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56. Un cuento de bosque y libertad

¡Hoy sale El refugio de la niebla a la venta! 😍😍

La temperatura descendió en cuanto llegué a la Cumbre Solitaria, así que me envolví en la capa que vestía mientras me adentraba en la oquedad de Kira. Mrïl se acercó para recibirme y Celeste me dedicó una sonrisa triste. No había nadie acompañándola excepto Ígnea. La ámbar descansaba en una cama que olía a bosque y libertad, sensaciones que no parecían bastar para que recuperase la consciencia. Su rostro conservaba la calma y tendría buen aspecto de no ser por la extraña palidez que se había apoderado de su piel tostada.

—¿Todavía no se ha despertado? —pregunté mientras me acercaba a mi amiga.

—Kira dice que no tardará en hacerlo, pero los latidos pasan y no hay cambios y...

La voz de Celeste se convirtió en un susurro y la envolví en un abrazo que silenció parte de sus sollozos.

—Va a ponerse bien, ya lo verás —prometí mientras le acariciaba el cabello.

—¿Cómo te ha ido en Aqua?

Me encogí de hombros, incapaz de encontrar una respuesta, y suspiré.

—Siento haberme marchado...

—Por favor, no te disculpes —me interrumpió—. Conozco la situación en la que nos encontramos.

—Será mejor que regrese. Los neis se ponen cada vez más nerviosos y el Consejo multiclan se reúne constantemente. Los cambiantes y los enanos no parecen llevarse muy bien, por no olvidar que todo el mundo odia a Àrelun y que la tensión entre los humanos y los elementales está a punto de estallar.

Celeste me dedicó una sonrisa a medio camino entre la incredulidad y la diversión.

—Ya, yo tampoco sé en qué momento mi vida se ha convertido en un cuento para niños —dije antes de darle un abrazo de despedida—. ¿Me avisarás en cuanto se despierte?

Mi amiga asintió y Mrïl se levantó para acompañarme de vuelta a casa. La brisa que me azotó el rostro en cuanto se movió me hizo comprender que había utilizado su magia para mantener el ambiente en calma y lo acaricié con agradecimiento. El lobo me miró con cariño y tomé una lágrima rubí mientras nos dirigíamos al túnel más cercano.

—¿Moira?

Me volví hacia el rostro alegre de Celeste y tardé un latido en comprender que mi nombre no había brotado de su boca, sino de la de Ígnea. Mi amiga se abalanzó sobre su compañera y le acunó el rostro con ternura. El beso que compartieron estaba cargado de felicidad, pero también de angustia y miedo. Ígnea la atrajo hacia ella como si requiriese de su cercanía para respirar y me removí incómoda, pues reconocí en ella la misma necesidad que me invadía cuando pensaba en Killian. Mrïl me miró como si pudiese leer mis pensamientos y le acaricié la cabeza con una sonrisa amarga. Hacerlo todo sola era difícil, pero aceptar que dependías de otra persona sin caer presa del miedo era todavía peor.

—Moira —repitió Ígnea con la voz ronca.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté mientras me acercaba a ella.

—Sé dónde se esconde Vulcano.

Frené en seco y Celeste y yo intercambiamos una mirada de gravedad. Ígnea se llevó una mano a la frente e hizo una mueca de dolor que no logró contener.

—Llamaré a Kira —anunció Celeste con preocupación.

—No —protestó Ígnea—, esto es importante.

—No más importante que tú.

—Celeste —suplicó la ámbar—. Nunca te he contado qué me trajo al Hrath.

—Y no tienes que hacerlo —le aseguró su compañera.

—No guardé el secreto porque desconfiase de ti o de la colonia —confesó con los ojos brillantes—, sino porque me avergüenzo de mí misma.

—Cuando nos quedamos sin opciones, todos hacemos cosas de las que nos arrepentimos, Ígnea —dije tratando de tranquilizarla.

—Nunca me gustaste —confesó con una risa amarga.

—Ígnea —susurró Celeste desconcertada.

—Te odiaba, Moira. Me molestaba tu presencia y sospeché de cada palabra que salió de tu boca desde el atardecer en el que nos conocimos. Tardé helios en comprender que jamás me habías dado motivos para hacerlo, y te juro por las nueces escarchadas de Adros que, por más que lo intenté, nunca logré deshacerme de esa sensación. Pero ahora lo entiendo —susurró—. Me recuerdas a él, me recuerdas a todo lo que hice...

El fuego me quemó la garganta y las palabras de la ámbar se convirtieron en ascuas en mi estómago, pues confirmaron mi parecido con el asesino de mi madre.

—Fui tan estúpida... —se lamentó Ígnea.

—No eras más que una muchacha.

—¡Era una cobarde! —respondió con rabia—. Tenía hambre y sueño y me dejé embaucar por la primera persona que me ofreció un plato de comida y un lugar en el que pasar la noche. Tendría que haberlo sabido, tendría que haber sido más inteligente, pero Vulcano... Vulcano tiene un don para manipular a las personas y hacer que piensen que se dedican a cumplir sus deseos por voluntad propia. Y yo me dejé engañar.

—¿Qué hiciste? —le preguntó Celeste.

—Me pidió que encontrase a más neis que necesitasen ayuda —explicó atormentada—. Vulcano me dio ropa nueva, me alimentó y me ofreció un hogar en el que vivir. Para mí era un dios nacido de las cuevas elementales y pensé que quería hacer lo mismo por los demás.

—¿Qué te hizo dudar?

—En el transcurso de varias lunas, conseguí llevar conmigo a casi una centena de neis. Vivíamos en un edificio subterráneo inmenso, aunque tenía prohibido cruzar las puertas que iban más allá de mi residencia. Me resultaba extraño, pero Las Catacumbas eran tan grandes que creí que los demás se reunirían al otro lado. Fui una egoísta, no quise considerar otras opciones por miedo a perder las comodidades que había ganado —reconoció entre lágrimas—. Cuando el fuego que iluminaba los pasillos se extendía, tenía prohibido salir al exterior.

—Pero lo hiciste igualmente.

—Estaban muertos —sollozó angustiada—. ¡Estaban todos muertos! Jamás olvidaré el latido en el que vi sus cadáveres desfigurados atravesando los pasillos en llamas. La rabia me llevó a confrontar a Vulcano y, desde entonces, todo cambió. Pasó de ser el hombre más amable y bondadoso que había conocido a convertirse en un...

—Maltratador —susurré. Ígnea asintió y sentí su angustia en el pecho.

—Tenía tanto miedo... —se lamentó mientras se llevaba las manos al rostro—. Vulcano se aseguró de que seguía obedeciendo sus órdenes y llevando a neis inocentes a Las Catacumbas. Sabía qué destino les esperaba y me daba igual —sollozó—. Les mentía. Les hablaba del hombre que me había salvado de vivir en las calles y les prometía que haría lo mismo por ellos. Les decía que no pasaría nada y les sonreía cuando cruzaban la puerta que los llevaría a la muerte.

—Ígnea... —susurró Celeste con cariño.

—¡Cambiaba sus vidas por las mías!

—¿Qué pasaba más allá de esas puertas?

—No lo sé —respondió arrepentida—. Jamás me atreví a cruzarlas.

—Pero sí a marcharte.

Ígnea me miró con las manos temblorosas y el rostro enrojecido por las lágrimas.

—No podía más —confesó con la voz rota—. Prefería morir a seguir robando vidas ajenas.

—Y entonces llegaste a nosotros —le dijo Celeste antes de depositarle un beso en las manos que no hizo más que agravar su llanto.

—¿A cambio de cuántas muertes?

—A cambio de muchas vidas, Ígnea —dije mientras me sentaba junto a ella—. Cuando derrotemos a Vulcano gracias a esta información, recuerda que jamás lo podríamos haber hecho sin ti.

Las lágrimas que se deslizaron por las mejillas de la joven cambiaron de sabor y, por primera vez desde que había empezado a relatarnos su historia, percibí un brillo de esperanza en sus iris ambarinos.

—¡Moira! —exclamó una voz que nos sobresaltó.

Trasno se materializó en la oquedad y los rostros de Ígnea y Celeste se desencajaron por el asombro.

—¡Tenemos que irnos! —exclamó ansioso—. ¡Ya!

No tuve tiempo de despedirme de las hrathnis. El mundo centelleó a mi alrededor y la gruta en la montaña se convirtió en una de las salas de los eruditos. Había tantas personas en su interior que me sentí oprimida. Entre los Ixes encontré elementales y soldados aqua, además de a Killian, la Guardia y mis alumnos.

La adrenalina me aceleró el corazón y activé el contenedor espacial en cuanto reconocí la figura de Sterk. En el rostro del diamante reinaba una expresión tosca acompañada por una mirada felina. Su desatendida melena blanca, la capa negra y el comportamiento errático no ayudaban a mitigar la aprensión que los neis sentían hacia él. A pesar de la situación, Vayras se esforzaba por calmarlo.

—Tienes una explicación y tres latidos para soltarlo —advertí con voz grave.

Los presentes se volvieron hacia mí de inmediato. El alivio que vi en el semblante de Zeri en cuanto oyó mi voz no hizo más que aumentar mi ira. Apreté el arco y me centré en mantener la flecha apuntada hacia Sterk. El diamante sometía a Zeri con un hechizo de retención de espinas de cristal que amenazaban con hundirse en la carne del rubí.

Los rostros de los elementales se llenaron de asombro en cuanto vieron el hermoso arco que sostenía, pues el arma había recuperado su aspecto original. En aquel momento, sin embargo, solo me interesaba la reacción de Sterk. El diamante arqueó las cejas y me miró estupefacto mientras me acercaba.

—¡Es un traidor! —exclamó furioso.

El poder de las gemas se agitó alrededor de Zeri y las afiladas espinas de diamante aumentaron de tamaño hasta dibujarle ríos de sangre en el cuello. Los gritos inundaron la estancia. La flecha que se hundió entre los pies de Sterk logró llamar su atención. Los ojos almendrados del Ixe me miraron con odio. Gracias al hechizo permanente de Killian, en mi arco apareció otra saeta preparada para ser utilizada.

—Libéralo —ordené furiosa—. Ahora. O la próxima flecha te atravesará el cráneo.

La tensión de la estancia se multiplicó. Sterk le dedicó un latido a analizar la honestidad de mis palabras. El diamante tragó nervioso, pero no extrajo las cuchillas de la carne de Zeri.

—Sterk, amigo...

—¡Silencio! —bramó el diamante, interrumpiendo a Vayras.

Sentí la mirada de Killian sobre mí cuando me situé junto al Ixe, pero no separé la mirada del rostro enajenado de Sterk.

—¿Se puede saber qué ninfas haces? —reproché colérica—. ¿No ves que es un muchacho?

—Ella siempre se lleva a los más inocentes —murmuró con la mirada perdida.

—¿La escuchas? —pregunté mientras aflojaba la cuerda del arco—. ¿Escuchas su voz?

—¿Qué sabes tú de su voz? —exclamó desesperado.

—Sé que te suplica que hagas lo que te pida, que sucumbas a sus deseos, pero tú eres más fuerte que ella.

—¿Tú también la escuchas?

—Ahora no, pero lo he hecho en el pasado. ¿De dónde viene la voz?

—Tiene la esfera —susurró Zeri a través del dolor.

—¡Silencio, traidor! —Lo zarandeó—. ¡Usas la magia alquímica en nuestra contra!

—No es cierto —le expliqué—. Yo se la di.

—¿Tú? —me preguntó fuera de sí—. ¿¡Eres tú quién la comanda!?

—No soy su huésped. Le pertenecía a Catnia y, con su muerte, se ha convertido en energía transmutada sin dueño.

—¡Mientes! ¡La magia oscura no se puede contener! —bramó alzando la esfera de tinieblas.

Los presentes jadearon y dieron un paso atrás. Los únicos que mantuvimos las posiciones fuimos los Aylerix, mis alumnos y yo. Zeri contuvo un gemido y la sangre se acumuló sobre su ropa.

—No no no... ¡No es posible! Es un engaño, ella dice que es un engaño. ¡¡Me estás engañando!!

—La tienes en tus propias manos, Sterk —razoné—. Sabes que no miento.

—¡Os lo demostraré!

—¡Zephyr! —exclamé en cuanto el diamante lanzó la esfera contra el suelo.

El caos estalló en el mismo latido. La energía del aqua se acumuló bajo la esfera alquímica. Mi flecha se hundió en el muslo de Sterk y utilicé el arco para darle un golpe en la cabeza y alejarlo de Zeri. Los gritos rebotaron en las paredes. Alis y Eirwen generaron enlaces para liberar al rubí de las espinas de cristal mientras Coral y Saraiba nos protegían de los ataques del diamante. Killian y los soldados lo apresaron y los reproches del Ixe se convirtieron en una sonata de improperios infinita.

—Silenciadla —les pedí a Aster y Zephyr.

Los jóvenes combinaron su magia para generar una esfera de hielo incandescente recubierta por símbolos alquímicos alrededor de la lágrima oscura. Los gritos de Sterk se detuvieron al instante y el anciano resbaló en el charco que formó su propia sangre.

—Es imposible... —susurró conmocionado.

—Kala.

La joven se arrodilló junto a Sterk y Max, que nos observaba desconcertado, se encargó de cerrarle la boca antes de que nos escupiese. La aqua posó las manos en el muslo del diamante. En cuanto sentí su energía en el aire, arranqué la flecha de un tirón gracias a la magia del Bosque de Hielo Errante. El bramido de Sterk se apagó, pues Kala le curó la herida en un latido.

—¿Estáis todos bien? —pregunté sobre el murmullo que se apoderó de la sala.

Mis alumnos asintieron mientras nos congregábamos alrededor de Zeri. Alis y Eirwen se deshicieron del collar que lo mantenía prisionero y Kala susurró unas palabras que le borraron las heridas de la piel.

—Gracias —dijo aliviado.

—¿Desde cuándo sabéis hacer... todo eso? —cuestionó Mónica.

—Hemos estado ocupados —respondió Coral orgullosa.

Zeri se arrodilló junto a Sterk. Quentin se acercó para detenerlo, pero el muchacho no buscaba represalias. El haz de luz rubí que le brotó de los dedos dibujó símbolos en la frente del diamante que desaparecieron en cuanto su cuerpo absorbió la energía de las gemas. Sterk lo miró desconcertado, al igual que la totalidad de los presentes, y entonces se le llenaron los ojos de lágrimas.

—La habéis silenciado —susurró mientras se le formaban ríos de angustia en las mejillas.

—Es algo temporal —le advirtió Saraiba con pesar.

—No es posible —repitió mientras se levantaba—. La energía alquímica no se puede contener.

El diamante se acercó a la esfera que guardaba la lágrima oscura. Zephyr se tensó, pero permitió que la estudiase sin oponer resistencia.

—¿Cómo lo habéis logrado? —les preguntó aturdido—. ¿Quiénes sois?

—Los Annorum Vitae —respondió Eirwen mientras señalaba el emblema que llevaba en el pecho—, para servirlo.

Killian me dedicó una mueca incrédula que me hizo reír.

—Es la mayor lucidez con la que lo he visto desde su llegada —murmuró Vayras asombrado.

—Mis alumnos han hecho grandes descubrimientos, Ixe Sterk —dije, llamando su atención—. Se entenderán bien, aunque le recomiendo que no les vuelva a poner la mano encima, a no ser que quiera perderla.

🏁 : 100👀, 60🌟 y 42 ✍

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