocurrían mientras tenían acceso a la magia. Las oquedades de la montaña, sin embargo, no se llenaron de camas de nubes ni de hermosos trajes de telas sedosas. Los habitantes de la colonia no tenían interés en decorar sus túneles con los objetos glamurosos que se podrían encontrar en las capitales de los reinos.
En vez de ornamentar las mesas con jarrones de filo dorado, los hrathnis trabajaron en pequeños cilindros de cristal ardiente que calentaban la piedra y ayudaban a mantener la temperatura de las estancias. Los esmeraldas unieron su intelecto para crear semillas de alimentos que, cuando los animales entrasen en hibernación y las presas de caza disminuyesen, les aportarían la energía necesaria para sobrevivir. Los guerreros fabricaron escudos y armas adaptados a las condiciones de la montaña, y los obsidianas generaron estructuras que impedirían que las galerías se derrumbasen si se volvían a producir temblores.
Aunque en la Cumbre Solitaria escaseaban aquas y rubíes —ya que los habitantes del clan Rojo y de la tierra de los océanos solían acabar en el Laberinto del Olvido—, Celeste logró crear, junto a los cuatro neis del reino de las emociones que residían en la colonia, un mecanismo con el que derretir y purificar la nieve. Cuando estaba en funcionamiento, el agua potable recorría las galerías centrales a través de canales subterráneos que facilitarían las tareas diarias de los hrathnis, al igual que el artefacto que, utilizando la energía traída por los árboles, los abastecería con nögle para restaurar su magia.
«Si me quieres alimentar, no me des un pez; enséñame a pescar».
Foyer, el líder de la rebelión rubí, pensaba a menudo en aquella frase antigua que le había oído a la Sin Magia. El hombre se descubrió rememorando cómo los Ix Regnix y la Guardia Aylerix habían convertido el bosque de los enfermos en un huerto repleto de magia y alimento accesible para todo el mundo.
Los habitantes de la Ciudad Gris pensaban de forma similar a los hrathnis. El pueblo había escogido a cuatro representantes para formar una asamblea presidida por Foyer, Quentin y Emosi. Juntos se desvivían por mejorar la calidad de vida de los rubíes y, mientras trataban de dar con la forma de derrocar a la Autoridad corrupta del reino, se esforzaban por proporcionarles a los ciudadgrisensis el derecho a una vivienda digna.
Foyer y Emosi eran los únicos que sabían que Quentin era el hijo de Erasmo Faux y el Ix Regnix legítimo del reino, aunque el soldado nunca había mostrado indicios de querer arrebatarle el puesto al jefe del clan. Quentin invertía cada latido libre de sus responsabilidades como Aylerix en ayudar a los rubíes a mejorar la situación del reino. Lo hacía sin mirar a los demás por encima del hombro ni esperar nada a cambio. Aquella actitud era lo que había ganado el respeto de Foyer y la admiración de Emosi. Unidos bajo una misma convicción, los tres rubíes habían demostrado ser imparables.
Aquel anochecer, sin embargo, Quentin no visitó a sus compañeros, sino que permaneció en la Fortaleza Aquamarina. Los Ixes habían invertido hasta la última pizca de su energía en reconstruir lo perdido en la batalla. Lo único que no se había recuperado con el poder de las gemas eran las vidas de los neis que yacían sobre la hierba azul, rodeados de magia y aguardando recibir el último adiós de sus seres queridos.
Las mentes de los aquas estaban intranquilas y sus corazones, inundados por temor. Solo el tiempo y la derrota del enemigo lograrían devolverles la estabilidad que merecían. En aquel momento, sin embargo, no podían hacer nada más, por lo que los habitantes de la Fortaleza, que habían trabajado sin parar desde el último anochecer, decidieron retirarse a descansar.
La inevitable ceremonia de los caídos les afectaba a todos, pero Aidan era quien se sentía más vulnerable. Los secretos de su familia todavía flotaban en la superficie, al igual que la muerte de su madre. Recuperarla había sido una de las mejores cosas que le habían pasado nunca, aunque tan solo hubiese podido abrazarla durante unos latidos. Con su marcha, sin embargo, el joven también había perdido un pedazo de su corazón.
El Aylerix llamó a la puerta y oyó pasos en el interior del cuarto de Alis. Su hermana lo recibió con los ojos vidriosos y las mejillas enrojecidas por las lágrimas. La joven lo abrazó con una sonrisa triste. Aidan la apretó contra su pecho y deseó poder absorber todas y cada una de sus pesadillas.
Nadie sabía por lo que habían pasado Alis y Moira en las últimas lunas excepto ellas mismas, por eso a la aqua le hacía tanto bien hablar con su salvadora. Alis nunca podría pensar en Moira de otra forma, y no porque hubiese evitado que la asesinasen en repetidas ocasiones, sino porque, gracias a ella, había descubierto un nuevo mundo dentro de la Fortaleza. La Ix había encontrado refugio en sus amigos, que solo la dejaban sola por obligación. Kala, su compañera, se había convertido en uno de los pilares más estables en su vida, y en cuanto pensó en sus ojos grises y voz serena se le escapó una sonrisa.
—Vaya vaya... —se burló Aidan—. ¿Suspirando de amor?
—Tú tampoco eres muy bueno disimulando —replicó Alis tras cerrar la puerta.
—Es que no tenemos por qué hacerlo.
Aidan le guiñó un ojo y saltó sobre la cama. Su hermana se rio y se unió a él, consciente del afecto con el que la observaba el Aylerix, que hacía lunas que no la oía reír sin sentir la obligación que se ocultaba tras el brillo de sus iris azules.
—Cada vez me encuentro mejor —le aseguró Alis—. Todavía me cuesta y sigo enfadada por llorar constantemente, pero ahora son lágrimas distintas. Ya no siento la angustia en la garganta ni el miedo que me bloquea los músculos. Tampoco estoy tan triste, creo que llorar se ha convertido en una forma de liberarme.
—Poco a poco, enana —susurró Aidan mientras le acariciaba la espalda—, poco a poco.
—Lo que más me molesta es no sentirme yo misma. Moira dice que la normalidad se recupera tras aceptar el dolor. Empiezo a creer que era eso lo que me impedía pasar página.
—¿Aceptarlo?
La joven asintió con las lágrimas rodándole por las mejillas.
—Estaba muy enfadada —confesó—. Sé que la vida no es justa, pero nada de lo que pasó ha sido culpa nuestra. Una parte de mí era incapaz de superarlo. Me sentía tan indefensa... Lo peor era no saber si seguíais vivos. Os echaba tanto de menos...
—Tardamos demasiado en encontraros —se lamentó Aidan.
—Pero lo hicisteis —respondió la joven con una sonrisa salada—. Hablar con los sanadores me ha ayudado mucho. Y también vuestro apoyo.
—Todo el que necesites, Pascala.
Alis se rio en cuanto escuchó el apodo que el soldado le había puesto cuando era una niña y se refugió en su abrazo. Aidan activó el broche iridiscente que llevaba en el pecho, de donde sacó un camaleón de fibras de mar gastado por los soles.
—¡Pascal! —exclamó la joven.
—Así es, princesa, me he encargado de mantenerlo a salvo en tu ausencia.
—Sabía que no me fallarías.
Aidan se incorporó y le dio un beso en la frente a modo de despedida. Su mirada se posó en el espejo rectangular que descansaba sobre la mesa. La superficie reflectante estaba cubierta por una fina capa de agua de mar. Las olas que formaba la corriente chocaban contra la orilla sin derramar ni una sola gota y sobre ellas, en el aire, flotaban chorros de agua que originaban una figura tan hermosa como desconocida.
—Es odioso —murmuró el Aylerix con orgullo.
Alis se rio y le dio la razón: Killian siempre había tenido una gran habilidad para moldear el agua. Incluso cuando era un muchacho, lograba crear figuras que sorprendían a los grandes maestros. Ambos sabían que una gran parte de su talento se debía a atardeceres de práctica y esfuerzo. Gracias a ello, las animaciones de agua se habían convertido en su canal predilecto para enviar mensajes secretos. En aquella ocasión se trataba de un animal marino de cuerpo curvado y cola en espiral. El agua le dibujaba una especie de corona sobre la cabeza acompañada por una boca en forma de tubo.
—Es una especie antigua —le explicó Alis—. Se llama caballito de mar.
—¡Glikius! ¿Ahora también las acompaña con una clase de historia?
—No —se rio la joven—. Moira vino a visitarme y me trajo un libro sobre los océanos de la civilización antigua. ¿Quieres verlo? Es muy interesante.
Aidan se protegió formando un escudo con las manos.
—Por favor, no me incluyas en vuestros pasatiempos para cerebritos.
Alis generó una brisa húmeda que removió el cabello del joven. El Aylerix se rio antes de abrazarla.
—Te quiero —le dijo con afecto.
—Y yo a ti.
—¿Vas a dormir ya?
La mirada de Alis se posó en la ventana durante un latido y Aidan la miró con malicia.
—¿Ha llegado el momento de deslizar su larga melena por la torre para ver a su amada, princesa?
Alis le lanzó una esfera de agua y Aidan soltó una carcajada mientras se protegía con la puerta.
—Recuerda que Pascal te vigila —la advirtió—, no hagas nada que yo no haría.
El poder de la aqua atravesó la madera y el cabello de Aidan se humedeció con decenas de gotas nacidas en las cumbres de las montañas. La risa de Alis, sin embargo, fue incluso más refrescante. El joven respiró aliviado y formó un portal de luz añil que lo llevó a la Casa Aylerix. Aidan penetró el hechizo que le daba el aspecto de una cabaña de jardín y se encontró con el edificio de cinco pisos al que llamaba hogar.
El aqua atravesó la sala de estar del piso común y se dirigió a la parte trasera. La Fortaleza estaba sumida en un silencio sepulcral. Los árboles de luz lo protegieron del frío de la noche y el joven se detuvo bajo su dosel: lo estaban esperando.
Sus amigos, que ocupaban la mesa de cristal del jardín, se volvieron hacia él. Quentin le guiñó un ojo y Max le tendió una copa de nögle que centelleaba con el poder Aquamarina. Mónica se removió para hacerle un hueco en su butaca. Aidan encontró los labios de la obsidiana sin dificultad, ya que, en las últimas lunas, ambos habían aprendido a dibujar con los ojos cerrados todos los caminos que los llevaban a casa.
Mónica se acomodó sobre su hombro y Max y Quentin unieron las copas con un tintineo musical. Los cuatro amigos se miraron y sonrieron antes de desviar la atención al cielo estrellado. Las palabras no eran necesarias cuando se estaba en familia.
Quentin se estiró para apoyar los pies en una de las dos sillas que quedaban libres. La mesa Aylerix no estaba completa, pero Killian les había pedido que solo lo molestasen en caso de emergencia, así que sus amigos no contaban con su presencia aquel anochecer.
Mónica levantó la cabeza y los soldados siguieron su mirada hasta los arbustos de las mareas. Las hojas se removieron y entre ellas apareció un lobo sin nombre que se tumbó con un gemido triste sobre la hierba.
—¿Qué ocurre, amigo? —le preguntó la obsidiana—. ¿No la encuentras?
El lobo volvió a gemir y los soldados intercambiaron sonrisas agridulces. Los habitantes de la Fortaleza ya se habían acostumbrado a que el animal siguiese a Moira a todas partes. En las escasas ocasiones en las que se separaban, lo veían recorriendo el reino hasta que lograba dar con ella. Al lobo no le gustaban los neis, por lo que se mantenía alejado de ellos, aunque había empezado a desarrollar una mayor tolerancia por las personas cercanas a Moira. Quizá por eso acompañó a los Aylerix durante una posición de los astros antes de volver a partir en busca de la joven.
🏁 : 100👀, 60🌟 y 42 ✍
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