Anhelo
La semana que viene tengo una noticia que daros... 😏
Estad atent@s 😉
La luz del atardecer tiñó el bosque que se extendía junto a la Costa Aqua de troncos anaranjados y hojas de color púrpura. Moira se sentaba bajo un árbol de las cascadas acompañada por Mrïl, que se tumbaba a sus pies, y arropada por el murmullo de las cataratas que la rodeaban. El agua no llegaba a mojarla, puesto que las ramas arqueadas de dicha especie creaban un espacio alrededor del tronco protegido de la humedad y los ojos indeseados.
El cuaderno de plasma y nácar que le había regalado Adra estaba a salvo de las gotas que portaban las ráfagas de viento. Con los colores de la caja de pigmentos, Moira le daba vida a las mariposas que cubrían el cuerpo de la reina Niamh, ya que no podía dejar de pensar en lo sucedido. Estaba tan enfadada que se incluso se había hecho daño lanzando piedras al océano desde la parte más alta del acantilado. Sin embargo, una vez rodeada por la calma del bosque y consumida la ira y el rencor, la joven empezó a ser consciente de que nunca había estado enferma.
Moira lloró y rio, abrigada por la foresta y las criaturas que no se mostraban ante sus ojos. Tenía las mejillas humedecidas y los dedos manchados de pintura, y cuando se enjugó las lágrimas, su piel se convirtió en un arcoíris que la hizo sonreír. De un momento a otro, Mrïl se removió a sus pies. La joven oyó pasos al otro lado de la cortina de agua y llevó una mano al cuchillo que guardaba en el tahalí. Cruz atravesó la cascada sin dudar. Sobre sus rizos se posaron gotas diminutas que cayeron sobre el cuerpo de Moira.
—¡Oye! —protestó divertida.
Cruz no le respondió con palabras, sino con un abrazo que la llenó de calidez.
—Lo siento tanto —le susurró contra el cabello.
—Creía que los Ix Regnix habían acordado mantener la información oculta por el momento.
—Es posible que conozca a un consejero ámbar que estuvo presente en ese momento sin importancia en el que apareció la reina de otro mundo ante ti —explicó impresionado—. ¿Cómo te encuentras?
—Contenta supongo —respondió encogiéndose de hombros—. Es difícil alegrarse de que no estás enferma cuando descubres que los seres con los que llevas lunas conviviendo fueron masacrados por tus antepasados. Por no olvidar que Vulcano controla un ejército de neis alquímicos que vendrán a aniquilarnos en cualquier momento, que es mi padre biológico y que resulta que no tengo magia porque mi madre sacrificó su vida para arrebatarme los poderes y así evitar que su nywïth me matase y se convirtiese en el gran señor del mal. ¿Tu vida qué tal?
Cruz suspiró con dramatismo y sacó un tallo de udela repleto de nögle. Moira se rio y el joven la rodeó con un brazo antes de darle un trago a la bebida chispeante.
—¿Cómo están las cosas en el castillo? —preguntó ella.
—No quieres saberlo —respondió Cruz mientras señalaba su dibujo—. ¿Esta es la reina de Tirnanög?
Moira asintió y le tendió el cuaderno. Su amigo analizó la representación de la elemental con atención.
—¿Recuerdas las tardes en las que nos tumbábamos en el jardín e imaginábamos que éramos seres de otros mundos? —Moira asintió con una sonrisa nostálgica—. ¿Desde cuándo la realidad tiene mejor imaginación que nuestras mentes infantiles?
Moira volvió a reír y sintió cómo se aflojaba el nudo de emociones que tenía en el pecho. La joven apoyó la cabeza en el hombro de su amigo y desvió la mirada más allá de la cortina de agua.
—Oye, Sil... Sé que esto es en lo último en lo que estás pensando en este momento, pero quiero que sepas que lo de Elísabet...
—Nunca has tenido que darme explicaciones sobre con quién compartes tu cama, Cruz, y no vas a tener que empezar a hacerlo ahora.
El joven respiró aliviado y se encontró con los ojos de su amiga.
—¿Estás segura? —le preguntó—. Porque he conocido a un soldado que hace cada cosa...
Moira se rio y lo apartó de un manotazo.
—Fue una mala idea —confesó Cruz—. Me refiero a lo de Elísabet. Ninguno pensamos en las consecuencias. Nos encontramos en la nöglería. Ambos habíamos bebido de más: ella estaba preocupada por lo ocurrido con su padre y yo por el resto de problemas que proliferan en esta maldita Fortaleza.
—Y lo peor todavía está por llegar...
* * *
Quentin abandonó el castillo en cuanto terminó de cumplir con sus obligaciones. Necesitaba salir de allí y reflexionar sobre lo que habían descubierto en los últimos atardeceres. La Fortaleza no descansaba. Los Ixes iban de un lado a otro en busca de una solución que le hiciese frente al ejército alquímico, pero nadie sabía que el antiguo Ix Regnix ámbar estaba detrás de todo aquello. Ni que los duendes y las hadas eran reales. Ni que Moira llevaba soportando sus apariciones durante ciclos sin haberse vuelto loca de remate. Ni que su padre había matado a su hermana para apropiarse de sus poderes y lo había culpado a él en el proceso.
El rubí lanzó una esfera de energía que destrozó una roca del bosque. Su grito colérico resonó entre los árboles. Quentin apretó la punta de flecha que le colgaba del cuello y negó furioso. La había llevado consigo durante helios como un recordatorio de la muerte de su hermana y ahora descubría que, en realidad, aquel pedazo de cristal no le había arrebatado a la persona que más quería en el mundo.
El soldado había cobrado su venganza hacía soles. Tras la muerte de su hermana y la traición de su padre, el rubí había entrado en una espiral oscura de la que tan solo había conseguido salir tras encontrar un hogar en la Guardia Aylerix. Durante aquellos helios, el joven había hecho cosas de las que no estaba orgulloso. Asesinar a su padre, sin embargo, no era una de ellas. De lo único de lo que se arrepentía era de no haber conocido la verdad cuando vio que se apagaba el brillo de sus ojos mezquinos. Si lo hubiese sabido, se habría asegurado de que sufría durante más tiempo.
—Bonita ocupación para esta noche serena —comentó una voz que lo calmó con su mera presencia.
El rubí descubrió el rostro de Musa entre los árboles granates y sus ojos se iluminaron con una sonrisa. La joven correspondió el gesto y se acercó con sigilo.
—¿Cómo has llegado a Rubí? —cuestionó el soldado.
—Tengo mis métodos.
El Aylerix sonrió y Musa lo observó con un cariño que se esforzó por ocultar.
—¿Un mal anochecer? —le preguntó mientras señalaba la roca que había quedado reducida a polvo.
—Se podría decir que sí.
Quentin quería contarle lo que habían descubierto. Glikius, quería contárselo todo, pero Killian les había pedido que guardasen la existencia de los elementales en secreto por el momento y no sería él quien incumpliese las órdenes de su amigo.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó a la joven.
—Marco y Max están haciendo manitas otra vez, así que me he visto obligada a salir en busca de compañía.
La resignación que se reflejó en el rostro de la hrathni ensanchó la sonrisa de Quentin. El rubí se alegraba de que su amigo hubiese encontrado cobijo al fin. Después de todo lo que había vivido, Max lo merecía con creces.
—En realidad te echaba de menos —confesó Musa de repente.
Quentin se puso serio y la esmeralda lo miró asombrada por las palabras que habían escapado de su propia boca. El rubí analizó las emociones de la joven y, detrás del miedo y la sorpresa, encontró anhelo. Quentin se acercó despacio, sin perder de vista los ojos verdes de la hrathni. Hasta que le acarició la mejilla con las yemas de los dedos no se permitió llevar la mirada a sus labios.
Musa se abalanzó sobre él. El jadeo que compartieron quedó sepultado entre sus bocas. La brisa de la noche avivó el incendio que los consumía. La hierba les acarició la piel entre ráfagas de viento y gemidos de deseo. El sudor permitió que sus cuerpos brillasen bajo la luz de las lunas. Las sonrisas y los besos robados construyeron una intimidad que culminó sobre prendas del color de la nieve y enlaces escarlata.
Musa se acurrucó entre los brazos de Quentin y el rubí le acarició la espalda mientras admiraba las estrellas que brillaban sobre ellos. El Aylerix había acudido a aquel lugar del bosque tan apartado porque tenía ganas de destruir el mundo. Al final, había sido el mundo quien había encontrado la forma de destruirlo a él.
—Cuando llegue el frío, no podremos seguir haciendo esto —murmuró la esmeralda.
Quentin se rio y dejó que Musa le dibujase formas invisibles en el abdomen.
—Fuiste tú quien dijo que quería vivir en un mundo de hielo y magia —le recordó el rubí mientras le apartaba el pelo del rostro.
Musa sintió un hormigueo en el vientre que la inquietó. La joven recordó todas las veces que se habían encontrado en los bosques durante las últimas lunas. La mayoría eran visitas de escasos latidos en las que tan solo tenían tiempo para intercambiar un par de frases, pero por muy breves que fuesen, siempre bastaban para aliviar sus preocupaciones y hacerla sonreír.
—La magia ya la tengo —dijo pensativa—. Quizá durante el invierno encontremos el hielo que nos falta para construir ese lugar.
Quentin se incorporó de inmediato. Su rostro se volvió tan serio como la noche y la culpa le oscureció la mirada.
—Musa, yo... Hay cosas que no te he contado —confesó sin dejar de acariciarle la mano.
—Lo sé.
—No, es más complicado que eso.
—¿Más complicado que ser el jefe legítimo del clan Rubí e intentar devolverle a tu pueblo todo lo que le pertenece?
Quentin la miró como si le hubiese dado una descarga. Musa se rio complacida.
—No me lo ha contado ella —aclaró tras intuir la dirección que tomaban los pensamientos del soldado.
—Entonces, ¿cómo lo sabes?
—Es posible que te haya estado espiando —confesó orgullosa de sus habilidades de cazadora.
—¿Has entrado en la Ciudad Gris?
—¿Quieres que hablemos de los tejados escarlatas tan bonitos que habéis estado construyendo? —preguntó, ofendida por la incredulidad del rubí—. ¿O de los huertos que crecen en el bosque? Quizá prefieras discutir los edificios que siguen en ruinas. La verdad es que tengo varias ideas, y me duele decirlo, pero son muy buenas.
Quentin la escuchó fascinado antes de tomar su rostro entre las manos y besarla con una ternura que la abrumó.
—Aunque quizá convendría que nos ocupáramos de ese asunto de los elementales antes de nada —susurró Musa contra su piel.
El rostro del rubí se tiñó de alarma y el joven se separó para poder mirarla a los ojos.
—¿Os lo ha contado Moira?
—Elyon también estaba presente —le recordó la esmeralda.
—¿Ha regresado al Hrath? —Musa negó con una sonrisa pícara—. Entonces ¿cómo os habéis enterado?
—Tenemos nuestros métodos.
—¿Que son...?
—No esperarás que te cuente todos mis secretos, Aylerix.
—Puedo llegar a ser bastante persuasivo... —respondió mientras se posicionaba sobre el cuerpo de la joven.
El semblante de Musa se iluminó y la esmeralda se inclinó para susurrarle al oído:
—Persuádeme.
🏁: 100 👀, 62 ⭐, 42 ⌨
¿Os sentís persuadid@s? 🤣🤣🤣
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