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52. Las aristas de las dimensiones

Zephyr tenía mala cara, al igual que el resto de sus amigos. Los Annorum Vitae llevaban atardeceres trabajando en la investigación de la magia alquímica y la falta de descanso se acusaba en sus rostros. La tez de Eirwen estaba tan blanca como su cabello y los ojos marrones de Saraiba le proyectaban sombras púrpuras sobre la piel.

La única que no se encontraba en la cabaña secreta en aquel momento era Alis. Con el anochecer, Killian y yo le habíamos contado la verdad sobre Catnia y Vulcano. La joven se lo había tomado tan bien como cabría esperar. Descubrir que Adaír no era su padre fue un golpe duro y Kala, que había pasado la noche con ella, nos explicó que las lágrimas y la rabia no habían tardado en aparecer.

Las dificultades del reino se agravaban con cada latido y mis alumnos estaban tan comprometidos con la causa que los tuve que sacar de su guarida a la fuerza. Las posiciones de los soles indicaban que era el momento del almuerzo, así que me pareció una buena excusa para conseguir que tomasen un poco el aire. Ellos, sin embargo, tenían otros planes.

Aster creó un portal de humo celeste que nos llevó a los grandes comedores de la Fortaleza. Era la primera vez que visitaba aquel lugar, ya que no me sentaba a la mesa con los demás neis, y me vi obligada a disimular la incomodidad que sentí en beneficio de mis alumnos. Mrïl no fue tan considerado.

La estancia era inmensa y los tonos azules que representaban al clan brillaban en cada rincón. Las mesas se extendían en disposición vertical a lo largo de la sala, y en los pasillos que se formaban entre ellas fulguraban portales de los que emergían decenas de agentes del castillo para atender las necesidades de los comensales. El lugar era un hervidero de conversaciones. Al final del comedor, en una zona más elevada, se encontraba la mesa horizontal en la que confluían todas las demás. Era tan larga que recorría el ancho de la sala y no necesité más que un vistazo para comprender que en ella se situaban los neis de mayor rango de la Fortaleza. El asiento aquamarina que brillaba en el centro le correspondía al Ix Realix y los servicios a su alrededor se repartían entre los Ixes de mayor a menor jerarquía. Lo mismo ocurría con las demás mesas: las personas que ostentaban un rango superior ocupaban los asientos más próximos a la mesa regia, mientras que los neis de menor cargo se contentaban con los lugares que se acercaban a la salida.

Coral me tomó del brazo para guiarme entre los cientos de personas que se encontraban en el comedor. La multitud era abrumadora, pues el único lugar que estaba vacío era la mesa regia. Killian y los Ixes seguirían reunidos, debatiendo los últimos secretos que habían destrozado la idea que teníamos del mundo. Los habitantes de Aqua conversaban entretenidos, ajenos a la existencia de los elementales que nos observaban desde las aristas de las dimensiones. ¿Cómo le decías a toda una sociedad que había otra especie habitando tu mismo planeta?

Maldije entre dientes y Zeri se volvió preocupado. Disimulé la frustración lo mejor que pude, pero no logré deshacerme de ella. Los dichosos elementales no habían tenido la amabilidad de volver a presentarse ante nosotros. El delâhtiel brillaba en mi muñeca, lo que, al menos, garantizaba que no nos aniquilarían mientras dormíamos. O eso me gustaba pensar.

Me detuve en cuanto descubrí que había otra mesa vacía en el comedor. Fruncí el ceño y me encaminé hacia ella, ya que me parecía absurdo que los neis estuviesen tan apretujados cuando había decenas de asientos libres. Fue entonces cuando descubrí la larga melena blanca de Elísabet. La joven se sentaba encogida sobre el plato y con la cabeza gacha, una actitud que jamás creí ver en ella.

—Las cosas no le han ido muy bien desde que se descubrió que Rivule era un aliado de Catnia —susurró Kala.

—Además, saber que no se va a vincular con el Ix Realix tiene a muchos Ixes cabreados —me explicó Zephyr.

Mi expresión se transformó con una sonrisa y me alegré de que Killian no estuviese presente para verla. Eirwen correspondió el gesto mientras nos encaminábamos hacia la mesa vacía de Elísabet. Golpeé el libro que sostenía contra la superficie. La aqua se sobresaltó, pues el impacto generó un ruido desmedido gracias al hechizo de alguno de mis alumnos. El comedor se sumió en un silencio sepulcral.

—Perdón —me disculpé mientras me volvía hacia los Ixes—. Había un insecto llamado Estupidez ocupando la mesa. Ahora que ya me he librado de él, no veo qué impide que os sentéis junto a la mujer que apoyó al Ix Realix y trabajó junto al Consejo durante lunas para devolverle la paz al reino. Sería una vergüenza descubrir que nuestro clan está habitado por neis ingratos que se atreven a darle la espalda a una persona que luchó por mantenerlos seguros mientras su familia la traicionaba desde las sombras.

La tensión se acumuló en el comedor. Mientras separaba una silla, los Ixes enrojecieron por la ofensa. Mis alumnos se esforzaron por contener sus sonrisas.

—No imaginas cómo te he echado de menos —me susurró Zeri con cariño.

La magia se removió a nuestro alrededor. Aster y Kala se sentaron a ambos lados de Elísabet mientras los demás nos distribuíamos frente a ellos.

—Señorita Stone —saludó una agente del castillo que me sonrió orgullosa.

La mujer posó un plato de comida ante mí, al igual que el resto de agentes que se acercaron a mis alumnos. El delicioso aroma que percibí despertó tanto mi apetito como el de Mrïl.

—Muchas gracias.

La aqua se despidió con un gesto amable y el comedor se volvió a llenar de cientos de conversaciones.

—¿Cuántas de esas creéis que estaremos protagonizando? —preguntó Saraiba divertida.

—No tenías por qué hacer eso —protestó Elísabet con la voz tensa.

—Página doscientos diez —dije mientras empujaba el libro hacia ella—, tenemos trabajo que hacer.

Mis alumnos posaron los documentos que habían tomado de la cabaña sobre la mesa y, entre broma y bocado, continuamos teorizando sobre los distintos tipos de energía y las posibles formas que había de controlarlos. El enemigo se encontraba cada vez más cerca, no había latidos que perder.

* * *

Los Ixes de mayor rango de la Fortaleza no aparecieron por el comedor. Tras despedirme de mis alumnos, Mrïl y yo nos dirigimos a las cocinas en busca de otro plato de comida. Utilicé una lágrima rubí para crear un portal que me llevó al ala académica. Mi padre se sobresaltó por mi presencia repentina.

—¡Me has asustado! —exclamó mientras se levantaba del escritorio de su despacho.

—Te he traído algo de comer. Me pregunto quién me habrá enseñado que la mente no funciona sin nutrientes...

Mi padre me dedicó una mueca rencorosa que me hizo reír y me dio las gracias antes de sentarnos a la mesa. Mientras comía, desvié la mirada a las decenas de documentos que tenía esparcidos sobre el escritorio. La mayoría contenían dibujos de elementales y escenas escalofriantes tomadas de la guerra. La lengua en la que estaban escritos los textos que las acompañaban, sin embargo, era incomprensible para mí. Me separé con un suspiro de frustración. Mi padre no dijo nada y el silencio se volvió demasiado pesado entre nosotros. No quería estar dolida por lo ocurrido. No con él.

—Siento haberte gritado —confesé arrepentida—. No pretendía avergonzarte delante de los Ix. Perdí el control y...

Mi padre me tomó de la mano con un amor que me removió el pecho.

—No tendría que haberte ocultado la verdad, Moira —reconoció con pesar—. Perdóname por no saber estar a la altura.

—Siempre has estado a la altura, papá —dije mientras lo abrazaba.

La calidez de la energía ámbar me envolvió en una burbuja de paz y cariño que me nubló la visión. Cada vez que pensaba en todo lo que había sacrificado mi padre para protegerme...

—Gracias por convertirme en tu responsabilidad —susurré con la voz afectada por la emoción.

—Gracias por ser mi mayor fuente de orgullo, hija.

Mi padre me apretó contra su pecho y la luz que brilló en mi interior logró calmar el manojo de nervios en el que me había convertido. Juntos, continuamos la investigación sobre los secretos de Tirnanög. La guerra entre los elementales y los humanos se prolongó durante edades en las que ambos bandos cometieron atrocidades en nombre de su pueblo. Mi padre ansiaba llegar al inicio del conflicto, quería encontrar las formas en las que los humanos se habían apropiado de la magia de Tirnanög para saber a qué nos enfrentábamos. La reina Niamh había dicho que los elementales obtenían el favor de la naturaleza, pero ¿en qué se diferenciaban sus habilidades de las de los neis?

Con la llegada del atardecer, estaba tan cansada que me costaba distinguir hasta las letras. Al parecer aquel idioma, el espèrantyel, era la lengua común que hablaban todos los seres del planeta hacía edades, cuando la guerra no había teñido las costas de Neibos y las naciones convivían en armonía. Mi instinto me decía que la respuesta se encontraba allí, en el pasado en calma que habían compartido las especies, pero me resultaba tan difícil comprender la información de los manuscritos que no hacía más que frustrarme.

Mi padre se despidió bajo un cielo púrpura en el que comenzaban a brillar las estrellas. Los Ixes tenían otra reunión a la que asistir para divulgar el conocimiento que habían adquirido, y aunque una parte de mí insistía en que debía acompañarlo para conocer más sobre los elementales, la voz del cansancio terminó ganando la batalla.

Me deslicé por los corredores en silencio. Mrïl avanzaba junto a mí, ajeno a las miradas de aprecio que nos dedicaban los agentes y centinelas con los que nos cruzábamos. No fui consciente de que los pies me habían llevado a mi antiguo cuarto de la Fortaleza hasta que levanté la mirada. El lobo me observó curioso y me sorprendió descubrir que la cerradura cedía para permitirnos la entrada.

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