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49. Látigos de tormenta

Sé que voy con retraso respondiendo comentarios, pero os prometo que los leo todos😍. Pronto os diré por qué estoy tan ausente... Estoy trabajando en algo nuevo 😏

Mi voz se consumió entre la compasión de los Ix. Los soldados y mi padre se miraron confundidos. La poca credibilidad que depositaban en mí me empañó los ojos. Las dudas me tiñeron la sangre del color del miedo y me volví furiosa y avergonzada. El recuerdo del rostro mezquino de Vulcano me atormentó. Su voz de ceniza me hizo estremecerme.

«Te pareces a tu madre».

Sus ojos ruines me observaron con rencor y sentí que palidecía. No se había referido a Alis, sino a mí. Era yo quien se parecía a su madre.

La rabia me inundó el vientre y activé el contenedor espacial con un fuego que me enrojeció las mejillas. Saqué el dibujo que había hecho de Vulcano hacía atardeceres, cuando todavía no sabía que se trataba del miserable que había destrozado a mi familia; del desgraciado que me había robado la magia incluso antes de que tuviese la oportunidad de aprender a invocarla; del infeliz que me había convertido en una paria y condenado a vivir en una sociedad a la que jamás había pertenecido.

—¿Quién es? —pregunté mientras extendía el retrato hacia los neis.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Lumbre antes de arrebatármelo.

—Yo misma lo dibujé.

—Esto no prueba nada, Moira.

—Quizá viste su rostro en un prisma memorial —sugirió Devo.

—O puede que el recuerdo quedase grabado en tu memoria cuando eras un bebé —propuso Geo.

Los Ix Regnix asintieron en acuerdo. La convicción que brilló en sus rostros me aniquiló. Me volví con los hombros hundidos y los ojos anegados en lágrimas. Las voces de mi mente cobraron fuerza. Contuve las ganas de cubrirme los oídos porque sabía que solo empeoraría la situación.

Me sentía humillada. Quería gritar. Quería defender mi caso y explicarles que lo había visto con mis propios ojos. Hasta que recordé todas las veces que había parpadeado para descubrir que vivía en una realidad distinta a la que se desarrollaba en mi mente.

Los dedos de Killian se movieron entre los míos para regalarme una caricia que logró distraerme. El mar de sus iris me analizó sin reservas y me removí abrumada. El jefe del clan no me permitió alejarme, sino que me atrajo hacia él antes de dirigirse a los demás.

—Quentin, recopila toda la información que puedas encontrar sobre la muerte de Vulcano Tuz. Aidan, reúne a los habitantes más antiguos de la Fortaleza: quiero saber qué ocurrió y quiero saberlo ahora.

—Sí, Ix Realix.

—Mónica y Max, investigad cómo ha conseguido fingir su muerte durante tantos helios. Regresad al inicio, seguid sus pasos y encontradlo.

—¿Fingir su muerte? —repitió Crystal con una incredulidad que se reflejó en nuestros rostros—. ¿La crees?

—Comprobar si Moira está en lo cierto no perjudicará a nadie.

—¡No necesito comprobarlo! —exclamó Lumbre alterada—. ¡Sabes tan bien como yo que la revolución ámbar acabó con Vulcano hace soles!

—¿Estás tan segura como para arriesgar las vidas de los habitantes de los seis reinos?

La voz de Killian se propagó como una bofetada entre los Ix Regnix, cuyo escepticismo se convirtió en cautela. Vayras lo miró orgulloso. La seguridad que me transmitió el jefe del clan me llenó de calidez y le apreté los dedos para asegurarme de que no se trataba de una ensoñación.

—Tengo que reconocer que el pez sin cola empieza a sorprenderme...

Trasno se materializó sobre la mesa y me dedicó una sonrisa que alivió mi angustia.

—Creía que lo habías ascendido a estrella de mar —respondí divertida. El duende se encogió de hombros y me observó con malicia.

—Ya sabes que el pobre mentecato gana puntos tan rápido como los pierde.

—¡Moira!

La voz de Killian me sacudió con el poder de un rayo y el tirón que me dio en la muñeca me obligó a volverme hacia él. El temor de sus ojos despertó una sensación amarga en mi pecho. Las expresiones de desconcierto de los Ix Regnix me confirmaron que acababa de empeorar las cosas. La culpa se acumuló en mis pulmones.

—No sé cómo controlarlo —susurré mortificada.

Killian me dio la espalda con rabia. El fuego que creía extinguido consumió mi vergüenza y me removí para zafarme de su agarre. El Ix Realix se negó a soltarme, así que le di un puñetazo en el hombro que lo hizo gemir.

—¡Así se hace, Arenilla!

—¿Qué ninfas te pasa? —le pregunté airada.

Killian no se dignó a responderme. Me volví hacia mi padre en busca de ayuda, pero nadie me prestaba atención. Los rostros pálidos y desencajados de los presentes no se centraban en mí, como había creído en un principio, sino en Trasno. El duende hizo una pirueta sobre la mesa y me guiñó un ojo, complacido por ser el centro de atención. Un hormigueo frío y húmedo me sacudió la columna vertebral. El miedo me acuchilló las entrañas.

—No... —susurré temblorosa.

—¿Crees que debería presentarme? —me preguntó Trasno con una risilla.

Esen se materializó tras él, al otro lado de la mesa. El elemental del aire me dedicó un asentimiento afectuoso y Killian me soltó para generar un orbe de energía que iluminó la estancia. Los Ix reaccionaron al instante. El ambiente se cargó con el poder de los seis clanes. Pyro y Devo se miraron con un desconcierto que me atravesó los huesos. Los ancianos cerraron los párpados y sus ojos empezaron a moverse a toda velocidad, como presas de un sueño. Las lágrimas me nublaron la visión y me moví entre enlaces y escudos de colores para acercarme a mis acompañantes. Elyon intentó detenerme, pero no lo consiguió.

—¡Moira! —exclamó Quentin.

—Nada de esto es real, ¿verdad? —le pregunté a Trasno con la voz rota.

El duende me miró con una lástima que me quemó la garganta. La angustia me humedeció la piel y el sollozo que escapó de mis labios rompió el silencio. Tendría que haberlo sospechado en cuanto logré adentrarme en la Cima Inalcanzable. La libertad, las respuestas, el apoyo... Era demasiado bueno para ser verdad.

—Estoy teniendo otro episodio, ¿no es cierto? Ellos no están aquí —dije mientras señalaba a los Ixes—. Y yo tampoco.

El pánico me sacudió con un látigo que me separó la carne. El recuerdo de todas las veces que me había herido por perder la conexión con la realidad brilló en mi memoria. El mundo se nubló a mi alrededor y un mal presentimiento me robó el aire. Mis palpitaciones cobraron vida. El calor aumentó mi ansiedad. Llevé las manos a la cabeza y me estremecí con un escalofrío. Tenía que escapar de la cárcel de mi propia mente. Tenía que recuperar el control.

—¿Dónde estoy? —pregunté desesperada—. ¿Sigo en los pasadizos?

La voz del terror me susurró al oído. ¿Y si nada era cierto? ¿Y si jamás había regresado? Las lágrimas me arañaron la piel y sentí que me fallaban las piernas.

—¿Seguimos en el Baldío Prohibido? —susurré temblorosa.

Las voces de mi cabeza se descontrolaron. Los gritos me apagaron el pensamiento. El brillo triste que se apoderó de los ojos de Trasno me heló las venas y utilicé mis propios brazos para arroparme.

—Haz que pare —supliqué con la voz afectada por el llanto—. Por favor, haz que pare.

La sacudida que me recorrió la médula me desestabilizó. Esen me tendió una mano para ayudarme a recuperar el equilibrio y la magia de las gemas se agitó a nuestro alrededor.

—¡No! —grité alarmada.

El elemental se volvió para defenderse de los ataques que se dirigían a él, pero ya era demasiado tarde. Me lancé hacia delante en un acto instintivo. La magia me apuñaló la carne. El colgante protector formó un escudo de luz iridiscente que no logró completarse antes de recibir el impacto de los Ix Regnix.

El aire me acarició la piel mientras salía despedida. El poder de las gemas me removió las entrañas. Un latigazo de dolor me oscureció la visión. Las náuseas se agravaron. Mis gemidos se perdieron entre los gritos que inundaron la estancia. Sentí la calidez de la sangre en el rostro tras desplomarme sobre cientos de cristales que me surcaron la carne. Una mano cálida me acarició la espalda acompañada de un poderoso susurro.

Esen me analizó con preocupación. En sus iris brillaron decenas de rayos púrpuras que pronto brotaron de sus manos. El elemental se giró para canalizar la magia hacia los neis. Trasno saltó sobre las butacas bramando improperios.

—¡Arenilla! —exclamó en cuanto llegó a mí.

El duende me acarició la mejilla y me posó los dedos sobre la frente. El dolor remitió de inmediato. Esen generó una barrera de viento y rayos que impidió que los demás avanzasen hacia nosotros.

—¡Liberadla! —ordenó Killian furioso.

Mi padre formó una línea de llamas alrededor de la barrera de Esen que la debilitó. Mientras el elemental la reforzaba para resistir los ataques de los Ix, Trasno extendió una mano sobre mi antebrazo. El tamaño de sus falanges me aturdió y gemí por el dolor que me supuso fruncir el ceño. El duende susurró unas palabras en un idioma desconocido que me ralentizaron las pulsaciones y detuvieron el río de sangre que me teñía la ropa. Las gotas de azul que contenían sus iris grises centellearon en cuanto se encontraron con mis ojos.

—¿Te encuentras bien?

—¿Desde cuándo eres tan grande? —pregunté alterada.

Había sostenido al duende en la palma de la mano decenas de veces. En aquel momento, sin embargo, Trasno era tan alto como un niño. Sus orejas puntiagudas sobrepasaban las rodillas de Esen, por lo que lo miré confundida. El duende me dedicó una sonrisa orgullosa antes de sacudirme con una descarga de poder que consumió todo mi dolor.

—Pensé que te parecería más inofensivo si me presentaba en mi forma diminuta —explicó—. Ya sabes que las cosas pequeñas siempre parecen más monas.

—Ni siquiera con una contusión lograrás engañarme para que diga que eres mono.

El duende soltó una risilla y Esen se relajó tras comprobar que me encontraba mejor.

—Como le hagáis daño... —amenazó Geo al otro lado.

—¿Como nosotros le hagamos daño? —exclamó Trasno con una furia que me sorprendió.

El duende desapareció y Esen se agachó junto a mí. El elemental generó una brisa que me liberó de los cristales que me arañaban la piel y sonrió expectante. Trasno se materializó al otro lado de la barrera tormentosa. Los Ix no tuvieron tiempo de reaccionar. El duende apareció sobre la mesa y brincó para darle una bofetada al jefe del clan Obsidiana que resonó en la estancia. Los neis, aturdidos, lanzaron decenas de ataques que no lograron alcanzar a Trasno, pues el duende se esfumaba y volvía a mostrarse en lugares inesperados para tirarles del cabello, desabrocharles la ropa y darles bofetadas que nunca veían venir.

Las carcajadas de Esen llenaron la estancia. Trasno reapareció junto a nosotros, recitando una retahíla de insultos que no pude apreciar debido a la confusión. Ya no sentía dolor ni cansancio, ni siquiera una ligera molestia. Después de lunas de sufrimiento, aquella era la primera vez que veía a mis acompañantes utilizar la magia con un fin productivo. Sus poderes, sin embargo, carecían de la presencia de la energía de las gemas que se acumulaba en el aire.

Pyro y Devo salieron del trance en el que se habían sumido. El rostro del magno se oscureció en cuanto me vio junto al duende. La aquamarina que coronaba su báculo se iluminó, absorbiendo el poder de los hechizos que vibraban en la sala para dirigirlos hacia la barrera tormentosa de Esen. La colisión resonó como un trueno nacido del centro de la tierra. La magia de Devo, pese a todo, descendió como una caricia sobre el escudo del elemental.

—¡Buen intento, medusa sin tentáculos! —exclamó Trasno con malicia.

Esen se cruzó de brazos y les dedicó una sonrisa ufana. Los neis se quedaron paralizados. La magia del magno, que no tenía parangón en Neibos, no había podido hacer nada por liberarme.

Los Ix Regnix compartieron expresiones de pánico. Killian y los soldados se miraron con impotencia. Los ojos de mi padre centellearon al otro lado de la barrera y el aire se tiñó de azul. El cuerpo de Devo se iluminó con trazos turquesas que le recorrieron la piel y su largo cabello blanco ondeó en el aire. De las manos de Pyro brotaron líneas anaranjadas que se unieron en el pecho del magno para cederle su energía. Devo levitó sobre la cascada que conectaba los lagos. El rugido de la corriente me sobrecogió. El agua se acumuló sobre nuestras cabezas, agitada por el poder destructor de la Aquamarina.

Esen y Trasno se miraron preocupados. Una luz dorada nació en algún lugar de la estancia y lo bañó todo a mi alrededor. Tras ella, la sala se sumió en un silencio tan ensordecedor que logró estremecerme.

🏁 : 100👀, 60🌟 y 42 ✍

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