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Cien vidas más

La esencia de Mateus liberó a los ámbares del hechizo que los mantenía prisioneros. Vulcano rugió furioso y atrapó a los Ix Regnix con cúmulos de tinieblas antes de desvanecerse. El enemigo se materializó junto a Moira. El ataque que lanzó hacia ella fue detenido por el escudo de Alya. Esen arremetió contra él con rayos de electricidad púrpura que lo alejaron de la joven. Vulcano gritó impotente y rodó sobre la arena. El estallido de la cúpula lo había debilitado; necesitaba una nueva fuente de poder con urgencia.

El ejército oscuro, sintiendo la flaqueza de su señor, combatió a sus enemigos con ahínco. Una ninfa alquímica se abalanzó sobre la jefa del clan Ámbar y Lumbre se vio obligada a retroceder. Vulcano sonrió complacido. De sus manos brotó un látigo de sombras que dirigió a la mujer que le había usurpado el puesto hacía tantos soles.

—¡Ix Regnix! —alertó Ígnea.

La hrathni saltó sobre Lumbre y ambas cayeron entre las dunas. El látigo se desvaneció, pues los elfos dispararon flechas de plata que obligaron a Vulcano a retirarse a las tinieblas. La jefa del clan Ámbar se volvió hacia Ígnea agradecida. La hrathni permaneció inmóvil.

—¡No! —bramó Celeste en cuanto vio el cuerpo de su compañera tendido en la arena.

—¡Ígnea! —gritó Musa desde el cielo.

—Estoy bien —susurró la ámbar.

Celeste se arrodilló junto a ella y le separó la ropa para dejar al descubierto las venas ennegrecidas que le atravesaban la piel.

—No no no —rogó la aqua con lágrimas en los ojos—. ¡No puedes irte ahora!

Ígnea le acarició la mejilla con el pulgar y le posó las yemas de los dedos en la nuca para atraerla hacia ella. En aquel beso, Celeste plasmó los secretos que guardaba su alma. Las lágrimas se deslizaron entre ellas como el miedo en los corazones de los hrathnis. Musa y Marco se dejaron caer junto a sus hermanas. Celeste se separó con un jadeo, pues los ríos de oscuridad habían alcanzado hasta el último rincón del cuerpo de Ígnea.

—No, mi amor —le suplicó la aqua mientras le besaba la mano—. No te vayas.

—Si pudiese —susurró Ígnea—, viviría cien vidas más a tu lado.

Marco y Musa entrelazaron los dedos antes de posar las manos en el cuerpo de la ámbar. Los esmeraldas buscaron la energía pura de Neibos entre el horror de la batalla. Celeste sollozó, ajena a la presencia de Lumbre, que los protegía de los ataques que los alquímicos lanzaban en su dirección.

—Al fin he pagado la deuda del fuego —murmuró Ígnea aliviada.

—¡La única deuda que tienes es con la colonia y conmigo! —gritó Celeste.

Los dedos de los esmeraldas se iluminaron con la luz de los bosques. El poder de Neibos se propagó por la piel de Ígnea hasta que alcanzó el veneno que le arrebataba la vida. La energía de las gemas le atravesó la carne y la ámbar gimió angustiada.

—Funciona —susurró Celeste.

La oscuridad que teñía las venas de Ígnea remitió y la joven se retorció afligida. Celeste la sostuvo en su regazo y le regaló caricias que la ayudaron a combatir el dolor. El grito de Lumbre se alzó sobre el fragor de la batalla. La Ix Regnix fue alcanzada por el ataque de un aqua oscuro que la distrajo. Marco se tambaleó hacia delante. Musa abrió los ojos en cuanto se detuvo el flujo de poder. Ígnea gritó desesperada. La magia de Neibos se consumió y la energía transmutada avanzó por el cuerpo de la ámbar con una furia incontenible.

—¡Marco! —exclamó horrorizada.

El joven gimió y trató de estabilizarse antes de caer. La flecha oscura que le atravesaba el pecho se hundió en todavía más en su carne. Lumbre se enfrentó al elfo alquímico que los atacaba por la retaguardia.

—Aguanta, Marco —ordenó Musa con voz temblorosa—. Aguanta.

Pero el líder hrathni ya no podía oírla. La flecha alquímica se disolvió. El veneno se filtró por su cuerpo hasta ennegrecerle las venas. Musa lo tumbó sobre la arena y posó las manos en el foco de oscuridad. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero ella sola no sabía cómo invocar el poder de Neibos. Las lágrimas humedecieron el rostro de la esmeralda, que gritó angustiada.

Moira vio a sus amigos al borde de la muerte y estrechó a su padre entre los brazos. Aunque el cuerpo del ámbar seguía caliente, la energía vital ya lo había abandonado. La joven estaba paralizada. Sentía que, si se movía, se rompería en pedazos. Sus ojos empañados observaban el mundo a través de una cortina de dolor que la mantenía prisionera. A su alrededor, las tropas luchaban sin descanso, incapaces de contener al ejército alquímico.

El poder de Neibos atravesó los huesos de Musa y sus manos se iluminaron con una luz tan blanca como la nieve que cubría su hogar. Celeste la tocó para ofrecerle su magia y la esmeralda se aferró a ella como las raíces de los árboles se aferraban a la tierra. El desgaste acumulado en la batalla, sin embargo, fue demasiado para ella. Musa se desvaneció sobre el cuerpo de Marco. Liberada del poder de Neibos, la energía alquímica se deslizó entre ellos y regresó a la tempestad que se arremolinaba sobre el valle.

—Celeste... —susurró Ígnea con voz débil.

Los ríos de oscuridad ascendieron por el rostro de la ámbar, asfixiándola. Celeste le acarició las mejillas bañadas en angustia.

—Te quiero —declaró Ígnea.

—Por siempre —prometió la aqua entre lágrimas.

Ígnea cerró los ojos por última vez y Celeste gritó con una rabia que le quebró la voz. Los Aylerix intentaron acudir en su ayuda, pero las tropas alquímicas no se lo permitieron. Alya cayó, abatida por la flecha de un elfo oscuro que le atravesó las alas. Oak se retorció cuando un monstruo le hundió los dientes en el abdomen. En un intento por huir de las tinieblas, Kyros y Casiopea se estrellaron contra la ladera de la montaña y Max quedó sepultado bajo una cárcel de cristal.

Vulcano sonrió y, en busca del Ix Realix, encontró a la ámbar que se negaba a aceptar su nombre de familia. Moira se levantó con el rostro humedecido por las lágrimas, la ropa manchada de sangre y la piel teñida por arroyos de fuego. Al verla, la sonrisa de Vulcano se ensanchó. Se parecía demasiado a su madre. Tenía que morir.

Los ojos marrones de Moira se posaron en el asesino de sus padres. La furia le incendió la carne. La joven sintió el sufrimiento de las tropas en los huesos. Vio a sus amigos muertos. A sus hermanos caídos. A los cadáveres ocultos entre la arena. Y supo lo que tenía que hacer.

—Llevabas razón —le dijo a Vulcano con una sonrisa—. Debiste acabar conmigo cuando tuviste la oportunidad.

La joven se explotó un puñado de lágrimas de luna en el pecho. Vulcano abrió la boca para reírse, pero el pulso que sintió a través de la magia oscura le desencajó el rostro. Moira alzó los brazos y el poder de las gemas le rodeó el cuerpo en espirales de colores que se unieron entre sí.

¡Dlúyïddym Moira! —exclamó Àrelun.

Los elfos abatieron a los alquímicos que se lanzaron contra la ámbar. Las tinieblas se removieron alrededor de la joven, iluminadas por la magia de las gemas. Moira sintió el latido de la energía transmutada en el corazón. La voluntad del poder alquímico le surcó la carne. Los monstruos de la oscuridad se volvieron hacia ella, atraídos por el dolor y la rabia que vivían en su interior.

Doblégate —exigieron las sombras, que se regocijaron en el sufrimiento que la atormentaba.

Moira cerró los ojos y se dejó caer. Las tinieblas la atraparon en un abrazo infame. Vulcano lanzó la fuerza de todo el ejército contra ella.

Pero los alquímicos no respondieron.

El rostro de Moira se transformó con una sonrisa perversa. Sus iris marrones desaparecieron tras unas escleróticas ennegrecidas por la energía transmutada. El mal se postró a los pies de su nueva señora.

—No... —susurró Killian aterrado.

Moira formó un remolino de energía alquímica a su alrededor que aumentó de velocidad con cada latido. La corriente que generó alejó a las tropas, que retrocedieron a pesar de sus deseos. Vulcano invocó a las sombras del abismo y las lanzó contra Moira. Killian y los Ix Regnix trataron de detenerlo, pero ninguno sabía cómo controlar la magia oscura. Las sombras de Vulcano se perdieron en el torbellino de oscuridad que flotaba alrededor de la joven y Moira sonrió complacida. La ámbar avanzó hacia el asesino de sus padres, que utilizó la energía transmutada para huir. El antiguo Ix Regnix se desvaneció ante sus ojos. Moira ladeó la cabeza y tiró de las tinieblas que, en su mente, envolvían el cuerpo de su progenitor. Vulcano reapareció frente a ella en contra de su voluntad.

—Imposible... —susurró.

Moira sonrió y se elevó sobre el desierto. Las sombras la reconocieron como su nueva huésped y le acariciaron la piel antes de volverse hacia Vulcano. El ámbar creó una barrera de fuego y cristal con la que protegerse. Del cielo descendió una marea de hiedras de la noche que destrozaron la muralla con colmillos de humo. Vulcano gritó mientras lanzaba una columna de oscuridad que la joven detuvo con el mismo ataque. La energía alquímica colisionó entre sí. El estruendo resonó en los corazones de los ejércitos. Las dunas temblaron por el impacto.

Vulcano hundió los pies en la arena en un intento por sostener el torrente de magia oscura mientras invocaba a las sombras, que llegaban desde el abismo para otorgarle la fuerza que necesitaba para vencer. Moira se resintió y retrocedió en lo alto del cielo. Vulcano sonrió complacido. La joven susurró unas palabras que provocaron que la energía transmutada chillase horrorizada. Las criaturas se abalanzaron sobre ella. Las hiedras de la noche liberaron a Vulcano y se volvieron en su contra. Moira gritó mientras trataba de mantener la columna de oscuridad dirigida hacia el líder enemigo. El poder de las lágrimas de luna resurgió de entre las tinieblas. La penumbra se llenó de espirales de colores que rodearon a las sombras. El cuerpo de Vulcano tembló al otro lado de la magia oscura.

—¡¡Atacad!! —bramó Killian antes de alzarse en el aire.

El Ix Realix generó una tromba de agua que frenó a las criaturas que se acercaban a Moira. Las sílfides, las gárgolas y los elementales emprendieron el vuelo para proteger a la joven. Los Ix Regnix y Los Trece contuvieron a las tropas alquímicas. La Guardia Aylerix y los elfos formaron una línea defensiva alrededor de la ámbar que detuvo a todos los seres que buscaban alcanzarla.

Pero ellos no podían enfrentarse a la voluntad de la energía transmutada.

La magia alquímica se rebeló en el interior de Moira y la joven se estremeció en cuanto sintió su poder en los huesos. El dolor le robó un grito que satisfizo al poder oscuro. Vulcano rio complacido. Aquel despojo era exactamente igual a su madre y, por lo tanto, moriría de la misma manera.

Las garras de la energía transmutada atravesaron la carne de Moira. Entre sus costillas se deslizaron cuchillas ardientes que le robaron el aire. La joven gritó cuando sintió a las serpientes que le nadaban en las venas. Miles de patas peludas le reptaron por debajo de la piel y sus ojos lloraron lágrimas negras.

¡Doblégate! —gritaron las tinieblas antes de fracturarle los huesos con sus colmillos.

—No —susurró la ámbar con voz débil.

¡Ríndete! —bramaron los monstruos que le hundieron las garras en las entrañas.

¡¡He dicho que no!!

La joven gritó y sus manos obligaron a las tinieblas a dirigirse hacia Vulcano. El estallido de poder retumbó contra el cielo. La tierra rugió bajo las montañas. El fuego incineró a la oscuridad. Vulcano flaqueó, incapaz de sostener el torrente de energía oscura durante más tiempo. Las sombras colisionaron contra su cuerpo. La onda expansiva sacudió a toda la hondonada.

Las tropas alquímicas se desplomaron en el mismo latido. Los cadáveres yacieron en busca del descanso que les habían arrebatado y las criaturas transmutadas se detuvieron, libres al fin. Las tinieblas se convirtieron en ceniza. La luz de los soles brilló sobre un valle que ya no recordaba los colores del mundo.

Los neis y los elementales se miraron conmocionados. El silencio fue interrumpido por un silbido casi imperceptible. El cuerpo de Moira cayó desde lo alto del cielo. Kyros voló a toda velocidad. Las escamas del dragón de cristal centellearon. El ejército gritó alarmado.

«¡Salta!» —le ordenó Kyros a Casiopea.

La diamante generó una ráfaga de viento que frenó su caída sobre las dunas. El dragón cerró las alas y perdió el control. Kyros descendió, girando en barrena. La criatura chocó contra el suelo con un rugido que retumbó en la inmensidad. La arena y los soldados que se encontraban en su trayectoria salieron despedidos. El dragón dibujó una estela en el desierto que no se detuvo hasta que colisionó con la ladera de la montaña.

Casiopea y los soldados se materializaron a su alrededor, pero la criatura no se movió. Killian avanzó hacia ella y la diamante lo siguió con el rostro lívido. El silencio que reinó en el valle se interrumpió con sus pisadas sobre la arena. El ejército de Neibos los observó con el corazón encogido. Unos ojos del color de los relámpagos analizaron a Killian con cautela. El Ix Realix se detuvo en cuanto reconoció las facciones del dragón.

Kyros separó las alas. El cuerpo inerte de Moira brilló entre sus escamas de cristal. Killian se desplomó junto a ella con los ojos anegados en lágrimas. Mrïl corrió hacia ellos y gimió en cuanto sintió la baja temperatura del cuerpo de la joven. Killian la cogió entre los brazos y le acunó el rostro con manos temblorosas. La joven no reaccionó.

—Abre los ojos —suplicó con la voz rota—. Por favor, Moira, abre los ojos.

El lobo alzó la cabeza y aulló con un dolor que se propagó por todo el valle. Killian invocó el poder de los océanos, pero la luz turquesa que rodeó el cuerpo de la joven no consiguió despertarla. Los Trece descendieron a su alrededor. Los Aylerix se miraron desesperados. Los Ix Regnix observaron el cuerpo inerte de la joven con el rostro desencajado. Alya se refugió en el abrazo de Àrelun para silenciar el llanto. Trasno brincó sobre las escamas de cristal y rodeó los dedos de la joven con su mano diminuta. Los gritos de los Annorum Vitae resonaron en cuanto se abrieron paso entre las tropas. El silencio se llenó de dolor.

—El uso de la energía transmutada siempre conlleva un sacrificio —susurró Devo con pesar.

Killian lo miró a través de las lágrimas que le humedecían el rostro y apoyó la cabeza contra la frente de la joven. La rabia le atravesó el corazón, pero se obligó a guardarla bajo llave en su pecho. El Ix Realix se centró en el agradecimiento que lo invadía. Tomó fuerzas de la admiración que sentía por Moira y la alzó entre sus brazos. Encontraría un lugar en el que darle descanso, protegida por el abrazo de los bosques que tanto adoraba y que se habían salvado gracias a su sacrificio, al igual que los seis reinos. Killian sollozó con el alma rota y se obligó a levantarse. Por ella. Por él. Por los neis que habían perecido y por todos aquellos que habían sobrevivido.

—Son ellos —murmuró una voz débil contra su piel—. Las víctimas que han caído son nuestro mayor sacrificio.

Killian alzó la mirada para ver cómo Moira abría los ojos. Mónica sollozó contra el cuello de Aidan. Quentin buscó abrigo en el pecho de Max. Mrïl saltó para lamer el rostro de la joven y Killian se rio entre lágrimas que supieron a mar. El Ix Realix le besó la frente, la nariz y las mejillas. Moira se aferró a él con la expresión transformada por la angustia.

—Mi padre... —susurró con la voz rota—. Mi padre ya no está.

🏁 : 100👀, 60🌟 y 42 ✍

Hasta aquí el maratón final, amigxs 😭

Quedan tres capítulos 💔

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